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Trump nos declara la guerra

Gaspar Llamazares y José Manuel Corrales

El claro triunfo de Donald Trump el 5 de noviembre de 2024 marca el inicio de una tormenta política y social que añadir a una época de catástrofes, no solo para Estados Unidos, sino para el mundo entero. Su regreso a la Casa Blanca, previsto para el 20 de enero de 2025, promete intensificar al límite la polarización interna y desatar tensiones globales que, aunque con precedentes, se verán amplificadas. El Trumpismo, ahora consolidado como una ideología populista de extrema derecha o derecha radical, desafía abiertamente los derechos humanos, las mismas bases de las instituciones democráticas, al tiempo que promueve un proteccionismo económico que sumadas amenaza con reconfigurar el orden mundial retrotrayéndolo al convulso periodo de entreguerras de principios del siglo XX.

Trump ha logrado su indiscutible resultado electoral cabalgando sobre la incertidumbre y la insatisfacción provocada por el aumento de la desigualdad y el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores y las clases medias. Una ola de desinformación que mina la confianza en los medios de comunicación tradicionales y en las instituciones democráticas. Su estrategia de confrontación y manipulación informativa ha sembrado un clima de hostilidad, imposibilitando el diálogo y fortaleciendo una narrativa de “ellos contra nosotros”. En este contexto, su victoria no solo representa un cambio de gobierno, sino la legitimación del asalto al Capitolio y con ello un desafío directo al sistema democrático y a los valores humanísticos de la sociedad civil.

Su agenda económica, centrada en políticas proteccionistas y una economía cerrada, augura conflictos comerciales con aliados tradicionales como la Unión Europea y rivales como China. Estos movimientos no solo mermarán la estabilidad de los mercados globales, sino que también afectarán gravemente a sectores clave, como la agricultura y la industria automotriz en Europa. La economía global entra en un terreno de incertidumbre, con la posibilidad de una nueva guerra comercial y un debilitamiento del todavía precario sistema de cooperación internacional.

Trump ha logrado su indiscutible resultado electoral cabalgando sobre la incertidumbre y la insatisfacción provocada por el aumento de la desigualdad y el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores y las clases medias

Aunque los indicadores macroeconómicos de EE.UU. muestran fortaleza, la realidad cotidiana de los ciudadanos refleja problemas estructurales profundos: altos costos de vida, pérdida de poder adquisitivo y un desencanto generalizado con el sistema. Este panorama ha permitido que el mensaje populista de Trump, basado en promesas de recuperación económica y reducción de impuestos, cale profundamente en las clases trabajadoras y medias, desencantadas con la gestión de Biden, tan bien valorada en lo macroeconómico como indiferente ante el deterioro del poder adquisitivo de la mayoría.

Paradójicamente, Trump retomará las políticas de su primer mandato, reduciendo impuestos y desregulando sectores clave, beneficiando a las grandes corporaciones y dejando a una clase media cada vez más debilitada. Su cercanía con los gigantes tecnológicos promete nuevas oportunidades para los monopolios de la inteligencia artificial, mientras que sectores tradicionales se enfrentarán a un futuro incierto. Esta contradicción entre favorecer a los innovadores y proteger a la industria tradicional será un desafío clave para su administración.

La imposición anunciada de aranceles a China, México y Canadá tendrá importantes consecuencias. Claudia Sheinbaum, presidenta de México, ya ha respondido con firmeza a las amenazas de Donald Trump, advirtiendo que una guerra comercial perjudicaría tanto a empresas mexicanas como estadounidenses. La líder mexicana ha recordado los esfuerzos de su país para combatir el tráfico de fentanilo y controlar la migración, temas clave en las críticas de Trump, y subrayó que México es “un país libre y soberano”. Sheinbaum también acusó a Estados Unidos de ser responsable del tráfico de armas hacia México y destacó que la cooperación es esencial para abordar problemas comunes, no las amenazas unilaterales. En el ámbito global, Trump intensificará su retórica populista, culpando a inmigrantes, minorías y sindicatos de los problemas económicos, y reforzará su narrativa de “pueblo contra élites”.

Esta estrategia ha encontrado eco más allá de las fronteras estadounidenses, inspirando movimientos populistas de derecha radical en Europa y América Latina. La “guerra cultural” de Trump, alimentada por la desinformación, busca erosionar la confianza en la ciencia, las instituciones y el Estado de Derecho, profundizando la polarización social.

