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'Desprivatizar los partidos'
infoLibre publica un extracto de Desprivatizar los partidos, obra de José Antonio Gómez Yáñez y Joan Navarro. Los autores analizan de un modo aséptico y casi inmisericorde los orígenes, la constitución, la regulación y el funcionamiento de los partidos políticos, instituciones que están a medio camino entre lo público y lo privado y que son la pieza clave de la salud democrática de un país. El libro está publicado por la editorial Gedisa.
______________Rasgos patológicos. Oligarquización y ocupación de los espacios institucionales______________Rasgos patológicos.
Oligarquización y ocupación de los espacios institucionales
Como defendíamos al inicio de estas páginas, ante el incremento del nivel de competencia (en ocasiones hasta la hostilidad) y de complejidad de la actividad política, los partidos, como cualquier organización, reaccionan intentado reducir su pluralidad interna, tendencialmente a costa de los procesos deliberativos internos, y concentrando sus procesos de decisión en grupos cada vez más reducidos en torno al líder, un proceso ampliamente conocido por la sociología de las organizaciones y bien descrito desde el célebre trabajo de Michels sobre la ley de hierro de las oligarquías.
Pero la competencia no sólo se reduce internamente. Los partidos, y de forma especialmente visible en el caso español, hacen frente a la creciente complejidad política, expandiéndose por las instituciones, ocupando cada vez más espacios de poder teóricamente ajenos a ellos. Mientras que la pluralidad y la capacidad de integrar nuevas demandas sociales se sacrifican en nombre de la unidad y de la eficacia electoral gracias a la oligarquización, los partidos intentan reducir las fuentes de conflicto ocupando cada vez más espacios sociales, muchos de ellos destinados precisamente a servir de control a sus propias actividades. En uno y en otro caso aparecen rasgos patológicos, no ya de las formaciones políticas sino de nuestras propias democracias. Se reduce la expresión de pluralidad, se reduce el control democrático interno (1) y no hay incrementos de teórica «eficacia» que justifiquen tal empobrecimiento, como demuestran la acumulación de casos de corrupción fruto de la inexistencia de sistemas de control, o la explosión de indignación contra el funcionamiento de las instituciones fruto de una crisis, en su origen financiera, pero que el sistema político no supo ni anticipar ni encauzar.
Concentración de poder y "espectacularización" de la política
Como venimos defendiendo, los partidos son seres vivos, que sensibles al ambiente y su complejidad, se adaptan y evolucionan. Precisamente, la capacidad de autoorganización de los partidos genera una casuística inabarcable en términos de identificación de sus procesos evolutivos, pero no es difícil detectar algunas tendencias comunes a los partidos europeos.
- La prolongación de los mandatos de los dirigentes, es decir, de la duración de los períodos entre congresos y, por ende, de renovación de los cargos directivos. En Alemania o Gran Bretaña, por ejemplo, estos procesos se han frenado mediante una Ley de Partidos que obliga a convocar congresos bienales, como mínimo, o convenciones que obligan a conferencias anuales.
- La concentración del poder interno, normalmente mediante mecanismos reforzados de elección del primer dirigente. Un caso asombrosamente acabado fue la designación en 2016 del candidato de Junts pel Sí a la presidencia de la Generalitat por decisión del presidente saliente, Artur Mas, sin reunión de ningún órgano del partido, tras meses sin que estos órganos fueran convocados.
