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Los socialistas y el lado oscuro del CETA

Ricard Pérez Casado

Las siglas en inglés, como gusta constatar a los medios de referencia. No se trata de Canadá ni de los Estados Unidos, ni de Trudeau ni de Trump ni de Obama, que suele olvidarse. Se trata de elevar a las instituciones lo que es normal en la calle de las corporaciones multinacionales.

El gobierno de la globalidad emancipado de la democracia pasa a manos de las grandes corporaciones, no se sabe si multinacionales o simplemente apátridas. Objetivo: arrasar hasta donde puedan el control sobre sus actividades y, por supuesto, sobre cualquier atisbo de regulación de las mismas. Opacas, anónimas, fundadoras universales de la evasión fiscal y del blanqueo de dinero. El labriego de Steinbeck, una vez más, no encuentra el personaje para disparar su fusil.  Todo con la complacencia de unas élites políticas y económicas distanciadas de la incómoda ciudadanía, de sus necesidades y riesgos.

La algarabía se organiza cuando durante años los negociadores ocultos han hurtado a la ciudadanía, que les emplea y paga con prodigalidad, el conocimiento exacto de lo que los dueños efectivos les ordenaban en la oscuridad .

Oponerse ahora es populismo. La polisemia del término esconde una vez más la falta de transparencia con que se ha llevado a cabo la supuesta negociación. En nuestros solares, encendidos por el cambio climático, la cosa roza el proverbial esperpento. Los socialistas europeos, en el Parlamento Europeo, no votaron de modo unánime, por cierto, como algunos liberales, y eso sí la ultraderecha que es el epígono, socio imprescindible de la coartada del nacionalismo estatal, como el español, tan populista como el primero.

Que un comisario europeo, en visita pastoral prodigue consejos no solicitados, invoque credibilidad y confianza al conjuro de las llamas del infierno no deja de constituir una curiosidad si se tiene en cuenta su gestión de la Gran Recesión en su país de origen, y la abducción —¿o será convicción?— por parte de la TIA, there is not alternative y un pensamiento rechazado por el sentido común, la autorizada opinión de gentes como Stiglitz, Krugman entre otros y el enfado unido al voto de los ciudadanos. Olvida al parecer en el tema CETA el acquis communautaire, tan penosamente acumulado en los últimos sesenta años por no remontarnos a sufrimientos colectivos anteriores. Desde luego no puede ni él ni muchos de los defensores de esta nueva cesión de derechos, la ignorancia, aunque el camino emprendido por Durao Barroso puede constituir un buen argumento para preparar el futuro individual y de los protegidos clientelares.

Los trenos extemporáneos de algunos agraviados, en el caso del PSOE, sumidos en la perplejidad tras los acontecimientos partidarios recientes y de algunos otros recuerdan el coro plañidero de los mendicantes de las sobras a las puertas del festín: reivindicar la subordinación obsecuente ante los poderosos en forma de eventuales ventajas para unos pocos en detrimento de la totalidad.

Conviene citar algunos de los elementos del acervo europeo, del acquis. El modelo social; las relaciones laborales; la seguridad alimentaria, tanto de abastecimiento como de garantías de calidad; la capacidad agroindustrial; la salud y los fármacos; la sostenibilidad medioambiental y el cambio climático; la fiscalidad y la persecución del fraude, la evasión y el blanqueo de dinero; la protección judicial efectiva tanto de los tribunales nacionales como el ejemplar Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Sin olvidar el patrimonio de valores de paz, libertad, prosperidad compartida, tolerancia y acogida de emigrantes y perseguidos, aunque no sea objeto, por supuesto, del CETA.

La tarea democrática consiste en explicar las consecuencias sobre este acervo, más extenso que el enumerado por supuesto, y las que derivan a la ciudadanía en su conjunto, y no obligar a ésta a la genuflexión de un acto de fe ciega, condenando a los objetores a las llamas infernales del populismo, antinacional, antieuropeo, y negador del progreso que se atribuye al Tratado en cuestión como si fuera la panacea para el empleo y la prosperidad. A ello debieran dedicarse socialistas, nacionales, regionales o locales. Ciertamente también otras sensibilidades políticas, aunque a algunas, como la derecha ultramontana que nos aflige, ya le bastan "sus" garantías.

Hasta los mercadillos rurales tienen sus reglas. Aquí se quiere prescindir de reglas para implantar las propias de las corporaciones multinacionales, de la farmacia a las semillas, y por supuesto a las industrias y los conocimientos. Se instituyen tribunales de arbitraje, los que pueden pagar generosamente para los litigios contra los Estados y contra la propia Unión Europea. Para los Tribunales nacionales y el Europeo las rencillas de vecindario, los litigios de robagallinas, y los agudos conflictos simbólicos.

