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Luces y sombras del político Adolfo Suárez

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Menos de cinco años en la Moncloa bastaron para cambiar radicalmente el decurso histórico de España. De julio de 1976 a enero de 1981. Cinco años intensos que pilotó con determinación Adolfo Suárez González, el presidente del Gobierno al que han llorado y homenajeado todos sus sucesores, la práctica totalidad de las fuerzas políticas y miles de ciudadanos que ayer guardaron cola en las cercanías del Congreso, donde se instaló la capilla ardiente. Apenas se articularon críticas, apenas afloraron ataques –sí los hubo en su tiempo–, apenas se oyeron más que elogios a su figura y su papel decisivo en la vuelta de la democracia a España

Pero la Historia no se pinta sólo con luces. Ni es plana ni lineal.

Suárez (Cebreros, 1932-Madrid, 23 de marzo de 2014) logró desmontar la dictadura desde dentro, utilizando los resortes y recovecos de un régimen del que procedía y conocía bien. Dirigió el camino hacia la democracia con paso firme y rápido, tendiendo puentes entre la vieja élite política del franquismo y la oposición que había luchado en la clandestinidad durante cuarenta años. Ese es su enorme y valioso capital, a juicio de historiadores, sociólogos, politólogos. La persona adecuada –un hombre joven, ambicioso, aunque sin más programa político que el cambio y la llegada de la democracia– para el momento y lugar adecuados. Pero el estadista no supo controlar su partido, la Unión de Centro Democrático (UCD), ni pudo desmantelar por completo el aparato franquista. Sus sombras, como coinciden los analistas, son las sombras de la propia Transición, una etapa crucial en la Historia de España, pero no totalmente modélica. Aunque tal vez era el techo que se podía alcanzar. 

Y su legado no es otro que el consenso. La capacidad de diálogo y negociación con el adversario. Un valor que, como advierten los expertos, hay que situar en esa época, en el momento fundacional de la democracia, pero que no es totalmente trasladable a la España de 2014.

01. aciertos en una españa convulsa

"La trayectoria de Adolfo Suárez es como la de Mijaíl Gorbachov. Es un hombre del sistema, que viene del Movimiento Nacional y lo conoce bien. Y es lo suficientemente joven, con suficiente visión de futuro y con suficiente ambición como para desmontar el sistema desde dentro, con habilidad, en medio de dificultades enormes", sostiene José Álvarez Junco, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Apenas se rebate esta tesis en la academia. "Las luces de Suárez están muy claras –comparte Xusto Beramendi, historiador de la Universidade de Santiago–. Dentro de las limitaciones que le imponía su ideología de partida y de la situación en la que se movió, su aportación fue decisiva para desmantelar la dictadura y reemplazarla por una democracia, también con limitaciones. Pero él fue uno de los que lo hicieron posible". 

Aquí viene la primera observación de los analistas. La Transición no fue obra exclusiva obra de Suárez, ni tan siquiera de Suárez y del rey, sino una obra colectiva, coral. "Cualquier intento de mitificación es estúpido", alerta Beramendi. "Los procesos históricos no funcionan así. No son achacables sólo a las élites políticas. La sociedad es también protagonista, por su capacidad de movillización. El papel de las élites es fundamental, claro, y él perteneció a una élite muy capaz, pero no explican todo el proceso en sí", previene Mario Zubiaga, profesor titular de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco

Suárez no fue, en puridad, el ideólogo de la Transición. No era un hombre "ni de ideas, ni de libros", puntualiza Álvarez Junco. "Es un tipo muy del común. El que tiene habilidad y conocimiento de los resortes del sistema". Era un "chusquero de la política", como él mismo se definía, un hombre de pobre currículo profesional, con escaso conocimiento de la arena internacional (no era un atlantista entusiasta, además) y de la economía. Si hubiera que señalar un padre intelectual –y no fue sólo uno–, los historiadores señalan con el dedo a Torcuato Fernández-Miranda, el presidente de las Cortes a la muerte de Franco, el autor del cambio "de la ley a la ley", el que maniobró para incluir en la famosa terna del verano de 1976 al entonces ministro secretario general del Movimiento, tal y como le había pedido el rey. Adolfo González, historiador de la Universidad de Sevilla y exdiputado del PP, subraya asimismo la contribución de Santiago Carrillo: "Nos estamos emborrachando de Adolfo, que no está nada mal, pero la acción del PCE fue fundamental". 

