infoLibre publica el epílogo del libro de Luis Enrique Otero Carvajal, La ciencia en España, 1814-2015, que sale a la venta este lunes 20 de marzo, editado por Catarata.
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Construir un sistema de ciencia y tecnología es una empresa compleja que exige un compromiso duradero de la sociedad y de los poderes públicos a la hora de proveer los recursos necesarios para sostener instituciones, centros y grupos de investigación capaces de situarse en el mapa de la ciencia internacional. España ha disfrutado de tres ocasiones en las que ha podido acercarse a dicha meta: dos de ellas fracasaron como consecuencia de la evolución histórica en la que se desenvolvió la construcción de la sociedad contemporánea: la Ilustración —por el restablecimiento del absolutismo por Fernando VII— y la edad de plata de la ciencia —por el desenlace de la guerra civil—.
La tercera ocasión tuvo lugar tras el restablecimiento de la democracia que, salvo el interregno de la corta pero intensa crisis de 1992-1993, dio lugar a un sostenido crecimiento del esfuerzo en I+D desde los años ochenta del siglo XX hasta 2008. Una oportunidad en riesgo tras el estallido de la Gran Recesión en 2008 y la política de recortes aplicada desde entonces al sistema de ciencia y tecnología —tanto en el sector público como en el sector empresarial—, a diferencia de lo acontecido en los principales países de la Unión Europea y de la OCDE.
Es un lugar común, o debería serlo, que sin una sostenida apuesta por la ciencia y la tecnología una sociedad está abocada al estancamiento y a la dependencia. No hay que irse muy lejos para comprobar la veracidad de esta afirmación. La historia de nuestro país es una muestra fehaciente de ello. Otros ejemplos históricos pueden ser traídos a colación, como el retroceso de la ciencia en la Alemania nazi por las políticas de exclusión y persecución de los científicos por su origen judío o por su militancia antinazi, su exilio alimentó el fortalecimiento de la ciencia en Estados Unidos y contribuyó a su liderazgo mundial; la persecución de los biólogos y genetistas soviéticos por el estalinismo tras la Segunda Guerra Mundial coadyuvó al hundimiento de la agricultura soviética, o la persecución de los científicos y académicos chinos durante la revolución cultural y los costes sociales y económicos que provocó.
En la sociedad actual, los riesgos de no apostar por un robusto sistema de ciencia y tecnología se han multiplicado con la aceleración del desarrollo científico y tecnológico. La llamada tercera revolución industrial del último tercio del siglo XX, que dio lugar a la sociedad digital, y la actual cuarta revolución industrial, con la robotización, la inteligencia artificial, el big data, la nanotecnología y la biotecnología, están cambiando a una velocidad de vértigo la economía, la sociedad y la cultura del siglo XXI. Quedarse al margen, o en sus márgenes, es arrojar la toalla como país.
El sistema de ciencia y tecnología en España todavía adolece de fuertes fragilidades y no ha sido capaz de alcanzar la media de los países de la Unión Europea y de la OCDE en inversión en I+D. Por una parte, persiste la debilidad de la I+D empresarial, manifestada en la distancia que mantiene respecto a los países más avanzados de la UE y la OCDE, con consecuencias negativas sobre la competitividad y la creación de alto valor añadido de la economía española. Por otra parte, los recortes en el sistema público de I+D tras el estallido de la Gran Recesión ponen en riesgo el esfuerzo realizado desde los años ochenta del siglo XX. Numerosos indicadores señalan el estancamiento cuando no retroceso en numerosas disciplinas y las dificultades que atraviesa el sector público y el sector empresarial de I+D para mantener su actividad y no perder los notables avances que habían registrado en los últimos cuarenta años.
La movilidad internacional de las nuevas generaciones de científicos, gracias a la inversión realizada en su formación, ha permitido elevar la calidad de la ciencia en España y la formación de competitivos grupos de
investigación de alcance internacional, que encontraron proyección y continuidad en el sistema de I+D de las universidades públicas, el CSIC e institutos y centros de investigación estatales y autonómicos. El salto de calidad del sistema de enseñanza superior y del sistema de ciencia y tecnología en España se expresa en la acogida e integración de numerosos estudiantes doctorales, de jóvenes doctores y científicos en centros de investigación internacionales, y en las importantes posiciones alcanzadas por científicos españoles en numerosas universidades y centros de investigación internacionales. La cantidad y calidad de las publicaciones realizadas o participadas por científicos y centros de investigación espa ñoles en las más prestigiosas revistas internacionales es un buen indicador del nivel alcanzado por el sistema de ciencia y tecnología en España.
