Memoria histórica

77 años después, una carta del padre asesinado

Felisa recibe las cartas enmarcadas escritas por su padre, en su casa de San José de la Rinconada (Sevilla). Detrás de ella, Manuel Hernández (izquierda), Emilio Barbosa y Paqui Maqueda (sosteniendo un libro).

El Estado español lleva casi 80 años fallándole a Felisa González. A su padre lo mató el 26 de febrero de 1940 el incipiente régimen salido de la guerra. Fusilado, como tantos perdedores del conflicto, como tantos hombres de izquierdas. Ella cumplió tres años en marzo de aquel año. No recuerda nada de él. Felipe González de los Santos, se llamaba. Felisa conserva algunas fotografías, que mira con cariño y emoción. "Me acuerdo de la ausencia, nada más. Y de mi madre, que se murió entonces. Y que ya no hizo más que trabajar, trabajar y trabajar. Siempre de negro. Yo sé que no tiene sentido, pero era lo que había entonces. No se quitó el negro en su vida. Y nunca quiso hablar del tema. Yo tampoco, porque veía que a ella le dolía. No recibimos ni una ayuda. A mi madre le dijeron que podía recibir una ayuda si la pedía en el Ayuntamiento, pero tenía que firmar que mi padre había muerto de muerte natural. Y no quiso. No firmó. Se quedó sin paga, pero no firmó", cuenta Felisa, sentada en un sillón del salón de su casa en San José de la Rinconada (Sevilla). Su historia se parece a la de tantos miles de familias de la España derrotada: represión, muerte, silencio... Y tras muchos años, lustros y décadas, una tímida reivindicación: encontrar los restos del ser querido, sacarlos de la fosa común, poder enterrarlos dignamente. La historia se parece, entonces. Pero no es igual.

¿Qué hace extraordinaria la historia de Felisa? El objeto está encima de la mesa. Unos papeles enmarcados. Cartas. Su contenido es estremecedor. "No quiero que mis hijas ignoren quiénes son los culpables de mi muerte". "Los que se enriquecieron con mi sangre y sudor son mis mayores enemigos y los culpables de mi muerte". "Sed buenas y honradas". "Si de mis hijas, alguna sale con ideas extremistas, no las acortes y que cada una tenga la idea que quiera, que es la única libertad que se puede tener por riqueza". Son cartas dirigidas por Felipe González a su mujer, Manuela Ramos Nogales, y sus tres hijas: Lola, Isabel y Felisa, la única que aún queda viva. Cartas firmadas el 25 de febrero de 1940, ya con la certeza de la muerte. "Honrad el nombre de vuestro padre –les escribe a las niñas–, que muere por defender la honra de un pueblo libre". Tampoco son las cartas en sí lo que hace única la historia de esta familia. Sino el hecho particularísimo de que que han llegado ahora, 77 años después, a manos de Felisa.

La historia tiene un punto rocambolesco. Las cartas escritas por Manuel en la antesala de su fusilamiento, al menos tres, acabaron en manos del abogado Eduardo Cruz, que había ejercido lo poco que pudo ejercer de la defensa del condenado. De algún modo, una o parte de una de las cartas sí llegó poco después del fallecimiento a Manuela, la viuda, porque a día de hoy Felisa conserva fotocopia de unas líneas escritas por su padre. Pero el resto quedó en manos de Eduardo Cruz. De éste pasaron las cartas a su hijo, del mismo nombre, también abogado. Un amigo de este segundo Eduardo Cruz, Manuel Hernández, se fijó en las cartas enmarcadas en una pared de su despacho, en la calle Tetuán de Sevilla, en 2007. "Las tenía como oro en paño. A mí me dieron curiosidad. Cuando Eduardo me vio intentando leerlas, me explicó todo. Que su padre defendía casos perdidos, y que un señor que estaba ya en capilla le había dejado aquellas cartas, que habían terminado llegando hasta él", explica Manuel Hernández, de 49 años.

Manuel y Eduardo eran amigos. "Él era republicano y nacionalista andaluz. Hablábamos a veces de estos temas. Recuerdo que me dijo: 'Cuando me muera, te las regalo'. Había allí un compañero suyo de despacho delante. Con la mala suerte de que al año le dio un infarto y se murió", explica Manuel. Eduardo aún no tenía ni 70 años. Así acabaron las cartas en poder de Manuel. Persona de buena voluntad pero sin vinculación con el movimiento memorialista, hizo algunos intentos infructuosos por conocer algún dato de aquel "Felipe González de los Santos" que firmaba las misivas. "Estuve mirando cosas por Internet, pero nada", explica. Su deseo era poder entregar las cartas a las hijas de Felipe. No cabía duda de que era ésa la voluntad del condenado al escribir: "A mi querida esposa e hijas entrego mi alma, porque otros se la entregan a Dios, y mi Dios sois vosotras, y por tanto a vosotras os entrego deseando mucha salud y mucha vida y que no se apenen, que mi vida no tiene importancia, porque entre tantas es una más, y más vale ser viuda de un idealista que ser mujer de un cobarde que hipoteca su dignidad por un pedazo de pan. Besos y abrazos para todos. Felipe".