Se orilla a la Organización Mundial del Comercio, plagada de Estados incómodos, y además bajo el manto de la Organización de las Naciones Unidas, el nido de la maldad en el que conviven Cuba, Rusia o... ¡ay! China. La prodigalidad de Tratados comerciales de alcance "regional" ha sido la estrategia de la hasta hace muy poco potencia hegemónica. Uno de ellos permite la entrada por la puerta trasera al CETA: el NAFTA, que incluye a Canadá y el mercado de trabajo barato, las maquilas transfronterizas de México y, por supuesto, los Estados Unidos de América. El benigno tratamiento hacia la sostenibilidad, las relaciones laborales y la opacidad fiscal. Con la "casita en Canadá" podemos cantar la felicidad de las corporaciones multinacionales norteamericanas o de cualquier origen que se asienten en la casita de la canción.

Oponerse a este tipo de secuestro de la ciudadanía, dejándola en la inopia y tildando de populismo los noes de parlamentarios socialistas en el Parlamento Europeo no deja de ser un acto de cinismo descomunal. Quien suscribe, antes de la aparición de formaciones como Podemos o la France insoumise hizo público su rechazo al primero, al TTIP ("La marea negra y el Tratado indio", El País. Comunidad Valenciana, 29 de mayo de 2014) con la advertencia del nacionalismo de extrema derecha, esta sí populista, en Europa. Y de manera más extensa en La Unión Europea. Historia de un éxito tras las catástrofes del siglo XX (Publicacions de la Universitat de València, 2017, pp 139 y ss) y en mis colaboraciones mensuales en el diario Levante-El Mercantil valenciano ( "Éxito y debilidad de la Unión Europea", 4 de octubre de 2015;  y otras", 6 de marzo de 2016, 4 de febrero de 2017, 4 de marzo de 2017, 1 de abril 2017; o además "Socialdemocracia, ¿ganó la TINA?", 6 mayo 2017) en que el CETA, por este camino, se convertía en el sucedáneo oportuno del TTIP para los objetivos de los lobbies farmacéuticos, agrícolas,  tecnológicos, y demás.

La secesión de las élites políticas se ha convertido en norma, como su pensamiento neocon, y, engullidas por la globalización económica, se aleja cada vez más de la ciudadanía. Esta ha sido capaz de propinar un escobazo sin precedentes a algunos de los abducidos, o convencidos, aunque no impide que éstos sigan en sus emolumentos con cargo a los presupuestos y a las mordidas giratorias y, pongan los ejemplos los lectores, desde la Comisión Europea hasta cualquier Estado o sucursal autonómica.

PP y Cs se apoyan en la derecha nacionalista vasca y catalana para sacar adelante el CETA sin la ayuda del PSOE

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Oponerse a la globalidad es de necios. Convertirla en dogma sin control es de suicidas. Ciertamente como Carl, el camarero de Casablanca, cuando Rick le ordena que reserve una mesa preferente para el nazi Strasser, responde: "Da lo mismo, la cogerán en todo caso", que es lo que se han planteado y alcanzado las multinacionales que gobiernan el mundo o al menos la parte que todavía ocupamos. Resulta oportuno consignar que los fervores patrióticos, antipopulistas, no dejan de ser flatulencias que apestan y avergüenzan. El ridículo, y cosas peores, se hace cuando se encadenan corrupción, amnistías fiscales, leyes que no resisten el rigor del TJUE para los expoliados bancarios. La credibilidad y la confianza se generan y asientan cuando no se banalizan los efectos letales de los anteriores comportamientos por parte de un Estado democrático, y se barre del escenario todo lo anterior, liquidando el patio de monipodio de organizaciones e instituciones carcomidas por el saqueo y la devastación.

Emitir juicios precipitados y oportunistas, en el caso socialista español, como se dijo, denotan o desconocimiento o falta de voluntad de explicar a la ciudadanía las consecuencias de ratificar un tratado que cuando menos amenaza aquellas conquistas que se dieron por definitivas merced sobre todo a los demócratas y a los socialistas. Están en su derecho de sustituir ambos sustantivos y acogerse al refugio bien retribuido de la globalidad sin gobierno. ______________________________

*Ricard Pérez Casado es doctor en Historia, fue alcalde de Valencia por el PSPV-PSOE entre 1979 y 1988 y vicepresidente del Consejo Europeo de Municipios y Regiones (1983).

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