Comunidad de Madrid

Chamberí empieza a ganar zonas verdes gracias a tres lustros de lucha vecinal: "Si se lucha y se insiste, se consigue"

Protesta vecinal contra el campo de golf de Esperanza Aguirre.
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Nunca un cartel significó tanto para un distrito como aquel que apareció de pronto hace ya casi tres lustros en el madrileño de Chamberí. No era un trabajo muy elaborado, ni mucho menos. Fueron suficientes cinco palabras escritas a mano –“No al campo de golf”– para que Carmen Ochoa empezase a sentir el calor de un barrio al que llegó con quince años y en el que lleva viviendo de forma ininterrumpida durante las tres últimas décadas. “Aquel mensaje te permitía ver que no eras la única vecina en contra del despropósito”, cuenta al otro lado del teléfono. Se refiere a la decisión repentina del aguirrismo de arrebatar al distrito el pulmón verde que se le había prometido y sustituirlo por una alfombra de hierba artificial para practicar el swing en pleno centro de Madrid. Ahora, casi tres lustros después de que comenzase a arder aquella mecha, los vecinos pueden celebrar que su lucha está dando sus frutos. Poco a poco, han conseguido espacios ajardinados para el disfrute de los niños y los más mayores. Pero todavía esperan el trofeo gordo. El dichoso campo de golf se ha desmantelado, sí. Pero la espera hasta la llegada del enorme parque que les arrebataron se está haciendo larga.

Chamberí es el distrito de la capital con menos zonas verdes. Alrededor de 223.000, según los datos de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Tres y cuatro veces menor que los limítrofes Tetuán o Centro, respectivamente. En el barrio, cada niño menor de catorce años puede disfrutar solamente de 16 metros cuadrados. Por eso, cuando en 2003 se puso en marcha el proyecto para la construcción del Parque Islas Filipinas en las instalaciones del Canal de Isabel II, todos los vecinos lo celebraron. La idea era levantar una gran superficie ajardinada de 47.000 metros cuadrados. La intención de la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Madrid, entonces liderados por Alberto Ruiz-Gallardón y José María Álvarez del Manzano, respectivamente, era poner en marcha una suerte de “nuevo Retiro” en la capital. “Aunque apenas habían tenido contacto con nosotros para diseñar el proyecto, estábamos entusiasmados”, cuenta Ochoa, que no había día que no saliera a pasear con su perro y no subiera a casa lamentándose por la ausencia de espacios verdes en aquel distrito, al que llegó cuando era una niña.

Con la primera piedra colocada, solo había que esperar a que lo que se anunciaba en aquel enorme cartel colocado en el barrio terminase siendo una realidad. Pero, de un día para otro, el rótulo se sustituyó. Era 2006. Por aquel entonces, Ruiz-Gallardón había pasado a dirigir el consistorio de la capital, mientras que las riendas del Ejecutivo regional estaban ahora en manos de Esperanza Aguirre. Y los planes del Gobierno madrileño para aquel enorme espacio sobre el Tercer Depósito del Canal de Isabel II cambiaron radicalmente. La Puerta del Sol consideró más importante convertir la zona en un campo para la práctica del golf que un enorme parque para que los niños del barrio pudiesen desfogar tras salir de la escuela o para que los mayores pudiesen acudir allí a leer tranquilamente el periódico. Nadie avisó a los vecinos. Fue la sustitución de los rótulos la que se encargó de ese trabajo. “De pronto, nos encontramos con esa barbaridad”, cuenta Pilar Rodríguez, portavoz de El Organillo, una de las asociaciones vecinales más antiguas de toda la región –lleva más de cuatro décadas en funcionamiento–.

Rodríguez llegó al barrio en 1968, pero luego se fue moviendo por otras zonas de la región. Ahora, lleva ya más de tres décadas en su casa de la calle Ponzano. “Mi marido también nació aquí. Vamos, que podemos decir que somos de Chamberí de toda la vida”, cuenta en conversación telefónica con este diario. Y, como vecina de toda la vida, siempre ha sido consciente de la escasez de zonas verdes en el distrito. Por eso, cuando se enteró del cambio de planes del Gobierno madrileño, se echó las manos a la cabeza. Y no porque le tenga tirria al golf, ni porque lo considere algo elitista. De hecho, cuenta, practica este deporte desde hace años. “Para la gente mayor es extraordinario”, señala la vecina, que asegura tener un “hándicap alto, de 28 o 30”. Más bien, porque consideraba completamente innecesario contar con unas instalaciones de este tipo en el centro de Madrid. “Era un proyecto tan loco, tan estúpido, tan estúpido… ¡Una barbaridad, vamos!”, relata la portavoz de El Organillo.

