De Salvador Meléndez Meléndez no se sabe nada. O, más bien, prácticamente nada. Su nombre no figura en la lista oficial de españoles deportados a campos de concentración nazis. Sin embargo, pasó por uno de ellos. Estuvo en Neuengamme, donde se le asignó el número de prisionero 58.705. Allí, fue despojado de una alianza que, con toda probabilidad, lucía en uno de sus dedos. Ocho décadas después, ese anillo dorado se conserva en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. Y ahora, un grupo de voluntarios trabaja sin descanso para poder devolver la joya a los descendientes de este deportado desconocido. "Son objetos que completan una historia y sirven para que familias se reencuentren", explica Antonio Muñoz, historiador de la Universidad de Lisboa y uno de los impulsores del proyecto.
La tarea no está siendo, para nada, sencilla. Al fin y al cabo, las pesquisas se iniciaron con muy poca información. Básicamente, el nombre y una fecha de nacimiento –11 de marzo de 1917–. A partir de ahí, se fue tirando poco a poco del hilo. Los documentos rescatados han permitido conocer, además, que Meléndez estuvo trabajando en Argus, una empresa de motores para aviones con sede en Berlín. De hecho, pasó por la enfermería de dicha firma en agosto de 1942. Con todos estos datos, y a la vista del número de preso que le fue asignado en Neuengamme, los investigadores intuyen que el joven no fue deportado desde Francia, sino que habría sido apresado en Alemania, país al que habría emigrado para trabajar. Como también hicieron miles de compatriotas en aquellos negros años.
Otra cosa interesante que se desprende del documento médico de la empresa es que, con toda probabilidad, Meléndez combatió en la Guerra Civil. "En el apartado relativo al historial se dice que fue herido por arma en 1939", explica Muñoz. El problema es que ninguno de estos papeles que se han ido rescatando hasta la fecha hacen constar, más allá de la nacionalidad, el origen del hombre. Y esto hace que encontrar a sus descendientes para devolverles la alianza que los nazis arrebataron a este español ochenta años después sea como buscar una aguja en un pajar. "Con un nombre y una fecha de nacimiento no sabes por dónde empezar", resalta el investigador del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa.
Afortunadamente, las pesquisas les terminaron poniendo frente a una inmensa base de datos genealógicos. Y ahí se toparon con un tal Salvador Meléndez Meléndez, hijo de Salvador y Carmen, hermano de María del Robledo, Antonio y Carmen y fallecido en Berlín. La información, que situaba como lugar de nacimiento el pueblo sevillano de Constantina, parecía tener buena pinta. Pero todo mejoró cuando se pusieron en contacto con el Registro Civil de dicho municipio y confirmaron que una persona con ese nombre y apellidos había nacido allí en 1917. "Estamos convencidos al 99% de que se trata de la misma persona", señala el historiador. Una información valiosa que les ha situado mucho más cerca de su objetivo.
"Es algo que debería hacer el Estado"
Esta suerte de equipo de búsqueda echó a andar a finales de 2018. Por aquel entonces, Muñoz se encontraba en la ciudad de Francfort investigando sobre los españoles exiliados que habían sido obligados a trabajar para los nazis. Hasta que se enteró de la celebración de un congreso de Arolsen, un centro de documentación e investigación sobre la persecución durante el III Reich. Y allí que se plantó. Durante el encuentro, intervino. Y al final del mismo, algunos miembros de Arolsen le trasladaron que tenían un fondo de objetos requisados por los nazis a españoles que les gustaría que fueran devueltos a sus descendientes. "Pero me dijeron que no habían conseguido que ninguna institución de España se interesase por ello", explica.
El archivo tenía pertenencias correspondientes a unas siete decenas de españoles encerrados en Neuengamme, un campo de concentración ubicado a pocos kilómetros de Hamburgo por el que pasaron varios cientos de compatriotas. Un compendio de fotografías, relojes, anillos, plumas o colgantes cargados de historia y, sobre todo, de memoria. Muñoz no se lo pensó dos veces y se comprometió a hacer todo lo posible para intentar dar con los descendientes de estas personas. Y ahí sigue, más de un lustro después. "Yo pensaba que el Gobierno tomaría el relevo. Pero no movió ni un dedo", explica el historiador, que no pocas veces se pregunta qué derecho tiene él para irrumpir de pronto en la vida de las personas: "Es algo que debería hacer el Estado".
