Pedro Sánchez se estrena este viernes como presidente del Gobierno en la tribuna del desfile militar que cada año protagoniza la celebración de la fiesta nacional del 12 de octubre. Y lo hará en un ambiente de hostilidad y tensión política muy parecido al que hace 14 años normalizó que una parte del público aprovechase la oportunidad para abuchear al jefe del Ejecutivo.
El expresidente José Luis Rodríguez Zapatero asumió con resignación y como “parte del guión” que cada 12 de octubre y durante ocho años consecutivos su presencia fuese rechazada por una parte de los asistentes con pitos, abucheos y gritos de “fuera, fuera”, “Zapatero embustero”, “dimisión", “Zapatero en las urnas te espero" o "vete con Obama”.
Una actitud que terminó por enfadar al rey, entonces Juan Carlos I, y a su heredero —el hoy monarca Felipe de Borbón—, así como a muchos de los militares que participan en el acto, sobre todo porque los abucheadores extendieron su protesta a momentos de especial solemnidad, como el homenaje a los caídos. Mariano Rajoy y los suyos, entonces en la oposición, evitaron todos los años pronunciar una sola palabra contra los ciudadanos que acudían a mostrar su animadversión contra el presidente. En 2012, el entonces ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, no dudó en describir a los autores: es "lamentable" y "muy duro" que "la extrema derecha se apropie" de la fiesta de todos los españoles, señaló.
Los abucheos, sin embargo, cesaron nada más llegar Mariano Rajoy a la Presidencia. De hecho, han permanecido ausentes del desfile durante los seis años en los que el expresidente del PP estuvo al frente del Gobierno. Así que todos los ojos —y los oídos— estarán este viernes pendientes del recibimiento de Pedro Sánchez en la tribuna instalada en el Paseo de la Castellana y desde la que las máximas autoridades del país —encabezadas por la familia real— presiden el desfile militar.
La Fiesta Nacional de España del día 12 de octubre, así declarada por ley hace 31 años, se ha convertido en una cita anual que la derecha gestiona con naturalidad pero que la izquierda, cuando gobierna, asume incómoda.
Fuerzas Armadas y monarquía
El acto en sí sigue estando vinculado exclusivamente a las Fuerzas Armadas –el plato fuerte es un desfile por las calles de Madrid en el que intervienen miles de militares de los tres Ejércitos— y a la monarquía: el rey preside una recepción en el Palacio Real a la que asisten las fuerzas vivas del país.
Cada 12 de octubre, como recuerda Josep M. Colomer, autor del libro España: la historia de una frustración (Editorial Anagrama), “cualquiera que sea el régimen político y el Gobierno, hay fanfarria y un desfile militar en Madrid”. Un acto en el que la principal atracción es “siempre la Legión, un cuerpo creado en las guerras coloniales en África”, guiado “por una cabra cornuda con una gorra, mientras los legionarios cantan su himno Soy el novio de la muerte”. “El Imperio ha muerto”, concluye, y “la Nación es sólo su caricatura”.
En los últimos años, sin embargo, ha operado un cambio. La jornada ha pasado de ser una actividad que sólo parecía importar a las autoridades y a los periodistas a convertirse en una excusa para que cada vez más ciudadanos exhiban su españolidad engalanando sus balcones con banderas españolas. Una práctica que el PP no duda en alimentar especialmente cuando está en la oposición y su discurso denuncia que “España se rompe”, como hacía en 2005, o que el Gobierno “está con los golpistas”, como afirma en la actualidad.
El PP alienta la exhibición de banderas para responder a los “enemigos” de la unidad de España
El propio Rajoy alentó la estrategia de las banderas con un vídeo que su partido distribuyó en 2007 y en el que acusaba a Zapatero de no defender “los símbolos nacionales”. Este año Casado protagoniza un vídeo similar en el que invita a los ciudadanos a "mostrar con orgullo" la bandera de España, elogiar la figura del rey y oponerse a los independentistas catalanes. Su número dos, Teodoro García Egea, lo describe mejor: se trata de responder a los “enemigos” de la unidad de España, que saben lo “importante” que son los símbolos y por eso “colocan lazos amarillos” e “insultan al Estado de Derecho”.
Muy parecida es la estrategia de Ciudadanos con la bandera y con la utilización de los símbolos, cuya máxima expresión fue la creación de la plataforma España Ciudadana. Por no hablar de Vox, la formación ultra que lleva años haciendo de la bandera su signo de identidad.
La fiesta nacional del 12 de octubre como nexo capaz de unir a todos los españoles con independencia de su ideología o de su lugar de procedencia no ha funcionado, al menos no completamente. “No es un nexo que una a todos, pero une a muchos”. En todo caso, “es un éxito (o fracaso) parcial”, asegura el sociólogo de la Universidad Carlos III y columnista de infoLibre Ignacio Sánchez-Cuenca.
