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La batalla ideológica Análisis

Los eternos problemas para armar una idea de España desde la izquierda (y algunas propuestas para lograrlo)

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Los intelectuales que han dedicado años a desentrañar el fenómeno del nacionalismo, sea en España o fuera, tienen algo de tedax, de desactivadores de bombas. Saben que ese material compuesto de nación, bandera, himno y orgullo explota con facilidad en manos temblorosas o emocionadas, así que lo manejan con suma frialdad y aconsejan lo mismo a todo el que tenga que acercarse. Así lo hace el historiador Pablo Batalla –autor de Los nuevos odres del nacionalismo español (Trea, 2021), un ensayo que desentraña el boom de la nueva fiebre rojigualda–, cuando infoLibre le pide respuestas en torno a las cuestiones que estructuran este artículo, que grosso modo se sintetizarían en este enunciado: ante una legislatura donde lo español va a tener mucho protagonismo, ¿hay margen para que la izquierda enarbole una idea de España propia y alternativa a la de la derecha con la que poder hacerse fuerte en el debate? ¿O están los progresistas condenados a la derrota si el campo está atiborrado de banderas rojas y amarillas? La izquierda y la cuestión española, en suma.

Batalla evita las respuestas categóricas. Toda afirmación tiene su pero. Todo negro, su blanco. Toda luz, su sombra. ¿Un territorio que condena a la derrota? El historiador –que se reconoce a sí mismo parte de la "izquierda alternativa" o "a la izquierda del PSOE"– no cree que lo nacional tenga que ser campo ajeno para la izquierda, aunque sí admite que es una zona erizada de dificultades. No da fórmulas mágicas sobre cómo encarar la cuestión, pero sí deja una idea: "No rehuir la cuestión, pero tampoco convertirla en el gran leit motiv". A su juicio, si es posible cambiar de conversación, mejor; si no es posible, hay que entrar en el tema evitando dos tentaciones. La primera, la imitación del adversario, lo que Batalla llama el estilo "soy español, ¿a qué quieres que te gane?". La segunda, el "nacionalismo inverso", esa visión fatalista según la cual España es un país horrible e irreformable.

Batalla se muestra consciente de las dificultades. La incorporación del repertorio rojigualda nunca será natural para al menos una parte de la izquierda por la sencilla razón de que –recuerda– así era la bandera que llevaban los que se cargaron la República y la también española enseña tricolor. No obstante, y sin quitarle relevancia, no le parece que la causa histórica justifique que la izquierda "se parezca a la caricatura" que hace de ella la derecha, según la cual dice "Estado español" por no atreverse a pronunciar la palabra "España". "Decir 'Estado español' nos hace parecer marcianos ante el pueblo al que queremos convencer", afirma el historiador, para quien parecerse a ese pueblo exige adoptar sobre lo nacional la misma "actitud serena" que prima entre la mayoría.

Si el nacionalismo fuera una religión, dice, la mayoría se movería entre dos puntos: 1) Un "agnosticismo" para el que la españolidad es poco importante en la identidad. 2) Un "nacionalismo no practicante" que puede llevar a la celebración de las victorias de un Nadal o un Fernando Alonso o a hablar con "orgullo" de España cuando sale uno fuera, pero que no impide pensar que es más importante el salario mínimo que las hazañas de Hernán Cortés.

Ahí, entre ese "agnosticismo" y ese "nacionalismo no practicante", es donde tiene que estar la izquierda, según Batalla. "Serenidad", sintetiza el también autor de La ira azul. El sueño milenario de la Revolución, que cree que desde esa actitud los partidos que sostienen el Gobierno tienen margen para desmentir esa idea tópica de que la izquierda no quiere o no siente a España. ¿Cómo? Por ejemplo, reivindicando su condición de país avanzado en derechos sociales –pionero en matrimonio entre personas del mismo sexo–, o en donación de órganos, o donde la xenofobia cala comparativamente poco [ver aquí una información sobre cómo encaran el debate "nacional" el Gobierno y sus partidos integrantes].

