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14 de abril de 2013: la hora más crítica para la monarquía en tres décadas

Una monarquía maniatada por los escándalos. Una monarquía en horas bajas, como nunca en todo el periodo democrático. Enredada en su propio laberinto.

Ya nada es lo que era. Y la monarquía, que parecía durante años un fortaleza inexpugnable, tampoco. A la huella del tránsito de los años se suma un potente factor corrosivo que amenaza con devorar a la institución. Es el caso Nóos

La conciencia de que la Corona atraviesa, indudablemente, su momento más crítico desde la muerte de Franco, inunda los medios, invade las tertulias y concierta a los expertos. El declive ya lo hizo notar el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en octubre de 2011, antes de la eclosión del caso Urdangarin. Se constató con mayor crudeza con la cacería de lujo en Botsuana, de la que los españoles tuvieron noticia porque el rey tuvo que ser trasladado a Madrid y operado de urgencia hace hoy justo un año. Se intentó contener el daño con 11 palabras para la historia –"Lo siento mucho, me he equivocado... y no volverá a ocurrir"– y con una visible campaña para colocar todos los focos en el llamado núcleo duro de la familia (reyes, príncipes). Pero Nóos volvió a estallar hasta acabar con la infanta Cristina imputada. Como estalló, casi al mismo tiempo, el escándalo de la herencia suiza del jefe del Estado

Como en un laberinto, la monarquía tiene contadas salidas. Los analistas consultados por infoLibre creen que la solución, cada día que pasa, es más endiablada, porque la Zarzuela no depende de sus tiempos, sino de los tiempos que le imponga la Justicia. Y la peor medida, subrayan, es el "atrincheramiento", que Juan Carlos se enroque y no ceda el testigo a su hijo. La abdicación en el príncipe emergería así como la llave que podría ayudar a la "salvación de la Corona". Pero ya nada es seguro, advierten, porque la crisis económica y el brutal deterioro institucional, junto a la evolución del caso Nóos, podrían conducir a que el descrédito alcanzase a Felipe. 

Una erosión tal de la monarquía lleva a preguntarse, en último término, si se compadece con un creciente apoyo a la república. Pregunta más pertinente si cabe en un día como hoy, 14 de abril, cuando se cumplen 82 años de la proclamación de la II República y cuando está programada una manifestación en Madrid que sus convocantes esperan "masiva". Eso ya no está tan claro. Politólogos, sociólogos, historiadores sostienen que España "no ha sido un país monárquico, sí juancarlista". Y la lucha "activa" por la república aún no es mayoritaria, ni la España de 2013 es como la de 1931. Pero, de nuevo, inciden, nada es seguro. 

El crédito se agota

Alfredo Retortillo, politólogo de la Universidad del País Vasco (UPV) y miembro del Euskobarómetro, ya creía "grave" la crisis de la institución el año pasado, tras el safari de Botsuana, porque afectaba de lleno a Juan Carlos. "Era él el parapeto de la monarquía, y debilitado él, debilitada la monarquía". Ahora, con más razón, aduce, por la saga de episodios funestos y por el impacto del tsunami de Nóos. "Sí, sin duda hoy es el peor tiempo de la monarquía en toda la democracia. No se habla de otra cosa", observa Antonio Torres del Moral, catedrático de Derecho Constitucional de la UNED y uno de los más reputados estudiosos de la Corona.

Pero, ¿hasta qué punto todo el desgaste es atribuible a causas endógenas? Los expertos sostienen que la Corona ya venía arrastrando un progresivo deterioro –y así lo ha ido atestiguando el CIS en los últimos 20 años–, pero la sospecha del lodo de la corrupción o Botsuana han actuado de potente acelerador. Sin olvidar, como dice Retortillo, que España vive una inédita convulsión institucional, de forma que "cualquiera que esté en el atril", en el poder, sufre a veces "injustamente las iras justas de una población que padece en carne propia los efectos de una crisis que no han creado y para la que no hay culpables". Belén Barreiro, expresidenta del CIS, socióloga y directora del Laboratorio de la Fundación Alternativas, advierte de que "ya se veía venir" la desaprobación de los españoles hacia su rey, siguiendo la "pauta contraria", por cierto, a la que ha seguido otra institución, el Ejército. 

