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La ultraderecha europea pasa página de sus tratos con Putin y atiza ya el malestar social por la crisis

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Lo anunció el martes Santiago Abascal. En medio de una guerra en suelo europeo que está disparando la inflación en toda la UE, Vox se echa a la calle por el alza de los precios. ¿Contra Vladimir Putin? No. Contra el Gobierno de España.

Completó la convocatoria Iván Espinosa de los Monteros desde su escaño dirigiéndose al Ejecutivo: "Están hundiendo España", "la luz está en sus precios máximos", "con la gasolina a dos euros el litro", "subvenciones a los sindicatos de clase por 17 millones"... Finalmente, llegó a la misma fecha que Abascal: 19 de marzo, cuando "los españoles les diremos que no saldremos adelante hasta que les dejemos a ustedes atrás".

Así que habrá manifestación convocada por la ultraderecha española, tratando de capitalizar el malestar social por el impacto económico de la guerra, que se suma al acumulado por la pandemia, en una estrategia que encuadra una atribución al Gobierno de los posibles desastres por el conflicto y una crítica a los llamados "impuestos verdes".

El partido de Abascal no está solo. Como es usual en sus movimientos estratégicos, actúa en sintonía con otras fuerzas de su corriente en la UE. Sin llegar –al menos aún– a llamar a la movilización, líderes como Marine Le Pen, Eric Zemmour (Francia), Giorgia Meloni (Italia) y Alice Weidel (Alemania) siguen un manual similar. La extrema derecha, que se la juega en las elecciones de Hungría (3 de abril) y Francia (10 de abril), pasa página con esta ofensiva de los aprietos que ha generado el ataque a Ucrania en una familia política con abundantes tratos con Vladimir Putin.

De "las colas del hambre" a la inflación

Vox es de las fuerzas de extrema derecha que menos rastro de afinidad con Putin ha dejado. Junto con el partido polaco Ley y Justicia, el portugués Chega y las extremas derechas bálticas, está entre las más atlantistas. El tiempo ha probado que Abascal acertó cuando "por prudencia" descartó reunirse con Putin. Pero, incluso sin un currículo de complicidad como el de La Lega o Agrupación Nacional, la invasión de Ucrania ha generado incomodidad en el partido de Abascal, que borró un antiguo mensaje que expresaba sintonía con Putin y ha visto cómo afloraban datos embarazosos, desde un artículo de la fundación Denaes que consideraba al presidente ruso "un líder patriota" hasta la presencia en la dirección de Barcelona de un propagandista pro-Putin.

"Aunque los mayores problemas los tienen Salvini, Le Pen y Orbán, para Vox es también una situación comprometida, porque dentro [de sus filas] hay mucha fascinación por Putin", señala Juan Francisco Albert, director del centro de investigación sobre extrema derecha Al Descubierto, que recalca la dificultad añadida que para un partido antiinmigración supone un viraje como el realizado con los refugiados ucranianos.

¿Cómo ha gestionado Vox estas "incomodidad"? Básicamente, ha rechazado ofrecer cualquier explicación y ha salido en tromba contra la izquierda, acusándola de ser cómplice de Putin y soslayando la evidencia de que son sus aliados –Agrupación Nacional, La Lega, Alternativa por Alemania, Fidesz– los que han actuado como valedores del Kremlin en la UE incluso después de la anexión de Crimea (2014).

A este recetario Abascal le suma ahora otra decisión: echarse a la calle. Al igual que durante la fase más dura de la pandemia se vistió de "partido protesta" y trató de sacar rédito de las "colas del hambre", ahora Vox toma la iniciativa lanzando una ofensiva destinada a capitalizar el malestar social por la inflación.

Lo internacional se hace nacional

Albert no se sorprende. Las extremas derechas, analiza, son especialistas en "convertir problemas internacionales en nacionales". El director de Al Descubierto cree que es muy probable que a partir de ahora veamos a Vox y a sus partidos hermanos en la UE hablar más de subidas de precio que de la guerra en sí, porque la guerra, a la que se está dando una respuesta de más europea que nacional y abierta a la llegada de refugiados, les genera más dificultades.

La socióloga Beatriz Acha, autora de Analizar el auge de la ultraderecha, cree que la apelación por parte de la extrema derecha al malestar social por la crisis obedece sobre todo a la necesidad de estos partidos de "no hablar del monotema", en referencia a Putin. "El grado de dificultad varía según los países, pero reina una incomodidad bastante generalizada", señala Acha.

