Partido Popular
Un gran aparato orgánico e institucional y 10.000 afiliados para decidir quién manda en el PP de Madrid: Casado o Ayuso
“Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?” La frase de Isabel Díaz Ayuso, pronunciada en septiembre de 2020 tras la llamada cumbre de las banderas con Pedro Sánchez, resume como pocas no sólo la filosofía de fondo que mueve el discurso político de la presidenta madrileña sino su afán por completar su influencia convirtiéndose en presidenta del Partido Popular de Madrid. Porque, aunque no todo el mundo reconozca en el PP de Madrid a toda España, como hace Díaz Ayuso, sí que todos admiten su papel protagonista dentro del partido.
En Madrid, en teoría, según datos oficiales, hay casi 100.000 militantes del PP. Sin embargo, todo indica que apenas una mínima parte está al corriente de sus cuotas y goza de todos los derechos que establecen los estatutos para participar en la vida de la organización.
Si nos atenemos a las primarias convocadas en 2018 para resolver la sucesión de Mariano Rajoy, la última referencia disponible, el peso real en número de militantes del PP madrileño está un poco por debajo del 15%. Para participar en aquella votación se inscribieron 66.706 afiliados en toda España de los que 9.944 eran de Madrid. Por detrás solo de Andalucía, la comunidad con mayor número de afiliados en aquella votación (11.658), y casi a la par con la Comunitat Valenciana (8.964).
Pero más allá de esas cifras, la importancia de la influencia del PP de Madrid radica, según opinión unánime dentro del partido, en su cercanía a la organización nacional. Con ella comparte sede en el edificio número 13 de la calle Génova y sobre todo una circunscripción clave por la que se presentan el líder nacional y que decide 37 escaños en el Congreso. Por no hablar del poder que es capaz de ejercer desde el Ayuntamiento de la capital.
Madrid es la comunidad de Isabel Díaz Ayuso, pero también la de Pablo Casado. Al presidente del PP le gusta presumir de sus orígenes rurales, en León y Palencia, y de sus primeros pasos en política en Ávila, pero su territorio natural es Madrid. Lo que convierte la batalla por el control del partido en algo más que en una pelea entre la dirección nacional y una demarcación territorial. Cuando Ayuso reclama para sí el control del PP madrileño desafía también la influencia de Casado en la comunidad.
Para demostrar la fortaleza del líder del PP en Madrid basta con recordar que fueron lo afiliados de esta comunidad los únicos que apoyaron mayoritariamente la candidatura de Casado a la presidencia del partido en las primarias de 2018 para elegir al sucesor de Rajoy, muy por encima de sus rivales. Casado obtuvo entonces en Madrid el 54,4% de los votos de los afiliados (4.487), más del doble que María Dolores de Cospedal (22% y 1.811 votos). Un resultado casi tan revelador como que su principal rival, Soraya Sáenz de Santamaría, se quedó en un raquítico 19,6% (1.613 votos). La exvicepresidenta obtuvo más votos que Casado en España pero perdió estrepitosamente en Madrid. Esa votación de los militantes dejó fuera de la carrera a Cospedal y el liderazgo del partido se decidió después en un congreso extraordinario, donde sólo votaron los compromisarios, que eligieron a Casado en detrimento de Santamaría.
Más de tres años después, muchas cosas han cambiado en la Comunidad de Madrid. La más decisiva, el ascenso hasta ahora imparable de la figura de Isabel Díaz Ayuso. Un fenómeno político que la mayoría de los analistas asocian al trumpismo y que dio muestras de su enorme potencial en las elecciones del pasado 4 de mayo, en las que demostró ser capaz de pasar en menos de dos años de 30 a 65 escaños y asegurarse una mayoría suficiente para depender exclusivamente de Vox y laminar a Ciudadanos.
Averiguar cuál de los dos —Ayuso o Casado— es en estos momentos la referencia para los afiliados madrileños es una tarea imposible. Han ido de la mano —eran amigos, al menos hasta hace pocos meses— durante los últimos 17 años. Ayuso ha construido su carrera política gracias a Casado. Y ambos son, o eran, parte indivisible de un mismo proyecto para controlar la Comunidad de Madrid y hacerse con el Gobierno de España.