El 14 de abril de 1931 en Madrid.- ALFONSO SÁNCHEZ PORTELA

"Las generaciones jóvenes no tienen ya la referencia del monarca en la Transición y el 23-F, no ven ese activo –razona–, así que casi por lógica no tienen buena valoración de la monarquía, ya antes de que ocurriese nada. Las instituciones electas tienen desgaste, pero las que no son electas lo tienen aún más, de ahí que tengan que buscar un plus de legitimidad en aquello que hacen, ya que se les demanda un papel positivo". 

Si el crédito se agota, si la institución se halla en un pantano cenagoso, ¿cabe esperar una explosión como la que culminó con la expulsión del monarca en 1931, hace 82 años? Opinión unánime: no. "No tiene nada que ver –tercia Abdón Mateos, profesor de la UNED y presidente de la Asociación de Historiadores del Presente–. En 1931 había un movimiento social que se oponía a la Restauración borbónica, al sistema oligárquico, a una Corona que cobijó la dictadura", un movimiento social que englobaba varias capas de la población, de izquierda a derecha. "Ojo, esta no es la mayor crisis de los Borbones. Hay que recordar la época de Fernando VII, de Isabel II, o la misma salida de Alfonso XIII", completa. Francisco Sánchez, historiador de la Carlos III de Madrid y coordinador de Los mitos del 18 de julio (Crítica, 2013), explica que aunque hoy y ayer exista una crisis institucional, económica y social, ahora no persiste "el problema militar" ni el movimiento obrero goza de la pujanza de antaño. La monarquía alfonsina ni siquiera era una democracia. "Sí se parece en el turnismo, en que tenemos dos partidos dinásticos". 

ABDICACIÓN: ¿SALIDA O PARCHE?

La degradación ha llegado a tal punto, dicen los analistas, que la primera salida "airosa" que le queda a Juan Carlos es ceder paso a su hijo. Xavier Arbós, catedrático de Derecho Constitucional de la Universitat de Barcelona (UB), aun reconociendo los "méritos" del monarca y su contribución a la llegada de la democracia, le pide que abdique para "salvar la cara". Cree que lo lógico es que el mismo soberano lo reclamara, o bien que el Gobierno y el PSOE le "sugieran, de forma discreta", que ese es el mejor camino, que no le queda otra. "Como ha pasado con la Ley de Transparencia, que de la noche a la mañana se ha incluido a la Corona bajo su paraguas".

Los expertos comparten que no hay impedimento legal alguno en una eventual renuncia. La contempla el artículo 57.5 de la Constitución. No está desarrollado, cierto. No se ha aprobado en los casi 35 años transcurridos desde el referéndum de la Carta Magna una ley orgánica que detalle la sucesión al trono. Pero daría igual: bastaría con que la decisión se tomara y los partidos consensuaran una tramitación ágil. O, como dice Arbós, podría ser suficiente con que Juan Carlos legara sus derechos dinásticos a su hijo, como su padre, Juan de Borbón, hizo con él en 1977. ¿Qué pasaría con la coraza jurídica de que disfruta Juan Carlos si se convierte en exrey? Para Arbós, dejaría de ser inviolable e irresponsable ante la ley. Perdería su inmunidad, su escudo. Si cometiera un delito, se le debería poder imputar, pero siempre que ese delito, avisa, se hubiera cometido después de su salida del trono, ya que no cabría una "aplicación retroactiva" del Derecho Penal. 

Retortillo también coincide que el único "revulsivo" posible es el relevo en la Jefatura del Estado. El profesor de la UPV lo concibe como una "jugada en el límite del riesgo para salvar la monarquía", porque en realidad la Casa Real "ya no maneja los tiempos". Recuerda, de hecho, que lo que hace meses podría percibirse como una salida honrosa, ya se visualiza como una "presión desde fuera", y en ese sentido juzga significativos algunos gestos, como la exigencia del PSOE de una mayor transparencia o que sectores monárquicos –y ahí la figura que nadie olvida es el influyente periodista José Antonio Zarzalejos– hayan apelado directamente a la abdicación. "La Zarzuela está esperando tanto que incluso esa solución podría verse como un movimiento a la deseperada, y eso podría hacer que en el momento actual no fuera suficiente para amainar el temporal", culmina. 

