Los culpables detrás de los microplásticos: de compañías textiles a multinacionales de la alimentación

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El problema ambiental que representan los microplásticos ha ganado en notoriedad tras su elección como “palabra del año” por la Fundeu. No ha sido, sin embargo, un tema exclusivo de 2018: desde hace años se tiene consciencia de su influencia negativa, mayormente, en los ecosistemas marinos, en los que la contaminación pervierte la cadena trófica. Tras la identificación del riesgo, el siguiente paso es identificar a los culpables. Y, en opinión de las ONG ambientalistas más implicadas, hay varios niveles: las empresas comercializadoras, un sistema de reciclaje ineficiente y con participación directa de estas mismas compañías y una legislación que en el mejor de los casos llega con retraso y, en el peor, ni siquiera existe.

Los microplásticos son residuos microscópicos –de menos de cinco milímetros– derivados del petróleo que se vierten al mar desde las instalaciones industriales y, sobre todo, desde los hogares. El consumo de productos relacionados con la cosmética, pero también de plásticos de un solo uso, los envases y las fibras sintéticas que se desprenden del lavado de la ropa, están detrás de la contaminación. Alba García, responsable de la campaña de Plásticos de Greenpeace, explica que hay tres tipos principales de microplásticos: las microesferas, utilizadas por pastas de dientes o cremas exfoliantes, se han incluido durante años por su poder abrasivo: son baratas y ejercen de lima contra la suciedad. Por otro lado, la ropa hecha parcial o totalmente con componentes sintéticos libera fibras en cada lavado, que van directamente al mar previo paso por el desagüe y las tuberías. Llegan al ecosistema marino porque las depuradoras son incapaces de filtrar unos residuos tan pequeños.

¿Por qué los microplásticos representan un problema? “Se han hecho muchos estudios al respeto, sobre todo con fauna marina”, responde García. “Además del propio impacto físico, de fitoplacton o animales más grandes que se tragan estos plásticos, lo más interesante es el impacto en cuanto a la toxicidad”. Estos pequeños residuos, además de los químicos que ya llevan incorporados, actúan de esponjas para todos los tóxicos que se encuentren a su alrededor en el medio natural, por lo que al ingerirlos, la fauna está ingiriendo, en palabras de la portavoz de Greenpeace, “minibombas”. Acarrean problemas “hormonales, endocrinos y de supervivencia” para toda la cadena trófica, muy sensible al más mínimo cambio. Incluso pueden llegar a nuestro plato, aunque, a diferencia de lo que aseguran algunos alarmistas, aún no ha sido probada ninguna afección a nuestra salud: al contrario, se cree que los desechamos a través de las heces sin más.

El Mediterráneo es el principal caladero de microplásticos, siendo lo que es: apenas un charco, a escalas oceánicas, rodeado de países altamente desarrollados –y, por tanto, altamente contaminantes–, con España y Turquía a la cabeza en el listado de mayores vertedores de estos compuestos, según un informe de WWF. Estos pequeños residuos alcanzan en este mar una concentración de 1,25 millones de fragmentos por kilómetro, un nivel cuatro veces superior al de la llamada isla de plásticoisla de plástico, en el Océano Pacífico.

Las medidas que instituciones o empresas están tomando para limitar el problema ambiental varían, radicalmente, dependiendo del tipo de microplástico. Tras sonar la voz de alarma durante 2013 y 2014, las microesferas de los cosméticos, asegura Alodia Pérez, responsable de Residuos de Amigos de la Tierra, están prácticamente erradicadas. Al tratarse de algo tan concreto, y fácilmente sustituible por compuestos biodegradables, la mayoría de los grandes grupos inmersos en este negocio (L’Oreal, Colgate-Palmolive y Unilever)  decidieron, sin la necesidad de medidas coercitivas, limitar o erradicar la presencia de microplásticos en sus productos. Aun así, decisiones como las de Reino Unido o Estados Unidos, que prohibieron la presencia de estos agentes abrasivos en cremas o pastas de dientes, ayudaron.

Pérez cree que la gran batalla en cuanto a microplásticos está por librarse en las fibras sintéticas que se desprenden de la ropa al lavarse. Es contundente: “No se está tomando ninguna medida”, y ninguna gran compañía textil se ha comprometido a dejar de usarlos, básicamente porque supondría, en la práctica, la renuncia a las prendas sintéticas: ya sea total o parcialmente. Hubo una gran oportunidad: según relata la activista de Amigos de la Tierra, en el proceso legislativo de la Unión Europea que desembocó en la directiva de plásticos de un solo uso, que los prohíbe a partir de 2021, hubo un debate hasta última hora para prohibir los microplásticos. No se incluyó finalmente. “La estrategia europea sobre plásticos sí que los incluye, pero no es vinculante”, explica Pérez. En septiembre de este año, los socialistas europeos lograron que el Pleno del Parlamento se posicionara a favor de la prohibición total de estos pequeños residuos, pero la Comisión Europea, el órgano que debe tomar la iniciativa para convertir los deseos en realidades legislativas, aún no ha recogido el guante.