La casualidad entró en escena. Pasados los años Manuel coincidió en unas cervezas con Emilio Barbosa, perteneciente a la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). "Recuerdo que le comenté lo de las cartas sin más, por comentárselo. Y él me dijo: 'Pues yo conozco a una persona que puede saber algo'". Emilio se refería a Francisca Maqueda, presidenta de la asociación Nuestra Memoria, una de las impulsoras del proyecto Todos los Nombres. En el movimiento memorialista sevillano, no hay quien no conozca a Paqui Maqueda, implicada hasta las cejas en dar consuelo y respuesta a las familias de represaliados. Emilio contactó con Paqui. Bingo. Claro que sabía quién había sido Felipe González de los Santos. De hecho, había sido de su mismo pueblo, Carmona. Y sí, le quedaba una hija viva, Felisa.

Felisa nunca había querido saber ni investigar nada mientras vivió su madre. "No nos atrevíamos ni a sacar el tema", explica. "La verdad es que nunca tuvimos tiempo. Tuvimos que trabajar toda la vida". Trabajar es todo lo que a Felisa se le viene a la memoria. En Carmona, en el campo; en Sevilla, en la Joyería Reyes. A los 22 años, se casó con el que fue toda la vida su compañero, del que cuidó en sus últimos años, enfermo de espondilitis anquilosante, necesitado de ayuda. Fue ya viuda cuando más sintió la urgencia de juntar las piezas de la muerte de su padre. Y fue la asociación Nuestra Memoria la que guió sus pasos. Hoy, por la documentación municipal de Sevilla, cree que su padre se encuentra en una de las fosas comunes del cementerio de Sevilla, que precisamente ahora van a excavarse. En ese camino entró en contacto con Paqui, que fue la que recibió la llamada de Emilio Barbosa. Quedaron para llevarle las cartas a Felisa. Enmarcadas tal y como las tuvieron durante años los abogados Cruz. La entrega tuvo lugar el 17 de septiembre. Estuvieron Paqui, Manuel, Eduardo y Felisa.

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"Ni maté ni robé"

Volvemos al contenido. "Deseo que os encontréis bien y que tengáis más suerte en esta vida que yo", dejó escrito Felipe. "He sido bueno y nunca hice daño a nadie, pero una mala intención de un buen amigo me ha quitado la vida". "A nadie maté ni robé. No os avergoncéis por mi muerte porque muero inocente de todo lo que se me acusa". "Pide también 27 pesetas que quedaron en la cartera aunque dudo que te las den". A Manuel siempre le han parecido unas cartas "impresionantes". E igualmente le impresionó la forma en que Felisa las recibió, con emoción y entereza. "Fue una satisfacción sentir que finalmente las cartas llegaron donde tenían que llegar", señala. "Las cartas muestran lo que fue mi padre, pidiendo a su familia que no renunciase a sus ideales. El pobre. Mi madre le había dicho que no se metiera en política, que le iba a traer problemas", explica Felisa, que no tiene –aún hoy– un conocimiento detallado de la trayectoria política de su padre. "Yo creo que lo que lo puso a mal traer con los señoritos del pueblo no es que le gustara eso de la política, sino que ayudaba a la gente. Algunos lo llamaban para defenderse de los señoritos, antes de la guerra. No es que él supiera mucho, pero había otros que no sabían ni leer", explica.

Mira las cartas y añade: "¡Fíjate cómo han ido las cosas a caer en su sitio!". Felisa sigue sintiendo que no todas las piezas encajan. No entiende por qué no llegaron hasta la familia las cartas tras el fusilamiento de su padre, sino sólo una de ellas. Las incógnitas sobre el qué, el cómo y el porqué del recorrido de esas cartas le parecen a estas alturas a Felisa imposibles de resolver. Más que reproche a los abogados que las tuvieron durante décadas, muestra incomprensión. Quizás aquel abogado que lo atendió pudiera haber aportado alguna pista sobre su paradero, piensa. Porque lo que más le escuece es eso: es no saber con certeza dónde están los restos de su padre. Y que las cartas no ofrezcan, cosa lógica, ninguna pista al respecto. "Mi objetivo es sacarlo de ahí [de la fosa común del cementerio]. Pero va a haber poco que hacer. Ha pasado mucho tiempo. No se le va a hacer justicia", lamenta. Sólo al expresar sus dudas sobre la búsqueda de los restos se le quiebra la voz. ¿Por qué? ¿Por qué es tan importante encontrar los restos? "Es difícil de explicar. El que no lo ha sufrido, no lo entiende. Si yo no me hubiera metido en la asociación, tampoco me lo hubiera planteado. Hubiera estado como toda la vida, sin hablar de nada, intentando no pensarlo", explica. Y se queda con un pensamiento: "Qué pena, tanto pasar, tanto pasar... Para nada".

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