El tufo "casposo" de la regencia

Mateos concibe el recambio por el príncipe como un elemento "positivo", ya que la opinión pública no le es todavía contraria. Barreiro coincide: "La gente separa a Felipe del resto, como señala la última encuesta de Metroscopia, pero que se mantenga esa valoración está por ver. Pasa en los partidos incluso". Pone un ejemplo reciente: cuando José Luis Rodríguez Zapatero decidió marcharse y ascendió Alfredo Pérez Rubalcaba, el PSOE remontó... para luego hundirse de nuevo al poco. 

Torres del Moral se muestra escéptico. Exige urgente "cirugía" para cortar la hemorragia, nada de "enjuagues" a estas alturas. "Si el rey velara por sus intereses y por los de la monarquía, debería dar el paso porque es lo que le conviene. Si no lo hace de buen grado, es posible que se vea obligado, porque la ciudadanía no tolera ya paños calientes. Pero me temo que el monarca es reacio y que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, tampoco llegue a sugerírselo, y ese es el peor escenario, que las cosas continúen como están".

Pero, ¿se trata sólo de ceder el trono al heredero? "Cuando hay un movimiento popular muy amplio dirigido contra un rey, se intenta cambiar de rey, pero no cambia la monarquía –explica el historiador Sánchez–. Pero si la dinámica es muy grave, esto no es más que el aplazamiento del problema". El profesor de la Carlos III asegura que la crisis aún no ha llegado a su punto álgido, porque no se cuestiona abiertamente la forma política del Estado. Pero alude a lo que ocurrió en el Sexenio Democrático (1868-1874) que siguió al destronamiento de Isabel II: no se pensaba en la república hasta que esta llegó por el fracaso que supuso el rey importado de Italia, Amadeo I. 

En las últimas semanas, desde la operación de hernia discal de Juan Carlos, que le mantendrá convaleciente unos meses, se mentaba la posibilidad de la regencia. Error, convienen los analistas. Esta fórmula, señalan, está prevista sobre todo para cuando el rey es menor de edad o el orden sucesorio no se puede cumplir. "Fuera de esto, si no se va a producir una sucesión normal, pensar en una autoridad política que no es de la familia real y ejerce de regente me recuerda a épocas pasadas, me da escalofríos. O una monarquía en plenitud de funciones o directamente una república", plantea Arbós. Retortillo anticipa que la regencia evidenciaría "los aspectos más antiguos y casposos de la monarquía, la envolvería de un papel rancio, se vería más su desfase con la sociedad de hoy". 

LA DIFÍCIL LEGITIMACIÓN DEL FUTURO

El efecto novedad que podría suponer la sucesión de Felipe podría no funcionar si llega tarde. Otra conclusión que suscita cierto acuerdo. "De lo que se trata es de que el escándalo no contamine al hijo. Que no se extienda al cáncer. Es una realidad abrasadora", enfatiza Torres del Moral. Dicho de otro modo: si Juan Carlos se "atrinchera", la monarquía se tambalearía. "Cuando la imagen de la Corona se degrada, cosa que no deseo, se perjudica no sólo a la persona, al rey, sino a la institución, de modo que va en el propio interés de la Corona la abdicación, por su propia supervivencia", añade Arbós. 

El catedrático de la UB advierte de que cuanto más se deje pasar el tiempo, "peor se pone todo", porque la ciudadanía establecerá la conexión causa-efecto, que el rey dimite por el asedio de Nóos. ¿Cuándo hay que levantar el cortafuegos? Arbós se atreve a fijar una fecha para la renuncia: "Máximo durante las vacaciones de verano de este 2013, aprovechando quizá la inactividad de los tribunales". No sólo eso: si se demora la decisión, "se contagiaría la debilidad al sucesor, y ello puede provocar un salto cualitativo, que en los climas templados del electorado [en el centro], se asiente la idea de que hay que cambiar la monarquía por la república". Explorado el peligro, ¿a qué obedece la resistencia? "La Zarzuela confía en que la tormenta pase", alega Mateos. 

¿Un referéndum debilita o refuerza?

