Al número tres de Podemos, Juan Carlos Monedero, le ocurría como en aquella metáfora que utilizó Felipe González para referirse a él mismo cuando abandonó la presidencia: se sentía como un jarrón chino, que sabes que tiene valor pero no dónde colocarlo. Enclaustrado en un aparato orgánico en formato “maquinaria de guerra electoral”, se le cerraban las puertas para ponerse a cantar, dar palmas o soltar libremente improperios para defender el proyecto electoral que quiere cambiar “el régimen del 78”. En las buenas formas y las respuestas pausadas, el profesor Monedero no se veía cómodo. Además, en la estrategia de porfiar el triunfo a una línea más naif de la política, en formato “centralidad”, el corsé que tenía que aguantar Monedero le producía aburrimiento y tedio, algo que no va con su idiosincrasia. Lo confesó con voz trémula el profesor de Ciencia Política en su conversación con Fernando Berlín en Radiocable: el paso atrás es para “regresar a los orígenes”.
Precisamente, en Podemos hay un problema de confluencias entre origen y destino. Se puso de manifiesto en el encuentro-congreso de Vistalegre y sus derivas posteriores son conocidas como “las dos almas de Podemos”. Carolina Bescansa, en su línea de perfil técnico-táctico de la organización, lo señaló como una disputa entre un Podemos “para protestar” y un Podemos “para ganar”. El problema de por qué no hay acercamiento de posturas estriba en que dentro de la línea Claro que Podemos se diferencia entre el potencial electorado de Podemos y una parte de su tropa interna. Si lo que toca es mirar para fuera, como dijo Iglesias en su discurso final de Vistalegre, el poder de seducción es más factible con discursos apegados a la socialdemocracia sueca que a otros paisajes más revolucionarios. Así las cosas, son más sugerentes protagonismos del tipo Carlos Jiménez Villarejo o la nada encasillable Manuela Carmena dentro de una candidatura difusa como Ahora Madrid que los gestos combativos. En esa dualidad de identidades, Monedero sentía rozaduras.
En esa tesitura, Monedero se ha sentido algo huérfano. El abrazo compartido por la dirigencia de la formación durante su famosa rueda de prensa a cuenta del dinero de Venezuela y los pagos a Hacienda fue una demostración de afecto personal, pero no una reivindicación colectiva. Por si fuera poco, la apelación constante a Juego de tronos en formato de actos en la tierra era un exceso para alguien que valora mucho más la prosa del fallecido escritor Eduardo Galeano –referencia indiscutible cuando se habla de significantes llenos– que los protocolos institucionales con sonrisas. El debate venía de lejos. Lo señaló en un artículo hace meses el propio Monedero cuando hablaba de la serie de cabecera de la nueva política: “El problema de Laclau, de Gramsci, de Lenin, de Juego de tronos es que solo hablan de táctica. La estrategia ya la brindará el triunfo de la clase obrera, el advenimiento del hombre nuevo, el reinado del rey legítimo. Es decir, mucha reflexión acerca de cómo ganar el poder, pero nada sobre qué hacer en el poder el día después”. En esa tensión de líneas políticas de acción y pensamiento, una de ellas encabezada por Íñigo Errejón, es en la que también se circunscribe el desapego de Juan Carlos Monedero.
Ocurre que el momento elegido para anunciar la dimisión es complejo. Podemos consiguió tener a buena parte del establishment (“la casta”) con la respiración contenida durante meses, no hubo cimiento en España que no se moviera con cada encuesta que les daba el primer puesto en la clasificación, pero el desembarco de Ciudadanos y las propias turbulencias internas hicieron que el barco se tambaleara lo suficiente para que emergieran las dudas. En estos días, donde la política es más farragosa tras las elecciones en Andalucía y las incertidumbres en el horizonte son cotidianas, Monedero se dio cuenta de que echaba en falta “la frescura”. Una brisa que no tiene mayor relación con el 15-M que la forma en que cada uno quiera vivir el momento presente. Una apelación a la morriña constituyente toda vez que en muchos círculos la dinámica electoralista y competitiva ha generado roces y desencantos. Queda por ver cómo recupera el músculo del que presumía hasta hace unos días la formación que lidera con sobrados galones de mando Pablo Iglesias. Una labor que bien podría ejercer Monedero de puertas para dentro sin el sambenito de operar a rebufo del “grupo promotor”, sino volando libremente como “verso suelto”.
Se equivocan quienes piensan que detrás de la salida de Monedero hay una crisis interna con posibilidad de ruptura. También quienes crean que Monedero será aliado de las corrientes internas más apegadas a los discursos resistencialistas. En la carta de despedida, el antaño maestro de un grupo de jóvenes que empezaron a construir una hipótesis a partir del “estilo La Tuerka” se ofrece a seguir la estela de Pablo Iglesias: “Me comprometo a trabajar el doble desde mi nuevo espacio. Y que ladren los que han perdido la capacidad de entender lo que significa la amistad”. Por ahí no parece que haya debate: Monedero avala la estrategia de Claro que Podemos y ha aupado personalmente a candidatos muy valorados dentro de la organización, como es el caso de José Manuel López para la Comunidad de Madrid. Ahora, libre de la “vorágine de un aparato”, tiene capacidad para dedicarse a la fontanería interna y reanimar a las filas más descontentas, en la línea que a él le gusta. También su recobrada libertad de movimiento le permite entrar en los despachos de una organización, donde tiene sólidos enlaces en puestos importantes. Atrás quedó el tiempo en que se veía como alcalde de Madrid, una posibilidad con la que llegó a soñar; Monedero vuelve a centrarse en sus clases, escritos y discursos. Queda libre de unas ataduras que le generaban asfixia. Con su salida de la línea del frente hacia posiciones de retaguardia, el jarrón chino ya tiene sitio. Monedero se siente más cómodo en la tierra que en “los cielos”.
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Ver másPodemos no sustituirá a Monedero al menos hasta después del 24-M
Jacobo Rivero
@sputnikjkb
Autor del libro Podemos. Objetivo asaltar los cielos. Editorial Planeta, 2015.
Al número tres de Podemos, Juan Carlos Monedero, le ocurría como en aquella metáfora que utilizó Felipe González para referirse a él mismo cuando abandonó la presidencia: se sentía como un jarrón chino, que sabes que tiene valor pero no dónde colocarlo. Enclaustrado en un aparato orgánico en formato “maquinaria de guerra electoral”, se le cerraban las puertas para ponerse a cantar, dar palmas o soltar libremente improperios para defender el proyecto electoral que quiere cambiar “el régimen del 78”. En las buenas formas y las respuestas pausadas, el profesor Monedero no se veía cómodo. Además, en la estrategia de porfiar el triunfo a una línea más naif de la política, en formato “centralidad”, el corsé que tenía que aguantar Monedero le producía aburrimiento y tedio, algo que no va con su idiosincrasia. Lo confesó con voz trémula el profesor de Ciencia Política en su conversación con Fernando Berlín en Radiocable: el paso atrás es para “regresar a los orígenes”.