El futuro de Cataluña

El ciclo electoral deja sin resolver la pelea entre Puigdemont y Junqueras por la hegemonía del espacio independentista

Carles Puigdemont, junto a Oriol Junqueras y Carme Forcadell en las escalinatas del Parlament.

Con el juicio del procés a punto de quedar visto para sentencia y en vísperas de la batalla judicial que con toda probabilidad librarán, cada uno de ellos desde ópticas diferentes, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras para tratar de obtener los beneficios de la inmunidad parlamentaria que la Unión Europea otorga a los diputados en Estrasburgo, la batalla política por la hegemonía del espacio independentista sigue sin resolverse. Tres procesos electorales en menos de un mes —generales, europeas y municipales— no han servido para dirimir quién rentabiliza la movilización soberanista tras la ruptura que siguió a la intervención de la autonomía catalana en octubre de 2017.

La nave común —Junts pel Sí— que condujo a la declaración unilateral de independencia se rompió con la huida a Bruselas del entonces president, Carles Puigdemont, y el encarcelamiento del líder de Esquerra Republicana (ERC), Oriol Junqueras. Comenzó entonces una disputa —que todavía sigue viva— entre dos modelos. Uno rupturista y legitimista, encabezado por el expresident y que ha acabado fagocitando a la mayor parte del espacio que antes ocupaba Convergència i Unió (CiU). El otro posibilista, replegado sobre una estrategia construida a partir del objetivo de seguir aumentando la masa crítica de ciudadanos partidarios de la independencia, que es lo que fundamenta todos los movimientos de Esquerra. El primero dispuesto a desafiar la legalidad. El segundo muy cuidadoso con los límites, al menos por ahora. Dos caminos diferentes y un único objetivo: avanzar la independencia de Cataluña.

Con esas premisas y condiciones muy desiguales, uno desde Bruselas y el otro desde prisión, Puigdemont y Junqueras llevan desde diciembre de 2017 buscando la legitimación de sus respectivas estrategias en las sucesivas elecciones celebradas en Cataluña. Y tendrán que seguir haciéndolo, a la vista de que la evolución de los votos recibidos desde entonces no arroja conclusiones definitivas. Y de que la suma de sufragios cosechada por el espacio soberanista sigue sin conseguir el objetivo de superar el 50% de los votos emitidos, un límite clave para alimentar el discurso de los partidarios de la autodeterminación: la poderosa Assemblea Nacional Catalana (ANC) convirtió en mayo ese porcentaje en el principal objetivo soberanista en las próximas elecciones catalanas. Una sola décima por encima de ese 50% será, en opinión de la ANC, suficiente para que el Parlament desafíe de nuevo la legalidad y renueve la declaración unilateral de independencia de 2017, aunque esta vez publicándola en el Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya, descolgando la bandera de España de la fachada del Palau y pidiendo a la comunidad internacional el reconocimiento de la república catalana.

El soberanismo consiguió mayoría absoluta en las últimas elecciones al Parlament, celebradas en aplicación del artículo 155 de la Constitución, pero no alcanzó ese 50% (se quedó en un 47,7%). En las generales, ese porcentaje creció en relación con la convocatoria anterior pero se quedó en un 36,6%, lejos del listón fijado por la ANC. La cifra aumentó el 26 de mayo, aunque tampoco logró el objetivo de superar la barrera de la mitad de los sufragios: fue de un 48,4% en las municipales y de un 49,7% en las europeas.

Puigdemont ganó a Junqueras la partida en las elecciones de diciembre de 2017, desmontando las encuestas que en pleno conflicto del 1 de octubre daban a Esquerra las de ganar en las urnas. La candidatura del president —JuntsxCat— se impuso a Esquerra por algo más de 12.000 votos —menos de tres décimas— . Una cantidad mínima, pero suficiente para reclamar el derecho a ocupar la Presidencia de la Generalitat, que desde entonces, y tras muchas avatares, ocupa Quim Torra.

El 28 de abril, con Junqueras sentado en el banquillo de los acusados del juicio del procés, el líder de Esquerra hizo valer su condición de candidato en las elecciones generales: los republicanos cosecharon una victoria sin precedentes. Fueron más de un millón de votos (el 24,59%) y 15 diputados en el Congreso. Casi 400.000 votos y 6,4 puntos porcentuales más que en las elecciones de 2016.

Los de Puigdemont, en cambio, a duras penas consiguieron superar el 12% de los sufragios (casi dos puntos menos que tres años antes) y menos de la mitad de las papeletas de Esquerra. Un resultado que apuntaba en una única dirección: Junqueras y su estrategia dirigida a acumular fuerzas para hacer inevitable una independencia pactada había ganado la partida al expresident.

Ese escenario, sin embargo, se volatilizó menos de un mes después en las elecciones europeas del 26 de mayo. Ese día Puigdemont y Junqueras llevaron su pelea al terreno personal: ambos encabezaban sus respectivas candidaturas al Parlamento Europeo. Y, a diferencia de lo que había ocurrido hacía menos de un mes en las generales, ganó el expresident con algo menos de un millón de votos (987.149) en Cataluña frente a los 733.401 que sumó Junqueras. La candidatura de Junts no sólo superó a la de Esquerra en 7,3 puntos porcentuales sino que dio la vuelta a la tortilla del resultado de 2014, cuando todavía era Convergència: en aquel entonces había ganado ERC con un 23,6% y 594.167 sufragios, unos 45.000 más que CiU.

