Los grandes fenómenos políticos jamás obedecen a una sola causa. Su explicación se obtiene de la conjugación de múltiples factores. Así ocurre con la caída de la izquierda junto a la eclosión de la ultraderecha en las elecciones andaluzas. La propensión histórica al abstencionismo de la izquierda, el predominio de una agenda identitaria que la derecha está sabiendo rentabilizar, la pérdida de protagonismo de los temas sociales, la reducción de eso que se dio en llamar "ventana de oportunidad" de Podemos y la desaparición del efecto luna de miel de Pedro Sánchez se combinan con tendencias a gran escala como la validación internacional –Trump, Bolsonaro, Salvini, Orbán– del autoritarismo y la victoria de las tesis neoliberales en la salida de la crisis. Y a eso hay que sumar los factores andaluces, como la desconexión de parte del electorado socialista de su candidata, Susana Díaz, y la incapacidad de Adelante Andalucía para erigirse como alternativa. El resultado es que la izquierda ha salido del 2-D tocada, desorientada y dubitativa. Eso sí, con una idea clara, expresada por dirigentes tanto del PSOE como de Podemos e IU: la "desmovilización" los ha machacado.
infoLibre analiza el cuadro resultante para la izquierda de los comicios andaluces, pistoletazo de salida de un largo ciclo electoral, y evalúa las vías y posibilidades para que las fuerzas progresistas logren que los suyos vuelvan a salir a la calle y a votar.
Un plus sólo para la derecha
"La larga crisis, que ha traído momentos de movilización brillantes, en último término ha servido para disciplinar a la mayoría social [...]. La derecha neoliberal no se conforma con gestionar, sino que aspira a transformar política, económica y culturalmente, y ha aprovechado la crisis para ello", señalaba ya en 2016 el sociólogo del trabajo Jaime Aja, profesor en la Universidad de Córdoba, en su artículo La desmovilización social y el giro a la derecha. Volvemos ahora a Aja en la resaca de las elecciones andaluzas. "Esta tendencia a la desmovilización de la izquierda viene de atrás. Hubo un pequeño paréntesis, que aún no ha terminado, a raíz de la formación de Gobierno del PSOE, pero el fenómeno sigue ahí. En España la izquierda siempre ha necesitado un plus para movilizarse. Las clases trabajadoras y bajas tienden más a la abstención que las altas. Hay gente que ha votado en 1982 [primera victoria de Felipe González], en 2004 [tras el 11-M] y que a lo mejor votó a Podemos en 2015. Y para de contar", señala Aja.
En Andalucía, con todas las encuestas pronosticando no sólo la victoria del PSOE, sino también una mayoría suficiente de PSOE y Adelante Andalucía (la coalición de Podemos e IU), faltó ese "plus" de necesidad al que aludía Aja. "Ha habido muchos votantes del PSOE que no han apoyado a Susana Díaz, que representa al PSOE más alejado de Pedro Sánchez. Al mismo tiempo, la unión de Podemos e IU, como ya sucedió en las últimas generales, no ha funcionado y no ha recogido ese descontento, que se ha ido más a Ciudadanos o a la abstención", señala Cristina Monge, politóloga y socióloga.
La derecha, en cambio, sí se ha impulsado con gasolina de alto octanaje: la crisis catalana. La primera vez que se abrían las urnas fuera de Cataluña después del referéndum de 2017, la huida de Carles Puigdemont y la eclosión de la llamada "España de los balcones" ha dejado claro que, con la crisis catalana sangrante, la derecha sale a votar. Y que su voto, sea la elección que sea, va a tener un componente nacional, lo cual resulta inquietante para la izquierda ante las elecciones municipales, autonómicas y europeas de mayo. Por no hablar de las generales, pendientes de la decisión de Sánchez.
