Si no le agradan las efemérides y actos regios, échese a un lado. Porque avecina aluvión. Juan Carlos I de España cumple este viernes 80 años, cifra redonda que alcanzará también en noviembre su esposa, la reina Sofía. El doble de años que los que acumula en 2018 la Constitución española, clave de bóveda de la transición, el periodo político en el que más protagonismo asumió el hoy rey emérito. Felipe VI cumplirá además 50 años el 30 de enero. Con todo ello es previsible que haya por delante numerosas glosas del papel de la monarquía, apelaciones al "espíritu de la transición" y "balances de la España constitucional". Ése es el terreno en el que más favorecida ha salido siempre la imagen de Juan Carlos I, a quien no obstante le llega el cumpleaños en horas difíciles.
Aunque goza del apoyo de las élites políticas, económicas y mediáticas, ya no es inmune a las críticas. Asuntos como sus negocios, la herencia que supuestamente le dejó su padre en Suiza y el uso de medios públicos para financiar su azarosa vida privada o encubrir episodios embarazosos forman parte de la agenda política e informativa de los partidos y medios menos dispuestos a dar continuidad al tabú monárquico. Sus mejores credenciales están raídas: su aura de "piloto de la transición", el cariño popular al "rey campechano", el prestigio por su papel ante el 23-F... Aún están muy recientes sus últimos años. La decadencia. El escándalo del elefante en Botsuana, que lo obligó a una escueta –e insólita– disculpa, constituye el emblema y máximo exponente de su desprestigio. Una cacería de lujo en país exótico en plena crisis en España.
El rey cumple años alejado de los focos, casi sin actividad pública y con una agenda privada discretísima, de la que sólo se conoce lo suficiente para saber que no ha perdido el gusto por la exclusividad y la aventura. Institucionalmente está casi en el ostracismo, aunque este sábado está previsto que acuda, por primera vez desde su abdicación en 2014, a la Pascua Militar. El periodista José Antonio Zarzalejos ve al rey emérito "sin espacio institucional ni protocolario de ningún tipo". Y le parece razonable que así sea. "El rey [Juan Carlos I] no debe tener ningún papel. Podría interferir [con Felipe VI]. Ya mantiene el título de rey y el tratamiento de majestad. En otras monarquías, como la holandesa, la reina abdicada ha pasado a princesa", explica el exdirector de Abc. El año pasado Juan Carlos I trasladó a diversos medios su enfado por su exclusión de un acto de conmemoración de la transición. Entre el rey emérito, la Casa Real y el Gobierno aún no han logrado dar una solución al vacío protocolario sobre su figura. Si los expresidentes son como jarrones chinos en apartamentos pequeños –como dijo Felipe González–, el rey es un jarrón especialmente grande en un apartamento especialmente pequeño.
Es pronto para saber si este 2018 cargado de celebraciones será el de la rehabilitación de Juan Carlos I. A juicio de Rebeca Quintáns, biógrafa crítica, los círculos monárquicos "están esperando un tiempo prudencial antes de volver a insistir en esa imagen edulcorada de piloto del cambio y la transición". En cuanto crean que las historias de elefantes han quedado desdibujadas en la memoria, opina Quintáns, volverán a la carga.
infoLibre analiza con cinco investigadores la figura del monarca emérito.
El prestigio dilapidado en frivolidades
Juan Carlos I "ha disfrutado de un gran prestigio, pero él mismo lo ha devaluado", señala la periodista Pilar Urbano, especializada en asuntos de la Corona. "La historia tendrá que ser justa con él. Le debemos mucho. A mí la reina me decía: 'Mi marido ha traído una novedad, la monarquía democrática". Y es verdad. Y fue fundamental para la apertura de todos los foros internacionales. Quien ha depreciado al final la biografía de Juan Carlos I ha sido él mismo", anota. "¿Que si siente que se le trata injustamente? No sé lo que siente. Lo que sí sé es que no hace nada para que se le trate de otra manera. Todo lo que se lee y se oye sobre él es que ha estado en un resort de lujo, en un almuerzo con ricachones. Siempre así", añade. A su juicio, la Corona requiere ejemplaridad para mantener la "autoritas" que casa mal con la "frivolidad" del monarca emérito, que además terminó su mandado "desprestigiado" por el episodio de Botsuana y el caso Urdangarin. "Se conoció que levantaba el teléfono pero ya no para asuntos regios, sino personales. Salió además aquella noticia de la cuenta en Suiza. Todo eso pasó factura. Y la factura fue que tuvo que abdicar", explica.
