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Por una solución justa que no sacrifique los logros de las mujeres

Ángeles Álvarez y Lola Venegas

La presencia en los Juegos Olímpicos de París 2024 de Imane Khelif y Lin Yu-ting, dos personas consideradas por la Asociación Internacional de Boxeo (AIB) como “no elegibles” para participar en la categoría femenina de los pesos welter y pluma respectivamente, ha reavivado un viejo debate sobre la presencia de personas tradicionalmente conocidas como intersexuales en categorías deportivas en las que juegan con clara ventaja. 

Esa participación de personas con cromosomas XY ha contado con el apoyo del activismo transgenerista, incluido el mediático, que considera que todo espacio es susceptible de ser utilizado para validar identidades, aunque en el ámbito deportivo sea tan ostentosa la evidencia de que compiten con ventajas de partida que van mas allá de los altos niveles de testosterona. 

La cuestión es: ¿se debe permitir competir a una persona con cromosomas masculinos XY en las categorías deportivas femeninas o es injusto para las aspiraciones deportivas de las mujeres? 

El comunicado de la AIB fue concluyente tras constatar a través de los análisis cromosómicos que Khelif y Yu-ting no cumplen con los criterios de elegibilidad para estar en las competiciones deportivas femeninas. 

Cuando el COI permite la presencia de individuos con cariotipo XY en las categorías deportivas de las mujeres desprecia el principio de juego limpio que debe regir toda competición deportiva, rompe las reglas de la deportividad e introduce criterios que desvirtúan las verdaderas marcas y logros de las mujeres, poniendo en riesgo las aspiraciones de miles de mujeres deportistas.  

Que el COI se preste a poner en riesgo al deporte femenino puede responder a dos casuísticas muy diferentes:

La primera casuística es dar la oportunidad de competir a individuos con Diferencias de Desarrollo Sexual (o DDS, mal llamada intersexualidad). En el ámbito del deporte, una DDS es relevante si, sea cual sea su aspecto, el atleta tiene cromosomas XY, sus niveles de testosterona son típicamente masculinos y se ha desarrollado desde la pubertad con testosterona. En estos casos, la ambigüedad de los genitales puede derivar en que un varón sea inscrito incorrectamente como mujer al nacer, aunque biológicamente sea un varón.

El caso más conocido de 46XY DSD (Deficiencia de 5alfa Reductasa), es el de Caster Semenya, oro olímpico de atletismo femenino en 2012 y 2016 y oro en diferentes mundiales, que ha reconocido tener testículos internos y no tener útero, lo que implica producción de testosterona. Semenya insiste en que, a pesar de todo esto, es una mujer y exige competir contra mujeres. La Federación Internacional de Atletismo pone como condición a los atletas 46XY DSD rebajar su testosterona a niveles que estén en el máximo de los de las mujeres. En otro caso, estarían compitiendo con niveles que en el caso de las mujeres se considerarían dopaje.

Todo apunta a que Imane Khelif tendría la misma condición que Semenya, como han reconocido medios deportivos argelinos y como apuntan las decisiones de la AIB tras realizar los tests de sexo que provocaron la descalificación de quienes se han llevado dos oros olímpicos femeninos en 2024.

La segunda casuística es la de individuos XY que ya compiten en las categorías deportivas de las mujeres como consecuencia de las leyes de autodeterminación del sexo registral (las conocidas como leyes “trans”), normas que permiten a los varones que realicen un cambio administrativo de su sexo competir como mujeres. En España leyes autonómicas como la Ley Aragonesa 4/2018 permiten la participación de personas de sexo masculino autoidentificadas como mujeres “aunque la registrada no coincida con la identidad manifestada”.

En cualquiera de las dos situaciones descritas, desde un punto de vista estrictamente biológico, estaremos permitiendo que personas con cromosomas XY que gozan de todas las ventajas competitivas de los varones compitan contra mujeres.

Los hombres tienen más fuerza, más resistencia, mayor masa muscular y menor masa grasa, corazón y pulmones más grandes, más hemoglobina, mayor capacidad de oxigenación, etc. Estas características no desaparecen aunque los niveles de testosterona se reduzcan en la edad adulta. La huella de la hormona masculina permanece.