La huella de la historia

“¿España? ¡Puf…! ¡Qué pregunta más graciosa! A mí España no me gusta. O sea, a mí me gusta la gente de España”. Esta es una de las respuestas recabadas en el artículo Patriotas sociales. La izquierda ante el nacionalismo español (Revista de Sociología, 2017), obra de tres investigadores de la Universidad Pablo de Olavide que desarrollaron el proyecto Nacionalismo español: praxis y discursos desde la izquierda con el objetivo de paliar el déficit de conocimiento sobre ese Monstruo del Lago Ness que es la relación entre la izquierda y la idea de España. ¿Conclusiones? La generalizada frialdad de las izquierdas ante la liturgia nacional imperante no implica ausencia de patriotismo ni de vínculo afectivo con España, si bien se trata de un patriotismo menos difícil de transmitir en proclamas populistas que compitan con el españolismo puro y duro.

Antonia María Ruiz, una de las tres autoras, señala que la izquierda aún sufre de "problemas estratégicos" a la hora de encarar la cuestión nacional y de desarrollar ante la misma un patriotismo de acervo cívico que rivalice con el esencialismo nacionalista. El origen, por supuesto, está en la historia. Esta es la explicación de Ruiz, en tres apartados. 1) El franquismo impulsó una visión católica, centralista y de derechas de lo español, que incluía el uso en monopolio de los símbolos nacionales por parte de los "buenos españoles" –término, por cierto, hoy del agrado hoy de Isabel Díaz Ayuso (PP) y Santiago Abascal (Vox)–. 2) En la transición y primera democracia, tanto en la izquierda –por aversión– como en la derecha –por disimulo– se generalizó una actitud distante frente a cualquier cosa que oliera a nacionalismo, por estar asociado al franquismo. 3) La derecha, con José María Aznar al frente, impulsó una campaña para regresar "sin complejos" a lo español, ya con José Luis Rodríguez Zapatero en La Moncloa, y empezó a acusar al PSOE de "balcanizar" y "romper" España. 4) Se acabó generando una confrontación en torno al asunto nacional en el que la derecha ha vuelto a "apropiarse" de los símbolos.

Ruiz ve a los sectores progresistas condicionados no sólo por la historia del siglo XX, sino también por su alianza con los nacionalismos periféricos y por el conflicto, especialmente agudo en el PSOE, entre federalistas y centralistas. Eso es lo que conduce a los mencionados "problemas estratégicos" para evitar que la derecha lleve la voz cantante con un discurso que, más que de "unidad", en realidad es de "centralismo". "Mientras a la derecha le cuesta poco mantener a sus bases unidas y satisfechas, en la izquierda surgen tensiones y divisiones, por lo que hay una inferioridad estratégica", añade.

Ruiz cree que hay margen para un discurso alternativo, un "nacionalismo democrático y social" que han practicado –con sus diferencias– el Partido Laborista británico tras la Segunda Guerra Mundial o el Barack Obama de 2008. Y que ha tenido ecos en Podemos, que señalaba que el patriotismo está en defender los servicios sociales, justo en contraste con los que "llevan la bandera" pero "no pagan impuestos". Esa idea de nación de trabajadores solidarios es, a juicio de Ruiz, la que mejor se opone a la de la derecha.

La profesora de Sociología cree que la amnistía le pone "difícil" la respuesta al Gobierno no sólo porque despierta la rivalidad entre "centralistas y federalistas", muy viva en su seno, sino también porque entre los federalistas –como ella misma– no se observa que sea una medida a favor de toda la sociedad catalana dentro de un proyecto democratizador del funcionamiento del Estado, sino una cesión diseñada por la élite nacionalista que lidera Carles Puigdemont, beneficiario de la medida.

La posibilidad de un "nacionalismo" distinto

Javier Carbonell, profesor en Sciences Po, en París, no cree que la izquierda tenga un problema grave con la idea de España, porque a su juicio –coincide con Batalla– la mayoría del pueblo español vive su españolidad de forma bastante laxa. Ahora bien, sí cree que en el caso catalán se ha impuesto el "marco" de la derecha. Y la izquierda, lisa y llanamente, "no puede ganar" esa "batalla de las ideas". "Si te fijas, el PSOE apenas está justificando la amnistía. Sumar algo más, pero el PSOE lo que hace es intentar convertirlo en un conflicto de baja frecuencia, que no esté todo el rato en los medios", añade.