Buscar una solución negociada
Así que desde que Ayuso confirmó su deseo de convertirse también en presidenta del PP madrileño, dirigentes orgánicos y cargos institucionales sortean como pueden el dilema de tener que elegir. La mayoría evita pronunciarse. El temor a que una guerra abierta acabe pasándoles factura es muy evidente y por eso son muchas las voces que, según distintas fuentes, están pidiendo en privado a ambas partes que lleguen a una solución negociada. Nadie quiere apostar a caballo perdedor. Y si al final hay dos listas, una de Ayuso y otra impulsada por Casado —probablemente con el alcalde José Luis Martínez-Almeida a la cabeza— será muy difícil mantenerse al margen.
El peso institucional en el congreso es evidente. En Madrid el PP tiene 65 diputados autonómicos, 80 alcaldes, casi 800 concejales, diez parlamentarios en el Congreso y siete senadores. Del lado que se pongan será decisivo también en la fase de primarias en la que voten los militantes.
La elección es más fácil para los afiliados. El equipo de Ayuso, encabezado Miguel Ángel Rodríguez —el que fuera secretario de Comunicación de José María Aznar— está convencido de que si sólo votasen los militantes su líder se haría sin problemas con la presidencia madrileña del partido.
Pero no es así. Los estatutos que regirán el congreso cuando se celebre son los mismos que gobernaron la sucesión de Rajoy. Primero votan los afiliados y sólo deciden si hay un candidato que supera el 50% de los sufragios y consigue una ventaja de 15 puntos sobre el segundo aspirante más votado. Es decir: en un combate entre Ayuso y Almeida, que en estos momentos nadie dentro del PP quiere ver, la presidenta de Madrid necesitaría al menos el 57,5% de los votos para ganar la presidencia en primera vuelta. Por debajo de esa cifra, significaría que el alcalde de Madrid se habría quedado a menos del 15%, lo que daría lugar a una segunda votación en la que decidirían los compromisarios del congreso. Eso siempre que no compitiese un tercer candidato.
Es en ese escenario en el que Génova trabaja para tratar de convencer de Ayuso de que no puede ganar y acepte, cuando menos, un solución de compromiso. Porque los compromisarios salen de los cargos institucionales de la comunidad y de los puestos orgánicos, y ahí la influencia de Casado y de su equipo —con Teodoro García Egea a la cabeza— es mayor. El PP lleva gobernado por una gestora desde que Cristina Cifuentes dimitió en abril de 2018 de todos sus cargos después de que una web difundiera un vídeo de 2011 en el que aparecía robando en un supermercado. Al frente, Pío García-Escudero, alineado en la guerra interna del lado de Casado y, por tanto, adversario de Ayuso. Igual que la secretaria general, Ana Camins, que es a la que Génova planeaba poner en la presidencia a modo de tercera vía para evitar un enfrentamiento con Ayuso, pero que en realidad es también de obediencia casadista.
Camins es diputada en la Asamblea de Madrid, igual que Diego Sanjuanbenito, jefe de gabinete de Casado. Así que a nadie extrañó su ausencia de la reunión del grupo parlamentario autonómico que Ayuso organizó el pasado jueves apenas unas horas después de que el Casado hiciese lo propio con el grupo del PP en el Congreso. Dos reuniones sin orden del día preestablecido pero que todos en el partido interpretan como señales inequívocas de la batalla que se avecina, en la que ambas partes pulsan cada vez más abiertamente la posición de cada cual.
En tierra de nadie, aunque supuestamente más cerca de Casado, están dos dirigentes madrileños relevantes. El primero es el vicesecretario de Territorial del partido, Antonio González Terol, ex alcalde de Boadilla y el interlocutor de Génova con los alcaldes y sus grupos municipales. El otro es Enrique López. Juez de profesión, en él se da un circunstancia singular: es a la vez la mano derecha de Ayuso en el Gobierno de Madrid, en el que está a cargo de la Consejería de Presidencia, Justicia e Interior, y vicesecretario de Justicia de la dirección de Casado, puesto desde el cual ha contribuido a diseñar buena parte de la estrategia de oposición del partido contra Pedro Sánchez.
