La Atención Primaria, al borde del colapso: “Es agotador no ver la luz”

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El reloj del Centro de Salud de Doctor Cirajas, ubicado en el distrito madrileño de Ciudad Lineal, todavía no ha marcado las ocho de la mañana. Pero José Luis Palancar ya está allí, frente a ese edificio de color crema y cuatro plantas empotrado entre dos bloques de viviendas. A su izquierda, una autoescuela. A su derecha, uno de esos bares con aspecto de toda la vida. Es la imagen con la que el doctor se encuentra cada vez que acude a su ambulatorio. Ese que ha sido su casa desde hace casi una década y que en los últimos días ha experimentado un incremento preocupante de la presión asistencial. Otra vez más, el coronavirus está poniendo a la Atención Primaria ante el barranco en la Comunidad de Madrid. Las filas de pacientes se han convertido en habituales a las puertas del centro. Y sus profesionales hacen malabares para poder atender la inmensa lista de personas que tienen en agenda.

Se dice que, por lo general, los médicos de familia lo son por vocación. Sobre todo en suelo madrileño, donde la Primaria lleva infradotada e infrafinanciada desde ni se sabe. Palancar es el ejemplo perfecto. Siempre tuvo claro que se quería dedicar a esto. Desde los nueve años, aunque trataron de tentarle para ser profesor. Lo que no sabía entonces es que, décadas después, tendría que estar al pie del cañón frente a una pandemia mundial. Una dichosa crisis sanitaria que no acaba nunca. Tras cinco olas y una vacunación masiva, el virus sigue ahí, campando a sus anchas. Y este sexto zarpazo comienza a ser complicado: "Estamos viviendo una situación que recuerda a la de la primera ola". No se refiere, y eso quiere dejarlo claro, a la gravedad de los casos y sus consecuencias, sino a la presión asistencial.

Una situación "muy cruda" que ha vuelto a poner a la Primaria, la puerta de entrada al sistema sanitario, al límite. Los planes de emergencia se están activando en los centros de salud. Y en Doctor Cirajas, como en otros tantos ambulatorios de la región, están completamente "saturados". "Estamos atendiendo patologías no demorables", cuenta. Las citas normales han pasado a un segundo plano. A pesar de ello, el doctor tiene la agenda repleta. Cada día está atendiendo a entre cincuenta y sesenta personas: nueve a la hora, siete minutos por paciente. El tiempo, en muchos casos, no alcanza. Tiene compañeros del turno de tarde que han tenido que estar en el centro hasta las diez de la noche. Y Doctor Cirajas, en teoría, cierra a las nueve.

En los últimos días, las colas a las puertas del ambulatorio son habituales. "Es fácil que pueda haber más de veinte personas para acceder a la Unidad Administrativa", relata. Por la mañana y por la tarde. En el caso de su centro, tratan de mantener las filas en la calle. Por eso de evitar que se formen aglomeraciones en un espacio cerrado. Ahí se acumulan pacientes que acuden por distintas patologías, aquellos con síntomas compatibles con el coronavirus o personas sin sintomatología pero que han sido contactos estrechos. "Como las Unidades de Apoyo Covid –puestas en marcha para descargar la Primaria– están desbordadas, acaban viniendo al centro de salud", cuenta.

Los sanitarios lo han dicho ya hasta la saciedad en los últimos meses. No pueden más. Están fundidos psicológicamente. "Estamos cansados de tanta oleada. Yo creo que nos mantenemos por la propia inercia", sostiene Palancar, que no oculta ese sentimiento de "desesperación" e "impotencia" al ver cómo sigue habiendo repuntes fuertes a pesar de esa vacunación masiva que nos había dado un chute de "esperanza". Un cansancio mental del que también habla su compañera Berta Herranz: "Es agotador no ver la luz. No veo que Atención Primaria, que ya estaba fatal antes de la pandemia, logre sacar la cabeza".