Josep M. Colomer destaca que España es el único país del mundo cuya fiesta nacional no se refiere a “hazañas como una rebelión contra la opresión, la victoria de la libertad o el logro de la unidad nacional, sino a su experiencia imperial y colonial de conquista y dominación de otros pueblos”. La elección del día “en que Colón y su tripulación aterrizaron cerca del Caribe”, el mismo en el que, “según la leyenda, la Virgen se apareció a Santiago en el Pilar de Zaragoza”, combina “la hazaña imperial” con “el patriotismo religioso”. España, subraya este autor, comenzó a honrar “el día fundacional simbólico del Imperio como una reacción nacionalista frustrada” después de perder sus “últimos restos imperiales”.
Xosé M. Núñez Seixas, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidade de Santiago (USC), está de acuerdo. Aunque a día de hoy “la celebración está mayormente secularizada”, simboliza “ante todo dos cosas: el carácter universal del castellano y el pasado imperial del país” de modo que “es difícil que quienes no se identifican con la nación española se sientan atraídos por una fiesta con ese bagaje, y que además simboliza la hegemonía del castellano”.
Más tajante se muestra el filólogo y escritor Jordi Amat. Para él, el nexo del 12 de octubre no funciona porque sencillamentre “no existe”. “Y si existió, con la esperanza del regeneracionismo moderado que dio forma al Estado del 1978, fue saboteado por los nacionalismos conservadores”. En su opinión, “para que haya nexo debe haber consenso y ese consenso se lo cargó la Segunda Transición de la aznaridad”.
Hace un año, en el desfile de 2017, junto a Felipe de Borbón y a la alcaldesa Manuela Carmena estaban Mariano Rajoy y Cristina Cifuentes. Los dos últimos han sido barridos por la actualidad: el lugar del primero lo ocupará el socialista Pedro Sánchez, por primera vez ejerciendo de presidente del Gobierno; en lugar de la segunda acudirá Ángel Garrido, su sustituto en la Presidencia de la Comunidad de Madrid.
No estará, nunca lo ha hecho, el líder de Podemos, Pablo Iglesias. Ni líderes significativos que militen a la izquierda del PSOE; Faltarán, de nuevo, varios presidentes de Comunidades Autónomas. Las ausencias forman parte de las dificultades que España siempre ha tenido a la hora de construir una identidad común.
Ni Francia ni Yugoslavia
Núñez Seixas lo considera “un debate interminable” que depende del ángulo desde el que se mire. España, recuerda el historiador de la USC, “no es un Estado nacional homogéneo, pues importantes sectores de la población vasca y catalana, y significativos de la gallega (además de algunos baleares, valencianos y canarios) no se sienten identificados con la nación española”. Pero, al mismo tiempo, España tampoco “es un mosaico plurinacional en sentido austrohúngaro: la doble identidad o identidad compartida es predominante en todas las "periferias", incluso en Cataluña, en diversos grados y medidas”.
“España no es Francia”, subraya, “pero tampoco es Yugoslavia”. En su opinión, el Estado ha sido capaz de elaborar una identidad nacional compartida por amplios sectores de la población, una identidad también alimentada por la sociedad civil. Y ha normalizado muchos símbolos. “¿Es un fracaso? Depende de si nuestro parangón es Francia o es Europa central”, concluye.
Amat admite que “tal vez sí” es un fracaso, pero señala “que viene de antiguo”. Cuando se creó el Estado moderno español tras la Constitución de Cádiz y la quiebra de la monarquía absoluta, “no se produjo en paralelo un proceso de nacionalización completo. Allí, en el laberinto de nuestro XIX, entre guerras, pronunciamientos y nacionalismos, entre conflictos sociales y desamortizaciones” están en su opinión las “claves para comprender por qué no se produjo una uniformización identitaria plena” que sí tuvo lugar en otros países. “Surgió un solo Estado”,pero “en España nunca ha habido una sola nación”, resume.
Sánchez-Cuenca no cree, como Seixas, que “se puede dar una respuesta tajante” a la pregunta sobre la existencia o no de una identidad española compartida. “La constante histórica de los últimos 150 años es que la identidad española ni ha tenido éxito completo ni ha sido un fracaso total. La asimilación de las diferencias ha sido sólo parcial, sobre todo en País Vasco y Cataluña”. Fuera de esa dos comunidades, “sí puede decirse que hay una identidad española ampliamente compartida”, asegura.
“Mientras la derecha no renuncie a la apropiación ideológica de los símbolos nacionales, no podrán ser compartidos por todos”
Sobre lo que todos los expertos consultados por infoLibre coinciden es acerca de las dificultades de la izquierda para asumir la simbología del 12 de octubre. “La derecha siempre anda lamentándose de que la izquierda se siente en ocasiones incómoda con ciertos símbolos nacionales”, pero durante décadas los definieron como "anti-España”, advierte Sánchez-Cuenca. “Eso deja consecuencias, como es lógico. Todavía hoy, el Partido Popular distingue a ‘buenos’ y ‘malos’ españoles a partir de posiciones ideológicas”. Así que, “mientras la derecha no renuncie a la apropiación ideológica de los símbolos nacionales, estos no podrán ser compartidos por todos los ciudadanos con parecida intensidad”.