Para añadir más confusión a la pugna entre Junts y Esquerra por el espacio soberanista no hay más que echar un vistazo al resultado de ambas fuerzas en las elecciones municipales. En ellas, a diferencia de las europeas, celebradas el mismo día, ERC sí fue capaz de batir a Junts, al menos en votos. Consiguieron 821.031 (el 32,51% del total), 260.000 más que los de Puigdemont. Cuatro años antes la entonces Convergència dominaba el municipalismo independentista con el 21,27% de los votos, cinco puntos porcentuales más que los republicanos.

Claro que si nos atenemos al número de alcaldías, y a la espera de los decidan los pactos el 15 de uno, cuando se constituyan los ayuntamientos y se resuelvan las corporaciones en las que no hay mayorías absolutas, Junts consiguió superar a Esquerra: los de Puigdmeont sumaron 305 y los de Junqueras se quedaron en 257. Es verdad que los republicanos han mejorado claramente —en 2015 sólo habrían logrado 188 mayorías absolutas— pero también lo es que no han conseguido batir a los posconvergentes.

El caso de Barcelona

Esquerra, en cambio, logró un avance muy significativo en las municipales desde el punto de vista cualitativo. Mejoró notablemente sus resultados en el área metropolitana de Barcelona y, sobre todo, consiguió convertirse en la fuerza más votada en la codiciada capital de Cataluña. Es aquí donde su candidato a la Alcaldía, Ernest Maragall, se ha convertido en el mejor ejemplo de la estrategia diseñada por Esquerra tras el fiasco de octubre de 2017: su objetivo es atraer a un gobierno municipal nítidamente independentista a los comúns de Ada Colau, siempre con la vista puesta en la acumulación de fuerzas que acabe forzando al Estado a negociar un referéndum pactado y reconocido internacionalmente.

Los republicanos avanzaron en Santa Coloma de Gramenet y en L’Hospitalet — donde de todos modos ganó el PSC con mayoría absoluta—. Y negocian estos días los acuerdos que necesitan para desbancar a los socialistas de Lleida, uno de sus feudos históricos.

A falta de que se resuelvan las alcaldías en los ayuntamientos sin mayorías absolutas, se puede afirmar que el resultado de las elecciones locales sumará poder institucional a la estrategia independentista. Con más presencia, por ejemplo, en los consejos comarcales, especialmente para Esquerra.

Porque el espacio político posconvergente, en realidad, retrocede. En cuatro años ha perdido más de 100.000 votos y más de 40 mayorías absolutas. Y eso ha recrudecido el debate todavía larvado entre quienes apoyan sin reservas el liderazgo de Carles Puigdemont y los que discuten su radicalismo personalista. Estos últimos aseguran que las candidaturas que mejor resistieron en las municipales fueron precisamente las encabezadas por dirigentes más moderados, con discurso menos independentista y menos afines a la estrategia del expresident. Es el caso de Reus, Figueres o Martorell. En algunas localidades, como Calella y Premiа de Mar, los candidatos de Junts se están planteando incluso llegar a acuerdos de gobierno con el PSC.

El universo político liderado por Puigdemont es en realidad un conjunto de organizaciones cruzadas: el PDeCAT —funcionalmente heredero de Convergència—, la Crida Nacional per la República —fundada por el expresident con la intención, fallida, de deglutir a Esquerra—, Junts per Catalunya —un paraguas electoral que incluye al PDeCAT y a dirigentes independentistas fieles a Puigdemont—, y el Consell per la República —una entidad privada destinada a promover la independencia catalana desde Bruselas—. A los que hay que sumar a los dirigentes moderados expulsados en los últimos meses, como Marta Pascal o Carles Campuzano. O el expresident Artur Mas, que con toda probabilidad habrá completado su condena de inhabilitación cuando se celebren las próximas elecciones catalanas. Su nombre y el de la actual consellera de Empresa, Àngels Chacón, empiezan a sonar en algunos medios catalanes como principales opciones para liderar a los moderados.

Nada más celebrarse las elecciones municipales, el presidente del PDeCAT, David Bonvehí, reclamó una “reflexión profunda” sobre la evolución de este espacio y acerca de cómo debe articularse en el futuro. “JxCat ha sido una buena marca gracias a los candidatos del PDeCAT”, razonó Bonheví, pero sólo tiene sentido “si el PDeCAT está dentro”.

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El Periódico de Catalunya adelantó este jueves que, una vez constituidos los ayuntamientos el próximo 15 de junio, los descontentos con la deriva de este espacio político alzarán la voz, hartos del liderazgo personalista de Puigdemont y cansados de tantos cambios de siglas que, opinan, no han hecho más que crear confusión. Creen que Esquerra está ganando la partida al hacerse con el espacio de moderación y diálogo que otrora representaba Convergència.

No lo tendrán fácil. El expresident ha sabido situar, primero en el Parlament y ahora en el Congreso, a personas que le son extremadamente fieles. Y el calendario que viene será muy poco propicio a la moderación: primero por una sentencia del juicio del procés que puede condenar a largos años de prisión a los acusados, entre ellos Oriol Junqueras, Raül Romeva, Jordi Sànchez, Jordi Cuixart, Jordi Turull y Josep Rull. Y, en segundo lugar, porque todo apunta a que la respuesta de Torra a una sentencia condenatoria será la convocatoria de elecciones anticipadas en Cataluña.

Será una nueva oportunidad para que Junts y Esquerra midan fuerzas en la pugna que mantienen desde 2017 por la hegemonía del espacio soberanista. Queda por saber, entre otras cosas, quién liderará cada bando. Si Puigdemont estará en situación legal de hacerlo y si —ante la previsible inhabilitación de Junqueras— será Pere Aragonès o Joan Tardà quien encabeza la candidatura republicana.

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