Como Palancar, ella también es médica de familia por vocación. Empezó en 2008. Y se sacó la especialidad en 2012. "Antes no estaba tan mal, se trabajaba bien", apunta. Pero casi una década después se la nota quemada al otro lado del teléfono. Tanto que se replantea prácticamente cada semana si ese es su sitio y el futuro que quiere. Muchas de sus amigas lo han hecho, se han reciclado. Pero ella todavía no ha dado el paso. "Pienso en dejarlo, pero no sé hacer otra cosa. ¿Qué hago? ¿Estudio un máster en emergencias hospitalarias para trabajar en las ambulancias?", desliza la sanitaria, que durante la primera ola prestaba servicio en un centro de salud de Parla y ahora lo hace en el distrito de Puente de Vallecas.

El Vicente Soldevilla, centro en el que trabaja Herranz, se encuentra ubicado en San Diego, un barrio al sur de la capital que tiene censadas a más de 43.500 personas. Es uno de esos ambulatorios en los que siempre faltan manos. De ocho médicos, ella calcula que por la tarde habrá actualmente "cinco o seis". Y eso gracias a los refuerzos. "Antes la situación era mucho peor", explica la médica de familia desde su consulta. En la pared, un corcho repleto de papeles. Uno de ellos, resume a la perfección el problema de las agendas sobrecargadas al que hacía referencia Palancar: "Tú necesitas más de 2,5 minutos para contarme qué te pasa. Yo necesito más de 2,5 minutos para atenderte como mereces".

En su caso, calcula también unos sesenta pacientes diarios. Se ha vuelto al contacto telefónico. Y ya no hay cita previa, no se pueden agendar los encuentros con el médico desde casa. "Eso provoca que todo el mundo se presente en el mostrador del centro. Lo que tratas de controlar por un lado se te descontrola por otro", cuenta. Las colas, como en Doctor Cirajas, también se han convertido en habituales en Vicente Soldevilla. El coronavirus se lo ha vuelto a comer absolutamente todo. Ahora que estaban intentando atender otra vez con normalidad las patologías habituales. "Llevo sin hacer Atención Primaria bien desde hace dos años", se queja.

La afluencia de pacientes es tan grande que uno de estos días el ambulatorio llegó a quedarse sin test por la tarde. "Tuvo que ir una compañera a otro centro de salud a por más", relata. Una situación que se ha repetido en otros emplazamientos. "El viernes pasado se acabaron y tuvimos que ir a por más", asegura otra médica de familia del Centro de Salud General Ricardos, ubicado en Carabanchel y que a comienzos de semana colgaba en su puerta dos carteles que daban fe de la situación: "No tenemos test de antígenos", "No tenemos PCR". Y, para más inri, los resultados de las pruebas que hacen tardan en llegar. "Antes eran cuarenta y ocho horas. Ahora, la demora está siendo de unos cuatro días", dicen en este ambulatorio. Casi el mismo tiempo que en Vallecas.

Cierres navideños en Andalucía

La médica de familia de General Ricardos también habla de "hartazgo". Es cierto, dice, que la vocación continúa. Pero la "ansiedad anticipada" se ha convertido en recurrente. "Ese ir todos los días a tu centro preguntándote qué te espera", resume. No es solo ella. Solo una decena de las 22 compañeras con las que se formó sigue actualmente al pie del cañón en la región. El resto se han ido a las urgencias o han salido de Madrid o de España. Cuenca o Toledo, por ejemplo, están a tiro de piedra.

Pero, en estos momentos, la situación tampoco es demasiado esperanzadora en Castilla-La Mancha. Es cierto que la región presidida por Emiliano García-Page es la que tiene la incidencia más baja de todo el país –340 casos, frente a los casi 700 de media en toda España–. Y que la situación parece, a tenor de los datos, algo menos grave que hace un año. Pero, a pesar de ello, la Primaria está con el agua al cuello. "Los centros de salud están colapsados y no pueden ofrecer la respuesta que la población demanda", alertaba este martes el Colegio Oficial de Médicos de Toledo, al tiempo que recalcaba que estaban soportando una presión "nunca antes conocida" con un esfuerzo "titánico" de los profesionales.