Los números de la desmovilización
En las autonómicas andaluzas de 2015 la izquierda (PSOE, Podemos e IU) sumó 2.277.847 votos. En las elecciones del 2 de diciembre, 1.593.283. Esto supone 684.554 votos menos, un 30,05%. De 67 a 50 diputados, estando la mayoría absoluta en 55. Un retroceso espectacular. Cabría atribuirlo en parte a la abstención general, que ha pasado de 2.266.104 en 2015 a 2.602.546 en 2018. Es decir, 336.442 abstencionistas más. La derecha en cambio ha votado más. En 2015 la suma de PP, Cs y Vox –entonces un partido irrelevante– alcanzó los 1.454.003 votantes. Hace dos domingos los tres partidos totalizaron 1.804.884 papeletas, subiendo un 24,13%. En diputados se fueron de 42 a 59. Ahora negocian para formar gobierno.
Un total de 254.000 socialistas se fueron a la abstención, según un análisis realizado por Sigma 2 para El Mundo. Aún más se fueron a la abstención desde Podemos, 298.000. Y desde IU, 115.000. En total, 667.000 electores de izquierdas en 2015 engrosaron las filas del abstencionismo. Mientras tanto, de PP y de Cs fueron sólo 66.000. Otro sondeo, en este caso de 40dB para El País, señala que un 13,5% de los electores de IU se quedaron en casa, igual que un 9,9% del PSOE y un 8,9% de Podemos. Todos los análisis publicados observan un retroceso de la participación en los enclaves obreros, y un ascenso en las zonas de mayor poder adquisitivo donde tradicionalmente ha mojado más el PP, cuyo electorado ha sido el principal surtidor de Vox. Un ejemplo elocuente. En Los Remedios, el barrio más rico de Sevilla, donde gana el PP seguido de Vox y Ciudadanos, que suman el 82,93% de los votos, la abstención sólo alcanzó el 25,14%. En Cerro-Amate, el más pobre de la ciudad, donde PSOE, primero, y Adelante Andalucía, segundo, suman el 62,3% del voto, la abstención llegó al 47,82%.
El análisis cualitativo de los números ha acabado componiendo un surtidor de posibles explicaciones para el espectacular vuelco político en la única comunidad donde la derecha jamás había conseguido mayoría: la irritación por el papel de la izquierda en Cataluña, la falta de tirón de la candidata socialista, la idea de que Adelante Andalucía serviría para apuntalar al PSOE, la sensación del electorado progresista –fabricada a golpe de encuestas– de que estaba todo el pescado vendido...
Una tendencia de la historia al presente
La desmovilización de la izquierda no ha llegado sin hacer ruido. Iba dejando pistas. En primer lugar, las históricas. En 2002, Belén Barreiro, en su artículo La progresiva desmovilización de la izquierda en España: un análisis de la abstención en las elecciones generales de 1986 a 2000, ya detectó cómo los "criterios de proximidad ideológica" iban cediendo en el comportamiento electoral en favor de un pragmatismo basado en la evaluación superficial de la gestión en el que la derecha aznarista salía ganando. La instalación del debate público en torno a temas difíciles de encajar en la izquierda y la derecha como la defensa de la Constitución, el terrorismo, la identidad, la corrupción... acaba favoreciendo a la derecha. Esta corriente apuntada por Barreiro en 2002, con excepciones puntuales, se ha mantenido. Y ha marcado el presente ciclo político.
Metroscopia calculó en enero de este año que un 21% del electorado de Podemos acariciaba la abstención, al igual que un 14% del PSOE. La moción de censura y el Gobierno de perfil profesional de Sánchez interrumpieron esta tendencia. De hecho, el PSOE suele aparecer todavía como fuerza más votada en las encuestas privadas y en el CIS. Pero la hipótesis de una mayoría derechista se acerca. La creciente impermeabilidad entre bloques –hay pocas fugas ya de izquierda a derecha y viceversa– favorece a la derecha, que despliega tres opciones que abarcan la práctica totalidad del electorado. En la izquierda, en cambio, no es desdeñable el porcentaje de votantes que no encuentran atractivos ni al PSOE ni a Unidos Podemos.