En todo este tiempo, cuenta Muñoz, se ha creado una red de alrededor de una decena de "personas activas", entre ellas su compañera Alicia, que arriman el hombro en sus ratos libres para tratar de localizar a las familias de estos prisioneros y ofrecerles la posibilidad de poder recuperar estos objetos. Lo que hacen ellos ahora es lo que trató de hacer la Cruz Roja germana a finales de 1942. Entonces, esta organización pidió a las SS poder recoger las pertenencias de españoles fallecidos en los campos para mandarlas a sus seres queridos. Algo que los nazis rechazaron, alegando que "los rotspanier" solo tenían "ropa y pequeñeces" cuyo envío no se podía realizar "tanto por motivos higiénicos como técnicos". "Lo que hacemos es una especie de venganza poética", dice el historiador.
Cerca de una treintena devueltos
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El trabajo de búsqueda ha permitido hasta el momento devolver los objetos pertenecientes a cerca de una treintena de personas. Es el caso de la pluma estilográfica y el reloj de pulsera del andaluz Antonio Amigo, que su familia pudo recuperar en los últimos compases de 2018. O el anillo y el reloj recibidos por la familia de Blas Antón, un hombre que luchó con las tropas franquistas y que, por cosas del destino, terminó encerrado en el campo de concentración alemán. Los mismos objetos que le fueron devueltos hace no mucho también a la hija de la murciana Braulia Cánovas, que luchó en la resistencia francesa y terminó siendo deportada a Ravensbrück. Por ese mismo campo pasó también Josefa Maranges, cuyo sobrino ha podido recuperar también sus joyas.
No obstante, no siempre se da con las familias. Y en otros casos, los descendientes rechazan recuperar los objetos. Ya sea por motivos ideológicos o porque no quieren tener que enfrentarse a ello. "Hay que tener en cuenta que para algunas personas recuperar pertenencias ochenta años después es algo muy impactante", trata de explicar Muñoz. En esos casos, cuenta, ha conseguido que Arolsen ceda los objetos a diferentes archivos distribuidos por toda la geografía. Muy poquitos quedan ya en suelo germano. El anillo de Meléndez está ahora mismo en el Centro de Memoria Histórica de Salamanca, como el reloj y el sello de Vicente Chacón. "También hay objetos en Asturias, Cataluña, Murcia, Arévalo...", resalta el historiador.
Muchos de estos objetos han formado parte hasta este mismo viernes de la exposición #StolenMemory en la sede del Archivo General de Andalucía, organizada por Arolsen y la Consejería de Turismo, Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía. Pertenencias de una gran importancia. A nivel histórico, porque permiten que emerjan historias que habían quedado enterradas por el terror nazi. Pero también desde el punto de vista humano, como una suerte de anestesia frente al olvido. "Sirven para que familias se reencuentren", sentencia Muñoz. Habrá que ver ahora si el trabajo alrededor de Salvador Meléndez Meléndez da sus frutos. Y si aquella alianza dorada que le fue arrebatada por el Tercer Reich puede regresar de nuevo a casa.
De Salvador Meléndez Meléndez no se sabe nada. O, más bien, prácticamente nada. Su nombre no figura en la lista oficial de españoles deportados a campos de concentración nazis. Sin embargo, pasó por uno de ellos. Estuvo en Neuengamme, donde se le asignó el número de prisionero 58.705. Allí, fue despojado de una alianza que, con toda probabilidad, lucía en uno de sus dedos. Ocho décadas después, ese anillo dorado se conserva en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. Y ahora, un grupo de voluntarios trabaja sin descanso para poder devolver la joya a los descendientes de este deportado desconocido. "Son objetos que completan una historia y sirven para que familias se reencuentren", explica Antonio Muñoz, historiador de la Universidad de Lisboa y uno de los impulsores del proyecto.