Europa, particularmente, enfrenta un panorama complejo. Las políticas proteccionistas de Trump afectarán a sectores clave como las exportaciones agrícolas y automotrices hacia EE.UU., mientras que el debilitamiento de alianzas como la OTAN deja al continente más expuesto en un mundo cada vez más polarizado y fragmentado. Para sobrevivir a esta nueva era, empujará a la Unión Europea a fortalecer su independencia estratégica, invirtiendo más en defensa y seguridad, y a buscar nuevas alianzas con economías emergentes como los BRICS y América Latina. El regreso de Trump encarna un ataque frontal a los valores democráticos, los derechos humanos y los esfuerzos globales contra el cambio climático. Su promoción de la división social, el proteccionismo y la manipulación informativa amenaza con desestabilizar el orden mundial y fomentar una peligrosa radicalización. En este contexto, el mundo se enfrenta a un futuro incierto, donde la unidad y la cooperación serán más necesarias que nunca para contrarrestar los efectos de esta nueva era de polarización y desconfianza.

Podemos sufrir una escalada bélica en una tercera guerra mundial híbrida con una peligrosa intensificación de conflictos que afectan no solo al mundo occidental, sino al equilibrio global. Desde una perspectiva humanista, este auge de la derecha radical populista amenaza con agudizar guerras militares, comerciales, culturales y climáticas, exacerbando desigualdades y socavando gravemente los esfuerzos por un mundo más justo y sostenible.

En Ucrania y en Oriente Próximo, Trump podría adoptar posturas más beligerantes o, peor aún, utilizar estos conflictos como herramientas para reforzar su agenda desestabilizadora y autoritaria. Su desprecio por la diplomacia multilateral y su cercanía con regímenes autoritarios como el de Rusia plantea riesgos de escalada militar en Ucrania, mientras que su histórico sesgo pro-Israel podría intensificar la opresión sobre Palestina en Gaza y Cisjordania, y una actitud beligerante y hostil contra el Líbano e Irán, como ya hizo en su anterior administración. Ambas situaciones desestabilizan regiones clave y aumentan el sufrimiento de millones de personas.

La guerra comercial que Trump ha prometido reavivar, especialmente contra China y la Unión Europea, tendrá consecuencias devastadoras para la economía global. Su enfoque proteccionista y arancelario no solo afecta a las relaciones internacionales, sino que profundiza las desigualdades económicas al proteger aún más los intereses corporativos en detrimento de los trabajadores y las pequeñas economías dependientes de exportaciones. México y otros países serán también víctimas colaterales de este enfoque miope y destructivo.

En el plano cultural e ideológico, Trump lidera una “guerra cultural” que explota las divisiones sociales para consolidar su poder. Su retórica racista, misógina y homófoba intensifica la polarización y fomenta el odio, debilitando los derechos civiles y humanos. Esto, sumado a la desinformación y los bulos promovidos desde su entorno, crea un caldo de cultivo para el avance del autoritarismo, donde las verdades científicas y los valores democráticos son reemplazados por propaganda y miedo.

La guerra comercial que Trump ha prometido reavivar, especialmente contra China y la Unión Europea, tendrá consecuencias devastadoras para la economía global

Finalmente, su negacionismo climático y el impulso a industrias contaminantes agravan la emergencia climática. Mientras el mundo necesita liderazgos comprometidos con la sostenibilidad, Trump prioriza los intereses de las grandes petroleras y destruye avances críticos en la lucha contra el cambio climático, condenando a las generaciones futuras. Las fuerzas progresistas deben unirse y redoblar esfuerzos para contrarrestar esta amenaza global, defendiendo la paz, el derecho internacional, la justicia social y la sostenibilidad como pilares de un futuro más equitativo.

El Proyecto 2025, impulsado por figuras aliadas a Trump, representa un plan profundamente reaccionario que amenaza con desmantelar los avances sociales, ambientales y democráticos conquistados en las últimas décadas. Este proyecto, bajo la retórica de “reforma” y “eficiencia”, busca concentrar el poder en manos del ejecutivo, eliminar regulaciones esenciales y reforzar el control ideológico en las instituciones públicas. Desde la izquierda, es evidente que este programa no es más que una extensión del trumpismo autoritario: un ataque directo a la diversidad, la justicia social y los derechos laborales. Su propuesta de recortes masivos en programas sociales, junto con la desregulación ambiental, no solo ignora la emergencia climática, sino que perpetúa un modelo económico al servicio de las élites corporativas. Este proyecto no es una reforma, es una contrarrevolución ultraconservadora que busca consolidar un sistema desigual, negando el futuro de las mayorías y priorizando los intereses de unos pocos privilegiados.

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Gaspar Llamazares es concejal del Ayuntamiento de Oviedo y excoordinador de IU y José Manuel Corrales es profesor de la Universidad Europea y director del Observatorio E3 (Economía, Ecología y Ética).

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