Talento a la fuga
Arquitectos en Perú: “Por mal que esté Lima, siempre estará mejor que España”
Quedaban solo las migajas del enorme pastel del ladrillo que ya se había repartido en España cuando José Rivero terminó la carrera de arquitectura. Era el año 2010 cuando este joven sevillano de 28 años intentaba acceder sin éxito a un mercado laboral agotado por la especulación. Hizo un máster en Madrid y después pasó un año sabático “por obligación”, hasta que las circunstancias le empujaron a volar a Latinoamérica. Ahora vive en Perú, donde dice tener la oportunidad de desarrollarse profesionalmente. En la misma situación se encontró Gabriela Sanz
(33 años), también arquitecta. Llegó a Lima con un billete de avión y unas cuantas entrevistas de trabajo pactadas por Internet. Encontró empleo en una semana. Ahora lleva casi cuatro años en la capital peruana conviviendo con profesionales españoles de la construcción que han visto agotadas sus opciones laborales en su país y a los que se refiere como “expatriados”.
“Se construyó por encima de nuestras necesidades”, dice Gabriela. Una expresión que explica la apuesta de España por un modelo productivo basado en el cemento que, en los años previos al estallido de la crisis, prometía prosperidad y miles de puestos de trabajo. “Cuando estaba estudiando podía tener el trabajo que quisiera. Era desbordante. Cuando terminé, no había tanta abundancia de empleo y, de ahí, la oferta fue descendiendo”, recuerda Gabriela. José también se encontró con el vacío. Tras titularse, intentó primero mejorar su formación y acceder a unos cursos que ofrecía la Junta de Andalucía pero, según indica, “nunca salieron por falta de presupuesto”. Desde Sevilla viajó a Madrid donde estudió un máster durante un año, tiempo en el que mantuvo la esperanza de que amainara la crisis. Sin embargo, explica, “las cosas no hacían más que empeorar”.
Ninguno de los dos vive en Lima por el sueldo o las condiciones laborales. El salario en la capital de Perú no les permite ahorrar, pero sí dedicarse a aquello para lo que se formaron. “Si estoy aquí no es por el dinero, sino por poder desarrollarme profesionalmente”, explica Gabriela, que dice sentirse “ilusionada” tras haber atravesado dificultades en un país que ni es tan barato, ni le permite cuadrar las cuentas tan fácilmente. A la misma conclusión ha llegado José, que trabaja ahora con una socia haciendo proyectos de arquitectura, diseño mobiliario y reformas. Una aventura que le ilusiona, pero que de momento “no está generando un volumen de trabajo muy grande”.
A pesar de que los dos coinciden en señalar que en Perú también hay que sortear dificultades, como demoras en los pagos, impuntualidades de los proveedores e incluso un descenso significativo en la construcción, ninguno tiene pensado abandonar ese país. José lo ve claro: “Por muy mal que esté Lima, siempre estará mejor que España”. Lo mismo piensa Gabriela, que confiesa tener cierta añoranza de su país natal. “Tuve momentos de pensar en volver a España porque no ha sido fácil”, reconoce, pero el vacío laboral español le ha hecho desterrar esa idea. Ahora intenta hacer raíces con la gente de Perú, un país donde la media de estancia de los españoles que ha conocido ha oscilado entre uno y dos años. “No es tan fácil quedarse más tiempo y de hecho la única amiga que me hice desde el principio ya se ha ido”, explica.
Gabriela en una paisaje de Perú.
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Tanto Gabriela como José pertenecen a una generación de arquitectos que asistió a un doble fenómeno económico: el de la especulación inmobiliaria, que se gestó con la Ley del suelo de 1998 aprobada por el Gobierno de José María Azaar y que incrementó el número de terrenos urbanizables; y el del descalabro de un sector cuya actividad se configuró como el motor de la economía española y que ahora los ha arrastrado al extranjero por un tiempo indefinido.
Con todo, Gabriela asegura que en ningún caso la burbuja inmobiliaria les supuso un gran reconocimiento. “En España llegó un momento en el que el arquitecto podía decir misa, que al final lo importante era el dinero que había de por medio”, asegura. Además, tampoco existía la posibilidad de desarrollar grandes diseños en las promociones de viviendas, “porque las construcciones se hacían como churros, señala”. Algo que contrasta con las posibilidades que ofrece Perú, un país por construir y que apenas realiza pequeñas urbanizaciones, menos replicables, para una minoritaria clase media. Un hecho que según Gabriela, hace que se valore más el trabajo del arquitecto.
A diferencia de otros países latinoamericanos, en Perú no se han impulsado políticas económicas públicas. Según reseña Gabriela, todo funciona mediante la gestión privada, lo que ha convertido a los peruanos en “expertos en inventarse trabajos”. “Aquí nadie pide. Tienen una enorme capacidad de supervivencia”, explica. Una realidad que parece extenderse por el Atlántico hasta tocar España, donde cientos de trabajadores del sector de la construcción se han visto obligados a reinventarse fuera de sus fronteras para superar el descalabro económico que supuso, primero la burbuja inmobiliaria, y después su estallido.