"Sí queda patente que Suárez era un hombre cautivador, que hacía las cosas muy fáciles, como aquella reunión de febrero de 1977 con Carrillo, en la que comenzaron muy distantes y al final, tras horas de conversación, dejaron todo acordado. Era muy cercano, sabía negociar, era abierto. Era muy pragmático", opina Juan Carlos Pereira, catedrático de Historia Contemporánea de la UCM

Arriesgó. Tenía cintura. Sabía improvisar. Era permeable. Algo a lo que le ayudaba su "indefinición ideológica", en palabras de Zubiaga, su bajo perfil. "Ser un hombre de equipaje doctrinal muy ligero le dio más flexibilidad, le permitió reaccionar –abunda Álvarez Junco–. Por ejemplo, con la legalización del PCE, que no tenía prevista. Se dio cuenta de que sin ella la Transición no era creíble. Eso demuestra que nada estaba escrito, que fue azarosa por completo. Se manejaron a tientas, a ciegas". De todos los directores de orquesta, dice Beramendi, quizá Suárez es el que reunía más cualidades personales: "No era un fanático del franquismo, aunque pertenecía a él, tenía seducción, simpatía... El rey tuvo bastante olfato al elegirle. Todos le criticamos en aquel momento. Parecía un monigote. Era un perfecto desconocido. Pera era ecléctio, y eso fue una ventaja en aquel momento". Xavier Domènech, profesor de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), introduce matices: "Era un franquista, no lo olvidemos, no venía de una ideología poco connotada. No estaba en el Movimiento por casualidad. Más que falto de ideología, diría que le faltaba proyecto político. Saber dónde quería llegar". 

Los expertos subrayan su acierto, coraje y valentía a la hora de bandearse en una España tremendamente convulsa. Con una enorme conflictividad social, sumida en una enorme crisis económica, con una altísima inflación, con el terrorismo de ETA, del GRAPO y de la ultraderecha atenazando a diario a la sociedad española. Supo, por tanto, moverse en un contexto delicado, aglutinando a aquellos que procedían del régimen con la oposición. "Fue un brillante táctico, más que estratega. Supo salir adelante apostando por la reforma como única salida para el bloqueo del régimen", tercia Domènech. 

02. LOS ERRORES QUE LLEVARON A LA CAÍDA

"Las sombras de Suárez son las de la Transición", indica Zubiaga, en una opinión compartida por diversos analistas consultados por este diario. "Se hizo el cambio en unas determinadas circunstancias y con unos determinados límites, y se pactó no hacer depuración de funcionarios, de la Policía, de la judicatura... Y al no hacerlo, quedaron consecuencias", ilustra Álvarez Junco. Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, al igual que el Ejército, acabaron democratizándose, pero el residuo más señero es, como convergen los expertos, el Poder Judicial, aún muy conservador. 

Pero quizá la cuestión central –uno de los problemas seculares de España– aún irresuelta es la territorial. Como dice Beramendi, el diseño de la España de las autonomías "estuvo bien para salir del paso, pero a medio plazo fue una bomba de relojería", no sólo por la insatisfacción de las comunidades históricas con el café para todos, sino por haber faltado la apuesta por la construcción de un Estado federal, "y hecho desde abajo". "Quizá el Ejército lo habría impedido, pero de haberlo edificado así, habría tenido una legitimidad indiscutible. Y habría desactivado las tensiones nacionalistas". 

Beramendi, como otros colegas, también apunta otros "muchos defectos" que no cubrió la Transición, como la monarquía o la Iglesia. Y, sobre todo, el olvido de las víctimas del franquismo y la impunidad de los criminales. La condena de la memoria histórica que sólo en los últimos años se ha intentado, con severas dificultades, desescombrar. "Pero hacer una limpia o sacar los muertos de un lado y otro fue tal vez un acierto. Hoy es fácil decirlo, pero en aquellos años habría sido enormemente complicado. Se habría entrado en una dinámica peligrosa. Creo que este consenso sacó a este país de la dictadura, y conseguimos hacer una Transición pacífica que todavía se estudia", aduce Pereira. Domènech enfatiza que el cambio sólo fue posible por la enorme conflictividad en las calles y rebate la teoría de que se hizo sin traumas y sin violencia. "No, hubo muchos muertos, de un lado y de otro. Que desapareciera la dictadura se debe más a los arriesgaron sus vidas que a personajes con virtudes impresionantes". No hubo ruptura, "quizá porque la movilización social no dio para más", tercia Zubiaga.

Pero, sin duda, el punto débil de Suárez es su falta de control de la UCD, como remarca Belén Barreiro, expresidenta del Centro de Investigaciones Sociológicas, doctora en Ciencia Política, Sociología y Antropología Social y creadora del instituto demoscópico MyWord. El partido, creado ad hoc poco antes de las elecciones generales de 1977, y en tiempo récord, era una amalgama de liberales, conservadores, franquistas aggiornados, socialdemócratas tibios, unidos al principio por el pegamento del triunfo electoral y la figura del presidente. Era una formación, recuerda también Zubiaga, indefinido también ideológicamente, de gerifaltes, sin base social, que tras la victoria de 1979 entra en una lucha fratricida por el poder. "Fueron sus propios compañeros, los que ahora escriben y le elogian, junto a la oposición, los que le machacaron y le hicieron caer", indica González. 