Urbano cree que Juan Carlos I podría haber asumido tras su abdicación un papel "sénior" de "rey consejero", pero no ha sabido, no ha querido o no lo han dejado. "Él ha tenido poder de audiencia, que da experiencia, influencia e información. Con todos sus contactos y sus dossieres, podría haber tenido su sitio en la sombra desde la lealtad. Si no lo sabe ocupar, va a acabar en el desván, como el rey olvidado", señala la periodista, que se pregunta: "¿Seguirá teniendo el rey celos de su hijo? Es una pregunta muy fundada. Siempre los ha tenido. Celos intelectuales, de su juventud...".
Urbano recuerda que Juan Carlos I llegó al trono con "tres ilegitimidades". La primera es la "dinástica", porque no le correspondía a él reinar, sino a su padre, Juan III. La segunda es "política", porque su origen es su nombramiento por parte de Francisco Franco en 1969 como "sucesor a título de rey", cuando Franco no podía hacer tal cosa al no ser "un hacedor de reyes". La tercera era "popular". "El pueblo no lo quería. Unos por franquistas, y otros porque era el rey de Franco", señala. No obstante, salió adelante por el "respaldo fortísimo de Estados Unidos" y por un hecho político crucial. "Juan Carlos I se despojó de todos los poderes de Franco. Él mismo lo dijo al hacer la Constitución: 'Me habéis desplumado'. Se convierte en un rey simbólico. Pasa a ser nuestro rey en el sentido de que es nuestro, no somos suyos. Se convierte en un rey patriota y automáticamente es aceptado", señala Urbano.
Las "sombras", relata la periodista, empiezan con la "duda popular" sobre su papel en el 23-F. Urbano sostiene que Juan Carlos I no participó en el golpe de Estado, sino en un "golpe de Gobierno" anterior para sacar a Adolfo Suárez que acabó contribuyendo, sin que él quisiera, al golpe de Estado. "Él paró un golpe de Estado que en cierto modo había puesto en marcha con el golpe de Gobierno", afirma. Todo el "borboneo" acabó con Felipe González, que "lo pone en su sitio". "Lo manda a esquiar, a cazar, a divertirse en los sitios más caros... Pero que no interfiera. Ahí empieza el rey holgazán, que siente que ha amortizado su institución. Empieza una decadencia. Y claro, cuando un rey no puede reinar, pues como decía su abuelo Alfonso XIII, lo que tiene que hacer es divertirse. El problema es que Juan Carlos no tiene aficiones literarias, ni culturales. Le gusta volar, la fotografía. Se dedica a sus deportes, sus amores. A la buena vida. Un bon vivant que no estorba", explica la autora de libros como La reina, La reina muy de cerca y El precio del trono. Urbano afirma que Juan Carlos I mantuvo un papel diplomático muy útil. "El rey descuelga el teléfono y se le pone todo el mundo. Recuerdo que algún ministro me dijo que habían estado atascados con una negociación pesquera con Marruecos hasta que el rey descolgó el teléfono, llamó a Rabat y se acabó el problema", afirma.
¿Debe el rey explicaciones sobre su patrimonio o la supuesta cuenta en Suiza, o sobre el coste de dinero público de sus excesos personales? "No lo sé. Sé que lo que dijo no sirve para nada. Ese 'lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir' se queda corto. Tenía que haber dicho 'me distraje de vosotros'". No obstante, esta "devaluación", señala Urbano, "no empieza con Botsuana, sino con aquellos osos que le ponían en Rusia para que los cazara, que al parecer estaban adormilados. Toda esa vida lúdica, cuando en España ya había aquella crisis económica... Lo que la gente vio en Botsuana, aparte del desaire por la infidelidad a su esposa, fue que un rey que era nuestro no se ocupaba de nosotros, y se iba a un ocio lejano y caro mientras aquí muchos no llegaban al mes".
