El ataque criminal a la Guardia Civil en Barbate tiene mucho de excepción grotesca y engañosa dentro de un negocio que es en realidad cada vez más cerebral y ejecutivo. Hoy en el narco hay menos violencia explícita de la que hemos aprendido a suponer por el cine y la televisión, menos de la que parecen indicar crímenes como el de la semana pasada, y en cambio mucha más actividad empresarial discreta y eficiente. La imagen fiel del narco en España no la ofrecen los gañanes que jaleaban desde el puerto de Barbate, ni descerebrados como Kiko El Cabra. Para hacerse una idea más precisa de qué es el narco en España es más atinado pensar en la Mocro Mafia holandesa, el cártel de los Balcanes, la 'Ndrangheta, el clan irlandés Kinahan y los grupos colombianos y mexicanos que mantienen estructuras estables aquí y ejercen a diario una tarea de carcoma tan invisible como dañina. O en los 128 laboratorios de cocaína desmantelados por toda España en los últimos diez años. Uno al mes. Y preguntarse: ¿Cuántos estarán funcionando ahora mismo? ¿Qué estarán comprando con el dinero que ganan? ¿Qué bienes y qué voluntades?
El problema va mucho más allá de Andalucía, más allá de Galicia. Tiene –o debería tener– entidad de problema de Estado. Los lectores de infoLibre lo saben por la investigación Narco Files, que desvela cómo España se ha convertido en un nodo fundamental de toda una vasta red criminal transnacional vinculada a las drogas. El fenómeno desborda todo lo que creíamos saber, va mucho más allá de lo que permite ver el doble crimen de Barbate o la actividad del narco en el conflictivo sur del sur, que es apenas una tesela del mosaico. Narco Files –trabajo cooperativo internacional en el que ha participado este periódico–desvela cómo grupos de distintos países han aparcado diferencias para repartirse los eslabones de la cadena de la droga, en un nuevo esquema global profesionalizado que ha asignado a España el papel de gran productor de la UE, con engranajes en perfecto estado para las fases de transporte y blanqueo. Toda una miríada de bandas españolas están en ello.
El narco se ha convertido en una hidra de mil cabezas. Arranques las que arranques, el monstruo sigue vivo. Porque la demanda es insaciable. Ese es el desafío. Hacen falta para encararlo más policías y guardias civiles especializados. Por supuesto, más empleo en las zonas donde las bandas buscan su mano de obra. Y menos condescendencia clasista en la mirada a los puntos que por factores geográficos sufren mayor tensión. Ni Narcolandia, ni Territorio Narco: Barbate y La Línea son la primera línea de España y de Europa en la respuesta a un amenaza colosal. Hay que darles lo que necesiten. Lanchas grandes, sí. Pero sobre todo mucho respeto.
Impunidad: policías doblegados ayer y hoy
El crimen de Barbate nos ha obligado a mirar hacia uno de esos lugares incómodos donde preferimos no mirar, a fijarnos en uno de esos problemas de los que preferimos no saber demasiado hasta que se lía y no hay más remedio. Suele ser La Línea de la Concepción. Esta vez toca Barbate. Son poblaciones muy distintas y bastante distantes, pero tras el atracón informativo de la última semana muchos han rescatado al vuelo dos impresiones que valen en general para todo ese Cádiz de cara a Marruecos. La primera es que los narcos actúan con "total impunidad" en la zona. La segunda, que cuentan con "complicidad social". Ambas afirmaciones son seriamente objetables. Pero, en cualquier caso, lo que tengan de cierto no es nuevo.
La Mocro Mafia holandesa, el cártel de los Balcanes, la 'Ndrangheta, el clan irlandés Kinahan y los grupos colombianos y mexicanos mantienen estructuras estables aquí
Estos días las crónicas se llenan de expresiones como "alarma social". El detonante ha sido la insultante exhibición de superioridad de las narcolanchas frente a las zódiacs de la Guardia Civil. Pero la primacía marítima de los traficantes es un viejo asunto. Y no sólo por las narcolanchas, sobre el papel prohibidas desde 2018. Ya en los 90 las embarcaciones cargadas de tabaco llegadas de Gibraltar, las famosas Phantom, impresionaban por su velocidad de entrada y descarga en distintos puntos de la costa. No había forma de cogerlas.
