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Talento a la fuga

“Emigrar en ningún caso es un camino de rosas”

Ivet Parareda junto a un figura que reproduce a Milú, el perro de Tintín.

Su estancia en Bruselas no ha dejado de prolongarse desde que llegó hace un año y medio. Lo que para Ivet Parareda se presentaba como una oportunidad para realizar unas breves prácticas de empresa en Bélgica, se acabó transformando en un contrato indefinido que, de momento, la retiene fuera de España. Con apenas 25 años y su titulación de Administración y Dirección de Empresas recién terminada, esta catalana ha logrado esquivar los largos periodos de aprendizaje a los que habitualmente se exponen los recién graduados españoles. Tan solo le bastaron seis meses de experiencia como becaria para adquirir la consideración de profesional cualificada en el departamento de marketing y comunicación de la asociación World Savings Bank Institute. Una organización, cuya actividad se centra en las actividades de las cajas de ahorro y la banca minoritaria.

Sin más experiencia profesional que la acumulada el último año en Bruselas, Ivet es consciente de que ocupa una posición laboral “que en España le habría costado años alcanzar”. “Ésta es una diferencia que se nota en seguida. Basta con comparar con tu entorno y con los compañeros que decidieron quedarse. Tienen que dejar pasar mucho más tiempo para acercarse, por ejemplo, al reconocimiento profesional que yo he alcanzado”. Por eso, explica, el viaje que emprendió sin más pretensión que la de afianzar su conocimiento de inglés y francés y sumar a su currículo una breve experiencia internacional, se ha convertido en una estancia en Bruselas con fecha indeterminada de retorno. “Llegué con la intención de quedarme tres meses, pero mi proyecto se ha ido transformando a medida que ha pasado el tiempo y he notado mis progresos. Además, vuelves a España en un fin de semana exprés, y te das cuenta de que la situación no ha cambiado mucho. Así que he equilibrado la balanza y de momento, no tengo prisa”, explica.

En la misma balanza, Ivet sopesa los pros y los contras de una experiencia migratoria que, señala, ha pasado a ser considerada casi como un requisito formativo indispensable para su generación. Una exigencia que, en los últimos años, se ha empleado como excusa para ocultar una realidad que ha llegado impuesta por la precariedad y las altas tasas de desempleo juvenil que registra España. “Se ha magnificado y sobrevalorado la experiencia profesional internacional. El marcharse al extranjero se ha convertido en una especie de imposición social. Sin duda es favorecedor y ofrece ventajas, pero encuentro excesivo que se esté convirtiendo en un requisito indispensable”, reflexiona.

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Ivet rompe con el escenario mediático que, con frecuencia, tiende a idealizar la realidad de quienes se ven empujados a marchar. Una imagen que, reconoce, muchas veces se ve reforzada por la propia actitud de los expatriados en las redes sociales. “A veces contribuimos a extender esa idea nosotros mismos, porque lógicamente tendemos a contar las vivencias positivas y eludimos los momentos difíciles”, explica. Sin embargo, asegura, “en ningún caso emigrar es un camino de rosas, sino más bien una experiencia “agridulce”: “Hay momentos muy buenos, conoces a gente a maravillosa que te despierta cosas que desconocías, te abre la mente, aprendes culturas distintas. Pero el recorrido no es fácil. La adaptación al país de destino, a la empresa, las dificultades burocráticas y la distancia con los tuyos son una dificultad añadida”, expone.

Ojo, que yo soy feliz”, advierte. Pero esta licenciada en ADE es consciente de que la crisis económica y la falta de oportunidades ha empujado al extranjero a miles de jóvenes que encuentran mayores dificultades para incorporarse al mercado laboral internacional. “En Bruselas te encuentras con muchos españoles. Algunos de ellos trabajan para las instituciones europeas. Pero también hay mucha gente que enlaza trabajos de au pair y hostelería y que se encuentran en circunstancias más complicadas”. Una realidad que para Ivet deja claro que España vive ahora un fenómeno migratorio propiciado por la ausencia de expectativas.

Mientras continúa acumulando experiencia profesional en Bruselas, Ivet sopesa para infoLibre el coste que implicaría el retorno a una España que continúa estigmatizada por la precariedad laboral, los bajos salarios y las prolongadas jornadas. “Sé que tendré que pagar un precio si vuelvo”. Llegado el momento, esta catalana de 25 años sabe que tendrá que poner a un lado de la balanza el deseo de estar con los suyos frente a un previsible retroceso en las condiciones laborales. “Tendré que valorar a lo que estoy dispuesta a renunciar y lo que ganaré volviendo”. Mientras tanto, Ivet dejará transcurrir el tiempo en Bruselas esperando a “una España que algún día le dé motivos para volver”.

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