La cumbre del clima de Glasgow, también conocida como COP26, ha finalizado durante la noche de este sábado. El texto final, como suele ser habitual, no puede ser calificado de fracaso total, pero tiene lagunas, según activistas y observadores de las intensas negociaciones que se vienen sucediendo durante esta semana. El acuerdo llama a que todas las partes actualicen a lo largo de 2022 sus compromisos de reducción de emisiones para hacerlos compatibles con el Acuerdo de París, que marca un límite de 1,5 grados de calentamiento global a finales de siglo. No es una tarea fácil, ya que las metas actuales llevan al planeta a una subida del mercurio de entre 2,4 y 2,7 grados, según el análisis. La intención es reducir la brecha y el documento consensuado por los países es "razonable", según varias fuentes, a la hora de exigir esa ambición.
También se acuerda un plazo de cinco años para actualizar estos compromisos, llamados Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC's). Para 2024, además, todos los países tendrán que informar con datos detallados sobre sus emisiones en base a normas comunes, que permitan la comparación entre naciones. Los ecologistas, sin embargo, recuerdan lo evidente: que estas metas nacionales no son vinculantes y que pasar la patata caliente a 2022 es, de nuevo, retrasar el abordaje del desafío cuando cada vez queda menos tiempo.
El gran fallo de la COP26 es en financiación climática: que los países más ricos, y más responsables de la crisis climática, ayuden a los países más pobres y vulnerables a sus efectos a abordar las transformaciones necesarias. En esta cumbre del clima, pequeños países insulares, naciones muy afectadas por los fenómenos meteorológicos extremos y estados del Sur Global han agitado el fantasma de la ausencia de consenso. Ha habido avances desde el primer borrador, publicado el miércoles, pero sigue siendo insuficiente en base a la opinión de este grupo y de los activistas, que consideran que es una cuestión de justicia.
En el texto, los países ricos (también llamados donantes) se comprometen a cumplir su promesa incumplida: 100.000 millones de euros al año entre 2020 y 2025. A partir de 2025 la cifra deberá duplicarse, lo que es una buena noticia y un avance en relación a los borradores anteriores: pero sigue sin haber mecanismos del todo vinculantes que asegure a los vulnerables que el Norte Global no va a volver a fallar. El gran fracaso, sin embargo, es en cuanto al mecanismo de pérdidas y daños: ayudas y compensaciones a los países que sufren inundaciones, huracanes, ciclones y demás desastres naturales, cada vez más voraces y destructivos.
Se ha acordado la creación de un mecanismo de asistencia técnica para la llamada Red de Santiago, que coordinará estas ayudas, y se pide a los países que aporten fondos, pero sin ninguna cifra concreta sobre la mesa. Los países más pobres y vulnerables han luchado hasta el final para obligar a un número concreto, como con la financiación climática, pero la Unión Europea y Estados Unidos no han dado su brazo a torcer. Probablemente, la COP27, que se celebrará en Egipto, aborde este tema como primordial. Muchas naciones se enfrentan a pérdidas económicas que incluso ponen en jaque la viabilidad de sus Estados. Otras pequeñas islas, directamente, corren el riesgo de desaparecer.
Otra de las principales novedades del acuerdo es la llamada a acabar con los subsidios estatales a combustibles fósiles y a reducir su uso. Por primera vez desde Kyoto (1999), un pacto en una cumbre del clima menciona a los grandes causantes de la emergencia climática. Pero el texto se ha descafeinado conforme pasaban los días. Se pide terminar con las ayudas y ejecutar el final del carbón, pero no de todo el carbón, sino de las centrales sin tecnologías de aborción de carbono; así como con las iniciativas estatales que sean "ineficientes", lo que en la práctica es una puerta abierta a seguir emitiendo y apoyándose en estas tecnologías para generar energía. A última hora, en el plenario final, India incluyó un cambio final en la redacción: en vez de eliminar gradualmente ("phase out") el uso del carbón, reducirlo gradualmente ("phase down"), entre críticas de países como México, Islas Marshall o los pertenecientes a la Unión Europea, que no han reabierto la discusión en pos del consenso.
Sin embargo, la inclusión de este apartado ha sido recibida como una buena noticia, por la novedad, y porque hasta el último momento se corrió el riesgo de que Arabia Saudí y Australia lograran eliminar cualquier referencia en este sentido. La presión de economías emergentes aún muy dependientes del carbón, como China o India, ha rebajado la ambición, pero no la ha eliminado. Argumentan que los países ricos han estado progresando en base a estas tecnologías durante décadas y que, al menos hasta 2030, ahora les toca a ellos para ponerse al mismo nivel y disputar la hegemonía mundial, aunque sea a costa de la salud humana y del planeta.
