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¿Serán cuatro los reyes que lleguen este año?

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Alfons Cervera

Se acerca la Navidad. El recogimiento familiar. Los abrazos fraternos. El turrón que es como el bálsamo de Fierabrás para que el amor renazca con la fuerza de lo inalterable. Nada cambia en un mundo que se repite como una mala digestión. La vida se convierte en otra vida que es la misma vida sólo que con el maquillaje distinto. O no tan distinto. Pero no importa. El eterno retorno, que decía el filósofo. Pero nada retorna: ya estaba ahí, no se había ido. Abrimos los ojos por la mañana y es como si no te hubieras movido del sitio. Lo de todos los días vuelve a ser lo mismo que lo de todos los días. El dinosaurio de Monterroso no se ha movido de la alfombra al pie de la cama. Lo miras y te mira con la manifiesta complicidad de quienes saben que lo de ayer sigue intacto, como el queso que hasta los ratones saben que está envenenado. Levántate y anda, como decían los voceros del milagro bíblico. Menudo esfuerzo levantarte, poner el pie en el suelo, acostumbrarte a que García Ferreras te salude de buena mañana desde esa televisión que es como el Sexto Milenio después de Nostradamus. Las campanitas de la fraternidad te llaman. No pierdas el ánimo. Mira qué alegría: va a regresar el rey emérito a su tierra después de unas vacaciones pagadas con nuestro salario mínimo interprofesional, o con el subsidio que nos ha concedido el Gobierno para que podamos soportar con menos ansiedad al puñetero pangolín. Y menos mal que el Gobierno es progresista porque si no las derechas nos habrían dejado como se suele decir sólo con lo puesto. O sea, con nada.

Hace poco más de un año que el rey emérito se fue según sus simpatizantes al exilio. Expulsado del paraíso por los rojos comunistas que son como la encarnación del Mal, escrita así la palabra, como cuando se la inventó Hannah Arendt mientras era juzgado en Jerusalén el nazi Adolf Eichmann. Pobre rey, héroe de la Transición, enérgico Conan levantador de tanques aquella infausta y lejana noche de febrero, insigne reciclado de su herencia franquista, campechano y mujeriego, simpático y ocurrente cual Lázaro de Tormes en la corte de los milagros pícaros que tanto furor han hecho en los últimos tiempos para goce de sus aplaudidores, del rey, digo, no de Lázaro de Tormes. Hace poco más de un año que se fue y ahora se anuncia su regreso porque la justicia es igual para todos y esa justicia ha dicho que no nos debe nada, que todo lo hizo dentro de la legalidad, que su fortuna no sale de ningún delito, que su alma es tan blanca que parece sacada de uno de esos anuncios de detergentes para lavadoras que salen en la tele.

Mira qué alegría: va a regresar el rey emérito a su tierra después de unas vacaciones pagadas con nuestro salario mínimo interprofesional, o con el subsidio que nos ha concedido el Gobierno para que podamos soportar con menos ansiedad al puñetero pangolín

Todo se está preparando para ese regreso. Limpio del polvo y la paja de la corrupción, Juan Carlos de Borbón regresará a su país por la puerta grande de las grandes celebraciones. A ver cómo queda la denuncia de acoso que ha presentado en Londres Corinna Larsen. A ver si ese proceso se alarga un poco y le da oxígeno a su hijo para que sortee con buen pie el discurso navideño. Menudo embolado para el pobre vástago borbón. Pero pase lo que pase, con el rey sentado o no a la mesa familiar, seguro que le escriben un discurso apañado para que no quede en entredicho la decencia de la Monarquía. No sé cómo se las arreglará para decir que la justicia es igual para todos. O que todos los españoles están sufriendo igual la crisis pandémica. O que la Patria se salvará como siempre se ha salvado la Patria con el esfuerzo colectivo. Palabras y más palabras, sea cual sea su discurso. Vacío total, aunque al día siguiente los medios amplifiquen ese vacío y lo llenen de lo que dijo y de lo que no dijo. No dirá nada, como siempre. Tieso como un palo mirará donde le digan que ha de mirar para que las cámaras maquillen aunque sea un poco la palidez de su discurso. A mí me da igual lo que diga porque siempre dice lo mismo, como decía lo mismo su padre y como dirá lo mismo su hija Leonor en el caso —ojalá que no— de que la Monarquía siga aquí como una permanente anomalía democrática.

Se acerca la Navidad y todo está dispuesto para que el rey emérito vuelva a casa. Mientras tanto nos hemos de morder la lengua a base de “supuestos” para contar las corrupciones del monarca. Mucho cuidado con lo que dices o escribes de esas corrupciones si no quieres que te caiga encima el peso de esa ley que para según qué gente es más pesada que la piedra de Sísifo. Que a estas alturas de la película hayamos de hablar de los delitos del rey emérito como “presuntos” es para salir a escape libre y buscar acomodo en los anillos de Saturno. Pero así es la vida en este país que no se libera de sus más rancias tradiciones. Pensábamos que sí, que los tiempos de la indignidad se habían acabado con la muerte del dictador. Pero no. Hay cosas que nunca cambian. Y a pesar de lo que dijera Heráclito, aquí seguimos bañándonos desde hace muchos años en las mismas aguas de los mismos ríos. No sé qué dirá el rey de ahora en su discurso navideño. Nunca lo he visto. Pero no se preocupen. Seguro que saben ustedes de pe a pa lo que va a decir. Seguro que no se equivocan ustedes ni en una coma. Más de lo de siempre. La nada envasada al vacío. Mientras tanto, su padre estará haciendo las maletas para acompañar a los reyes magos en su periplo por el mundo de la infancia. Como dice el chiste que circula por whatsap desde el año pasado por estas fechas: ahora son cuatro reyes en vez de tres los que llegan cargados de regalos. Pero ojo: seguro que uno de los cuatro vacía las alforjas antes de llegar a los balcones. Pongan ustedes nombre al chorizo. Bueno, quiero decir al “presunto chorizo”. Por si acaso…   

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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Algo personal (Piel de Zapa, 2021).

Se acerca la Navidad. El recogimiento familiar. Los abrazos fraternos. El turrón que es como el bálsamo de Fierabrás para que el amor renazca con la fuerza de lo inalterable. Nada cambia en un mundo que se repite como una mala digestión. La vida se convierte en otra vida que es la misma vida sólo que con el maquillaje distinto. O no tan distinto. Pero no importa. El eterno retorno, que decía el filósofo. Pero nada retorna: ya estaba ahí, no se había ido. Abrimos los ojos por la mañana y es como si no te hubieras movido del sitio. Lo de todos los días vuelve a ser lo mismo que lo de todos los días. El dinosaurio de Monterroso no se ha movido de la alfombra al pie de la cama. Lo miras y te mira con la manifiesta complicidad de quienes saben que lo de ayer sigue intacto, como el queso que hasta los ratones saben que está envenenado. Levántate y anda, como decían los voceros del milagro bíblico. Menudo esfuerzo levantarte, poner el pie en el suelo, acostumbrarte a que García Ferreras te salude de buena mañana desde esa televisión que es como el Sexto Milenio después de Nostradamus. Las campanitas de la fraternidad te llaman. No pierdas el ánimo. Mira qué alegría: va a regresar el rey emérito a su tierra después de unas vacaciones pagadas con nuestro salario mínimo interprofesional, o con el subsidio que nos ha concedido el Gobierno para que podamos soportar con menos ansiedad al puñetero pangolín. Y menos mal que el Gobierno es progresista porque si no las derechas nos habrían dejado como se suele decir sólo con lo puesto. O sea, con nada.

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