“En un pueblo todo se sabe”: la complejidad extra de combatir la violencia de género en el medio rural
El que más baila en la plaza en las fiestas, la partida de dominó de los jueves en el bar, la pareja feliz de toda la vida. En un pueblo todo se sabe, o no. La Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (FADEMUR) utiliza el dicho popular para apuntar a una de las dificultades particulares de combatir la violencia de género en el medio rural: la falta de anonimato. Cuatro años después del primer vídeo de campaña específico sobre violencia machista en los pueblos, la entidad ha publicado otro en el que quienes hablan son los agresores de las víctimas de aquel. “Se focaliza en la acción del maltratador y los estereotipos de género que todavía perviven en sociedad, invitando a la población, y muy especialmente a los hombres, a reflexionar sobre la igualdad y las masculinidades tóxicas”, explica la entidad con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el 25-N.
“Aquí todo el mundo te conoce y a tus hijos/as también”; “Me daba miedo que si iba a los Servicios Sociales alguien se enterase, porque aquí todo el mundo se conoce”; “Tienes que ir a ayuntamientos donde no te conozcan”; “Llamé al padre de un amigo que era policía y me dijo que tenía que ir al cuartel de la Guardia Civil y, claro, la Guardia Civil conoce a mi familia, y.… entonces es que todo el mundo te conoce… y fue bastante, bastante peor”; “Todo el mundo me conoce, todo el mundo se enteraría”; “Hay mujeres que se cambian de centro de la mujer por el tema de no encontrarse con gente que te conozca, que nadie sepa lo que estás pasando”. Estas frases, que podrían aparecer en ese anuncio son testimonios reales recogidos en el primer y hasta ahora último estudio sobre la violencia de género en el mundo rural de la Delegación del Gobierno y elaborado por FADEMUR en 2020.
“Las mujeres del medio rural guardan silencio, custodiando su reputación en el pueblo. El qué dirán invierte el fenómeno dando lugar a la situación de infradenuncia. Por eso tenemos que llegar antes con políticas públicas eficientes, mayor dotación económica y evaluación para conocer las fallas del sistema de detección de la violencia de género”, explica a infolibre Carla Peños Seisdedos, politóloga especializada en estudios de género y trabajadora del Instituto de las Mujeres. “Los feminicidios rurales requieren más análisis, más sensibilización y divulgación de los mecanismos de salida de las múltiples violencias contra las mujeres”, añade la experta, originaria de Fermoselle (Zamora).
De las 40 víctimas de violencia machista registradas este año en España, 21 (el 52,5%) vivían en un municipio de menos de 30.000 habitantes, que es el máximo poblacional de los tres que suelen manejarse para definir un entorno rural (10.000, 20.000 o 30.000). Esta es la cifra que ha querido destacar este 25N la Federación de Mujeres y Familias del Ámbito Rural (AMFAR), que desgrana los datos disponibles en su Observatorio Rural de Violencia de Género. Once de las víctimas (más de la mitad de las rurales) residían en localidades con menos de 10.000 habitantes. “Consideramos crucial visibilizar la incidencia de la violencia de género en los pueblos, donde las víctimas suelen enfrentarse, además, al silencio y a la falta de recursos, todo ello agravado por la despoblación”, indica la entidad.
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El enfoque rural específico dentro de la violencia de género va abriéndose paso, al tiempo que lo hace en la discusión general el de la crisis demográfica. Poblaciones dispersas, envejecidas, con nulo o escaso transporte más allá del coche particular, con conexiones a internet aún deficientes o no generalizadas, todo en un entorno masculinizado. El número de hombres por cada 100 mujeres, en la población entre 20 y 64 años, es mayor cuanto menor es el municipio: el éxodo rural femenino, en un mundo donde el trabajo del campo se heredaba de padres a hijos.
Las consecuencias de la despoblación repercuten directamente en la lucha contra la violencia de género, como reflejan los análisis disponibles. Las medidas son más difíciles de aplicar en un lugar pequeño: que la víctima sienta que puede pedir ayuda sin que se entere su agresor, que pueda recibir la sensibilización y atención psicológica necesaria, que pueda desplazarse hasta el recurso que requiere o que se cumpla una orden de alejamiento. Que todo eso ocurra con discreción. Y el factor de la edad: las mujeres del medio rural son sobre todo mayores, de manera que es más difícil que hayan tenido la formación necesaria para reconocer la violencia de género, especialmente cuando es psicológica, y muchas sólo están conectadas con el mundo a través de su teléfono fijo. El estudio de 2020 reveló que las mujeres en el mundo rural permanecen en las relaciones de maltrato una media de 20 años, algo en lo que también juega un papel importante la dependencia económica en lugares donde las oportunidades laborales para las mujeres han sido tradicionalmente escasas, con su papel principal ubicado en el cuidado de la casa y la familia (el cuidado de pequeños y de mayores). Muchas han trabajado también en el campo, pero sin cotización ni dinero propio.
“Las mujeres rurales tienen dificultades específicas como la ausencia de redes de apoyo, la falta de anonimato o la dependencia económica. Por lo que debemos materializar las soluciones pendientes: sensibilización, formación de profesionales, coordinación institucional y mayores partidas presupuestarias, así como estables en los Presupuestos Generales del Estado", señala la politóloga Peños Seisdedos, que subraya la importancia de estrategias como “la contratación de agentes de igualdad en el medio rural, las casas de la mujer, las asociaciones feministas, la formación de los cuerpos y fuerzas de seguridad, así como de los profesionales de la sanidad”.