Carbonell ve el debate sobre lo español como un ring de boxeo en el que la izquierda "sabe defenderse" –por ejemplo con una crítica al uso de los símbolos nacionales de forma sectaria por parte del PP y Vox–, pero apenas ataca. Y no porque no tenga con qué hacerlo, sostiene. ¿Ejemplos? Cita dos: "La idea de que defender España es defender los servicios públicos"; o que "España puede ser una superpotencia en renovables luchando contra el cambio climático", en una especie de "ecologismo nacionalista". "Hay –concluye– muchas apuestas posibles de país, pero normalmente la izquierda las aborda con timidez. Incluso la apuesta por esa España plurinacional y plurilingüe no tiene, sobre todo en el PSOE, suficiente convencimiento".

En otros países también cuecen habas

Xosé Manuel Núñez Seixas, autor de Suspiros de España. El nacionalismo español (1808-1908) (Crítica, 2018), establece una premisa: a la izquierda española no le pasa nada extraordinario. "La izquierda alemana también experimenta grandes dificultades a la hora de apelar a la nación, la bandera y las emociones patrias, por la identificación del nacionalismo con la defensa de la superioridad germana en el pasado. La izquierda belga hace tiempo que ha renunciado a algo parecido a un mensaje patriótico para toda Bélgica. El laborismo británico tiene dificultades para argumentar la conveniencia de la Unión –de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte–", enumera.

¿Y los países como Italia o Francia, con su patriotismo fundacional antifascista? "Esa identificación hace tiempo que flaquea en ambos países, mientras que el proyecto republicano y la idea de nación cívica han sido apropiados por la derecha y en particular la derecha radical. Eso incluso ocurre en Portugal con el legado discutido del 25 de abril", señala. En este punto, Pablo Batalla recuerda las inmensas polémicas nacionales en Francia en torno al –a ojos de la derecha– insuficiente respeto por el himno de jugadores de la selección de fútbol francesa como Benzema, que no canta la letra.

O sea, que en todos lados cuecen habas, viene a decir Núñez Seixas. Entonces, ¿no hay casos casos fuera en los que los sectores con visiones más laicas de la nación se puedan inspirar? Cualquier comparación sería equívoca, dice el historiador, antes de apuntar algunas posibilidades: "La izquierda liberal canadiense también tiene problemas para integrar el nacionalismo quebequés, pero el bilingüismo está plenamente aceptado y los mecanismos del federalismo cooperativo también. El laborismo británico es mucho más abierto a reconocer la pluralidad nacional de Gran Bretaña, al tiempo que propugna los intereses y la conveniencia de 'vivir juntos', con el better together, y es estandarte de la tolerancia multicultural. En Finlandia la convivencia de dos culturas y lenguas –finlandés y sueco–, además de los derechos de las minorías laponas en el norte, gozan de gran aceptación, por la derecha y la izquierda...".

La superioridad movilizadora del nacionalismo conservador

Sin abandonar la premisa de que España es un caso entre muchos, el autor de Historia mundial de España sí subraya una "peculiaridad" que incrementa las "dificultades de la izquierda para identificarse de modo proactivo y emocional con la identidad española". Se trata de "la larga pervivencia del franquismo y su uso hiperbólico de los símbolos y la retórica nacionalista".

¿Significa todo lo anterior que la cuestión nacional delimita un terreno de juego impracticable para la izquierda? "En teoría, no. La izquierda y las fuerzas progresistas en general pueden enarbolar una idea de España que destaque valores como la ciudadanía, los valores democráticos, el bienestar y el respeto a la pluralidad dentro de un marco compartido de intereses, afectos y adscripciones identitarias". Pero, por supuesto, hay un pero. "En la práctica, en toda disputa acerca de la nación vencen las versiones orgánico-historicistas, aquellas que apelan a la cultura, la lengua, el pasado, las emociones fuertes, por ser las que más capacidad movilizadora tienen. Y ahí la derecha siempre tiene ventaja, tanto en nacionalismos de Estado como subestatales, pues apela a referencias siempre cargadas de simbolismo y efectivas como lemas de movilización –los muertos, los héroes, la lengua, el pasado...–. No hay más que ver esa resurrección de la bandera carlista, que sus promotores creen que era la de los tercios de Flandes".

