Si a algo se ha dedicado Ian Gibson (Dublín, 1939) desde hace décadas es escribir sobre vidas ajenas. Lo ha hecho con la de Federico García Lorca, Antonio Machado, Salvador Dalí o José Antonio Primo de Rivera. Pero ahora le ha tocado a él ser el protagonista. Un carmen en Granada (Tusquets, 2023) es quizá la historia más difícil que le ha tenido que contar en su larga trayectoria. La obra es un recorrido por la vida del escritor a través de sus recuerdos. Y también un autorretrato que muestra al hispanista como "un ser obsesivo empeñado en que todos los demás lo admiren" y perseguido por mil demonios. Su libro más íntimo con el que pretende poner punto y final a su etapa como biógrafo: "Habiendo contado la historia de gente tan fundamental para mí pensé que tenía que terminar con esto explicando un poco cómo llegué hasta aquí".
Gibson se entrevista con infoLibre en una terraza de bar en el madrileño barrio de Lavapiés, donde vive atrapado por el amor a la multiculturalidad. Es una mañana de viernes desapacible. Sobre la mesa, un cortado, un café con leche y un chupito de Magno. Durante casi una hora, el hispanista habla sobre las memorias, que son para él una especie de "catarsis". Dibuja una infancia difícil en un ambiente marcado por un rígido puritanismo religioso, que le hizo llegar tarde al Ulises de James Joyce. Y, por supuesto, habla de Federico García Lorca, ese poeta granaino que le dejó hipnotizado con su Romance de la luna, luna a finales de los cincuenta. Tanto que durante la investigación sobre su muerte estuvo a punto de cometer alguna locura. Hoy, le persigue el hecho de que siga desaparecido: "Yo, como millones de personas, quiero saber dónde están los restos de Lorca", reclama.
¿Escribir una autobiografía supone poner punto y final a su etapa como biógrafo?
Yo creo que sí, que es el final de una larguísima etapa de mi vida. Habiendo contado la historia de gente tan fundamental para mí, como Lorca, Machado o Dalí, pensé que tenía que terminar con esto explicando un poco cómo llegué hasta aquí.
¿Es más sencillo escribir sobre los demás que sobre uno mismo?
En mi caso ha sido muy difícil. De hecho, creo que este libro no podría publicarlo en inglés porque hay cosas que cuento de mi familia que son muy duras, relatadas con cierta crudeza, y aún tengo familiares que viven. Por eso, y aunque he tratado de ser justo, casi te diría que tengo algo de remordimiento por haber traicionado, por ejemplo, a mi hermano. Tengo derecho a contar, pero tampoco quiero herir.
En sus memorias, usted retrata a un Ian Gibson “obsesivo, empeñado en que todos los demás lo admiren” y perseguido por mil demonios. ¿Cuánto de eso es fruto de su infancia?
Yo creo que todo, al final cada uno viene de su infancia. [William] Wordsworth, el poeta británico, dijo aquello de "el niño es padre del hombre", algo que [Sigmund] Freud entendió fabulosamente. En mi caso, yo no digo que no hubiera momentos felices en mi infancia, pero no fue fácil. Mientras mi hermano era una estrella al que mi madre tenía en un altar, yo, cinco años más pequeño que él, no encontraba talento alguno. Contar todo lo que cuento es duro, pero vi la necesidad de sacarlo fuera como una especie de catarsis. Y yo creo que está teniendo ese efecto porque presentar este libro ante el público me pone muy nervioso.
¿Más que con otros?
Sí, yo he dado mil conferencias y nunca me he sentido así de nervioso.
¿Cuánto del Joyce que escribió ‘Ulises’ y cuánto del Alonso Quijano de Cervantes hay en Ian Gibson?
Mucho. Al Joyce profundo llegué con tardanza. Es cierto que había leído Retrato del artista adolescente y, obviamente, Dublineses, pero Ulises era una obra que no conocía porque estaba proscrita en la Irlanda de los años cincuenta. Yo, por aquel entonces, conseguí un ejemplar bajo cuerda y, cuando empecé a leerlo, me di cuenta de la heroicidad de Joyce y de la gran importancia que para mí tendría el libro.
Este libro es el final de una larguísima etapa de mi vida
En cuanto a Cervantes, puedo decir que si España sólo hubiera producido El Quijote su contribución a la cultura, a la civilización mundial, ya estaría hecha. Influyó también mucho en mí el darme cuenta de que el héroe de la literatura española era un hombre en busca de aventuras. Cuando yo vine por primera vez a España en tren y crucé toda la meseta, viendo la inmensidad del paisaje, ese "ancha es Castilla", recuerdo que pensé: esto es para mí.