La sucesión, anticipan los analistas, distará en cualquier caso de ser pacífica, porque la fuente de legitimación de Felipe VI, si llega a reinar, no será ni la Transición ni el 23-F. Mateos indica que "lo correcto" sería un referéndum monarquía-república, aunque duda de que el propio príncipe lo promoviera, y menos aún lo impulsaría el PP, en el Gobierno. Por no hablar de que "el afecto de los jóvenes hacia su futuro reinado no hay que darlo tan por descontado". A Torres del Moral también le seduce la idea de un plebiscito, pero "el abecé de la política dice que no se hace una consulta para perderla, se convoca cuando interesa convocarla". "Los referendos son imprevisibles, más que unas elecciones, y dependen mucho de la campaña de los partidos o de la misma formulación de la pregunta. Pero sería la fuente de legitimidad misma, la voz directa de los ciudadanos", opina Barreiro. 

Sánchez, por el contrario, juzga un "error tremendo" para la Zarzuela pasar por un referéndum. "Una monarquía no se valida por las urnas, es una institución antidemocrática por definición, está vinculada a la sangre (o mejor, al semen), y si vas a una consulta para ver si quieres o no monarquía, quieres decir que puedes votar al jefe del Estado republicano". Retortillo pinta de endiablada cualquier salida: "Necesita buscar otra fuente de legitimidad más allá de la obvia, que es que hereda a su padre. Pero por ahora no tiene otra. Si se sometiese a las urnas, debilitaría su posición, porque despertaría a los sectores templados, a amplias capas de la población que no son especialmente monárquicas pero tampoco activamente republicanas. Un plebiscito activaría el debate sobre la forma de gobierno. Hoy desde luego, si ganara la monarquía, no sería por goleada, y eso la debilitaría mucho más". 

Torres del Moral pronostica que Felipe, "obstáculos, los tendrá sin duda". La opinión pública puede dejarse "seducir por la novedad en un primer momento, con la esperanza de que todo vaya a mejor, puede abrir un armisticio", pero el príncipe "debería hacerlo muy bien para pervivir". Y ahí se vuelve al punto de partida: la monarquía, en el siglo XXI, sólo puede justificarse por su "prestigio, por la auctoritas, por la ejemplaridad". Y si no la hay, entra en quiebra. "El problema de confianza es general. No hagamos del rey el chivo expiatorio", contrapone Arbós.

EL MITO FRANQUISTA DE LA REPÚBLICA

Que la monarquía se hunda en el fango del descrédito, ¿conduce a un aumento automático de apoyos a la república? Entre los jóvenes, sin duda, argumenta Barreiro, señalando los estudios del CIS y los últimos de Metroscopia. "Ellos todo lo cuestionan, y si ven que la Corona no lo hace bien, se plantean qué sentido tiene". 

Barreiro, como otros expertos, señala que no es inocuo preguntar si uno es monárquico o republicano o inquirir si uno defiende la Corona o elegir al jefe del Estado, o en qué sentido compensa tener una primera institución no electa. ¿Por qué? Por las "connotaciones que tiene para la gente de centro y de derecha la idea de república". Ahí entra a trabajar el imaginario antirrepublicana que tanto alimentó el franquismo. Son Los mitos del 18 de julio que Sánchez y sus colegas intentan desmontar en su reciente obra. Mitos, dice, que la historiografía ya había liquidado pero que no están "desmontados en la sociedad": "Hay una corriente mayoritaria que sí demoniza la II República, especialmente la etapa del Frente Popular [justo antes del estallido de la Guerra Civil]. España es de los pocos países que asocian república con izquierda o con lío, cuando la mayor parte del quinquenio 1931-1936 estuvo ocupado por Gobiernos de derechas. Como es falso que la II República la trajeran sólo las izquierdas. La trae también la derecha que rompe con Alfonso XIII". 

Retortillo ve asimismo ese "poso cultural" heredado del franquismo. Mateos, sin embargo, que la asociación de república y caos ya se ha difuminado, porque las generaciones que vivieron la Guerra Civil y la dictadura son mayores. 