El quebradero catalán
A juicio de Jaime Aja, el PSOE ha dilapidado el capital de su ascenso al poder. "Una vez pasada la impresión inicial, se ven las carencias. Le faltan cuadros, le falta discurso, le falta mordiente. En las elecciones andaluzas, ¿por qué no ha estado aquí volcado el Gobierno? Gente como Grande-Marlaska, que aunque en la izquierda no nos gusta, puede tener tirón. Han estado desaparecidos. La única con un perfil activo es Carmen Calvo", analiza, al tiempo que subraya que el Gobierno de Sánchez no ha logrado impulsar cambios significativos, ni una agenda política transformadora con la que presentarse como aval a unas nuevas elecciones. Incluso las medidas que pretendían ser más efectistas, como la exhumación de Franco del Valle de los Caídos, le están dando más quebraderos de cabeza que iniciativa política.
Observa Aja una situación de duda, tribulación, parálisis, que afecta tanto al PSOE como al espacio de Unidos Podemos. Una de las causas es Cataluña, que ha demostrado una capacidad impresionante de movilización de la derecha. Mientras tanto, ni PSOE ni Unidos Podemos consiguen abrir paso a sus propuestas frente al martillo pilón de una derecha que sale de las elecciones andaluzas incentivada para seguir con su carrera a ver quién propone más mano dura. "Es un tema que a corto plazo debilita la credibilidad de la izquierda, aunque a largo plazo la izquierda es la que ofrece la verdadera opción de solución democrática", señala el politólogo Jaime Pastor, editor de Viento Sur. Si tiene razón, es cuestión de tiempo. Pero en política el tiempo nunca sobra.
Banderas Vs "cosas de comer"
No es fácil Cataluña para los partidos progresistas. Los socialistas apelan al diálogo con un interlocutor, el independentismo catalán, que quiere hablar de un referéndum de autodeterminación. Unidos Podemos defiende un referéndum pactado del que no da detalle y que no tiene encaje en la actual redacción constitucional. El eje de su discurso sobre Cataluña es apelar al entendimiento y presentar el problema como un obstáculo para hablar de las cuestiones materiales. Esa es la carta que jugó Teresa Rodríguez en Andalucía. No funcionó. El análisis en significativos sectores del PSOE es que la fórmula Sánchez para Cataluña tampoco funciona. No en vano, presidentes como Javier Lambán (Aragón) y Emiliano Fernández-Pague (Castilla La Mancha) han endurecido su discurso sobre Cataluña a raíz del batacazo andaluz, evidenciando gruesas fisuras internas.
"La parte del voto que se ha ido a Ciudadanos, según los primeros análisis que se han hecho, ha tenido que ver con la cuestión catalana. El PSOE tiene un problema allí y debe decidir cómo lo gestiona. Y Podemos igual. Lo que defienden se entiende poco en Aragón y en Madrid, y menos de Madrid para abajo. Necesitan un ejercicio de pedagogía difícil, pero que deben hacer con mucha convicción si quieren que salga bien. Y algo muy importante, que las filas estén prietas, que no haya división", señala Cristina Monge. El problema catalán ha sido especialmente cruento para Podemos. No sólo por las dificultades para que su vía cale entre sectores significativos de su electorado potencial, sino porque ha acaparado el debate en paralelo a la pérdida de protagonismo de los temas sociales que acompañeron su ascenso en 2014-2016: vivienda, precariedad, injusticia fiscal, privilegios, corrupción, impunidad de los culpables de la crisis... Los desahucios son ya un faldón en una página atiborrada de titulares sobre Cataluña.
Se cierra la ventana
Como apuntó ya en 2017 a este periódico el profesor de Sociología de la Universidad de Alicante Antonio Alaminos, la crisis de Podemos no es "de crecimiento", sino "de origen": "Una vez que diversifica su discurso, que se ve obligado a hablar cada vez de más cosas, aparecen puntos de enfrentamiento nuevos con el electorado". En 2014 podía funcionar la propuesta sin concretar de "una España en la que quepamos todos". En 2018 hay más exigencia de concretar: ¿Referéndum sí o no? ¿Y cómo? ¿155 sí o no? ¿Y por qué? Cristina Monge cree que "Podemos ha perdido su fuerza inicial". "Probablemente le ha pasado factura no apoyar un gobierno de Pedro Sánchez cuando pudo. Pero, en general, lo que le ocurre es que está sufriendo el desgaste de los partidos frescos que se enfrentan a lo real, que ya no asaltan los cielos sino que sobreviven en la tierra".
