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El ocaso de 'Sandokán', el dios cordobés del ladrillo

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Ángel Munárriz

22 de mayo de 2011. Elecciones municipales en Córdoba, el último gran feudo de Izquierda Unida. No había transcurrido aún una hora desde el cierre de las urnas cuando sonó el teléfono de un colaborador del entonces alcalde, Andrés Ocaña, ascendido a regidor tras la súbita dimisión de Rosa Aguilar para incorporarse, previo abandono de IU, al Gobierno andaluz socialista de José Antonio Griñán. La llamada era desde un colegio electoral de Alcolea, uno de los barrios donde la coalición roja esperaba desmentir el descalabro que auguraban las encuestas. Pero el mensaje llegado desde el otro lado del teléfono destrozó cualquier esperanza: "¡Arrasa Sandokán!". Aquel fue uno de los (muchos) días en que Rafael Gómez Sánchez (Córdoba, 1944), conocido popularmente como Sandokán por su parecido con el actor de la exitosa serie de los 70, sorprendió a propios y extraños con sus logros, surgidos de una inquebrantable fe en sí mismo. ¿Gómez, de concejal? Parecía una locura. Pero ocurrió. Gómez suele lograr lo que se propone. Al menos hasta ahora, cuando todo apunta a su inminente ingreso en prisión, ya como empresario condenado y político fracasado. Acaba la huida hacia delante. Y le aguarda además el pago de una multa de 112 millones de euros.

Un par de horas después de aquella llamada desde Alcolea, con el recuento terminado, llegaba la confirmación. Unión Cordobesa, el partido de autor recién creado por Gómez, se había convertido en el segundo más votado por delante de IU (que pasaba de 11 a 4 concejales) y del PSOE, sólo por detrás del PP de José Antonio Nieto (hoy secretario de Estado de Seguridad). Y además había fundado su espectacular irrupción en barrios populares de tradición obrera y en enclaves marginales, que habían dado la espalda a la izquierda y habían abrazado el mensaje mesiánico, victimista y delirante de Gómez, cuyo éxito político se basaba en parte en el soporte de una tupida red clientelar alrededor de sus empresas. Gómez era el hombre que prometía ser distinto de los políticos, el que iba por los barrios preguntando: "¿Qué necesitas?". Pero sobre todo era el tipo que te podía contratar, el hombre hecho a sí mismo a cuya puerta había que llamar para pedir trabajo. Era el empresario que, si se veía obligado a cerrar por sus problemas judiciales, podía dejar a miles de familias en la calle en la ciudad de la Mezquita. Era el tipo cercano que conocía a toda la ciudad, que se paraba con unos y con otros, que repartía recomendaciones y favores. Sus apariciones en televisión y mítines eran un auténtico show. Tenía algo de Jesús Gil, a quien conoció bien. Fue un preludio cordobés de Donald Trump, aunque él prefería se comparaba con el mismísimo Jesucristo.

El empresario no ocultaba que con su irrupción en política pretendía defenderse de la multa de 25 millones de euros que le había impuesto el Ayuntamiento de Córdoba por la construcción ilegal de unas naves. Daba igual. Eso no mermaba su tirón. Tampoco le hizo daño el que ya en 2011 cargase con problemas legales. En aquellas municipales el pueblo de Córdoba había convertido en jefe de la oposición no sólo a su principal deudor, sino también a un imputado por soborno en el caso Malaya. Gómez siempre se declaró inocente y confió en que la política le permitiría defenderse mejor del embate de la justicia. No se equivocó. Durante años ha resistido. Pero ahora le espera la prisión. Y a Sandokán se le acaban los requiebros para evitarla. Este lunes expira el plazo de ingreso voluntario en la cárcel para cumplir una condena de cinco años y tres meses de prisión por dos delitos contra la Hacienda Pública por el impago de casi 29 millones de euros.

"¿Dimitir? ¡Dimite tú!"

No es su primera sentencia desfavorable. Gómez ya fue condenado en el caso Malaya por cohecho activo y se le impuso la pena de seis meses de prisión –que no cumplió, al sustituir por una multa– y el pago de 150.000 euros. La prensa le preguntó entonces si pensaba dimitir. "¡Dimite tú!", le respondió al periodista, instante recogido en un vídeo que mueve a la risa o al sonrojo. Lo cierto es que, aunque Gómez pretendía salir indemne, objetivamente la sentencia de Malaya no supuso un varapalo ni para su actividad empresarial ni para su trayectoria política. El empresario seguía manteniendo que su intención era expandir su partido, a la manera de GIL. Pero esta intención resultaba poco verosímil.

Desde el minuto uno quedó claro que Gómez no se movía hábilmente por la arena política. No se leía una moción –él mismo asegura que casi no sabe leer, aunque lo dijo como argumento exculpatorio en su juicio por fraude fiscal–. Entraba con pereza y poca información en los debates, delegándolo casi todo, progresivamente convertido en caricatura de sí mismo. No lidiaba bien con las convenciones de la vida política y la agenda de la prensa. Su grupo municipal se partió en dos y unos y otros se llevaban a los tribunales con los motivos más variopintos. Pese a todo, en 2015 volvió a presentarse en Córdoba. Fracasó. Pasó de cinco concejales a uno, él mismo. Visto que desde ahí no podía condicionar la vida política municipal, dimitió y dejó de concejal a un sobrino, Rafael Serrano. Ahí sigue, como recordatorio de un fenómeno político que parece afrontar su extinción. Un fenómeno, por cierto, que desveló la volubilidad ideológica del voto de IU, que había dominado casi sin interrupción la escena política desde tiempos de Julio Anguita y que saltó por los aires con la llegada de un constructor populista con un cero en cultura política que prometía empleo, casas baratas y legalización de viviendas construidas donde no debían.