El resultado final fue que "le trasladó a su hijo una corona abollada, depreciada y manchada". Ahora lo que debería hacer es "saber ocupar su sitio", porque España, "que no es monárquica, no puede confundirse con dos reyes". "Podría adoptar un papel discreto para allanarle el camino a su hijo en un momento muy difícil, con un pujante republicanismo, peligro de secesión y una reforma de la Constitución que va a tocar la forma de Estado. Falta arropo institucional, porque el Gobierno es un poco autista. Haría falta ese rey en la sombra, ese viejo rey". A Felipe VI, Urbano lo ve como "un rey prudente y atento que duerme con un ojo abierto, porque sabe que está en un campo de minas". A su juicio, al recibir una "corona depreciada, sucia", entendió que debía "demostrar intachabilidad", por lo que ha actuado "de modo muy duro", por ejemplo expulsando a su hermana Cristina "de la Corona y hasta de España". Urbano considera que Felipe VI ha hecho de "pararrayos" en la crisis catalana y que ha sabido adquirir "gravedad" institucional, acompañada además por la imagen, de "barba canosa y ceño fruncido".
Un destino ligado a la transición
La memoria sobre el monarca emérito estará siempre ligada a la visión que domine sobre la transición y la Constitución, opina Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza. Es previsible –señala– que el 40º aniversario de la Carta Magna dé pie a un "intento de recuperar su figura, porque eso consolida la de su hijo". El historiador considera que Juan Carlos I "tardó dos años en dimitir". "Estuvo muy mal asesorado. Hubiera salido mejor abdicando antes. Pero cuando se hizo, los medios cerraron filas con el nuevo rey", señala. A su juicio, no existe ahora mismo en el espectro político una pujanza republicanista que amenace a la Corona.
Casanova señala que actualmente la mayoría de los análisis de la transición "hacen una valoración positiva del rey", lo cual podría cambiar en función del contexto europeo y de la consolidación o no de la monarquía. "Otra cosa es si estos análisis son producto de la investigación de la voluntad mediática. Las investigadores que realmente colocan al rey en perspectiva comparada siempre señalarán que la monarquía española llegó de forma excepcional, porque las demás monarquías europeas que habían desaparecido no volvieron, y las que llegaron lo hicieron tras la Segunda Guerra Mundial y la derrota de los nazis. También porque el rey no afronta una transición normal, sino con un golpe de Estado. Toda su figura depende de ese golpe, cuando pasa a ser visto como garante de la democracia", señala.
Pero Casanova aporta una visión menos tópica, fruto de la investigación historiográfica más que del artículo hagiográfico: "El rey no venía de la tradición democrática. Cuando muere Franco, él no tiene proyecto democrático para España. Esto lo sabemos los historiadores y lo niegan los que están en campaña política". La legitimación fundamental del rey, según Casanova, ha residido en su papel de "garante de la transición". Eso acabó inclinando la balanza a su favor en el resto de debates. "Todo lo demás quedó en un segundo plano porque hubo un acuerdo en los medios. Si se habla de su patrimonio, inmediatamente se dice que hay también políticos corruptos", explica.
La necesidad de apuntalar el carácter democrático de la monarquía llevó incluso a "ensuciar la historia de la República", que en la izquierda "estaba sacralizada" por contraste con la histórica "monarquía corrupta" y dejó de estarlo. Casanova considera, no obstante, que la noción de la monarquía como un régimen menos democrático está más extendida en España que en otros países europeos con reyes. El historiador observa que actualmente en España "nadie se atreve a proponer un programa republicano en condiciones en España", y cree que el que lo haga, "lo pagará electoralmente". Sobre cómo será finalmente valorada la figura del monarca, Casanova insiste en distinguir entre la impresión que predomine en la opinión pública y la investigación real. "Tiene que haber seriedad en el análisis y una revisión crítica de la transición", expone.
Un castigo popular que remitirá con perspectiva
José Antonio Zarzalejos cree que "aún no hay perspectiva histórica" para valorar a Juan Carlos I. "Siguen pesando mucho los últimos años de su reinado, sobre todo para las generaciones que no vivieron la transición", explica el exdirector de Abc, que asistió en primera línea periodística al apogeo de su reinado y a "sus años más oscuros", a partir de 1995 hasta la abdicación en 2014, tras "una fuerte pérdida de adhesión popular". A juicio de Zarzalejos, el "pendulazo" en la opinión pública ha sido excesivo. "Antes eran todo elogios, que luego pasaron a reproches. Durante años los medios mantuvieron un pacto de silencio, que estaba basado en la estabilidad democrática de España. Pero, consolidada la democracia, eso terminó y además el rey perdió la discreción de manera notable. Y claro, en la monarquía hay un elemento fundamental, la ejemplaridad, no sólo pública sino también privada", señala el periodista.