Al poderío de los medios náuticos se suma el de los terrestres. Los contrabandistas hace años que reforzaron sus convoyes. A los dos vehículos habituales –la lanzadera para avisar de los controles y el todoterreno en la retaguardia con la droga–, se añade un tercer coche, de mayor cilindrada, que sirve de advertencia a los policías. En alguna ocasión, los coches de los agentes han sido embestidos. Como suena: narcos embistiendo a policías. Lo de Barbate, pero en tierra. El mayor tamaño de las gomas y los coches implica mayores cantidades de droga transportada. Y con ello mayor incentivo para resistirse a la detención y evitar la pérdida de mercancía. La clásica regla "si te cogen, te rindes" ya no se cumple como antes. Ahora se resisten.
Las actitudes de desafío a la autoridad son moneda corriente. Lo repiten estos días policías, jueces y fiscales, pero llevan años advirtiéndolo. Hay un caso que merece la pena recordar. En 2018 un grupo de encapuchados asaltó el hospital de La Línea y logró sacar de allí a un jefe del clan de Los Castañitas, sin que los agentes que lo custodiaban pudieran evitarlo. Los pacientes y sanitarios asistieron incrédulos al rescate.
En 2018 un grupo de encapuchados asaltó el hospital de La Línea y logró sacar de allí a un jefe del clan de 'Los Castañitas', sin que los agentes que lo custodiaban pudieran evitarlo. Los pacientes y el personal sanitario asistieron incrédulos al rescate
Así que en absoluto es nuevo que los agentes de la ley sean –en ocasiones, no siempre– desafiados y doblegados. ¿Grave? Mucho. Pero nuevo no.
Historia y razones de una complicidad
Las crónicas de estos días están pobladas de referencias a una supuesta "complicidad social" con el narco. Mucho habría que matizar. En Barbate, una ciudad de más de 20.000 habitantes, o La Línea, de más de 60.000, el grueso de la población sólo ve perjuicios y riesgos, en primer lugar para su seguridad, en segundo para la imagen de sus ciudades, retratadas en la televisión como si fueran el Nápoles de Gomorra. Es previsible que todo este asunto acabe con una profundización de los tópicos más oscuros sobre Andalucía. Sería injusto.
Que haya sido el alcalde de La Línea, un independiente con un punto populista que suma más del 75% del voto, el que ha abierto el melón de la legalización del cannabis debería dar idea de lo que la mayoría por allí piensa sobre el comercio ilegal de la droga. Es una maldición, no lo quieren ni en pintura. Y en Barbate, tampoco. Tiene un punto hipócrita que desde los pueblos y ciudades donde por todas partes se fuman y esnifan los productos del narconegocio se acuse a poblaciones que sufren la lacra de las bandas de "complicidad con el narco".
El grueso de la población sólo ve perjuicios para la imagen de sus ciudades, narradas en la televisión como si fueran el Nápoles de 'Gomorra'. Es previsible que todo este asunto acabe con una profundización de los tópicos más oscuros sobre Andalucía
Pero tampoco seamos ingenuos: claro que hay "cómplices". ¿Cómo no va a haberlos? Pura lógica. Gente que vive de la droga, gente que vive de gente que vive de la droga, otros que miran para otro lado. Hay muchas circunstancias que favorecen la narcoeconomía. Desde luego ayuda estar frente a las costas del mayor productor de hachís del mundo. El desproporcionado paro juvenil también. Y la proximidad a la costa de núcleos densamente poblados, que facilita las descargas. Alguno recordará aquella lancha cargada de droga que llegó a la costa de La Línea, entre El Tonelero y El Burgo, cuando se plantaron allí tres guardias civiles. ¿Qué pasó? Que los traficantes se enfrentaron a ellos y lograron completar el desembarco ayudados por vecinos del próximo barrio de La Atunara, que sometieron a los agentes a una lluvia de pedradas. Era 2017. Precisamente aquello suscitó otro pico de "alarma social".