Del lado de Ayuso está un personaje clave del PP en las últimas décadas, la expresidenta madrileña Esperanza Aguirre, que mantiene una cuota de influencia muy relevante dentro del partido en Madrid. “Aquí tenemos a la persona que más daño político ha hecho a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias”, proclamó. Y aunque no se ha pronunciado, casi todo el mundo cree que también José María Aznar estará con Ayuso en su pretensión de convertirse en presidenta del PP madrileño.
En campaña
Entretanto, y a la espera de una fecha para celebrar el congreso, la presidenta de Madrid no ha perdido el tiempo. Desde que confirmó sus intenciones, el pasado mes de agosto, su agenda siempre incluye visitas y actos oficiales que a menudo se extienden al partido y al contacto informal con militantes y simpatizantes en bares y restaurantes.
Ayuso no está pulsando la opinión de los afiliados: está en plena campaña. Y la respuesta, en opinión de su equipo, no puede ser más favorable. De ahí que en septiembre ya diese por hecha la victoria: “Cuento con el apoyo necesario Cuentopara presidir el PP de Madrid”, declaró.
En esta batalla hay además otro factor en juego que algunos consideran importante: la fecha del congreso. Ayuso quiere adelantarlo todo lo posible. Génova se propone posponerlo, si puede ser al mes de junio. Algunos medios creen que Casado prefiere demorarlo para fortalecerse en las encuestas y estar en mejores condiciones de plantar cara a Ayuso en Madrid. Según esta teoría, cuanto más cerca esté el sueño de ganar las elecciones generales, más posibilidades tiene Casado de atraer a sus posiciones a los cargos orgánicos e institucionales que en segunda vuelta pueden decidir la presidencia.
El líder del PP sabe bien de lo que habla: en 2018 perdió frente a Sáenz de Santamaría las primarias de los afiliados pero ganó la elección gracias a los compromisarios de la tercera en discordia, María Dolores de Cospedal.
La clave es cuánto apoyo podría restarle Almeida a Ayuso si llegan a enfrentarse. La popularidad del alcalde, sobre todo en la capital, está fuera de toda duda.
Lo que no quieren los alcaldes es una guerra que acabe perjudicándoles cuando se enfrenten a las urnas en 2023. No les cabe en la cabeza tener que verse forzados a tomar partido a favor o en contra de Ayuso. Creen que la batalla daña a todo el partido y es especialmente inconveniente en un momento en el que casi todas las encuestas anticipan una victoria del PP y “se respira un ambiente ganador”. “Hay que llegar a un acuerdo”. “No tiene sentido abrir una guerra, tiene que haber una solución pactada”, pidió a través de las páginas de El Mundo el alcalde de Majadahonda, José Luis Álvarez.
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Al margen de cuáles sean sus preferencias reales, esta opinión es compartida por la inmensa mayoría de los regidores. Que sueñan con llegar a 2023 subidos a una ola de apoyo popular gracias a la fuerza combinada de Casado, de Almeida y también de Ayuso. Y temen poner eso en peligro.
La batalla municipal es precisamente una de las motivaciones de Ayuso para hacerse con el control orgánico del PP. Eso le daría el poder que le falta para renovar liderazgos y poner y quitar candidatos. Su obsesión es trasladar la victoria del 4M a los ayuntamientos. Es verdad que en estos momentos el PP gobierna la capital, pero sólo tiene 13 de los 35 bastones de mando de las corporaciones locales con mayor peso demográfico, aquellas que superan los 20.000 habitantes. El PSOE domina la parte alta de la tabla, con siete de las diez alcaldías de más de 100.000 habitantes.
Torrejón (con 128.000 habitantes) es el mayor municipio del PP madrileño después de la capital. Por encima de él hay seis con alcalde socialista (Móstoles, Fuenlabrada, Alcalá, Leganés, Getafe y Alcorcón). Ayuso quiere manos libres para cambiar eso. Y disputar las alcaldías igual que batió a la izquierda en las autonómicas de mayo.