Ochoa tiene grabado a fuego en la memoria el momento en el que se unió a la lucha. Llevaba días viendo aquel cartel que había puesto en el balcón una de las vecinas. Un día, paseando al perro, se detuvo y fijó la mirada en aquellas cinco palabras. “¿Qué te parece?”, le preguntaron dos mujeres que estaban sentadas en un banco. Estaban hablando, justamente, de ese tema. Se sentó con ellas. Intercambiaron inquietudes. Y todas juntas se fueron directas al local de El Organillo. Como ellas, otros tantos vecinos. Poco a poco, las reuniones eran cada vez más grandes. Se sumaron las Ampas del barrio a unos encuentros en los que había perfiles de todo tipo, desde abogados hasta arquitectos. Luego llegaron las protestas. Cien personas, quinientas, un millar pidiendo que se parara de una vez aquel despropósito. La revolución había comenzado en Chamberí. Mientras, las administraciones miraban hacia otro lado. “Intentamos contactar con Gallardón, pero ni siquiera nos recibió. Por supuesto, tampoco el Gobierno madrileño quiso reunirse con nosotros”, relata Ochoa, que forma parte del colectivo Parque Sí en Chamberí.

La larga travesía judicial

El proyecto del aguirrismo no tardó en toparse con la primera piedra administrativa en el camino. El consistorio madrileño ordenó inmediatamente la suspensión de las obras y requirió al Canal de Isabel II, entonces presidido por Ignacio González, que solicitase la correspondiente licencia urbanística. El Ejecutivo madrileño esquivó este escollo declarando la obra de interés general. “Para que te hagas una idea, es lo que se hace cuando se quiere construir un hospital en una zona que lo necesita y no se puede”, sostiene Ochoa. En ese momento, la explotación del campo de golf se había adjudicado a un consorcio de tres empresas. Una de ellas, Tecnoconcret, era una firma sin apenas actividad que tenía como administrador único a José Antonio Clemente, socio de Pablo González y de José Juan Caballero, hermano y cuñado, respectivamente, de Ignacio González, quien no se abstuvo en la toma de dicha decisión tal y como se encargó de destapar la revista Tiempo en abril de 2007. Un año después, ambos adquirieron parte de esa empresa. “A medida que se tiraba del hilo, se iban descubriendo cosas raras”, dice la vecina.

Pocos días antes de que se pusieran sobre la mesa las sospechas alrededor de dichas adjudicaciones, el Gobierno regional inauguró a bombo y platillo las instalaciones. Y allí, a las puertas de las instalaciones, el barrio se encargaba de recordar que el proyecto no era bien recibido. Ante la presión social, la presidenta madrileña tuvo que entrar por la puerta de atrás. Mientras, los vecinos preparaban en paralelo su ofensiva judicial contra el proyecto. Recaudaban los fondos necesarios con actos u organizando pequeñas fiestas. Fue el inicio de un periplo en los tribunales que terminó convirtiéndose en un martirio alargado durante una década. Pero el barrio no se echó atrás en ningún momento. Todos estaban convencidos de que tenían razón. Y cada sentencia que salía les reafirmaba. Primero fue el Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) el que dictaminó que la declaración de interés general no tenía cabida para un campo de golf. Algo que se encargó de avalar más tarde –en 2013– el Tribunal Supremo ante el recurso del Gobierno madrileño, que se negaba a dar su brazo a torcer ante unos vecinos molestos.

El barrio celebró aquella decisión como una victoria. “Me atrevería a decir que fue una de las grandes alegrías de mi vida”, reconoce Ochoa. Pero poco después, un nuevo jarro de agua fría. El Ejecutivo regional, en un nuevo movimiento, aprobó un nuevo plan especial para la zona. Por aquel entonces, ya era González el que se encontraba al frente de la Puerta del Sol. Y la “película”, como dice Rodríguez, se alargó otro lustro más, hasta mediados de 2017, cuando el TSJM declaró “nulo de pleno derecho” aquel movimiento. De nuevo, Chamberí ganaba y la administración perdía. Por aquel entonces, el Gobierno madrileño se encontraba ya en manos de Cristina Cifuentes, quien decidió parar la guerra no recurriendo el fallo. Fue cuando, por primera vez se abrió desde la Real Casa de Correos, sede del Ejecutivo regional, una vía de diálogo con los vecinos para ver qué se hacía con el terreno una vez demolido el dichoso campo de golf. “Ahora sí que podíamos intentar llegar a un acuerdo, ahora sí que nos escuchaban”, comenta la portavoz de El Organillo, que dice que la intención del colectivo nunca fue “tener que recurrir a los tribunales” porque “resultaba muy caro”.