Marcha por la III República, el 14 de abril de 2012.- EFE

Lo que el régimen de Franco y la Transición democrática no llegaron a arrumbar fue el acendrado sentir republicano de la sociedad española. "España es y ha sido republicana. Se aceptó la monarquía, pero no quita para que el sentimiento republicano siguiera existiendo. Aquí jamás ha habido un sentimiento nacional asociado a la manorquía, no se ha construido –sentencia Mateos–. Sí ha habido juancarlismo. Por eso, en la medida en que el tiempo de Juan Carlos desaparece y su valoración se degrada, puede que vuelva a aflorar ese sentimiento republicano". "La monarquía nunca ha gozado de gran popularidad en España en el siglo XIX y XX, ni tampoco la han tenido los Borbones". Barreiro no es tan taxativa: "Decir que los españoles son de una determinada manera es hablar en el vacío porque no hay encuestas anteriores a la democracia". 

La concepción utilitarista de la Corona

En España, aseguran los expertos, se ha impuesto una concepción utilitarista de la Coronautilitarista . Todo lo contrario a lo que ocurre en el Reino Unido o en los países nórdicos, donde sus respectivas monarquías están asentadas y, pese a que puedan recibir críticas feroces, no corren peligro. "Aquí, sí el rey se ha visto útil, se le ha dejado estar, y si no, fuera. Ese utilitarismo le vino bien a Juan Carlos: se le vio como útil, como garante de la democracia y del cambio. Pero él más que nadie es consciente de que es contingente, y que el tiempo en que los medios le mimaban con algodones acabó. No logró asentar un sentimiento monárquico", afirma Retortillo. 

Este profesor de la UPV analiza que hoy por hoy, "hay más crítica a Juan Carlos que apoyo efectivo a la república". La demanda activa del cambio de régimen está más clara en los electores de izquierdas más ideologizados, pero no bastan "en los parajes templados la cosa se complica". "Hay una buena parte de la población que podríamos definir como no monárquica, aunque no saldrá a la calle a pedir la república, y los sectores activamente republicanos no son tan fuertes. Hacen falta esas capas templadas". Porque si estas despiertan, prosigue, tendríamos "el salto cualitativo, el momento del cambio". A esta situación ha ayudado, argumenta, que el PSOE no haya hecho en este tiempo "pedagogía republicana" entre sus votantes más centrados, como sí ha hecho de la igualdad, por ejemplo, una de sus banderas. 

La rebelión contra los partidos "dinásticos"

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Si los dos grandes partidos, PSOE y PP, no se mueven y no piden un cambio de forma de gobierno, sus electorados no se mueven. ¿Aserción válida? "Hace un año habría dicho que sí sin dudarlo –responde Barreiro–. Pero hoy ya no. PP y PSOE se están quedando sin votantes, la crisis del bipartidismo es evidente y hasta IU aventaja al PSOE en intención directa de voto. Los dos han dejado de ser el referente para la opinión pública. Un sistema más fragmentado es, por naturaleza, más imprevisible". Torres del Moral alerta de que en un escenario "explosivo" todo escapa al control: "Me temo que el decrecimiento del sentimiento monárquico no esté acompañado de un respaldo a la república. Los españoles no creen en nada, están más preocupados por ganar mil euros para pagar la hipoteca. Tienen motivos para no creer, pero es dinamita pura". 

¿Llegó la hora de la III República? Contesta Sánchez: "Mañana no, claro. Si lo comparamos con hace 20 años, con hace cinco, es evidente. Antes, ni siquiera se hablaba de este asunto. Y ahora sí. Y se habla de reforma constitucional, y ya se sabe que si se abre el melón, parece lógico que se toque la monarquía. Los partidos dinásticos a la vez pierden fuerza". 

No son tiempos de grandes certidumbres, sino de volatilidad. Y la monarquía, además de necesitar un aggiornamento –y sin escapar, coinciden los expertos, de una transparencia total–, no las tiene todas consigo. Su situación aún es susceptible de empeorar. Ni siquiera que la infanta no acudiera finalmente a declarar sería un alivio. Más bien, como dice Torres del Moral, resultaría contraproducente, por el severo azote de la opinión pública. El futuro no está jamás escrito, pero en el caso de los Borbón está más en el aire que nunca en los últimos 40 años. El laberinto no enseña la salida

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