POLÍTICA

La juventud que desmonta el mito de la 'generación de cristal': "La lucha en la calle puede ser motor de cambio"

Imagen de la manifestación por la vivienda del pasado 5 de abril en Madrid.

Cuando Coral Latorre escucha el mantra de que la juventud está desmovilizada, sólo puede pensar que quien lo pronuncia no ha invertido el tiempo suficiente en echar un vistazo a los entornos frecuentados por los jóvenes. Sabe bien de lo que habla: a Latorre acaban de citarla a declarar en los juzgados por protestar contra la presencia de la extrema derecha en la universidad pública. Su experiencia da cuenta de que en realidad "la juventud se implica hasta el final". Su voz y la de otros perfiles similares, todos menores de treinta años, tratan de enmendar la idea de una generación apática, conformista y descreída de la política.

Son muchas las claves que deslizan las voces pulsadas para diseccionar la idea generalizada de que la suya es una generación anestesiada. Para empezar, coinciden, una cuestión inesquivable: hay parte de verdad en tal afirmación. Pero se trata de una realidad que no sólo afecta a los más jóvenes, sino que interpela al conjunto de la sociedad.

"Hay una desmovilización social por parte de distintos sectores, no particularmente en la juventud", introduce Nerea Rivero. Su militancia la ha desarrollado en algunas de las trincheras donde más ha crecido la movilización en los últimos años: primero el movimiento feminista, ahora la lucha por la vivienda. Rivero habla desde la Plataforma polo Dereito á Vivenda y observa que el "avance del individualismo cada vez va a más", una deriva que conlleva descrédito hacia la movilización: "No se entiende, a veces, que la lucha en la calle puede ser un motor de cambio social".

Coincide con ella Juan Fonseca, en el seno de la Coordinadora Juvenil Socialista (CJS). "Estamos en un momento político de desmovilización en torno a reivindicaciones ligadas históricamente a la izquierda", si bien el grado no es el mismo en todos los terrenos, observa. En espacios como la vivienda, sí cree que existe un compromiso firme que se expresa en las calles. Pero en todo caso, completa, los "niveles de conflictividad social y laboral se han reducido en comparación con una década atrás". Algo que, afirma, "no afecta específicamente a los jóvenes". 

Así lo percibe también Amaia Ugarte, activista feminista en la Comisión 8M de Madrid. "Creo que es una generalización muy simple", se apresura a aclarar. Si bien la organización política no es "una tendencia mayoritaria en la gente joven, tampoco lo es en otras generaciones". Pero además, añade, toda afirmación requiere de una reflexión pausada: "Hay que entender los motivos, si tiene que ver con los ritmos de vida, con la precarización de los trabajos" y con las condiciones materiales; y huir en definitiva de los "análisis superficiales".

Para Latorre, militante del Sindicato de Estudiantes, la creencia de que los jóvenes no se mueven es en realidad cíclica. "Lo llevamos escuchando mucho tiempo, siempre está presente esa idea". La joven recuerda en este punto una cuestión que cree clave para el análisis: los jóvenes no son un colectivo homogéneo. "Siempre hay jóvenes que se mantienen al margen" o incluso algunos que "simpatizan con la extrema derecha". Pero sí cree que "la gran mayoría son antifascistas y salen a luchar".

No sólo el feminismo o la lucha por la vivienda cuentan con un frente de gente joven dispuesto a pelear sus derechos en las calles. Si en algo han sido vanguardia los jóvenes, ese algo ha sido el apoyo explícito al pueblo palestino, especialmente desde que los ataques israelíes se recrudecieron en octubre de 2023. Pablo Castilla fue uno de los muchos que acamparon en la Universitat de Barcelona (UB), en el seno del Comitè Estudiantil en Solidaritat amb el Poble Palestí

El impulso de salir a protestar era, en su caso, la consecuencia lógica de un compromiso previo. "Empecé a militar con diecisiete años, alrededor de las huelgas educativas en secundaria en Cataluña. A partir de ahí, empecé en Contracorriente y en Corriente Revolucionaria de los Trabajadores (CRT)", expone al otro lado del teléfono el joven de veinticinco años, así que cuando "estalla la situación" decide dar el paso, no como una pulsión individual, sino como parte de una suerte de mandato colectivo: "No podíamos ser testigos silenciosos de un genocidio en directo". Y entre las razones que encuentra el joven para movilizarse, hay una que comparten las demás voces: la inacción de los partidos progresistas.

Descrédito, desafección y derechización

Castilla lo dice sin rodeos: si se movilizó con motivo del genocidio, fue también por "la complicidad de los gobiernos, especialmente del español". Un Gobierno, insiste, asentado sobre una promesa de cambio: "Venían a cambiarlo todo y no cambiaron nada. Seguimos con el problema de la vivienda, con la elitización de la universidad y con todas las expectativas frustradas por parte de la juventud".

No es casualidad, cincela Fonseca, que la primera opción política entre los jóvenes sea la abstención. Los resultados de las últimas elecciones generales mostraron que la abstención crece entre los electores de menor edad, "con mayores porcentajes en barrios obreros y en jóvenes trabajadores", afina el entrevistado, al tiempo que condena los análisis de brocha gorda. En este punto, asiente, la clave pasa por escuchar las razones que dan sentido a esta decisión, muchas veces consciente y meditada, entre los electores jóvenes. "Pueden ser muchos los motivos, pero prima la desafección política. Lo que está en juego ahora es en cómo se traduce".