- Como consecuencia de la prolongación de mandatos y de la concentración de poder interno, el éxito y la supervivencia en el interior de las formaciones políticas depende de grupos cada vez más limitados de personas, facilitándose en consecuencia la creación de redes clientelares. Un secretario general de un partido español lo explicaba así: «Sentí el poder —que es decidir, seleccionar, aparcar, frenar a unos, acelerar a otros, descartar—, algo parecido a acariciar suavemente el metal pulido y frío del cañón. Esa sensación no es descriptible». (2)
- La «espectacularización» (3) de las convenciones internas. Los congresos se transforman en «convenciones» diseñadas para los medios de comunicación. Los espacios de rendición de cuentas o de debate o desaparecen, o se transforman en eventos de audiencias, necesariamente vacíos de contenidos, donde los afiliados arropan a los dirigentes en sus minutos de televisión. Es frecuente que los congresos sean sustituidos por convenciones. En los últimos años, se han limitado a elegir al líder, sin debate alguno sobre las posiciones del partido.El desplazamiento de los sistemas de control y oposición interna a otros niveles de la organización. La tendencia a la concentración de las decisiones y la neutralización de la discrepancia en un nivel organizativo no evita que, tras idéntico proceso de concentración en otros niveles organizativos, éstos se constituyan como alternativa u oposición interna. La proliferación de mercados electorales (nacional, autonómico y local) relativamente independientes facilita carreras políticas y el desarrollo de grupos también relativamente independientes entre ellos y respecto de los otros niveles organizativos, desplazándose aquí las funciones de control y oposición.
Encuadrar, seleccionar líderes. La formación de las élites políticas en los partidosLaformacióndelasélitespolíticasenlospartidos
Desde un punto de vista formal, un partido es una estructura jerárquica compuesta por secciones locales o sectoriales (de centro de trabajo, profesionales, aficiones, etc., estas fórmulas organizativas están ensayándose en las más recientes organizaciones políticas: Podemos y la Asamblea Nacional Catalana, aunque tienen su antecedentes en las células de los partidos comunistas) (4) en las que se encuadran los afiliados, que a su vez eligen comités locales y delegados a congresos provinciales o regionales; en estos congresos se eligen direcciones regionales y delegados a congresos nacionales, en los que se elige la dirección nacional, y en paralelo, en todos los niveles, se eligen parlamentos internos destinados a controlar la gestión de las ejecutivas. Estos parlamentos internos son una versión reducida de los congresos, una especie de comisión permanente.
Los partidos ofrecen el aspecto de un organigrama piramidal que se despliega desde los congresos nacionales hasta las secciones locales en distritos de las grandes ciudades o pueblos. Este modelo organizativo es un vestigio de los partidos de masas, pero ningún partido ha podido renunciar a tener afiliados y a una organización que sirva como filtro para captar y seleccionar a sus cuadros, ni a congresos que marquen a grandes rasgos su línea política e ideológica y sirvan para proyectarla a través de los medios de comunicación (Forza Italia, de Berlusconi, podría considerarse una excepción). Pese a su permanencia, este modelo organizativo es cada vez menos atractivo y casi todos los partidos europeos pierden afiliados: los alemanes CDU y SPD han pasado de más de un millón de afiliados en los años 1980 a apenas medio millón; en Gran Bretaña, el Partido Conservador tiene 177.000; los laboristas, 194.000 afiliados directos; los liberal-demócratas apenas 50.000, cifras todas ellas que reflejan considerables caídas en las últimas décadas; la UMF, ahora Los Republicanos, tiene 280.000 y el PSF unos 175.000. Estas cifras muestran fuertes contracciones en el número de afiliados. En España participaron en las elecciones internas para secretario general del PSOE de 2017 unos 145.000 afiliados y en las del PP de 2018 unos 65.000. En síntesis, poco más que sus cargos públicos y allegados.
Dentro de estas organizaciones se desarrollan funciones «administrativas» de mantenimiento de la organización: asambleas de afiliados, reuniones de los órganos del partido, reuniones informales de corrientes internas, mantenimiento de ficheros, etc. Las organizaciones partidarias son máquinas de producir reuniones en las que se superponen comités, asambleas y reuniones informales, reuniones decisivas restringidas (para hacer listas o decidir liderazgos) y otras más o menos periódicas e informales en las que se van decantando poco a poco liderazgos y confianzas personales.
