Prohibir el amarillo. A este nivel de degradación ha llegado la recortada libertad de expresión que sufre España en los últimos años. Agentes de la Policía Nacional recibieron la humillante misión de registrar a los aficionados que entraban a ver la final de la Copa del Rey entre el Sevilla y el Barcelona para requisar ropa de color amarillo.
Si estuvieran prohibiendo simbología política radical o banderas con denuncias políticas, lo calificaríamos de ataque intolerable a la libertad de expresión. Pero cuando requisan camisetas y sudaderas en función de su color, estamos dando un gran paso adelante en la sinrazón, nos adentramos en el sinsentido de los regímenes totalitarios gobernados por tiranos paranoicos que obsesivamente persiguen toda disidencia.
Colectivos catalanes habían llamado a los aficionados a llevar prendas amarillas en señal de solidaridad con ciudadanos catalanes que llevan seis meses en prisión preventiva, a 650 km de sus familias, sin estar acusados de ningún acto de violencia. Amnistía Internacional califica la detención de inaceptable y asegura que “pueden haber cometido algún delito menor de desórdenes públicos, pero ello no justifica una detención preventiva y una acusación de rebelión". Lo que se impidió en la final fue que un conjunto de ciudadanos expresase su solidaridad con estos presos. No es un ataque a sus derechos, sino a nuestra democracia, la de todos, la que costó su esfuerzo a muchas generaciones.
Ver másRegocijo y jolgorio
No tengo simpatía por la causa independentista. Yo abogo por construir una España de la que nadie quiera marcharse. Pero no es necesario sentir cercanía política con estos presos ni con los aficionados que expresaban su solidaridad para entender que si toleramos semejantes vulneraciones de la libertad de expresión estamos adentrándonos en una España post-democrática. “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo” es una de las máximas que se suelen citar como pilar de la democracia (erróneamente atribuida a Voltaire, por cierto, pero redactada por su biógrafa, la escritora británica Beatrice Hall). Libertad de expresión es tolerar las expresiones que pueden molestar al poder o incluso alterar el orden. Tolerar solo las otras no tiene mérito alguno.
La semana pasada, un comando de trece agentes irrumpía por la fuerza y a gritos a las a las 7.00 AM en el domicilio de Roberto Mesa para llevárselo detenido, según relatan sus vecinos. ¿Era un peligroso delincuente? No, el delito de Roberto había sido escribir en Facebook “los borbones a los tiburones”. Los borbones a los tiburones, ¿no les suena? Es un cántico coreado en manifestaciones de todo tipo desde hace muchos años, incluso lo hemos oído en canciones de rock, obras de teatro, etc. En este régimen que estamos tolerando, aquella versión del himno británico God Save the Queen (she ain’t no human being), en vez de vender millones de copias hubiera llevado a los históricos Sex Pistols a la cárcel.
Raperos, tuiteros, periodistas, los casos se suceden pero los grandes medios y las instituciones europeas, quienes podrían jugar un rol efectivo en frenar este ocaso de la democracia, sólo muy tímidamente dedican sus recursos a ello. No cabe esperar rescates en este sentido, aprovechemos el inspirador ejemplo que ha dado la huelga feminista y las movilizaciones pensionistas para recuperar la tradición de primaveras indignadas, España está necesitando su primera gran movilización masiva y transversal por la libertad de expresión y contra la censura. Mañana puede ser tarde.
Prohibir el amarillo. A este nivel de degradación ha llegado la recortada libertad de expresión que sufre España en los últimos años. Agentes de la Policía Nacional recibieron la humillante misión de registrar a los aficionados que entraban a ver la final de la Copa del Rey entre el Sevilla y el Barcelona para requisar ropa de color amarillo.