La internacionalización de la ciencia ha sido una constante que se aceleró en el siglo XX. La movilidad internacional es una premisa para cualquier sistema de ciencia y tecnología que pretenda alcanzar y mantener una posición destacada en el tablero internacional. En este proceso de internacionalización, España ha avanzado de manera sostenida tras el restablecimiento de la democracia mediante la participación en organismos, centros y empresas internacionales, la apuesta por la movilidad internacional del personal investigador en formación y la internacionalización de los grupos de investigación consolidados y de los centros e institutos de investigación.
El riesgo estriba en las consecuencias negativas que los recortes en la inversión en I+D tienen para el sistema de ciencia y tecnología. La reducción de la inversión en formación de personal investigador —las becas predoctorales— y, sobre todo, las crecientes dificultades para la reincorporación de los investigadores postdoctorales, los recortes de la financiación a centros e institutos de investigación que habían alcanzado posiciones de liderazgo nacional e internacional, y los efectos perniciosos de la limitación de contratación de personal investigador en el sector público han tenido ya importantes consecuencias para determinadas líneas de investigación. La precarización y la incertidumbre sobre el presente y futuro de numerosos centros y grupos de investigación amenaza con la pérdida de un valioso y costosísimo capital humano, que ve cómo se cierran las puertas a su integración en el sistema de ciencia y tecnología en España, condenados a no retornar del extranjero, a partir a un nuevo exilio científico —ahora no por razones de persecución política sino por razones económicas y de ceguera política—, u obligados a abandonar la carrera científica tras años de formación y desempeño.
Es comprensible que en un contexto de grave recesión económica, como la sufrida por España tras el estallido de la Gran Recesión, el crecimiento del esfuerzo inversor en I+D se resienta. Sin embargo, la mayoría de los principales países de la Unión Europea y de la OCDE optaron por incrementar la inversión en I+D para responder a los desafíos de la crisis y la creciente competencia de nuevos actores en la economía mundial, como China e India. Resulta menos comprensible la escasa sensibilidad que los poderes públicos han prestado al alcance que los recortes suponen respecto al presente y futuro del sistema de I+D en España, y las consecuencias que tienen para una economía que se pretenda avanzada. Pero raya en la irresponsabilidad la actitud que numerosos políticos muestran respecto al sistema de I+D y, en particular, al sector público de I+D, del que son responsables, a través de la gestión de los presupuestos públicos y establecimiento de las prioridades del gasto, llevados de esa máxima suicida de que lo público es la encarnación de todos los males de la sociedad.
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Levantar un sistema de ciencia y tecnología es una empresa de años. Una tarea delicada en la que la perseverancia del esfuerzo inversor debe ir acompañada de la competencia de los gestores públicos para optimizar y maximizar los recursos, a través de políticas públicas que velen por la consolidación de un sólido y potente sistema de ciencia y tecnología, capaz de hacer frente a los retos del presente y a los desafíos del futuro. Un esfuerzo que se puede ir al traste con suma facilidad si el esfuerzo inversor no tiene continuidad y se rompen por falta de visión y financiación líneas y grupos de investigación que ha costado décadas levantar.
El sistema de ciencia y tecnología en España se enfrenta a dos grandes retos: la tradicional debilidad de la inversión en I+D de la empresa española y la falta de compromiso de los poderes públicos con la inversión en I+D a medio y largo plazo. La rigidez del sistema de I+D, por un exceso de reglamentación en la ejecución de las políticas públicas de I+D, es un problema añadido que dificulta la gestión de recursos —tanto presupuestarios como humanos—, con la pérdida de financiación internacional y de investigadores, en un sistema atenazado por los recortes y las limitaciones para gestionar los recursos humanos, con efectos negativos para la consolidación y continuidad de grupos de investigación, la retención de científicos, la atracción y la captación de investigadores de proyección internacional.
Los desafíos a los que se enfrenta la humanidad en el siglo XXI, producto del proceso civilizatorio y del progreso tecnológico, exigen un mayor compromiso con la ciencia. Un país que pretenda no quedar rezagado ante los retos de un mundo globalizado y afectado por los efectos del cambio climático no debería menospreciar la importancia de la inversión en I+D. La sociedad que no apueste por la ciencia hipotecará su presente y perderá el futuro.
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