Los partidos son, desde esta perspectiva, estructuras pensadas para mantener la tensión interna y filtrar individuos que van integrándose como cuadros en la organización con el patrocinio de los grupos (tendencias) internos. Sin grupos no se entiende la mecánica de los partidos, basada en redes clientelares más o menos explícitas. Esta función de filtro se desarrolla de dos maneras: la formal, a través de elecciones internas, y la informal, a través de contactos personales (que suelen derivar en nombramientos de algún tipo en alguna administración o entidad satélite).
'Buenas y enfadadas'
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En todos los partidos se desarrolla una pugna incesante, que se reproduce en todas las entidades y organizaciones sociales, aunque con menor tensión. ¿Cómo explicarlo sencillamente? Tomemos un ejemplo, las peñas de seguidores de clubes de fútbol: «Llega el momento en que se constituye oficialmente (la peña, o lo que podría ser la sección local de un partido), “y ahora, qué hacemos”. Resulta que no hay que hacer nada: seguir tomando cerveza, seguir viajando en autobús, seguir criticando (a la directiva, los jugadores, entrenador o árbitros, etc.). Lo primero, elegir la directiva. Algunos, pocos, van a ella a la fuerza, mas siempre hay a quien le gusta ser directivo, aunque sea de la Peña… Y siempre hay alguien a quien le molesta […] que nombren a otro. Resultado, en cuanto hay directiva, hay oposición, hay dos polos». (5) Esta lógica simple y casi aleatoria subyace a toda sección local de un partido: la oposición entre un «aparato», entendido como difuso conjunto de quienes ocupan cargos y están interesados en mantenerlos, y la «oposición» que aspira a conseguir el apoyo de la mayoría de los afiliados para ocupar esos cargos. Aliméntese este simple esquema con diferencias ideológicas y aspiraciones a cargos internos o públicos (retribuidos) y se tendrá la célula básica de un partido. Este trajín es incesante y es el proceso selectivo permanente de los partidos, en paralelo a la cooptación a través de contactos personales que suele derivar en nombramientos de funcionarios en las Administraciones o inclusiones, desde arriba, en las candidaturas. La vida de los partidos es esto, más las reuniones de las directivas y de los cargos públicos en cumplimiento de sus obligaciones «oficiales».
En el vértice (nacional, regional o local) de estas organizaciones están las ejecutivas, normalmente compuestas por entre veinte y cincuenta individuos, dependiendo de la concentración de poder en quienes las dirijan o de los compromisos necesarios para garantizar su elección en un congreso o asamblea. Entre sus miembros los hay de muy distinto peso. El presidente o secretario general y tres o cuatro ejecutivos concentran el poder, ya que suelen ser dirigentes de tendencias internas o los líderes electorales del partido. A su alrededor circulan otros ejecutivos de menor peso real y, a veces, otro círculo minoritario que colabora y a la vez se ofrece como alternativa a quienes dirigen la ejecutiva. Toda ejecutiva lleva en su seno la simiente de su división. El resto de sus integrantes son intercambiables, aunque por el hecho de estar allí suelen entrar en listas electorales, lo que les da una permanencia en la política que puede hacer que accedan a puestos de poder o se queden al margen, depende de lo aleatorio de la política y de la vida.
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- Gómez Yáñez, José Antonio; Villoria, Manuel; Pérez Valero, Arnau, Ranking 2015 de la calidad democrática de los partidos, www.mas-democracia.org; multicopiado, 2015.
- Verstrynge Rojas, Jorge, Memorias de un maldito, Grijalbo, Barcelona, 1999.
- Roger-Gérard Schwartzenberg (1977) sostiene que la política de las ideas ha dado lugar a la política de la personalidad, donde «cada dirigente parece elegir un determinado papel, como en un espectáculo» (Schwartzenberg, 1977: 7). De hecho, ha sido Schwartzenberg quien ha traído para el debate público expresiones como «industria del espectáculo político», «médiapolitique», «cine del poder», «star system en politique» o «Estado-espectáculo».
- Duverger, Maurice (1957), op. cit., págs. 55-57.
- Hernández Coronado, Pablo, Las cosas del fútbol, Plenitud, Madrid, 1955, pág. 176.