Entre otros, los estudios de Emma Hilton y Tommy Lundberg ponen de manifiesto que la brecha de rendimiento entre mujeres y hombres se sitúa entre el 10-50% según el deporte, y la supresión de la testosterona modifica solo –y de forma muy poco significativa– algunas de esas diferencias de rendimiento. La pérdida de masa corporal magra, masa muscular y la fuerza suelen representar aproximadamente solo el 5% después de 1 año de tratamiento.

La diferencia entre mujeres y hombres en los saques de tenis más rápidos registrados es del 20%, mientras que en los lanzamientos de béisbol y los arrastres de hockey sobre hierba superan el 50%. El rendimiento del salto vertical es, de media, un 33% mayor en los hombres que en las atletas de élite; las brechas van desde el 27,8% en los deportes de resistencia hasta más del 40% en los deportes de precisión y combate.

El puñetazo de un hombre es un 160% más potente que el de una mujer.

Cuando se defiende la presencia de varones en las categorías deportivas de las mujeres sin otro argumento que el de la inclusividad, o se priorizan los sentimientos sobre la realidad biológica (compiten los cuerpos, no las identidades sentidas), se destroza todo el sistema sobre el que descansa la existencia del deporte femenino. 

Cuando el COI permite la presencia de individuos con cariotipo XY en las categorías deportivas de las mujeres desprecia el principio de juego limpio que debe regir toda competición deportiva, rompe las reglas de la deportividad

Como ha señalado estos días Jon Pike, presidente de la Asociación Británica de Filosofía del Deporte, es la ventaja fisiológica masculina lo que justifica la existencia diferenciada del deporte femenino, tanto en términos de equidad como de seguridad. La ventaja biológica masculina justifica las categorías deportivas separadas por sexo, de la misma forma, aunque por diferentes razones, que se justifican las categorías por edades e incluso, caso del boxeo, por peso. 

La propia existencia de unos Juegos Paralímpicos, que comienzan en unos días, señala claramente que no se puede permitir la competición deportiva en condiciones de desigualdad. Con los JJPP volverá la polémica, porque se hablará de la participación del atleta transfemenino Valentina Petrillo en las carreras femeninas de 200 y 400 m. Es bueno recordar que Petrillo arrebató injustamente el puesto a la atleta paralímpica española Melani Bergés.

Con ocasión de la polémica en el boxeo femenino, Sebastian Coe, presidente de la Federación Internacional de Atletismo, ha manifestado queel deporte necesita preservar la categoría femenina (…); si no lo hacemos, ninguna mujer volverá a ganar un evento deportivo”.

¿Son necesarias nuevas categorías para garantizar la plena participación de todos en el deporte? Pues háganse. Pero si se usan las categorías femeninas para validar sentimientos, será el fin del deporte femenino, tanto el de élite como el de base.

La política de permitir que individuos XY compitan contra mujeres es parte de una política globalista que busca legislar para eliminar la categoría sexo de los registros administrativos. Las consecuencias para la estadística, la atención sanitaria y las políticas públicas que combaten la desigualdad “por razón de sexo” serán impredecibles. Es grave que a esa estrategia se haya sumado Thomas Bach, actual presidente del COI, pretendiendo que no se puede determinar de manera fiable y científica quién es mujer y afirmando frívolamente que confía más en un apunte registral del pasaporte, a pesar de que en algunos países ha pasado a ser un dato subjetivo, por haberlo hecho elegible.

Todas/os tenemos derecho a la práctica deportiva, pero el deporte es el espacio menos apropiado para la validación de identidades

Los medios de comunicación están llamados a contribuir de manera honesta en la reflexión de este problema, empezando por dejar de usar sinonímicamente “sexo” y “género”, aportando informaciones de los sólidos trabajos que en materia de rendimiento deportivo se han realizado en los últimos años y no participando de la estrategia de estigmatización de aquellas personas y organizaciones que alertan sobre las consecuencias de leyes cimentadas en la inseguridad jurídica. 

Manifestar esta preocupación no significa sostener posiciones excluyentes. Por el contrario, es una exigencia de que las autoridades deportivas trabajen para una solución justa que no implique sacrificar las aspiraciones y logros de las mujeres.  

Ángeles Álvarez y Lola Venegas forman parte de la Alianza contra el Borrado de las Mujeres.

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