Hasta ahora hemos mencionado problemas concretos. Más o menos graves, de coyuntura. Pero además hay corrientes de fondo. La izquierda, señala Aja, se ha enfrascado en una introspección vinculada a dónde situar las prioridades, si en lo material o lo identitario. El libro de Daniel Bernabé La trampa de la diversidad (Akal) ha propiciado multitud de debates, sin conclusión definitiva. La llamada "izquierda transformadora" tiene conflictos irresueltos que van más allá de si Podemos e IU deben aliarse, y cómo. Cuestiones ideológicas graves. "Eso es muy viejo", señala el profesor de Ciencias Políticas de la UNED Jaime Pastor. "Este debate de lo material contra lo cultural es falso. Hablar de feminismo es hablar de precariedad. No obstante, Pastor sí tiene claro que, si hay futuro para superar la fase de "agotamiento de la ilusión" la izquierda debe apuntar fundamentalmente a lo social: la vivienda, la educación, la sanidad. La expectativa es volver a subir a una ola de movilización comparable a la de 2011-2014.
"Ha habido un cierre de la ventana de oportunidad que se abrió con el 15-M y Podemos. Al no llegar a conformarse como alternativa frente al régimen, se ha ido desinflando", afirma Pastor. Se produce lo que algunos autores han identificado como una parálisis de la izquierda ante el ascenso de opciones populistas de derechas, cuya victoria ideológica –en vez de reforzar los principios propios– conduce a una especie de inactividad por frustración. Realmente puede impresionar cómo, ante un mundo cada vez más complejo,triunfan opciones políticas que simplifican las explicaciones al máximo. Así lo expone el el catedrático de filosofía política y social Daniel Innenarity: "Nuestra decepción democrática tiene mucho que ver, por un lado, con la dificultad de las cosas, con la perplejidad ante situaciones inéditas y con que no estamos capacitados para procesar tanta complejidad. Entre las cosas que hacen más soportable la incertidumbre, nada mejor que la designación de un culpable". Es lo que hace Vox. El culpable es el inmigrante, el nacionalista, el comunista, Soros... ¿Serán estos chivos expiatorios más eficaces que el que en su día empleó Podemos, aquella "casta" informe?
Vox, ese catalizador
Cualquier analista del comportamiento social sabe que las calles son difíciles de calentar desde los despachos de los partidos políticos. Además en la presente coyuntura las banderas están demostrando mayor capacidad de movilización que las cuestiones sociales. Al margen del feminismo –está por ver qué impacto político tiene el próximo el 8-M– y las pensiones, nada logra agitar con virulencia las aguas sociales. El intento de Podemos de canalizar la indignación provocada por la reciente sentencia del Supremo a favor de la banca en el impuesto sobre las hipotecas quedó en bien poco. En palabras de la politóloga Carolina Galais: "Estamos todavía en fase de repliegue de la última gran fase de movilización,fase de repliegue de la última gran fase de movilización que acabó en 2013-2014. Queda una gran base de movilizados de guardia, pero no se prevé que en el corto plazo haya otro gran boom de protesta".
El panorama no parece muy halagüeño para el campo progresista: la derecha crecida, una agenda favorable a los planteamientos conservadores –prisión permanente revisable, 155, inmigración–, el problema catalán al rojo vivo, la calle escasamente movilizada, tensiones internas como consecuencia de los malos resultados... ¿Qué podría catalizar la movilización del electorado progresista, teniendo en cuenta que en mayo volverán a abrirse las urnas? Los tres investigadores consultados, Jaime Aja, Cristina Monge y Jaime Pastor, conciden: Vox.