Adolfo Suárez. Mi historia

Para Barreiro, la abrupta caída de UCD, que pasó de 168 escaños y el 34,84% de los votos a 11 parlamentarios y 6,77% de los sufragios en 1982 –y ya con Suárez fuera del partido, ahora como líder del Centro Democrático y Social (CDS)–, "uno de los casos de pérdida electoral más repentina", tiene que ver no con la "volatilidad" de los votantes, sino por la propia naturaleza de la formación centrista, "de notables y muy dividida". "Y los votantes castigan la división". 

"Lo suyo era el juego político, no la capacidad organizadora. Él no tenía más programa que llegar a la democracia", agrega Beramendi. A lo que se sumó, logicamente, la pujanza del PSOE y la consolidación de un bipartidismo que se perpetúa hasta hoy. "Había pasado su época. Eso le hizo mucho daño. Él era el hombre de la Transición. Y Felipe González y el PSOE era la imagen de la modernización, el cambio y la entrada en Europa". 

03. EL APRENDIZAJE DE SU LEGADO

Consenso. No hay duda. Es la palabra que expertos, políticos, ciudadanos aplican con más frecuencia a Suárez. "¡Era el consenso desde el primer pelo de su cabeza hasta los pies! Pero es que o había consenso o aquello se rompía. Lo que parece mentira es que hoy el consenso sea tan difícil. Es el gran éxito de Adolfo", recalca González. Según Álvarez Junco, el expresidente del Gobierno patrocinó el acuerdo en las reglas básicas del juego, algo fundamental. "Primaba más la política de Estado que la de Gobierno. Hoy es justo lo contrario, aunque hoy todas las instituciones, hasta la monarquía, están en cuestión", complementa Pereira. 

Pero también hay matices. Beramendi, por ejemplo, cree que más que el consenso, "idóneo para momentos excepcionales", debe aprenderse de Suárez el "respeto al adversario, un modo de hacer política que es bueno para una democracia y que se ha perdido". Zubiaga considera que la lógica del acuerdo es sólo una de las posibles. La otra es la polarización. Y es esta la que, a su juicio, "abre los cambios políticos". "Los procesos históricos son una alternancia continua entre el consenso y la polarización". Barreiro comparte esa visión: "Me da la impresión de que la gente valora más de Suárez su capacidad de reformismo que el consenso, su capacidad de reinvención, su valentía, porque no era fácil llegar a la democracia".

La opinión más crítica la firma Domènech: "El consenso es un mito. Es la consecuencia de un proceso, no la causa. Es la consecuencia de una intensa conflictividad social donde ningún actor se puede imponer sobre el otro. ¿Analogías hoy día? Un consenso sin conflicto previo es inimaginable". 

La percha del mito conduce, inevitablemente, a la reflexión de si se ha mitificado la figura de Suárez con el paso de los años y, especialmente, con su muerte. Los expertos consideran que tal vez se ha caminado hacia su canonización, pero la Historia "ya le colocó en su sitio hace tiempo" (Beramendi). En realidad, el elogio a Suárez es bastante reciente: surge a partir de los años noventa, una vez que el presidente abandonó la política. Y tras diez años de travesía en el desierto –como los calificó el escritor y periodista Gregorio Morán, uno de sus biógrafos– como jefe del CDS, con resultados electorales más que discretos: 2 escaños en 1982, 19 en 1986 y 14 en 1989. Pero en sus últimos tiempos en el Gobierno fue tremendamente criticado por los suyos, por la oposición, por los medios, por el mundo de la banca, por los empresarios, por los ciudadanos ("Me quieren mucho, pero no me votan", dijo). Hasta el rey perdió la confianza en él. Lo rememora Pereira: "Él tuvo que luchar contra muchos enemigos. Su dimisión en 1981 se debió a que lo dejaron solo, completamente solo. Y tuvo que abandonar. No ha ocurrido con ningún otro presidente. Juan Carlos, igual que apostó claramente por él, también le dejó". "En su tiempo se le maltrató. Y eso que era un político que asumía sus errores y que dimitió", complementa González. 

La construcción del icono Suárezicono es, pues, posterior a la edificación del mito de la Transición. Pero sea como fuere, el recuerdo de Suárez, como gran estadista, es hoy apacible, no el objeto de odios de los duros años ochenta. Un recuerdo que logró unir a ciudadanos y políticos en su último homenaje público y en una casa, el Congreso, donde vivió intensamente 15 años de su vida. Remacha Beramendi: "Ahora pasará a ser un santón metido en una hornacina. Y, como todos los santones, son ya inofensivos".

Menos de cinco años en la Moncloa bastaron para cambiar radicalmente el decurso histórico de España. De julio de 1976 a enero de 1981. Cinco años intensos que pilotó con determinación Adolfo Suárez González, el presidente del Gobierno al que han llorado y homenajeado todos sus sucesores, la práctica totalidad de las fuerzas políticas y miles de ciudadanos que ayer guardaron cola en las cercanías del Congreso, donde se instaló la capilla ardiente. Apenas se articularon críticas, apenas afloraron ataques –sí los hubo en su tiempo–, apenas se oyeron más que elogios a su figura y su papel decisivo en la vuelta de la democracia a España

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