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La tercera pata de la mesa son los plásticos que no son estrictamente de un solo uso, como los bastoncillos para las orejas, pajitas o cubiertos desechables. Para estos, destacando los envases de usar y tirar, no hay ningún plan. No son los principales causantes, porque no suelen descomponerse a niveles microscópicos, pero también expulsan este tipo de residuos, además del impacto macro en océanos y ecosistemas de todo el planeta. La estrategia se basa en su reciclaje, y en la Unión Europea todos deben poder reciclarse en 2030 e incluir un 30% de plástico reciclado en 2021, pero no hay ninguna intención de reducir su uso o sacarlos del mercado. Ni por parte de las instituciones, ni por parte de las empresas.

Un informe de Greenpeace de 2018, titulado La crisis de la comodidad, puso el foco en la responsabilidad de las grandes cadenas de alimentación del mundo, prácticamente detrás de la inmensa mayoría de los productos que adquirimos en el supermercado: Coca-Cola, Mars, Mondelez, Nestlé, Pepsicó, KraftHeinz, Danone y Unilever, además de otras dedicadas al hogar y a la cosmética como Johnson&Johnson, P&G y Colgate-Palmolive. Estos grupos están detrás de gran parte de los plásticos de usar y tirar, con impacto en el medioambiente tanto a través de microplásticos como de grandes desechos.

El informe revela que el plástico es demasiado barato, y ofrece demasiadas comodidades, para que las grandes empresas renuncien a su uso: al contrario, todas las grandes corporaciones prevén, en los próximos años, un aumento de su uso. “Ninguna de las empresas encuestadas mostró estrategias que incluyan un compromiso para abandonar, o reducir, la dependencia de los materiales de envase de plástico de un solo uso. Cada uno de los compromisos corporativos adquiridos por las empresas permite que la cantidad total de envases de plástico de un solo uso continúe creciendo”, refleja Greenpeace.

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La organización, en un informe de este mes, puso el foco también en los supermercados españoles, el último eslabón de la cadena de consumo. Elaboraron un ranking en el que Eroski sacó la mejor puntuación, un 6,2, frente a El Corte Inglés, la peor parada, con una nota de 3,4. La organización valoró positivamente que tanto Eroski como Lidl pretenden reducir al menos un 20% las toneladas de plásticos de usar y tirar que utilizan para 2025. Sin embargo, los ecologistas denuncian que “los supermercados se han escudado en la falta de legislación o en aspectos como el desperdicio alimentario, (...) así como en razones como la mayor rapidez para los clientes o la seguridad alimentaria, que poco tiene que ver en el caso de productos como frutas, verduras o legumbres”.

Para las grandes asociaciones ecologistas, el verdadero problema con el plástico, tanto el que genera residuos de gran tamaño como las partículas microscópicas que intoxican a la fauna marina, es que las prioridades no son las correctas. “Lo primero siempre tiene que ser la reducción del uso. Y eso no se está planteando de ninguna manera. La reutilización es la segunda R, y luego viene el reciclaje”, afirma Alodia Pérez. Ninguna medida, consideran, será realmente efectiva si no se replantea el sistema de consumo.

Las compañías que comercializan envases, según el modelo español, se organizan a través de una entidad sin ánimo de lucro, Ecoembes, a la que le sienta mal, por su modelo de negocio, cualquier iniciativa que consista en consumir menos –y, por ende, contaminar menos–. Pero esa es otra historia.

El problema ambiental que representan los microplásticos ha ganado en notoriedad tras su elección como “palabra del año” por la Fundeu. No ha sido, sin embargo, un tema exclusivo de 2018: desde hace años se tiene consciencia de su influencia negativa, mayormente, en los ecosistemas marinos, en los que la contaminación pervierte la cadena trófica. Tras la identificación del riesgo, el siguiente paso es identificar a los culpables. Y, en opinión de las ONG ambientalistas más implicadas, hay varios niveles: las empresas comercializadoras, un sistema de reciclaje ineficiente y con participación directa de estas mismas compañías y una legislación que en el mejor de los casos llega con retraso y, en el peor, ni siquiera existe.

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