Cuenta que en 1957 su vida cambió por completo. Por entonces, usted estaba leyendo Ulises, de James Joyce. Pero, de pronto, se topa con un tal John E. Doyle. ¿Por qué ese nombre es tan importante para usted?
Por aquel entonces, yo estaba en mi segundo año en Trinity College, después de un primero dedicado a la gramática española y completado con un curso de verano aquí para aprender un poco más el idioma. Un día, en una librería de ocasión, Eason's, vi una hilera de libros en español que alguien había vendido. Entonces, cogí un tomo, encuadernado en verde y que aún conservo en mi archivo, que contenía tres obras encuadernadas juntas: Cántico, de Jorgue Guillén; Seguro Azar, de Pedro Salinas; y Primer romancero gitano, de Federico García Lorca. Iban firmados por un tal John E. Doyle, que luego resultó ser profesor en la Universidad de Dublín, en la católica.
Entonces, comencé a leer el Romance de la luna, luna, de Lorca. Por entonces, yo ya había leído algunos romances de Rubén Darío, pero aquel descubrimiento fue definitivo. Yo noté en él algo familiar, una vinculación con la literatura irlandesa en lo relativo a la cosa telúrica, la cosa de la tierra. Y era tremendo porque había palabras que ni siquiera conocía. Me llamó la atención de una forma tremenda, esa luna que se materializa como bailarina mortal y ese niño hipnotizado por la luz de la luna.
Y fue entonces cuando usted quedó hipnotizado con Federico García Lorca
Sí, y sigo hipnotizado. Es un poeta misterioso. Todo en él es misterio y nunca llegaremos al fondo del pozo. ¿Quién fue? ¿Desde dónde llegó? Un niño que nace en un pueblo de la Vega de Granada con dones incomparables. Eso sí, en el seno de una familia también excepcional, lo que nos hace volver a esa frase de Wordsworth: "el niño es el padre del hombre". Toda su familia era musical, donde cada uno, sin haber aprendido nada, tocaba la bandurria, el violín, el piano.
A mediados de los sesenta, viene a España con la idea de terminar su tesis sobre la primera etapa de Lorca. Pero, al final, se termina convirtiendo en un detective que indaga sobre su asesinato. ¿Era sencillo investigar eso por aquel entonces?
Mi proyecto inicial no era hacerlo, porque yo estaba obsesionado con el aspecto telúrico de su obra a raíz de mi primera lectura de Romance de la luna, luna. Mi tesis, por tanto, iba a ir sobre las raíces de la obra lorquiana y sus primeros escritos. Sin embargo, durante ese tiempo fui conociendo en Granada intelectuales republicanos represaliados, que se reunían en el bar El Suizo, y que me empezaron a contar lo que había pasado en la ciudad. Un día, recibí información sobre los últimos días de Lorca, los fusilamientos, el horror... Y decidí aplazar mi tesis para empezar una investigación sobre lo ocurrido.
Indagar entonces sobre las circunstancias de la muerte de Lorca era muy peliagudo
Mucha gente era reacia a hablar del tema, tenían miedo a ser denunciados. Por aquel entonces, Lorca no estaba del todo proscrito, su obra había salido con el beneplácito de Francisco Franco porque se llegó a un acuerdo con la familia sobre los derechos de autor. Es decir, se podía hablar de él. Ahora, indagar sobre las circunstancias de su muerte era muy peliagudo para la gente que hablaba conmigo. Por eso yo iba con mucho cuidado para no implicar a nadie.
¿Cometió alguna locura, o estuvo a punto de cometerla, durante su investigación?
Cuando yo descubrí que en la oficina del cementerio [de Granada] tenían un libro con el registro de todos los fusilamientos que se habían producido en la zona, con los nombres y aquellos eufemismos relativos a la causa de la muerte, elaboré un plan, nunca realizado, para robarlo [risas]. No quería que aquel registro se destruyera. De hecho, cuando salió mi trabajo en 1971, aquel libro desapareció. Sin embargo, no se llegó a destruir, porque el falangista [Eduardo] Molina Fajardo reprodujo algunas páginas en su libro póstumo Los últimos días de García Lorca.
Si quiere, le refresco la memoria con otro. Usted llegó a crear una identidad falsa...
Sí [risas]. Como yo hablaba francés, creé una tarjeta de visita falsa a nombre de Michael Grosjean, catedrático de Botánica. Fui con una de ellas a la Comandancia Militar porque alguien me había dicho que allí tenían unos mapas fenomenales de toda la zona de Víznar, un entorno que quería conocer bien físicamente porque allí es donde se llevaron a cabo los fusilamientos masivos de rojos. Les expliqué que era catedrático, que había unas plantas muy raras en la zona y quería hacer una investigación sobre ellas. Y me dieron los mapas [risas].
