Topos en los votos
Todos tenemos tendencia a asumir que cuando algo sale mal, la culpa radica en una gran conspiración. Algo parecido ha sucedido con los pronósticos electorales. Ello nos obliga a cuestionar algunos postulados implícitos en las encuestas en general y en las de intención de voto en particular. Primer postulado. Toda encuesta da por hecho que todos tenemos opinión -ya sea sobre salud mental, sistema de enseñanza o partidos políticos-. En otras palabras, se presupone que la producción de opinión está al alcance de todos y que todos tenemos opinión. Este postulado ignora la calidad (no la cantidad) de la respuesta de los que “no-contestan”, no saben o mienten desterrándolos del estatuto de opinión. Ignorar su motivación en las encuestas electorales es ignorar de entrada la calidad y el porqué de los votos en blanco o los nulos. El análisis de éstos proporcionaría información relevante: qué significa la pregunta; si es comprensible; sobre qué se pregunta; sobre si se tiene una opinión y de si estamos a favor o en contra. Es importante reflexionar a qué cuestiones creen responder los distintos encuestados, que no tienen por qué tener plena “competencia” política que, en términos generales, brilla por su ausencia y no se halla universalmente distribuida. Por tanto, la primera condición para poder responder de forma adecuada a cuestiones políticas es ser capaz de construirlas para entenderlas como política; y la segunda, ser capaz de aplicarles categorías y significados específicamente políticos, que podrán ser más o menos refinados o más o menos adecuados. En caso contrario, las respuestas serán del todo azarosas e impredecibles.
Las encuestas versan sobre la problemática que interesa a quien la encarga, que es conocida y vivida de manera muy desigual por los diferentes grupos sociales.
Segundo postulado. Se supone que todas las opiniones tienen el mismo peso. Esto no es cierto ni geográfica ni demográficamente. Si echamos un vistazo a nuestro sistema de reparto de escaños veremos qué “pesa más” un voto en Soria que en Barcelona porque hay que obtener menos votos en Soria que en Barcelona para obtener un escaño. Este postulado erróneo y el hecho de acumular opiniones (votos) que no tienen en absoluto el mismo peso real conduce a resultados desprovistos de sentido. Sirva como ejemplo “demográfico” de lo anterior el hecho de que muchas respuestas que se consideran respuestas políticas se producen en realidad a partir de la malsonante “ética de clase”. Más allá de los lugares comunes que simplifican las respuestas de los individuos en función de la “clase social” a la que creemos pertenecen, lo que también está en cuestión es el significado de estas respuestas a determinadas preguntas. Así, es importante atender a la oposición existente entre dos principios cuando se produce opinión: uno claramente político y otro ético. Ignorar este hecho es ignorar, por ejemplo, el conservadurismo de las clases populares.
Tercer postulado. El efecto “imposición de la problemática” ejercido por las encuestas, deriva del hecho de que ni las preguntas planteadas ni las respuestas interpretadas responden a los intereses reales de los encuestados. Es decir, las encuestas versan sobre la problemática que interesa a quien la encarga, que es conocida y vivida de manera muy desigual por los diferentes grupos sociales. Las encuestas se hallarían más próximas a lo que sucede en la realidad si se les ofreciera a los encuestados los medios para ubicarse frente a la pregunta cómo lo hacen en su día a día, eso es, en referencia a opiniones ya creadas.
En la ingenua pretensión de plantearle la misma pregunta (o problema) a todos los encuestados se halla implícita, entre otras, la hipótesis errónea de que hay un consenso sobre los problemas que es importante encarar; o, dicho en otras palabras, que hay un acuerdo sobre lo que vale la pena preguntar. Considerar este extremo es relevante porque se tiene menos opinión sobre un problema cuanto menos interesado se está en él. Si las encuestas captan mal los estados “virtuales” de la opinión -o sus movimientos- se debe, en parte, a que la situación en la que se aprehenden las opiniones es artificial: son opiniones constituidas y sostenidas por grupos, de manera que elegir entre opciones es elegir entre grupos. Las opiniones son fuerzas y las relaciones entre opiniones son conflictos de fuerza entre los grupos.
Estas tres premisas nos conducen a una serie de distorsiones que incluso se dan en los más rigurosos desempeños metodológicos en la recogida y análisis de datos. Más allá -pero en acuerdo- de los reproches técnicos de las encuestas (representatividad, sesgos) es una obviedad que las problemáticas que se fabrican en los institutos de opinión están subordinadas a una demanda de un tipo particular que a su vez están ligadas a la coyuntura y dominadas por un tipo de demanda social. Posiblemente por ello es por lo que quien se aproximó más al resultado real de las elecciones generales fue una compañía francesa que trabaja basándose en grupos (“clusters”), y no en clases sociales. Sin olvidar que, entre los votos, siempre hay topos.
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Anna García Hom es socióloga