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Atrapados en Alemania 140 jóvenes españoles tras aceptar una falsa oferta de trabajo

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Belén Kayser

“Miro a esa puerta, y, en serio, no quiero pensar qué hay allí o qué ha habido… Parece un crematorio”. Javier (nombre ficticio) señala una puerta sellada frente a su “habitación”. Habla cada día con su madre; le dice que está bien, que tiene un gran trabajo como electricista y que el sueño alemán se ha hecho realidad. Que su jefe le valora, que su sueldo es bueno y que la empresa que le prometió un contrato, una cama y clases de alemán ha cumplido. Pero le miente cada día desde que llegó hace 15 a la ciudad alemana de Érfurt (206.384 habitantes). Vive en un sótano y comparte habitación con diez personas por 3,50 euros al día. “Los de la Embajada buscaron este alojamiento y nos dijeron que aguantásemos, que están en contacto con la Cámara de Comercio alemana”, cuenta este chaval. “Me gustaría pensar que esto tiene solución, pero ya no me creo nada”.

Javier nos pide por favor que no demos su nombre ni el del compañero que le acompaña porque no quiere “asustar” a su madre y porque la Embajada de España, que “tramita” su caso, le ha “recomendado” que no hable con la prensa. A él y al resto de los 140 españoles que vinieron atraídos “y engañados” por la promesa de un trabajo en esta ciudad a 261 kilómetros de Frankfurt. Los “estafadores”, según informó La Sexta, son dos socios alemanes que "bebieron de las ayudas de formación de la Unión Europea". “Nos dieron seis semanas de clase de alemán en España”, explica este joven manchego, “pagamos 150 euros que nos iban a devolver en el momento en que firmásemos un contrato. Y el vuelo y el alojamiento, pero de momento... ni contrato ni hostias”. Su historia recuerda a otras con final más feliz, la de los ingenieros y técnicos que recluta el país de Merkel. Jóvenes bien formados a los que se enseña el idioma y a los que se traslada a ciudades como Hamburgo, Stuttgart o Munich, con una tasa de paro ridícula y con demanda de profesionales en el sector industrial.

Pero la historia de los de Érfurt sorprende tanto a españoles como a autóctonos. “Se acercan a nosotros, saben perfectamente quiénes somos: los pobres 'desgraciaos' estos a los que tienen 'puteaos' de un lado a otro”, cuenta este joven. “Y nos ayudan. Yo no me quiero ir, mañana [por este martes] salimos en la prensa local, que a la periodista alemana se le saltaban las lágrimas. Son de puta madre”. Su historia la dio a conocer una trabajadora del Welcome Center de Érfurt, situado frente a la estación principal. “Al llegar a la ciudad y no tener nada que hacer”, cuenta Javier, “mi colega fue a por un mapa, y al escucharnos hablar español, nos preguntaron y les contamos… Nos dicen que denunciemos, claro”.

Son trabajadores de geriatría, electrónicos, mecánicos, carpinteros y hosteleros (muchos), trabajadores de restauración que viven compartiendo una cocina para los dos barracones donde duermen. Jóvenes que engrosaban las listas del paro en España, que emigraron con pesadas maletas, que sobreviven con sus ahorros y que ni siquiera pueden buscar otro trabajo. En Alemania, todo extranjero que quiera trabajar, lo primero que debe tener es una residencia. Una vez empadronado, cualquier ciudadano de la UE se puede apuntar a la oficina de empleo. Esta sería una solución perfecta para Javier, dar de lado a las personas que le han “estafado”, apuntarse a un curso gratuito de integración y ofrecerse a un mercado con demanda. Pero no puede. “No es que no tenga ganas de mandarles a la mierda, es que no tengo un domicilio que dar en el 'Inem' de Érfurt”. La Embajada española asegura que “esta semana” seis candidatos tendrán una entrevista de trabajo, “que no tienen por qué seleccionarles, eso es verdad”. Javier es uno de ellos.