En ese contexto, se bifurcan dos caminos: la derechización o la movilización. La primera, encaja en "uno de los principales análisis de coyuntura" que atraviesan la conversación: el auge reaccionario. "No sólo en cuanto al crecimiento de los partidos de extrema derecha, sino también respecto a un desplazamiento hacia un sentido común autoritario y reaccionario en todos los niveles y que también tiene reflejo en los demás partidos", observa Fonseca.

Hay quien explica el escoramiento a la derecha como resultado de una decepción con la izquierda institucional, pero otros lo identifican con una suerte de reacción a las políticas progresistas. Castilla se encuadra en el primer espectro. A su juicio, el giro a la derecha tiene que ver con "las expectativas frustradas del último ciclo político". Los jóvenes han visto cómo "el Gobierno progresista no ha resuelto los problemas y muchos han canalizado esa rebeldía tendiendo hacia la derecha". Pero no es la única alternativa, ni siquiera la mayoritaria, proclama el estudiante. La idea generalizada de que los jóvenes han sucumbido a la ola reaccionaria esconde también la intencionalidad de "ocultar la politización de la juventud y anular su potencial cuando se moviliza".

A Nerea Rivero sí le preocupa que la "desafección política" esté siendo "captada por la extrema derecha", a través de los "discursos de odio" que se difunden especialmente a través de las redes. Ella, a diferencia de su compañero, cree que "la juventud percibe que hay ciertos discursos que están ocupando un lugar en las instituciones y piensa que son hegemónicos". A eso, se suma una situación de "incertidumbre que atraviesa a la juventud". Pero existe un potencial transformador y para obtener resultados, subraya, es necesario tender puentes. "Las luchas no son compartimentos estancos. Cuando hablamos de acceso a la vivienda hablamos también de feminismo y de lucha antirracista", disecciona.

Al mismo punto llega Amaia Ugarte. Para empezar, coincide en que existe una tendencia hacia la derecha, pero introduce un análisis de género: impacta, especialmente, en los varones. "Aquí han jugado un papel importate las redes sociales y la extrema derecha, que ha sabido tergiversar el discurso feminista", con el propósito de persuadir a un puñado de hombres jóvenes reactivos ante los avances feministas.

Para Latorre, "la desafección puede ir en ambas direcciones. Puede hacer que toda una serie de jóvenes caigan en los discursos de extrema derecha, pero la falta de expectativas también puede convencernos de que el sistema no funciona". Y ahí entra en juego un nuevo reto: construir alternativas.

Construir alternativas

Una tarea que no siempre casa con el deseo de inmediatez. "Los avances políticos cuestan tiempo y esfuerzo", insiste Rivero. Pero las luces largas a veces no tienen buena acogida: "Si tardamos mucho en avanzar en derechos, es fácil que las personas se acaben resignando. Lo queremos todo y lo queremos ya, pero conseguir cosas lleva su tiempo". La misma urgencia por alcanzar cambios palpables en el corto plazo la percibe también Ugarte. "Y en esa urgencia es complicado organizarnos", sostiene. "El momento actual nos empuja a movilizarnos por cuestiones como la vivienda, pero también nos paraliza: la sensación abrumadora de un panorama desolador en el que no hay futuro, incita a la despolitización", lamenta la feminista. Pero además, añade, "para llegar a una organización política se necesita formación, cierto periodo de reflexión, maduración y debate". El ritmo de vida actual, conjuga la activista, marcado por el "absoluto cansancio, agotamiento y frenetismo, nos veta esos espacios".

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Asiente Pablo Castilla. La sensación de que "no hay futuro" acaba teniendo un efecto desmovilizador, porque "si no hay cambio posible, luchar no tiene sentido". Pero Castilla se revuelve contra esa idea. "Es parte del relato: no hay salida y por eso debemos conformarnos con el mal menor. Aunque ese mal menor aplique políticas de derechas", critica. Para el joven, es urgente confrontar con la idea de que vivimos en el mejor de los sistemas: "Combatir el mal menor no es una cuestión del largo plazo, sino de absoluto presente, porque, si no, siempre va a haber otro mal mayor. No queremos aceptar la crisis de la vivienda, el aumento del presupuesto militar o la militarización de las fronteras con la excusa de que, si no, vendrá la derecha", apuntala.

Fonseca insiste en la necesidad de pensar estrategias para transformar el malestar en motor de cambio. "Sin ser nostálgicos ni glorificar el pasado, nuestra generación ha vivido dos grandes crisis capitalistas y nuestro horizonte de futuro es complicado, eso puede ser un aliciente para politizar y organizar a la juventud trabajadora", frente a otros caminos "mucho más reaccionarios y de derechización". 

Es, reconoce, una "tarea compleja", especialmente partiendo de una "situación de bancarrota política de lo que han sido los proyectos de izquierda reformista en los últimos años". En ese contexto, admite, "plantearnos rearmar el proyecto político revolucionario parece en sí mismo inalcanzable". Así que el reto pasa por "poner en marcha un modelo de militancia alejado del activismo de autopromoción de la inmediatez, más de compromiso y disciplina consciente, ir poco a poco hacia la construcción de organizaciones políticas de masa". El camino, sostiene, "es largo, pero también es el único correcto para los objetivos que nos planteamos: una transformación integral del sistema".

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