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Viviremos instalados en pompas de jabón

Dos mujeres con mascarillas caminan por Barcelona.

José Manuel Pérez Tornero

Hasta hace unos años, sabíamos que las burbujas eran globos gaseosos que emergían en ciertos líquidos. Las más llamativas, sin duda, las pompas de jabón: “mundos sutiles, ingrávidos y gentiles” -como decía el poeta-.

Sin embargo, hoy en día, estas burbujas se están convirtiendo en mundos herméticos y restrictivos. Seguramente, sutiles pero no ya tan ingrávidos, ni tan gentiles. Al contrario, son un peso amargo en nuestra existencia social.

Los nuevos mundos-burbuja (las pompas de jabón) que como efecto de la pandemia se están multiplicando son auténticas jaulas de cristal, capaces de dominar nuestras relaciones con los demás sin que apenas nos demos cuenta.

Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

La transformación fue primero sutil. Apenas conceptual. La modernización de nuestras sociedades –que impulsó la fragmentación social– nos hizo descubrir y, al mismo tiempo, favorecer la construcción de burbujas personales. Se constituyeron como santuarios de salvaguarda moral: si alguien se atrevía a invadir nuestra burbuja personal, lo considerábamos una doble violación. Primero, a nuestro cuerpo; y, en segundo lugar, a nuestra dignidad.

Así, con esas burbujas personales, abandonábamos la promiscuidad física en la que ha forjado nuestra especie durante millones de años; y avanzábamos hacia la senda del individualismo moderno.

En un segundo movimiento, durante los últimos tiempos, hemos venido levantando regulaciones en torno a estas burbujas. Por ejemplo, hemos proscrito –como consecuencia del refinamiento burgués– el contacto físico en nuestras relaciones personales; hemos legislado sobre el grado de intrusión sonora que consentimos; fijado el tipo de miradas que podemos dirigir a los demás sin ofenderlos; y hasta la clase de olores que nos permitimos intercambiar.

Pero ahora, con la pandemia, hemos iniciado una nueva fase: estamos dando un nuevo impulso para la consolidación este nuevo orden –cerrado y fragmentario– impuesto por las burbujas.

La orden de la Generalitat con nuevas restricciones ante el COVID19 establece una nueva declinación de las burbujas: burbujas de convivencia (delimitadas por un techo compartido) y burbujas ampliadas (relaciones amistosas, laborales o comerciales). Pero también han surgido en otras autonomías y países, burbujas educativas en universidades, institutos y colegios de todo el mundo. Y lo mismo están haciendo en infinidad de centros de trabajo: burbujas laborales.

La digitalización de las burbujas

La efervescencia y ebullición de estos nuevos mundos-burbuja parece ser el signo de nuestro tiempo. No estamos ante hechos anecdóticos sino ante la construcción de un sistema social basado en un nuevo concepto de fragmentación y hermetismo.

Porque no es solo la pandemia, es también la digitalización.

Los medios digitales –a los que hemos cedido gran parte de nuestro tiempo y espacio– están contribuyendo a consolidar todo tipo de burbujas. Hacen re-ingeniería de la convivencia y construyen un nuevo hábitat burbujeanteburbujeante con condiciones muy estrictas: reducción del contacto físico directo; separación entre conversaciones virtuales y presencia efectiva; sustitución de la socialidad directa por la socialidad de las redes; postergación de la comunicación cara a cara mediante artefactos que, como el teléfono móvil, funcionan sobre todo como mecanismos de auto-enclaustramiento; etc.

Es un cambio decisivo. Poco a poco, el avance de las burbujas nos hace dejar atrás muchos de los nichos vitales que durante años habían gobernado la agrupación social y habían sido claves en nuestra existencia.

De aquella socialidad de las comunidades tradicionales –tras la construcción de sociedades abstractas modernas–, solo quedan reminiscencias emocionales. De la de las familias extensas –después del avance de las familias nucleares–, apenas restan huellas lejanas. De las antiguas relaciones de vecindad –debilitadas por la pérdida de sustancia de aquí y ahora impulsada por los medios de comunicación–,solo quedan vestigios. Incluso de los tradicionales espacios de intimidad, muy pronto, gracias a la digitalización, solo nos quedará un nostálgico recuerdo.

Lo que se nos viene encima es un entramado complejo de burbujas sociales, que funcionarán como jaulas invisibles y harán que nuestra socialidad sea muy etérea.

Los efectos nocivos

Probablemente, esta burbujeante socialidad nos puede hoy defender del contagio. Por supuesto. Pero el daño que puede infringir a nuestras formas de convivencia puede llegar a ser a la larga casi tan letal como la del virus.

Los psicólogos saben que el hermetismo, el aislamiento individual y la falta de relaciones humanas de calidad pueden dañar gravemente la personalidad; y pueden erosionar la autoestima y perjudicar el bienestar emocional y físico. Los sociólogos pueden demostrar con facilidad que un grupo humano sin contacto directo durante mucho tiempo es difícilmente sostenible; porque cualquier grupo humano, sea cual sea su constitución, necesita contacto físico para afirmar sus normas y celebrar sus ritos. Por su parte, los comunicólogos no ignoran que el acercamiento, la corporeidad y la gestualidad cercana son imprescindibles en cualquier tipo de lenguaje; y que son el único sistema para afianzar la credibilidad y el entendimiento mutuo. Finalmente, los politólogos saben que la disolución de una esfera pública sana (basada en el encuentro personal) puede, a largo plazo, acabar destruyendo cualquier posibilidad de consenso democrático y dejar expedito el camino a los abusos del autoritarismo y del populismo.

Está claro, pues, que un mundo social construido sobre la base de las burbujas de fragmentación y aislamiento solo puede aceptarse transitoriamente; como consecuencia de una breve excepcionalidad. De ninguna manera puede sustituir una socialidad humana forjada durante milenios.

No lo olvidemos ni un instante. Pensemos, pues, desde ahora mismo en cómo podremos recuperar un mundo de relaciones del que nunca podremos prescindir en medio de una pandemia y tras ella.

Una victoria política complicada de rentabilizar

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Está claro que encerrados en las burbujas no podremos permanecer mucho tiempo sin perder la esencia de lo humano. Porque con ese encierro no solo nos aislamos como personas, sino que corremos el riesgo de acabar con lo social. Y con ello, sobrevendría el abismo de una gran depresión social.

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José Manuel Pérez Tornero es director de la Cátedra UNESCO de Alfabetización Mediática y Periodismo de Calidad.

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