Los "bandazos" en busca de una idea propia

El historiador señala que, a lo largo del periodo democrático, los sectores progresistas han dado múltiples "bandazos" en busca de un "mensaje nacional" que vaya "más allá de la apelación a los derechos sociales y ciudadanos". Lo desarrolla: "En 1982 Felipe González propugnaba en sus mitines el uso de la bandera rojigualda constitucional; se eligió el 12 de octubre como fiesta nacional en vez del 6 de diciembre para reafirmar el peso de la Historia, y no la fecha de la refundación democrática de España; se intentó identificar España como modernidad, después como nación de naciones –retomando ideas del exilio–, o como nación política integrada por varias naciones culturales, después se intentó con el concepto de patriotismo constitucional, pero más identificado con la Constitución en sí y su literalidad que con los valores por ella encarnados; Zapatero se refirió a la España plural, y hace unos años Pedro Sánchez resucitó el concepto de nación de naciones".

Mientras en el PSOE han convivido dos almas, "jacobina" y "federal", a su izquierda "el problema siempre ha sido mayor", continúa Núñez Seixas. "La actitud a adoptar ante la cuestión nacional siempre ha sido motivo de división y contradicciones, tanto en tiempos del PCE como de Izquierda Unida, y después de Podemos y Sumar: desde defender España como 'país de países', con énfasis en la pluralidad cultural y lingüística, y reconocer en teoría el derecho de secesión a cada una de las 17 comunidades, aunque se prefiera una República federal –que no se sabe si será simétrica o asimétrica, confederación o asociación de repúblicas libres...–, hasta postular que la izquierda debe abrazar la nación como espacio de solidaridad y derechos compartidos".

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Autor de Disputar las banderas. Los comunistas, España y las cuestiones nacionales (Trea, 2109), el mensaje de Diego Díaz Alonso viene a ser: sí, vale, la izquierda tendrá problemas... pero, ¿la derecha no? Dice: "El 23J volvió a poner de manifiesto que las ideas nacionalistas españolas más excluyentes y monolíticas son fuertes, pero siguen siendo minoritarias frente a un heterogéneo bloque alternativo en el que coinciden muchas sensibilidades con más bien poco en común excepto el rechazo a la idea de España que pueden encarnar PP y Vox. Este bloque alternativo lo conforman los votantes de las izquierdas españolas y de las izquierdas nacionalistas periféricas, pero también los votantes de las formaciones nacionalistas catalanas y vascas de derechas o centristas".

Así que la mayoría de investidura de Pedro Sánchez, añade, "representa a un bloque sociológico muy plural, con visiones muy diferentes sobre el Estado de las autonomías o la monarquía, pero que se cohesiona en el temor al retroceso que podrían suponer PP y Vox en el poder". Un temor justificado tanto por la posible "marcha atrás en la descentralización del Estado o el reconocimiento de la pluralidad lingüística del país, algo que quizá preocupe sobre todo a los nacionalistas, como en otros aspectos que desde los gobiernos de Zapatero se han venido identificando con una cierta nueva idea de España, hoy asociada al universo del PSOE y Unidas Podemos/Sumar: un país abierto y tolerante, a la vanguardia en el feminismo y los derechos Lgtbi".

Esta identificación llega a tal punto, explica el historiador, que "las banderas moradas y arcoíris" son hoy "nuevos símbolos nacionales del progresismo que se siente español, pero no a la manera de PP y Vox".

Los intelectuales que han dedicado años a desentrañar el fenómeno del nacionalismo, sea en España o fuera, tienen algo de tedax, de desactivadores de bombas. Saben que ese material compuesto de nación, bandera, himno y orgullo explota con facilidad en manos temblorosas o emocionadas, así que lo manejan con suma frialdad y aconsejan lo mismo a todo el que tenga que acercarse. Así lo hace el historiador Pablo Batalla –autor de Los nuevos odres del nacionalismo español (Trea, 2021), un ensayo que desentraña el boom de la nueva fiebre rojigualda–, cuando infoLibre le pide respuestas en torno a las cuestiones que estructuran este artículo, que grosso modo se sintetizarían en este enunciado: ante una legislatura donde lo español va a tener mucho protagonismo, ¿hay margen para que la izquierda enarbole una idea de España propia y alternativa a la de la derecha con la que poder hacerse fuerte en el debate? ¿O están los progresistas condenados a la derrota si el campo está atiborrado de banderas rojas y amarillas? La izquierda y la cuestión española, en suma.

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