En Andalucía el partido de ultraderecha era un melón por catar. Ahora ya se ha visto no sólo que tiene músculo electoral, sino que es decisivo y que PP y Cs pueden apoyarse en la formación de Santiago Abascal para gobernar. "Se ha hecho evidente que, ante la falta de un horizonte de mejoras frente a la casta, frente al régimen, frente a las reformas laborales, lo que surge es una tendencia reaccionaria aún peor. Esta contratendencia puede movilizar a la izquierda en una reacción contra la reacción, con componentes ideológicos y generacionales", señala Jaime Pastor, que cree que hay que alzar "con firmeza y convicción" la bandera del rechazo a las políticas "austeritarias" europeas para cerrar el paso a la extrema derecha y que no se produzca en España lo que ya ha ocurrido en Francia: que el posfascismo no sólo se lleva ya el voto de extrema derecha, sino que también ha penetrado en los barrios populares.
Ponerlo fácil
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Cristina Monge cree que el auge de Vox, debidamente canalizado, puede levantar del sofá al electorado progresista. "Otra cosa es que vote con más o menos entusiasmo. Lo que tienen que hacer los partidos ahora es no ponerlo difícil, porque el votante de izquierdas es exigente. En el caso del PSOE, debe ofrecer una alternativa nítidamente socialdemócrata y renovadora, también en las cabeceras electorales de las municipales y autonómicas. En el caso de Podemos, dejando claro que el voto va a ser útil para la transformación", señala Monge, que añade: "Esa competición virtuosa de la derecha [de la que se habla tras las elecciones andaluzas] no va a durar mucho. El electorado de derechas no es infinito". Es decir, si la izquierda vota, se acabó el virtuosismo.
Aja comparte esta idea: esto de que "las tres derechas" se van a llevar por delante todos los procesos electorales con su suma de fuerzas es una hipótesis para nada demostrada, más aún si el electorado progresista entiende que viene el lobo. "La derecha está cometiendo errores. Esas posturas tan extremistas, esa apelación continua a la identidad... José María Aznar lo primero que hizo cuando empezó a liderar el PP fue quitar de la cabecera del programa la familia y la educación y poner las medidas económicas, abriendo muchísimo el partido. Ahora vuelven a apelar a los más suyos, a sus votantes católicos. Al PSOE le están dejando muchísimo espacio", explica.
¿Y Podemos e IU? El sociólogo cree que toca resistir, consolidar un grupo, afianzarse organizativamente y esperar el momento. Y repara en una ironía: "Hemos estado criticando muchísimo el modelo del 78. Y ahora, fíjate, está en riesgo porque se está preparando una involución del Estado autonómico". Los caminos de la política son inescrutables. Y para la izquierda, siempre reflexiva y contradictoria, aún más.
Los grandes fenómenos políticos jamás obedecen a una sola causa. Su explicación se obtiene de la conjugación de múltiples factores. Así ocurre con la caída de la izquierda junto a la eclosión de la ultraderecha en las elecciones andaluzas. La propensión histórica al abstencionismo de la izquierda, el predominio de una agenda identitaria que la derecha está sabiendo rentabilizar, la pérdida de protagonismo de los temas sociales, la reducción de eso que se dio en llamar "ventana de oportunidad" de Podemos y la desaparición del efecto luna de miel de Pedro Sánchez se combinan con tendencias a gran escala como la validación internacional –Trump, Bolsonaro, Salvini, Orbán– del autoritarismo y la victoria de las tesis neoliberales en la salida de la crisis. Y a eso hay que sumar los factores andaluces, como la desconexión de parte del electorado socialista de su candidata, Susana Díaz, y la incapacidad de Adelante Andalucía para erigirse como alternativa. El resultado es que la izquierda ha salido del 2-D tocada, desorientada y dubitativa. Eso sí, con una idea clara, expresada por dirigentes tanto del PSOE como de Podemos e IU: la "desmovilización" los ha machacado.