Coincide Pablo Simón, profesor en la Universidad Carlos III y editor de Politikon, para quien todas las extremas derechas tienen poderosos incentivos para agitar la bandera del descontento social. En primer lugar, con ello disipan sus contradicciones y disimulan las huellas de sintonía con Putin, explica Simón. En segundo lugar, castigan a los partidos gobernantes, añade. "Saben que la inestabilidad económica puede servirles para acusar a los gobiernos de mala gestión y les puede venir bien. Van a jugar esa carta porque, en general, que la economía vaya mal perjudica al partido que gobierna, aunque luego siempre depende de cómo entre en cada país lo internacional", señala Simón, que añade que España es un país donde los debates internacionales rara vez calan y todo se nacionaliza. Una buena noticia para Vox, a priori. El politólogo Daniel V. Guisado afirma: "Sabemos que las cuestiones internacionales, de posicionamiento geopolítico, son secundarias. Lo que hace crecer a las derechas radicales son cuestiones con efectos nacionales. La inmigración sólo afecta si esta llega al país. Las crisis sólo si reducen el poder adquisitivo de los nacionales".

Y ocurre que esta crisis es de las que sí tocan al "poder adquisitivo".

Francia y el "poder adquisitivo"

Marine Le Pen lleva desde la invasión tratando de salir a la ofensiva, pero obligada a dar explicaciones. Tiene muchas huellas que borrar. En plena carrera hacia El Elíseo se ha puesto en primer plano el recuerdo de su visita al Kremlin en 2017, con dignidad propia de jefa de Estado, un mes antes de las últimas presidenciales. Ha aflorado también su respaldado a la anexión de Crimea, su rechazo a las sanciones a Putin, la financiación de su partido con dinero ruso.... Aliado y referente ayer, hoy Putin es para Le Pen, que ha caído en las encuestas pero aún va segunda, un lastre del que trata de desembarazarse antes de la primera vuelta de las presidenciales del 10 de abril. "El Putin de hoy no es el de hace cinco años", se excusa Le Pen, que ha destruido más de un millón de folletos que incluían una fotografía del presidente ruso.

En paralelo al borrado de pruebas, Le Pen comparte con Vox la acusación al Gobierno de las consecuencias de una crisis que es resultado de la guerra, precisamente, de Putin. "Macron adoptó sanciones [contra Rusia] sin proteger a los franceses y ahora les pide que paguen". "¡Actuaré por el poder adquisitivo!", proclama la candidata, que culpa a Macron de unas medidas contra Rusia que van "contra la economía francesa", en situación "insostenible". El tono sube cada día en dramatismo

Eric Zemmour, el otro candidato ultraderechista, al que las encuestas aún dan opciones de meterse en la segunda vuelta junto con Macron, también acredita un largo historial de alabanzas a Putin, bastión –decía– contra lo "políticamente correcto". A diferencia de Le Pen, Zemmour racanea con la acogida de refugiados en Francia y alerta contra un "tsunami basado en la emoción". Además, atribuye a la OTAN la "responsabilidad" de la guerra, si bien Putin es el "culpable", lo cual lo aleja de la condena "sin ambigüedad" de Le Pen. ¿Qué une entonces a los dos candidatos ultraderechistas? En efecto, la retórica de defensa del "poder adquisitivo" de los franceses, de cuyo deterioro se culpa a Macron.

Zemmour califica de "indigno" que el Gobierno haya aconsejado consumir menos electricidad "en un momento en que cada vez más franceses ya no se calientan, ya no se mueven, ya no tienen suficiente para comer". Habitualmente centrado en asuntos puramente identitarios –la pérdida de la francesidad de la sociedad– o apelaciones nostálgicas –la erosionada grandeur, el retroceso de la autoridad en las aulas–, en los últimos días la alerta sobre las consecuencias sociales de la guerra cobra fuerza como tema estrella de Zemmour.

Salvini, camisetas, flores y rezos

El currículo putinista de Matteo Salvini es especialmente extenso y memorable. El líder de La Lega ha estado junto con Le Pen entre los mayores opositores en la UE a las sanciones a Rusia tras la anexión de Crimea. A esto se suma el caso Metropol, llamado así por el hotel ruso en que se reunieron unos colaboradores suyos con hombres vinculados al Kremlin. Sobre su partido, que llegó a firmar un acuerdo de cooperación con Rusia Unida, ha pendido desde entonces la sospecha de actuar movido por favores financieros rusos.