Comenzaron las reuniones con el Canal de Isabel II. Y dio la casualidad, cuenta Ochoa, de que la primera de ellas se llevó a cabo justo el mismo día en el que la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil entraba en la sede de la empresa pública en el barrio para llevarse abundante documentación. Había estallado el caso Lezo, la investigación por corrupción que terminó llevando a Ignacio González –y a su hermano– a prisión provisional. “Las dos o tres primeras reuniones fueron tensas”, relata la portavoz de Parque Sí en Chamberí. Luego, poco a poco, las negociaciones se fueron relajando. “Les pusimos sobre la mesa un documento sobre lo que querían los vecinos del barrio, que se lo encargamos a una empresa con lo que sacamos del proceso judicial”, relata Ochoa. El Canal puso a un técnico y a una arquitecta como interlocutores con el barrio. “A medida que pasaban los encuentros, se iban enamorando del proyecto que les habíamos presentado para los terrenos”, dice Ochoa, quien recuerda alrededor de una treintena de reuniones con las administraciones. Un éxito, teniendo en cuenta que una década antes ni siquiera les respondían a las cartas.

Dos parques nuevos pero a la espera del 'pulmón verde'

La vía abierta con las administraciones les ha permitido en los últimos años ir consiguiendo, poco a poco, mejoras para el barrio. Han logrado, por ejemplo, que la fuente que rinde homenaje al río Lozoya en Bravo Murillo, que está declarada como Bien de Interés Cultural, fuera restaurada y que de sus caños brote agua –ahora quieren conseguir que la abran al público–. Además, han conseguido que se abran nuevas zonas verdes en el distrito. Allá por 2018 el Parque Ríos Rosas, situado junto al Depósito Elevado, un espacio ajardinado de unos 2.000 metros cuadrados. Y el pasado noviembre, junto al Segundo Depósito, el Parque de Bravo Murillo, con una superficie de casi 4.000 metros cuadrados. “Y hace una semana se pusieron en contacto con nosotras –porque la mayoría del colectivo son mujeres– para la creación de una comisión en la que discutamos el proyecto del primer depósito, donde queremos que se haga una gran sala de exposiciones”, dice Ochoa. “A pesar de estas aperturas, todavía sigue habiendo pocas zonas verdes. Hay plazas, espacios abiertos, pero no zonas verdes”, asevera Rodríguez.

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Carmen Ochoa (i) junto a Mercedes Arce, compañera de fatigas.

Pero los vecinos todavía siguen esperando la joya de la corona: el Parque Islas Filipinas. El tema avanza despacio. “Con esto me estoy dando cuenta de la lentitud de los procesos administrativos”, apunta la portavoz de Parque Sí en Chamberí. Primero, se demoró casi un año la retirada de los gigantescos postes de luz instalados en la zona. Luego, se encontraron con que el asunto se atascaba porque junto al campo de golf se había levantado una pequeña construcción y había que ver qué se hacía con ella. “Nosotros propusimos mantenerla y que se pudiera dedicar a la práctica de deportes en interior, como por ejemplo el judo”, señala la portavoz de El Organillo. Y después se encontraron con que la dichosa licencia urbanística nunca acababa de llegar. Se reunieron con Ciudadanos y mostraron su inquietud ante la tardanza, al tiempo que realizaban otras tantas gestiones para desatascar el asunto. Los naranjas se mostraron dispuestos a colaborar en lo que pudieran. Unos días después, ya estaba todo listo. Ahora, los vecinos se encuentran a la espera de que se resuelva el expediente de licitación de las obras, al que han concurrido casi una decena de empresas –Ferrovial, Dragados o San José, entre otras–.

El proyecto, aunque “carísimo” –el presupuesto base se ha licitado por 18,6 millones–, es “precioso” para los vecinos. Un pulmón verde de unos 116.000 metros cuadrados con zonas deportivas, parques de juegos infantiles y jardines con un millar de árboles. Este será el resultado de aquella revolución vecinal que inició, hace casi tres lustros, un simple cartel escrito a mano y colgado de un balcón. Un pulso en el que los vecinos han conseguido imponerse a la administración. En el que David ha vencido a Goliat. “Al final, te sientes contenta porque sabes que tu reivindicación era justa. Pero, por otro lado, da un poco de pena que lo hayan tenido que resolver los tribunales porque no había vía de entendimiento, cuando se supone que la administración tiene que estar pendiente de los ciudadanos”, sentencia Rodríguez. “Nunca me había sentido tan chamberilera como ahora. Lo nuestro puede servir para otros barrios con problemas similares. Si se insiste, si se lucha, se consigue”, culmina Ochoa.

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