Unas horas después, el grito de auxilio recibía respuesta por parte del Ejecutivo castellanomanchego. El Servicio de Salud de Castilla-La Mancha (Sescam) ya ha dado instrucciones a sus gerencias periféricas para que evalúen a la mayor brevedad posible las necesidades de refuerzo de personal administrativo de cada centro a fin de que a lo largo de la semana "puedan quedar realizadas las contrataciones que sean precisas". Además, está previsto dotar el servicio de gestión de llamadas centralizado con el que se apoya la atención telefónica que se presta desde los ambulatorios con una treintena de trabajadores más, así como el teléfono habilitado al comienzo de la pandemia.

Castilla-La Mancha es una de las regiones que ha decidido prolongar unos meses más los contratos covid. Algo que no se ha hecho en Andalucía. El Ejecutivo que preside Juan Manuel Moreno Bonilla decidió hace menos de dos meses no renovar a 8.000 sanitarios. En aquel momento, la incidencia acumulada no se acercaba ni a los 50 casos por cada 100.000 habitantes en dos semanas. Ahora, sin embargo, se encuentra por encima de los 400, ocho veces más. Es cierto que el dato está por debajo de la media nacional. Que es el segundo más suave y que la presión sobre los hospitales es menor. Pero eso no quita que algunos ambulatorios se encuentren tensionados.

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El pasado lunes, casi a media mañana, alrededor de cuarenta personas esperaban a ser atendidas en el interior del Centro de Salud Nuestra Señora de la Paz, en San Juan de Aznalfarache. Y coger cita a través del servicio informático Salud Responde era imposible. Una situación que los sindicatos prevén que se agrave con el cierre de centros por la tarde durante las fiestas –se prolongará hasta el próximo 7 de enero–. Al menos, en dos provincias. En Sevilla capital, esta medida afectará a casi el 75% de ambulatorios. Y en Córdoba se espera que al 100%, aunque podría haber algún cambio en este sentido. ¿El motivo? Que no hay manos para poder cubrir las vacaciones. "No existen profesionales en el mercado laboral que puedan realizar sustituciones en este periodo", decían a infoLibre desde la Consejería de Sanidad.

Vacaciones en el aire en Navarra

Más preocupante es la situación epidemiológica en Euskadi o Navarra. Son las dos regiones con las tasas de incidencia más elevadas de España –superan el millar de casos–. La ocupación de camas covid es del 8% y 6%, respectivamente. Y en UCI, del 22% y 20%, respectivamente. Un repunte de la presión asistencial que ha llevado a los departamentos de Salud de ambos gobiernos a desprogramar intervenciones quirúrgicas no urgentes y que ha vuelto a poner a la Primaria ante el precipicio. Tanto, que algunos profesionales de centros de salud reconocen, en declaraciones a El Diario Vasco, que nunca habían tenido "una carga de trabajo tan alta" durante la semana previa a la Navidad.

"No hay recursos suficientes, no existen refuerzos y nunca llega la sustitución del personal ausente. Además no se reconoce el esfuerzo, ni se respetan los derechos de la plantilla", se quejaban los sindicatos este miércoles frente a los centros de salud de Euskadi. Como allí, también hay carencias de personal en Navarra, donde el Gobierno acaba de presentar un plan para reimpulsar una Primaria sobrecargada que incluye un refuerzo de 157 profesionales y una inversión de más de 30 millones de euros. De momento, Salud asegura que las vacaciones y permisos de los profesionales sanitarios no se han suspendido. No obstante, no es algo que se descarte. Es más, se está contemplando para algunas "situaciones puntuales".

El reloj del Centro de Salud de Doctor Cirajas, ubicado en el distrito madrileño de Ciudad Lineal, todavía no ha marcado las ocho de la mañana. Pero José Luis Palancar ya está allí, frente a ese edificio de color crema y cuatro plantas empotrado entre dos bloques de viviendas. A su izquierda, una autoescuela. A su derecha, uno de esos bares con aspecto de toda la vida. Es la imagen con la que el doctor se encuentra cada vez que acude a su ambulatorio. Ese que ha sido su casa desde hace casi una década y que en los últimos días ha experimentado un incremento preocupante de la presión asistencial. Otra vez más, el coronavirus está poniendo a la Atención Primaria ante el barranco en la Comunidad de Madrid. Las filas de pacientes se han convertido en habituales a las puertas del centro. Y sus profesionales hacen malabares para poder atender la inmensa lista de personas que tienen en agenda.

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