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¡Viva México, cabrones!

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Fidel Gómez Rosa

Los ataques injustos, gratuitos y de electoralismo oportunista del nuevo presidente de los Estados Unidos, el antiguo magnate televisivo Donald Trump, exigen, por la dignidad del pueblo mexicano, sacar el orgullo de ese país, hoy maltratado por la ignorancia, la xenofobia y hasta el odio de algunas minorías frustradas. Y esto allá se resume con una expresión popular, mítica, interclasista; ¡Viva México, cabrones!, que viene a significar que no les importa -es más “les vale madre”- lo que piensen de ellos o como los vean personas ajenas con sus lentes deformadas. La herencia hispana también se deja sentir: cuando nuestro Alonso Quijano “El Bueno” al verse desmentido por un labrador vecino acerca de su verdadera condición, zaherido por todos, sólo dijo: ¡Yo sé quién soy! (El Quijote I, Cap. V).

México no es un territorio vecino cualquiera de Estados Unidos. Es una república federada de proporciones inmensas con un peso estratégico en la región tanto en América del Norte como en Centroamérica. El desarrollo económico de las colonias del Este norteamericano, rápidamente traducido en poder militar y aprovechándose del desorden interno mexicano, amputó nada menos que un tercio de su espacio y permitió la conquista de la costa oeste convirtiendo a los Estados Unidos en una futura superpotencia.

La interdependencia económica pronto se convirtió en dependencia acusada del Norte sobre el Sur, incluso el nombre oficial del país fue el similar y todavía hoy perdura (Estados Unidos Mexicanos). En México son apoyados los caudillos militares que mantienen un régimen de violencia durante todo el siglo XIX. La economía mexicana se orienta en la línea acordada por Washington en favor naturalmente de sus intereses (Doctrina Monroe), como excepción puede señalarse el periodo de gobierno en los años treinta del siglo pasado del General Lázaro Cárdenas, que hizo frente a las petroleras estadounidenses y nacionalizó la principal riqueza del país: las reservas de hidrocarburos de la empresa Petróleos Mexicanos (PEMEX), poniendo sus recursos al servicio del presupuesto nacional. El presidente Cárdenas, benefactor de los republicanos exiliados españoles, supo integrar a grandes intelectuales y científicos españoles para que enseñaran a toda una generación de discípulos mexicanos y, como así ocurrió, mejoraran el nivel cultural irradiando desde el Distrito Federal a toda la República.

Tras unos años de cierta prosperidad y estabilidad en los años sesenta llegaron las convulsiones sociales y los primeros excesos del aparato represor mexicano. La relación con el Norte se mantiene en términos de creciente dependencia, ahora también de Seguridad por su encuadramiento forzoso en la Guerra Fría.

Pese a contar con excelentes centros de enseñanza tales como el Colegio de México para las humanidades -la antigua Casa de España, donde impartieron clases los maestros republicanos españoles, o el Instituto Politécnico de Monterrey para la ciencias, las élites locales comenzaron a llevar a sus hijos a las selectas universidades estadounidenses, lo que ocasionó la salida de grandes sumas de capitales, se generó la costumbre -compartida en otros países de Latinoamérica- de tener el dinero resguardado en el sistema estadounidense para evitar los riesgos de inestabilidad y la adquisición de una vivienda del otro lado de la frontera. El corolario de esta costumbre ha sido la falta de una escuela propia de políticos en el país y la formación de los políticos mexicanos con aspiraciones a ocupar la Residencia de Los Pinos en los Estados Unidos, donde vienen con la natural influenca del sistema estadounidense. Algunos de estos doctorados en economía liberal han creado grandes convulsiones en la economía mexicana (efecto Tequila) como Carlos Salinas de Gortariz (1988-1994) o Ernesto Zedillo (1994-2000).

El modelo estadounidense en el que se fija México no es mutuo y, por tanto, genera dependencia. Debería ser un reflejo a desaparecer para ganar una verdadera independencia. Carlos Fuentes, en su obra fundamental “La muerte de Artemio Cruz” (1962), capta el complejo del mexicano pudiente que se mira en el espejo del gringo del Norte, haciendo reflexionar a su personaje: “… desde entonces has vivido con la nostalgia del error geográfico que no te permitió ser en todo parte de ellos; admiras su eficacia, sus comodidades, su higiene, su poder, su voluntad y miras a tu alrededor y te parece intolerable la incompetencia, la miseria, la suciedad, la abulia, la desnudez de este pobre país que nada tiene; y más te duele saber que por más que lo intentes, no puedes ser como ellos, puedes sólo ser una calca, una aproximación” (RBA Ediciones, Barcelona: 1994, p. 29).

La situación actual de la República mexicana es preocupante con más de treinta años de estancamiento económico y en un marco de poca estabilidad y gran inseguridad jurídica (violencia del narco, corrupción generalizada y falta de transparencia). La firma del Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, en sus siglas en inglés) en los años noventa no parece que haya cumplido el objetivo fundamental, y ni siquiera se esté acercando a él, de reequilibrar el nivel de vida y de desarrollo del área del Norte de América (Canadá, Estados Unidos, México). Al contrario, el traslado de las maquiladoras e industrias auxiliares de automovilísticas y otras industrias no ha aportado valor añadido a México. Unos empleos reducidos de baja calidad, en condiciones de precariedad y un considerable incremento en la cuenta de resultados de las multinacionales estadounidenses.

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Mientras México, que tuvo que combatir durante años un movimiento guerrillero surgido del fenómeno de la antiglobalización (Frente Zapatista), profundizaba su crisis y su dependencia económica del Norte, el país perdía oportunidades de abrir nuevas líneas de desarrollo económico con otros socios: China, Europa, Iberoamérica.

En este contexto, las quejas del presidente Trump por el supuesto déficit por el acuerdo que le supone a su país suenan a sarcasmo. En la relación Estados Unidos-México no se tiene en cuenta la aportación de los mexicanos, sean “ciudadanos” o “sin papeles”, a la economía nacional estadounidense que se cifra en torno al 9% del PIB. El componente latino de personas que se expresan en español, siendo el colectivo principal el mexicano, forma ya una parte insustituible de la identidad estadounidense y ningún muro, miedo colectivo al desconocido, ni ningún demagogo ignorante podrá cambiarlo. Las proyecciones demográficas y el juego de las minorías es inexorable. De ahí la rabia, la impotencia y hasta el odio.

El duro escenario que se presenta en México podría ser una magnífica oportunidad para sacudirse, forzado por las circunstancias, la dependencia del Norte comenzando por un aumento de la producción nacional dirigida a otros mercados alternativos, emprender un movimiento de regeneración nacional y combatir decididamente los privilegios detentados por una exigua minoría multimillonaria y el desigual reparto de la riqueza nacional, que son las dos caras de una misma moneda.

Los ataques injustos, gratuitos y de electoralismo oportunista del nuevo presidente de los Estados Unidos, el antiguo magnate televisivo Donald Trump, exigen, por la dignidad del pueblo mexicano, sacar el orgullo de ese país, hoy maltratado por la ignorancia, la xenofobia y hasta el odio de algunas minorías frustradas. Y esto allá se resume con una expresión popular, mítica, interclasista; ¡Viva México, cabrones!, que viene a significar que no les importa -es más “les vale madre”- lo que piensen de ellos o como los vean personas ajenas con sus lentes deformadas. La herencia hispana también se deja sentir: cuando nuestro Alonso Quijano “El Bueno” al verse desmentido por un labrador vecino acerca de su verdadera condición, zaherido por todos, sólo dijo: ¡Yo sé quién soy! (El Quijote I, Cap. V).

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