"Hay quien dio con un jefe legal"

No todos los compañeros de este joven, sin embargo, han corrido la misma (mala) suerte. “Hay quien dio con un jefe legal –se refiere al empleador Sauerbrey– que le ha adelantado dinero de sus bolsillos. Les dicen: 'Toma, para que no te falte de ná'. Pero otros ni siquiera sabemos cuándo firmaremos”. Por cada trabajador contratado, los intermediarios se embolsan una comisión que iría “de los 120 a los 600 euros, en el caso de encofradores”. Los encofradores, por cierto, son “los primeros” que firmaron –ya van 20–. “Ellos cobrarán 800 pero el señor que les trae se lleva 600 por contrato, y el resto a trabajar como un cabrón”. Esos acuerdos, además, según denuncian estos jóvenes están “incompletos”. “El señor impresentable nos acompaña a firmar, traduce el contrato; pero yo no soy tonto, no entenderé alemán, pero veo que ahí no pone ni la fecha de inicio”, se queja, “¡Cómo me voy a fiar, además, de esta gente, con lo que me está haciendo!”.

La Embajada de España y la Junta de Castilla La Mancha se reunió con estos jóvenes hace pocos días. “Entiendo que no dan abasto, que no pueden encontrar trabajo a 140 personas”, explica. Fuentes de la Embajada confirman que según su datos son 128 los afectados y que “37 de ellos han firmado ya contratos de prácticas o de FP”. “Existe el compromiso”, asegura una fuente oficial, “de que sean contratados los hosteleros durante esta semana”. De los restantes, explica: “El Welcome Center se encargará de buscar empleadores, aunque vemos factibles, de momento, unos 15”. Pero los chicos se desesperan. “Dijeron que tuviéramos paciencia. ¡No te jode!, como ellos cuando han venido han vivido en un hotel de cinco estrellas junto a la estación central de Érfurt… De puta madre. Ellos no han dormido ni una noche aquí. No tienen que subir 10 plantas para cocinarse unos macarrones”.

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Es cierto que Javier y los compañeros que llegaron hace medio mes a la ciudad podrían haberse evitado esta situación. De haber leído el email que llegó de madrugada el 28 de septiembre a pocas horas de la salida de su vuelo. Sólo algunos lo recibieron, pero la voz se corrió rápidamente. Los trabajadores debían quedarse en España y abstenerse de coger el vuelo a Érfurt “porque no había alojamiento para todos”. Algunos lo hicieron “pero vendrán el día 9 y el día 10, a ver qué panorama encuentran”, se queja. “Que a estos tipos debería caérseles la cara de vergüenza. Vinimos y ni siquiera sabían nuestra formación”.

En el barracón de los españoles se alojan, a día de hoy, unas 40 personas. “Nos dijeron que los que llegaron mes y medio antes no habían pagado el alquiler y por eso debíamos quedarnos en España, porque no había espacio”, explica uno de los jóvenes. Sin embargo, la historia parece ser otra: “Hubo un alojamiento mejor antes que éste, pero el casero no quería tratos con estos hijos de puta”. Sobre la residencia, que deben pagarse los jóvenes desempleados de su bolsillo, la Embajada no disimula su preocupación. Asegura: “Se ha llegado a un acuerdo para que a medida que vayan siendo contratados, dejen la casa y se les devuelva la parte proporcional”.

Las visitas oficiales son diarias y reina la confusión entre los que esperan a ser contratados. Entre el baile de motivos, de fechas –“dicen que los hosteleros firmarán sus contratos en un mes, los electricistas en una semana, al parecer”– y el miedo a las instituciones –“tenemos miedo de salir en la prensa y que el estado alemán nos cierre el grifo y deje de ayudarnos”– a estos chicos se les hace complicado “pegar ojo”. “Se echan la pelota los unos a los otros, y no quieren dar a entender que la han cagado todos a tope. El Estado Alemán, la Junta de Castilla La Mancha, La Embajada Española y la Alemana”. “Que nos digan: 'Señores, esto es una estafa', y que cada uno decida si se vuelve a España o no”.

“Miro a esa puerta, y, en serio, no quiero pensar qué hay allí o qué ha habido… Parece un crematorio”. Javier (nombre ficticio) señala una puerta sellada frente a su “habitación”. Habla cada día con su madre; le dice que está bien, que tiene un gran trabajo como electricista y que el sueño alemán se ha hecho realidad. Que su jefe le valora, que su sueldo es bueno y que la empresa que le prometió un contrato, una cama y clases de alemán ha cumplido. Pero le miente cada día desde que llegó hace 15 a la ciudad alemana de Érfurt (206.384 habitantes). Vive en un sótano y comparte habitación con diez personas por 3,50 euros al día. “Los de la Embajada buscaron este alojamiento y nos dijeron que aguantásemos, que están en contacto con la Cámara de Comercio alemana”, cuenta este chaval. “Me gustaría pensar que esto tiene solución, pero ya no me creo nada”.

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