Con respecto a la reglamentación del artículo 6 del Acuerdo de París, que prevé la creación de un mercado de carbono global para que los países puedan invertir en reducciones de emisiones en otras partes del planeta. Tras seis años de discusiones, se ha alcanzado un acuerdo. La doble contabilidad (que el país inversor y el receptor se apuntaran las mismas reducciones, considerado una trampa) se ha prohibido. Brasil, que bloqueó las negociaciones el año pasado en Madrid, ha dado su brazo a torcer. Sin embargo, se permitirá la inclusión de créditos antiguos, procedentes del Protocolo de Kyoto: reducciones ya conseguidas hasta 2013. Es la peor cara de un pacto que ha sido muy celebrado por los técnicos y políticos que han protagonizado la discusión, que se hacían una foto en el plenario antes del cierre.
La COP26 ha sido también el marco de otros acuerdos no vinculantes, como el alcanzado para reducir las emisiones de metano, gas que dura menos en la atmósfera pero con gran potencial para el calentamiento global; y otros pactos entre Estados para poner fin a la extracción de combustibles fósiles y a su financiación, sin incluir a la mayoría de países que más los usan en sus modelos energéticos. No son garantía de un futuro habitable, pero ayudarán a incrementar la presión sobre los grandes emisores. También ha sido el escenario del primer gran acuerdo climático entre las dos potencias más emisoras, que se disputan el puesto del mayor país del mundo en términos económicos e industriales: Estados Unidos y China.
Tensas discusiones finales: "Gran decepción"
La cumbre del clima de Glasgow no ha logrado superar el récord de tardanza en su clausura, roto por la COP25 de Madrid en 2019. Eso no quiere decir que haya sido fácil alcanzar el consenso, ni mucho menos. Durante las últimas horas, las conversaciones fueron intensas entre los países desarrollados y los más vulnerables y pobres, con el protagonismo del enviado presidencial especial de los Estados Unidos para el Clima, John Kerry, que mantuvo discusiones a la luz de las cámaras con varias naciones africanas.
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Durante las intervenciones, los pequeños países insulares y los pertenecientes al Sur Global reconocieron los avances de esta semana, pero dio la sensación de que aprobaban el texto con la nariz tapada. En estos encuentros se suele decir que "mejor ningún acuerdo que un mal acuerdo", pero en el multilateralismo climático las cesiones son inevitables. El portavoz de Tuvalu mostró una foto de sus nietos, asegurando que "la respuesta al cambio climático es crítica para la humanidad, y no debería estar vinculada a nuestra supervivencia política". Las Islas Marshall pusieron palabras a esta resignación: "No podemos irnos de aqui sin nada. Este texto no es perfecto, pero tiene muchos elementos que sirven al planeta. Queda mucho trabajo por hacer, pero es un progreso".
Guinea, en representación del G77, manifestó su "gran decepción" por la falta de concreción en el capítulo de pérdidas y daños. El representante de la Unión Europea, Frans Timmermans, fue muy criticado por varios observadores y activistas en sus intervenciones finales: siendo muy crítico y contundente a la hora de hablar de mitigación y del fin de los combustibles fósiles, pero siendo, a su vez, uno de los responsables de que esta cumbre del clima finalice sin un acuerdo satisfactoria en materia de financiación y justicia climática.
Pero los momentos más tensos se vivieron en el plenario final, cuando se desveló un acuerdo no conocido por la mayoría de las partes, impulsado por India, en el que se descafeinaba aún más el lenguaje referido al fin del carbón. Suiza aportó los adjetivos más duros: además de la clásica expresión "gran decepción", aseguró que esas líneas "no nos acercan a los 1,5 grados y nos hacen más complicado llegar". Timmermans, por su parte, quiso recordar a la India que la apuesta por esta tecnología no es "una decisión económica apropiada", más allá de sus implicaciones para la atmósfera. Pero la postura de las economías emergentes ha sido clara desde el principio de la cumbre: quieren emitir más ahora. Es su derecho, consideran. En la tensión entre justicia y urgencia se ha movido esta cumbre, y probablemente las que vendrán.
La cumbre del clima de Glasgow, también conocida como COP26, ha finalizado durante la noche de este sábado. El texto final, como suele ser habitual, no puede ser calificado de fracaso total, pero tiene lagunas, según activistas y observadores de las intensas negociaciones que se vienen sucediendo durante esta semana. El acuerdo llama a que todas las partes actualicen a lo largo de 2022 sus compromisos de reducción de emisiones para hacerlos compatibles con el Acuerdo de París, que marca un límite de 1,5 grados de calentamiento global a finales de siglo. No es una tarea fácil, ya que las metas actuales llevan al planeta a una subida del mercurio de entre 2,4 y 2,7 grados, según el análisis. La intención es reducir la brecha y el documento consensuado por los países es "razonable", según varias fuentes, a la hora de exigir esa ambición.