El bombazo informativo de la cacería de Botsuana "destapó otras muchas cosas". "Era desordenado, era irse a un país sin comunicaciones, donde no teníamos representación diplomática, con una persona que no era la reina. Lo tenía todo y nada era ejemplar. A partir de ahí el rey entra en barrena", señala Zarzalejos, que recuerda que el rey emérito jamás ha dado explicaciones sobre ningún aspecto "patrimonial o crematístico" que le afectase personalmente. ¿Cómo se le ha permitido? "Debemos tener en cuenta que el rey [Juan Carlos I] tiene inmunidad absoluta. En el ejercicio de sus funciones no está sometido a ningún tipo de responsabilidad, ni civil ni penal. No se pueden emprender contra él procesos judiciales", afirma.
Zarzalejos se muestra convencido de que Felipe VI ha entendido "a la perfección" las lecciones que le deja el deterioro de la imagen de su padre. Así lo revelan gestos como la adhesión a la ley de transparencia, señala, así como un empeño por mostrar "rectitud, seriedad, rigor y una vida muy pautada". ¿Y aquellos mensajes telefónicos de apoyo al empresario Javier López Madrid, el famoso "compi yogui", cuando estalló el escándalo de las tarjetas black? "Eso no fue el rey, fue la reina", subraya Zarzalejos, para quien el episodio es "un desacierto". En cualquier caso, afirma, no empaña la trayectoria de Felipe VI, que cree que supo superar la crisis de falta de gobierno tras las elecciones de 2015 y que está encarando adecuadamente la crisis catalana.
¿Y su padre? ¿Lo aprobarán finalmente la Historia y el pueblo? Zarzalejos cree que sí. "Necesitará más tiempo, pero su aportación se terminará acotando. Es el mejor referente que tuvimos en la transición. Desde la muerte de Franco hasta el 78 pilotó tres años intensos, con el reconocimiento de la Generalitat a través de Tarradellas, la ley de amnistía, el reconocimiento de todos los partidos, y en concreto del PCE, todo eso antes de la Constitución", señala, reconociendo también el acierto de "decisiones arriesgadas" como su apuesta por Torcuato Fernández Miranda o Adolfo Suárez, además de su papel en el desbaratamiento del golpe de Estado del 23-F. De su heredero, Zarzalejos afirma que se ha fijado bien en lo que hizo su padre: "Sabe lo que no hay que hacer, ahora queda comprobar si sabe lo que hay que hacer".
Una rehabilitación de diseño
¿Hay suficiente perspectiva histórica para enjuiciar a Juan Carlos I? Rebeca Quintáns, biógrafa no autorizada del rey emérito, cree que sí. Y desde hace años. "Pero nadie está dispuesto a hacerla todavía. La institución monárquica está en un momento delicado. Ha perdido apoyos por la izquierda, así que la van a reforzar por la derecha. No se va a abrir ahora la crítica. En realidad sólo se abrió en los momentos previos a la abdicación, como una preparación para el cambio de muñeco", señala Quitáns, autora de Juan Carlos I: la biografía sin silencios.
Quitáns ve venir una ofensiva de "la prensa oficialista" para defender a Juan Carlos I y, por extensión, a la monarquía, en lo que sería una operación de diseño para aquilatar la institución en tiempos convulsos. "No se van a dar explicaciones sobre su patrimonio [de Juan Carlos I] porque sería abrir un melón que terminaría obligando a darlas sobre el dinero de Felipe VI y de Letizia", afirma Quitáns, que cree que el tabú sobre el lado oscuro de la monarquía sigue vigente, sobre todo en televisión.
No obstante, la también autora –con pseudónimo– de Un Rey golpe a golpe. Biografía no autorizada de Juan Carlos de Borbón cree que el aspecto menos abordado del rey emérito no es su patrimonio, ni sus negocios, ni su vida privada, sino "su papel político en el diseño de la transición". "Fue mucho más que un rey árbitro, como se ha vendido. Tuvo una relación estrecha con Franco y con toda la oligarquía del franquismo que siguió después, así como con los mandos militares y policiales de la dictadura que también continuaron", explica. A su juicio, el rey fue fundamental en la imposición de "límites" a la democracia durante el diseño constitucional. Cree que, cuando el tiempo acabe desinflando la propaganda, la historiografía será dura con el rey emérito. Aunque a nivel de apoyo popular, recalca, todo dependerá de si se produce "un fortalecimiento político de la monarquía o caminamos en otra dirección".