Años dorados

Gómez es de Cañero, un barrio currante de Córdoba. Como suele ocurrir con los millonarios de origen humilde, ha sabido mitificar sus inicios. En su caso, vendió pavos, fue cabrero, vendimió en Francia. De regreso a España tras un periodo de emigración, de los 16 a los 21 años, se tiró de cabeza al sector artesanal histórico de Córdoba, la joyería. Le fue bien, de maravilla. Poco dado al conformismo, decidió diversificarse. Entró en tropel en el negocio de la sanidad privada, de los parques de atracciones, de la explotación de diversos activos agrícolas, de la importación de productos chinos... Era un lince. Así que por supuesto –hablamos de finales de los 80, principios de los 90– vio el potencial de la construcción. El barrio del Arenal fue cosa suya, su primer gran negocio. También acudió a la Costa del Sol, el dorado del ladrillo.

Para su expansión inmobiliaria encontró la generosa financiación de Cajasur, presidida entonces por el cura Miguel Castillejo, amigo de Gómez, principal responsable de la negligente gestión de la caja, finalmente absorbida por BBK. Una estatua de San Rafael con su cara –la cara de Gómez– adorna una de sus promociones en Fuengirola (Málaga), destino habitual de vacaciones del cordobés que se lo puede permitir. Del 93 al 98, como tantos otros millonarios del ladrillo, se metió en el mundo del fútbol y presidió el Córdoba CF. Eran sus años dorados. Y eso que Marbella se le resistía. Jesús Gil, con el que había tenido sus roces en el mundillo del fútbol, no le ponía las cosas fáciles para entrar en su territorio. Uno de sus escasos negocios allí, supuestamente previo pago de soborno, fue lo que terminó con su primera condena e inició su cuesta abajo. Gómez lloró durante el juicio.

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Con su acento cordobés, melena plateada, modales autosuficientes y gusto por la frase lapidaria, Gómez se hizo famoso por su irrupción política y por sus extravagancias durante el juicio de Malaya. Ya había tenido problemas administrativos. "Corre más que los papeles", dijo gráficamente de Gómez el jefe de la patronal cordobesa, Luis Carreto. Pero lo de Marbella era más serio: cohecho. Siempre se mostró convencido de su absolución y siguió defendiendo su inocencia tras la condena. Lo mismo que con el proceso por fraude fiscal. Aunque aquí la condena sí ha sido un palo de los que duelen: cinco años y tres meses de prisión y una multa de 112 millones de euros como autor de dos delitos contra la Hacienda Pública por el impago de casi 29 millones.

La Audiencia Provincial, ante el recurso de Gómez, ha establecido que la condena es "benigna, una de las mínimas que podía recibir", y eso "a pesar de la escandalosa cuantía de la defraudación". Entiende además que lo que cometió el empresario "no era un mero cúmulo de errores", sino que había un "plan diseñado" para eludir el pago de impuestos de sus empresas promotoras. "No sé escribir y casi no sé leer", alegó Sandokán durante el juicio. "Ni siquiera sé lo que es el IRPF", añadió. Pero no convenció a sus juzgadores. La única buena noticia para Gómez es que su mujer y sus cuatro hijos fueron absueltos. Gómez, ahora retraído en su actividad empresarial, ha dado el relevo a sus hijos, que sí mantienen negocios.

Habitual de los listados de morosos del Ministerio de Hacienda, continúa resistiéndose a entrar en prisión. No es hombre que se rinda fácilmente. Una vez firme su condena, su plan pasa ahora por solicitar el aplazamiento de su ingreso en prisión hasta que se tramite su petición de indulto. En septiembre el juzgado de lo penal 3 de Córdoba ya le concedió una ampliación del plazo para entrar voluntariamente en la cárcel. Dicho plazo se agota este lunes. Si Gómez no vuelve a sorprender a propios y extraños por enésima vez, el que fuera el empresario más popular de Córdoba, también el más excéntrico e incontrolable, perderá en breve su libertad.

22 de mayo de 2011. Elecciones municipales en Córdoba, el último gran feudo de Izquierda Unida. No había transcurrido aún una hora desde el cierre de las urnas cuando sonó el teléfono de un colaborador del entonces alcalde, Andrés Ocaña, ascendido a regidor tras la súbita dimisión de Rosa Aguilar para incorporarse, previo abandono de IU, al Gobierno andaluz socialista de José Antonio Griñán. La llamada era desde un colegio electoral de Alcolea, uno de los barrios donde la coalición roja esperaba desmentir el descalabro que auguraban las encuestas. Pero el mensaje llegado desde el otro lado del teléfono destrozó cualquier esperanza: "¡Arrasa Sandokán!". Aquel fue uno de los (muchos) días en que Rafael Gómez Sánchez (Córdoba, 1944), conocido popularmente como Sandokán por su parecido con el actor de la exitosa serie de los 70, sorprendió a propios y extraños con sus logros, surgidos de una inquebrantable fe en sí mismo. ¿Gómez, de concejal? Parecía una locura. Pero ocurrió. Gómez suele lograr lo que se propone. Al menos hasta ahora, cuando todo apunta a su inminente ingreso en prisión, ya como empresario condenado y político fracasado. Acaba la huida hacia delante. Y le aguarda además el pago de una multa de 112 millones de euros.

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