El historiador Núñez Seixas cree que la fecha —el aniversario del descubrimiento de América— no ayuda. Está “muy connotada por las apropiaciones que de ella hizo el régimen de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera y, sobre todo, el franquismo”. Hay dificultades, además, para “elaborar una narrativa positiva, en clave progresista, de la conquista y colonización de América, poco en boga con valores universales que la izquierda dice defender”. Además, “la implícita afirmación de la hegemonía y carácter universal del idioma castellano” se opone “al carácter más o menos multinacional y pluricultural de España” que defiende “la izquierda (post)comunista y alternativa”, aunque sí encuentre eco, reconoce, “entre amplios segmentos de la socialdemocracia” del PSOE.
Para Jordi Amat la razón hay que buscarla en el franquismo, cuando “el corpus simbólico asociado a la identidad española fue pervertido durante décadas” con “un nacionalismo católico al cuadrado”. Y después, sostiene, no se ha producido “una democratización de ese corpus, para que sea compartido con orgullo o con banalidad por todos, como debería conseguir la política de memoria democrática”. En esas condiciones, “la izquierda no puede dejar de sentirse incómoda”.
Sobre lo que no hay dudas es sobre la conversión del 12 de octubre en una fiesta de celebración del nacionalismo español. El catedrático de la USC Núñez Seixas recuerda que lo era en sus orígenes y ahora “vuelve a serlo. Lo que en los años 80 y 90 era una celebración rutinaria, con pocas o ninguna bandera por las calles, un desfile militar para autoridades y poco más, está mutándose en una ocasión para exponer con orgullo la españolidad por parte de quienes la sienten amenazada por la presión de los nacionalismos periféricos, y en los últimos tiempos de modo muy claro por el independentismo catalán”.
A la visibilidad de las banderas catalanas en la Diada o las esteladas en los balcones catalanes “se opone la exhibición de la bicolor por parte de muchos ciudadanos del resto del Estado”.
La trivialización de los símbolos
Pero “no todos ellos son, con todo, extremistas o ‘fachas”, precisa. “Sería una lectura muy simple”, porque desde principios del siglo XXI estamos asistiendo “a una trivialización y difusión de símbolos antes discutidos (la bicolor, en parte la Marcha Real), patente en su exhibición en celebraciones deportivas, su conversión en objetos de consumo como llaveros o pins” que además de combinan “con símbolos informales y reinventados por la sociedad civil” como el toro de Osborne, el Que viva España de Manolo Escobar o el cántico de “Yo soy español, español, español…”.
Quizás por ello, en aquellos territorios donde la ostentación de esos símbolos se asocia más a ”posiciones nostálgicas del franquismo”, crece la desafección hacia la identidad española de cualquier clase, explica.
El 12-O, como toda fiesta nacional, es una fiesta nacionalista, ratifica Sánchez-Cuenca. “El problema”, añade, “es que está surgiendo una forma de nacionalismo español que creíamos superada, basada en el desprecio de la diferencia lingüística o política y en un orgullo un poco cateto. Es el nacionalismo del Que viva España de Manolo Escobar”. Si esa corriente se vuelve dominante en el nacionalismo español, “como parece que ha sucedido durante y después de la crisis catalana, dicho nacionalismo, por su carácter excluyente e intolerante, empobrecerá nuestra democracia”, advierte el sociólogo de la Carlos III.
Jordi Amat bromea con la pregunta, “por motivos estrictamente biográficos”, pues nació un 12 de octubre. “Y lo que es peor, de 1978”. “Y sí, claro, difícilmente una fiesta nacional con cabras, reyes y militares puede dejar de escenificarse como una fiesta del nacionalismo español”, sentencia. Aunque “nacionalismos los hay de muchos tipos”. Y “ojalá un día” “el nacionalismo cívico” pueda “reconciliar una comunidad nacional escindida”.
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Al servicio de ese nacionalismo español, en la exhibición marcial de este año participarán unos 4.000 militares de los tres Ejércitos, 88 aeronaves y 152 vehículos, además de efectivos de la Guardia Civil, de la Policía Nacional, Protección Civil y Salvamento Marítimo.
Según el Estado Mayor de la Defensa el coste estimado del desfile del Día de la Fiesta Nacional asciende a 423.729 euros. A esto habría que sumarle los 200.539 euros del coste de las gradas y tribunas. Eso son 45.212 euros menos que lo que el Gobierno de Mariano Rajoy aseguró haber gastado en el mismo acto el año pasado (426.110,59 euros más 243.369,72 euros en el montaje de las gradas), según la información oficial facilitada en su día al Congreso a petición de Compromís.
Todo ello sin contar, naturalmente, el coste de la recepción que el rey Felipe VI, un año más, celebrará en el Palacio Real.
Pedro Sánchez se estrena este viernes como presidente del Gobierno en la tribuna del desfile militar que cada año protagoniza la celebración de la fiesta nacional del 12 de octubre. Y lo hará en un ambiente de hostilidad y tensión política muy parecido al que hace 14 años normalizó que una parte del público aprovechase la oportunidad para abuchear al jefe del Ejecutivo.