¿Algo salvable del rey octogenario? ¿Algún aspecto positivo de su reinado? Quitáns se lo piensa. "Soy muy crítica. Me cuesta encontrarlo", señala. "A diferencia de este nuevo rey, que busca apoyos sólo en la derecha, [Juan Carlos I] hablaba y tenía relaciones con representantes de todos los partidos del arco constitucionalista", concede. A Felipe VI lo ve "manteniéndose al margen" de escándalos por "control informativo". "Parece que el caso Urdangarín y su hermana no tienen nada que ver con él", dice. "En lo demás", añade, "se está queriendo ganar a la derecha como su principal apoyo".
La 'perestroika' en suspenso
Jaime Miquel, investigador del comportamiento electoral y de la opinión pública, autor de La perestroika de Felipe VI, cree que "la historia absolverá a Juan Carlos I, porque absolverá la transición política". Aunque, a su juicio, dicha transición "no nos condujo a la democracia, sino al posfranquismo, en el que nos hemos pegado 40 años". El rey emérito, señala, "tiene un papel y una ubicación histórica clarísima, independiente de su vida privada o su calidad moral y ética". En el otro lado de la balanza, añade, es "partícipe del desprestigio de la democracia y de la crisis". "Si no abdica, su popularidad hubiera caído a niveles preocupantes para la Corona", afirma.
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Miquel ve la cacería de Botsuana emblemática de su decadencia. "Los elefantes son irremplazables, icónicos. Descubrir que tu rey tiene la afición de matar iconos... Después de esa foto, sólo te queda irte". Pero, ¿no son más serios los aspectos económicos, los relativos a la corrupción en su familia, a sus relaciones de negocios? El experto en opinión pública cree que España continúa siendo poco exigente en este sentido. "España no es una democracia de elaboración socialdemócrata, como algunos países del norte. Somos sureños. Hay clientelas con caciques. No hay movilidad social. Se sigue progresando por enchufismo, no por mérito. Y en cada pueblo manda uno", expone para describir el paisaje social que ha permitido al rey reducir al mínimo las críticas por su conducta.
A pesar de la permisividad, Juan Carlos I tuvo que abdicar "para cerrar una etapa" que ya estaba agotada, según Miquel. "Fue la finalizacón del ciclo de la España de los castillos, del posfranquismo, del desprestigio de la instituciones, de la uninacionalidad inmóvil". Su heredero, Felipe VI, debía protagonizar un cambio. Lo que Miquel llama "la perestroika española". "Yo interpreté su llegada como un cambio, con una identidad española nueva, ceñida a la realidad, para un proyecto de convivencia común. Su discurso de proclamación fue brillante", señala. El problema es que Felipe VI ha recogido "un país quebrado por el conflicto territorial", ante el que pronunció un discurso "totalmente equivocado" que "deja sin espacio a Leonor" como futura heredera.
A juicio de Miquel, en el terreno ético Felipe VI ha demostrado que es "otra cosa". "Se ha distanciado" de su padre, señala. Pero cree que ése no es el problema que tiene que resolver, sino cómo abandonar su "discurso autoritario" sobre Cataluña. "Pienso que está secuestrado por la institución, por la cultura política posfranquista", afirma. Ahora, considera Miquel, "se ha dado cuenta de su error por el fracaso de la operación 155", por lo que su discurso de navidad fue "especialmente suave". Felipe VI estuvo "muy equivocado" si creyó que el referéndum del 1 de octubre le brindó su particular 23-F, opina el analista, para quien el actual rey debe proponer "un nuevo reino" y tener en la cabeza un dato: "Con menos de un 70 por ciento de apoyo, un rey no es rey".
Si no le agradan las efemérides y actos regios, échese a un lado. Porque avecina aluvión. Juan Carlos I de España cumple este viernes 80 años, cifra redonda que alcanzará también en noviembre su esposa, la reina Sofía. El doble de años que los que acumula en 2018 la Constitución española, clave de bóveda de la transición, el periodo político en el que más protagonismo asumió el hoy rey emérito. Felipe VI cumplirá además 50 años el 30 de enero. Con todo ello es previsible que haya por delante numerosas glosas del papel de la monarquía, apelaciones al "espíritu de la transición" y "balances de la España constitucional". Ése es el terreno en el que más favorecida ha salido siempre la imagen de Juan Carlos I, a quien no obstante le llega el cumpleaños en horas difíciles.