Áreas del sur de Cádiz son de antiguo propicias para el contrabando. En La Línea, donde a la proximidad con Marruecos hay que sumar la de Gibraltar, se ha contrabandeado desde antes de que se cerrara la verja del Peñón en 1969. ¿Con qué? Con todo. Azúcar, café, gasolina, tabaco, penicilina. Histórica es la figura del matutero, que sacaba de todo para venderlo en la Andalucía mísera del franquismo. Por supuesto, el parentesco de una matutera que sobrevivía pasando aceite de hígado de bacalao durante la dictadura con un joven peón de los clanes es lejano, si es que existe. Pero ambos son productos de una zona pobre, fronteriza, una tierra de hibridación y subsistencia donde mover mercancía al margen de la ley puede llegar a no parecer tan descabellado. No es justificación, es explicación. Sobra aquí el juicio moralista o el mohín escandalizado. Si aplicamos la lógica, no debería extrañar que haya quienes digan: "Si vas a fastidiar este negocio, dame una alternativa; si no, déjame".
No no hay nada extraño en ello, ni nada nuevo.
Un problema mucho mayor (y menos conocido)
Lo nuevo es otra cosa. Narco Files demuestra que España no es un país en el que el narco toque de refilón cuatro o cinco zonas calientes y el resto esté a salvo. Todo el cuerpo está en riesgo, especialmente los puertos, que sufren ya "un problema importante de corrupción", como ha señalado la fiscal jefe antidroga, Rosa Ana Morán. Mucho ojo hay que tener en Algeciras y en Valencia, en Barcelona y en Málaga, en Vigo y en Bilbao. Más palabras graves de Morán: "Es difícil introducir tanta droga en los puertos sin colaboración desde dentro".
Lo cómodo es pensar que el problema de la droga en España es sólo una cosa de lugareños de aquí y allá, todos ellos bajo sospecha de complicidad, y de narcos impunes a los que les haría falta una ración de mano dura. Cómodo, pero desenfocado. Y no sólo porque desprecia los condicionantes históricos, geográficos y económicos que explican por qué el narco florece en un punto y no en otro, sino porque ignora los profundos cambios que el narconegocio ha experimentado en los últimos años.
Lo cómodo es pensar que el problema de la droga en España es sólo una cosa de lugareños de aquí y allá, todos ellos bajo sospecha de complicidad, y de narcos impunes a los que les haría falta una ración de mano dura
El narco avanza como una carcoma. El terreno que gana no se lo come a Barbate, ni a La Línea, ni a cualquiera de los puertos donde logre corromper a un funcionario, ni tampoco a la Guardia Civil o la Policía Nacional. No sólo a ellos. Se lo come a la democracia, a la sociedad, al país. Nadie puede decir que el narco le pille lejos.
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Ángel Munárriz es Jefe de Investigación de infoLibre.
El ataque criminal a la Guardia Civil en Barbate tiene mucho de excepción grotesca y engañosa dentro de un negocio que es en realidad cada vez más cerebral y ejecutivo. Hoy en el narco hay menos violencia explícita de la que hemos aprendido a suponer por el cine y la televisión, menos de la que parecen indicar crímenes como el de la semana pasada, y en cambio mucha más actividad empresarial discreta y eficiente. La imagen fiel del narco en España no la ofrecen los gañanes que jaleaban desde el puerto de Barbate, ni descerebrados como Kiko El Cabra. Para hacerse una idea más precisa de qué es el narco en España es más atinado pensar en la Mocro Mafia holandesa, el cártel de los Balcanes, la 'Ndrangheta, el clan irlandés Kinahan y los grupos colombianos y mexicanos que mantienen estructuras estables aquí y ejercen a diario una tarea de carcoma tan invisible como dañina. O en los 128 laboratorios de cocaína desmantelados por toda España en los últimos diez años. Uno al mes. Y preguntarse: ¿Cuántos estarán funcionando ahora mismo? ¿Qué estarán comprando con el dinero que ganan? ¿Qué bienes y qué voluntades?