Centros rurales contra la soledad no deseada: cuando cualquier vecino es asunto de todos

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Porto es el pueblo zamorano más elevado y más alejado de la capital. A más de dos horas, encajado en su esquina noroeste con Ourense y León, por carreteras muy complicadas donde la nieve del invierno aísla aún más a su población. En los meses más duros de la España rural despoblada, de diciembre a marzo, en Porto quedan unos 60 vecinos, muchos son mayores y algunos viven solos. María Arsita Díaz, que en 2021 volvió de Madrid al pueblo para cuidar a sus padres, es la encargada de organizar encuentros diarios y de algo más: de estar pendiente si alguien falta, alguien no recogió sus medicinas, a alguien hace unos días que no se le ve por el bar o las calles.

El salón de plenos del Ayuntamiento de Porto es, entre las 12 y las 14:30 de lunes a viernes un poco de todo: gimnasio, espacio para talleres, salón de juegos, estudio de creatividad. “De septiembre a noviembre tenía a unas 25 personas en las actividades, pero este mes serán unas 10 o 15. Muchos se han ido a pasar las Navidades con sus hijos. Diciembre, enero y febrero se van del pueblo por el frío y también por el acceso: nieva mucho en estas carreteras, ponerte malo aquí es más complicado que en una ciudad”, cuenta Díaz a infoLibre. Ella trabajaba en Madrid como vigilante de seguridad y ahora, con 56 años, siente mucha satisfacción por la labor que desempeña en este empleo municipal de dinamizadora y cuidadora, y por el agradecimiento de los vecinos.

En estas fechas, está aún más pendiente de los pocos que se quedan. “El otro día hicimos una comida todos después de la clase, otro día un chocolate, en Reyes hacemos chocolatada otra vez, bingo. Lo que queremos es que ellos salgan y hagan cosas. La gente del pueblo, que ha trabajado muchísimo, lo que necesita es compañía, que alguien le haga caso y disfrutar de la vida”, dice. Por la tarde, ellos mismos salen en grupos de paseo por los alrededores. El año pasado tenían un comedor municipal, “que venía muy bien porque así la mayoría no comían solos, tenían ese momento para tomarse las pastillas”, pero ese servicio está a la espera de que alguien quiera hacerse cargo de él. Los recursos humanos escasean en el medio rural.

Entre la encargada del bar y ella tienen controladas las faltas. “Todo el mundo está pendiente de todo el mundo. Miras a la chimenea y no sale humo y ya te preocupas”, cuenta. Ella cree que, pese a las carencias, los mayores están mejor en los pueblos. “Los que están obligados a estar en las ciudades, donde trabajan sus hijos, si pudieran estaban aquí. En un pueblo, por ejemplo, si salen y se despistan no pasa nada, alguien te acompaña a casa”.

“El futuro del medio rural es que sea un buen lugar para envejecer”

En los municipios más despoblados lo que sobran ahora son espacios físicos comunes: antiguas escuelas, aquellos teleclubs. A veces se equipan algunos con una subvención puntual, un proyecto “fogonazo”, pero falta lo más importante: “dinamizarlos, convertirlos en lugares de encuentro constante”, indica a infoLibre Ramón Gelabert Chasco, coordinador de proyectos de la Fundación Patronato Europeo de Mayores (PEM). Eso es lo que la entidad ha hecho con el centro comunitario en Campoo de Yuso, un pueblo de 688 habitantes en el sur de Cantabria. Una evaluación del impacto social de este proyecto demostró que es un lugar en el que se combate la soledad, el aislamiento y la falta de protagonismo social. La Organización Mundial de la Salud lo considera un espacio de referencia mundial amigable con las personas mayores.

En el centro ofrecen talleres y servicios variados, algunos con copago como la fisioterapia, en colaboración público-privada. Recuperaron una furgoneta municipal en desuso para trasladar a los vecinos en esta zona dispersa. “El transporte funciona todo el día; el hacer y el estar cambia la manera, permite envejecer en comunidad, mejorar la autonomía de las personas y que puedan quedarse en el pueblo. A lo que no llegamos es a cuando hay situaciones de dependencia, eso es lo que nos falta, porque en esos casos los hijos se los llevan”, explica.

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La mayoría de los usuarios de su centro son mujeres viudas porque, aunque han conseguido avances, aún cuesta que los hombres del pueblo, que se reúnen en el bar para la partida, dejen de verlo como “el lugar donde van las señoras”. “Son mujeres que viven solas, hacen las cosas de casa por la mañana y ya no tienen nada más que hacer, salvo pasear y ver la telenovela. Yo siempre digo que luchamos contra Ana Rosa Quintana y las telenovelas. Ahora hay muchos programas de ir a las casas de la gente, pero lo que nosotros queremos es sacar a la gente de casa, que se encuentren, que tengan un lugar donde alguien les esté esperando”, dice. Y sentencia: “Si algo de futuro tiene el medio rural es que sea un buen lugar para envejecer. Es el lugar ideal para envejecer, pero ahora mismo no te atrae, te expulsa, faltan servicios, transporte, espacios de socialización”.

La soledad no deseada es un asunto colectivo

La pandemia del covid-19 hizo familiar el término soledad no deseada. En los últimos años, Reino Unido y Japón le dieron a la soledad nada menos que sendos ministerios. Es un mal contemporáneo sobre el que crece la sensibilidad social. “En periodos como este de las Navidades la expectativa es de mucha felicidad, de estar rodeados de gente, y ese contraste de las expectativas con las diferentes realidades es lo que lo hace más duro. Yo veo que cada vez se habilitan más planes, talleres, alternativas de encuentro para quienes las necesiten, comidas, cenas en los momentos más señalados. Esa sensibilidad la estoy viendo este año más que nunca a nivel de las organizaciones”, explica a infoLibre Raquel Losada, directora de investigación y conocimiento aplicado de Fundación Intras, entidad que coordina ‘Moai labs’, el primer laboratorio europeo dedicado a la investigación e innovación social en el ámbito de la soledad no deseada y el aislamiento social de las personas mayores.

Los expertos se esfuerzan para que el término ‘soledad no deseada’ no se conciba como un problema individual sino como un asunto colectivo. “Trabajamos con colegios para que desde pequeños entiendan lo que es esta problemática, que sea un término que evoque una imagen, una realidad, que las personas sean capaces de empatizar con lo que sufren otros, porque este es un problema un poco de todos”, indica Losada. Y concluye: “Las transformaciones sociales empiezan y cuajan en la comunidad, y es ahí donde tenemos que darnos cuenta de que cada uno de nosotros formamos parte de esto. Apelamos a colocar este problema en la comunidad y en nosotros mismos”. 

Porto es el pueblo zamorano más elevado y más alejado de la capital. A más de dos horas, encajado en su esquina noroeste con Ourense y León, por carreteras muy complicadas donde la nieve del invierno aísla aún más a su población. En los meses más duros de la España rural despoblada, de diciembre a marzo, en Porto quedan unos 60 vecinos, muchos son mayores y algunos viven solos. María Arsita Díaz, que en 2021 volvió de Madrid al pueblo para cuidar a sus padres, es la encargada de organizar encuentros diarios y de algo más: de estar pendiente si alguien falta, alguien no recogió sus medicinas, a alguien hace unos días que no se le ve por el bar o las calles.

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