Con todos estos antecedentes, ¿qué hace hoy Salvini para librarse del estigma de Putin? Fiel a su desmesura, ahora sobresale como el más compungido de todos los italianos y el más solidario con el pueblo ucraniano. El exministro del Interior comparte imágenes de mujeres y niños castigados por la guerra junto a mensajes de arrebatada compasión, se planta con un ramo de flores en la embajada de Ucrania para rezar por la paz e incluso se ofrece a ir al país invadido a mediar.

Tres factores estrechan el margen de maniobra de Salvini. En primer lugar, el histrionismo de sus manifestaciones a favor de Putin, como aquel "en Rusia me siento como en casa" o su "viva Putin". No es fácil borrar imágenes como las del líder de La Lega con una camiseta de Putin en la Plaza Roja de Moscú y en el Parlamento europeo. En segundo lugar, la presencia de La Lega en el Gobierno le dificulta el discurso antisistema. Y en tercer lugar, Hermanos de Italia, la fuerza de extrema derecha de Giorgia Meloni, le restriega todas estas contradicciones. Y no porque ella no las tenga. Como recuerda Daniel Vicente Guisado, coautor de Salvini & Meloni. Hijos de la misma rabia, ella "pregonaba en sus programas electorales que Putin representaba 'valores cristianos' en contraposición al multiculturalismo y diversidad europea".

Lo cierto es que ahora Meloni se permite desde fuera del Gobierno encarnar el espíritu del primer Salvini, con su mensaje anti-UE ("Estamos pagando las consecuencias de una Europa cada vez más débil’") y sus críticas a un ejecutivo que "golpea la propiedad" de los italianos y no hace nada contra "el aumento desproporcionado de las facturas, la gasolina y el gasto", al mismo tiempo que mantiene unas "restricciones" que "paralizan la nación".

Alemania

Un partido que no tiene el corsé gubernamental de La Lega es Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en Alemán), otra formación con múltiples episodios de complicidad con Putin. Su anterior líder, Frauke Petry, visitó Moscú en 2017 para reunirse con dirigentes cercanos a Putin, recorrido que repitió la actual jefa, Alice Weidel, en 2021. Antes, en 2020, una delegación de AfD se encontró en la capital rusa con el ministro de Exteriores de Putin, Serguéi Lavrov, que utilizaba a los ultras para intentar reconducir su relación con el Gobierno alemán.

Abascal tiene a un propagandista a favor de Putin en la dirección de Vox en Barcelona

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La AfD, lejos del poder y sin elecciones cerca, se muestra menos dispuesta que las extremas derechas italiana y francesa a renegar de su pasado. Aunque rechaza la invasión rusa y marca distancias con Putin, ha protagonizado gestos tan ostentosos como ser la única fuerza que no aplaudió al embajador ucraniano en el Parlamento. Su postura es que hay que contentar al "socio ruso" para evitar el coste económico de la guerra. Si dicho coste llega, la responsabilidad es alemana. Weidel pone el punto de mira al Gobierno de Olaf Scholz por el "alto coste económico" para Alemania las medidas contra Putin, como de la cancelación del gasoducto Nordstream 2.

La líder de la AfD encarna una de las tendencias más extendidas en su familia política: la explotación política de las tensiones derivadas de la transición energética, agravadas ahora por la inflación. Este mismo miércoles colgaba en su cuenta de Twitter un mensaje contra los impuestos a los carburantes, que llenan los "bolsillos" del Gobierno. "Fuera el impuesto sobre le Co2, fuera la tasa ecológica", afirmaba Weidel, que al mismo tiempo urge a la eliminación de todas las restricciones por el covid-19. El mensaje de Weidel es insistente: "Los ciudadanos pagan sumas horribles en las gasolineras", "el Estado no debe convertirse en beneficiario de un conflicto bélico".

El rechazo a los llamados "impuestos verdes" es un rasgo extendido en esta familia política, que estos días eleva el tono sobre la cuestión. Esta misma semana Espinosa de los Monteros convocaba la manifestación justo tras cargar contra los "impuestos a la gasolina y al diésel". No es baladí. En 2018 arrancó en Francia como respuesta a un impuesto al combustible el movimiento de los "chalecos amarillos", que durante esta campaña reivindican tanto Le Pen como Zemmour.

Lo anunció el martes Santiago Abascal. En medio de una guerra en suelo europeo que está disparando la inflación en toda la UE, Vox se echa a la calle por el alza de los precios. ¿Contra Vladimir Putin? No. Contra el Gobierno de España.

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