Durante años, ha podido charlar con personajes que estuvieron presentes en los últimos momentos de vida de Federico. ¿Cree que alguno de ellos contó menos de lo que realmente sabía?
Probablemente. Estamos hablando de 1965, con una dictadura y una policía brutal, la gente tenía mucho miedo, por eso creo que a veces no me contaban toda la verdad. Yo creo, de hecho, que hay mucho que aún no sabemos. Entonces, el problema estaba en conseguir documentación original. Era muy complicado conseguir algo seguro, convincente.
¿El que no se haya localizado aún el cuerpo de Lorca es algo que le persigue?
Claro que me persigue. Yo creo que no se ha buscado bien en toda la zona del parque de Alfacar. Yo estoy convencido de que Manolo El Comunista, cuando me indicó el lugar del enterramiento, no me mentía: el olivo, el barranquillo. Él estaba convencido de que era allí, lo cual no quiere decir que no pudiera estar equivocado y que estuviera realmente en otro olivo cercano.
Pero luego vino la revelación de Ernesto Antonio Molina, exvicepresidente segundo de la Diputación de Granada, que dijo que cuando hicieron el parque aparecieron huesos muy cerca del olivo que fueron metidos en un saco y puestos en otro sitio del parque. Desde entonces, este hombre no ha querido aclarar nada. Tiene que seguir investigándose, haciéndose una búsqueda completa en esa zona, con georradar. Y espero que se haga, porque yo, como millones de personas, quiero saber dónde están los restos de Lorca.
A lo largo de sus memorias, su hermano se perfila como un personaje central. ¿Cree que su orientación sexual le influyó a la hora de dedicar más de media vida a la figura del poeta?
Estoy convencido de que sí. En mi familia, fue tremendo el hecho de conocer que mi hermano era gay, igual que lo fue en la de Lorca. Fíjate, cuando su hermano Francisco publica en 1980 Federico y su mundo no figura ni una sola vez la palabra homosexual, algo que es tremendo. Entonces, tener un gay en la familia era un baldón.
Cuenta que cuando usted visitó España en el verano de 1957 le llamó la atención un monumento cargado de banderas de España, águilas negras, yugos y flechas. Hoy, ese monumento sigue en pie en aquel cementerio. ¿Por qué resulta imposible cerrar de una vez aquel terrible capítulo de la historia de España?
Las derechas de este país, por desgracia, no aceptan la criminalidad del régimen franquista, cuando no les debería resultar tan difícil hacerlo si son católicos, donde lo principal es el amor al prójimo. Y si ellos no son capaces de asumir eso estamos perdidos. No es tan difícil: ocurrió, lo sentimos mucho, nosotros no somos asesinos, hay que desenterrar a los muertos. No puede decirse que esto último suponga reabrir heridas porque nunca se han cerrado. Los viejos se van muriendo sin ver el hueso de su padre. Y eso a mí me duele.
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Dice que la situación política española le preocupa hondamente. ¿Qué es lo que le inquieta?
Yo, si soy algo, es socialdemócrata. Y quiero un centro razonable. Centro derecha o centro izquierda, pero centro, moderación y diálogo. Por favor, dialoguemos. Te escucho, pondero tus palabras, me escuchas y si por el camino podemos llegar a un acuerdo, perfecto.
El que no se haya localizado el cuerpo de Lorca es algo que me persigue
Me preocupa que algunas personas o partidos tampoco sean capaces de asumir que España es un país mestizo, con mezcla de sangres. Por eso, cada vez que tengo oportunidad, como ahora, le digo a Santiago Abascal que se haga un test de saliva porque se ve que es más moro que el rey Boabdil de Granada. Y me parece estupendo, no hay ninguna vergüenza. Por eso, no me gusta cuando se dice que esto va a ser un "estercolero multicultural". Primero, el estiércol es muy útil, fertiliza. Y en cuanto a la multiculturalidad, yo quiero una España así, ¿dónde está el problema?
Si a algo se ha dedicado Ian Gibson (Dublín, 1939) desde hace décadas es escribir sobre vidas ajenas. Lo ha hecho con la de Federico García Lorca, Antonio Machado, Salvador Dalí o José Antonio Primo de Rivera. Pero ahora le ha tocado a él ser el protagonista. Un carmen en Granada (Tusquets, 2023) es quizá la historia más difícil que le ha tenido que contar en su larga trayectoria. La obra es un recorrido por la vida del escritor a través de sus recuerdos. Y también un autorretrato que muestra al hispanista como "un ser obsesivo empeñado en que todos los demás lo admiren" y perseguido por mil demonios. Su libro más íntimo con el que pretende poner punto y final a su etapa como biógrafo: "Habiendo contado la historia de gente tan fundamental para mí pensé que tenía que terminar con esto explicando un poco cómo llegué hasta aquí".