Cuando el sevillano Juan Antonio Domínguez abrió aquel mensaje privado que le acababa de llegar por redes sociales se quedó helado. De hecho, una semana después, aún continúa asimilándolo. La nota no era demasiado extensa. Apenas contenía unas pocas palabras: "¿Es usted descendiente de Salvador Meléndez Meléndez?". Las suficientes, sin embargo, como para que su vida, y la historia de su familia, hayan dado un vuelco. Aquel hombre al que se refería el mensaje era su tío abuelo. Le perdieron la pista a comienzos de los cuarenta. Siempre pensaron que murió en un bombardeo en Alemania. Pero no tenían ni idea de que estuvo encerrado en un campo de concentración. Ni de que los nazis le arrebataron una alianza que ahora, ochenta años después, volverá de nuevo a casa.
Salvador Meléndez nació en el municipio sevillano de Constantina el 11 de marzo de 1917, en plena Primera Guerra Mundial y a las puertas de la triple crisis que pondría contra las cuerdas a Alfonso XIII. Lo hizo en el seno de una familia humilde. Su madre, Carmen, quedó viuda. Y tuvo que mantener como pudo a sus cuatro hijos. Con todos, y con su abuelo Juan, de profesión panadero, creció el joven Salvador. Y de ellos tuvo que separarse en cuanto le tocó hacer el servicio militar obligatorio en el norte de África. Allí le pilló el golpe de Estado. "Aquello determinó que, como tantos otros, tuviera que combatir en la Guerra Civil en el bando franquista", cuenta Domínguez a infoLibre. Luchó en la batalla del Ebro, donde resultó herido y perdió la movilidad de uno de sus brazos.
Aquel problema físico se convirtió en un lastre para el joven al finalizar la contienda. "Nadie le daba trabajo y lo único que le ofrecían era un empleo de guardacoches", explica su sobrino nieto. Por eso, emigró a Alemania a comienzos de los cuarenta. "No he luchado en una guerra para que ahora solo sirva para aparcar coches", le decía a su familia. Un camino que emprendieron otros compatriotas en 1941 y 1942. En ese periodo, según los datos recopilados por el historiador Antonio Muñoz en el libro Entre o Terceiro Reich e os aliados. Galicia e a Segunda Guerra Mundial, la Comisión Interministerial para el Envío de Trabajadores a Alemania (Cipeta), encargada de gestionar el acuerdo de emigración firmado por Berlín y Madrid, envió al Tercer Reich a 10.569 españoles.
Fue desde la capital germana desde donde la familia recibió las últimas noticias suyas. Novedades que llegaron a Constantina en forma de carta. "Querida madre. Espero que al ser esta en tu poder disfrute un buen estado de salud en unión de mis hermanos y demás familia", arrancaba la misiva del joven Salvador, fechada el 3 de septiembre de 1943. En ella, el muchacho le contaba que le había puesto unos días antes un giro de "mil y pico pesetas" para que, como le prometió, pudiera terminar de pagar la casa. Y le pedía que le hiciera llegar un paquete de tres kilos con chocolate, tabaco y algunos "purillos". "Recuerdos de Luisa para todos y también míos. Besos a mis hermanos, a mi abuelo y usted los reciba de su hijo", concluía el joven.
Aquella carta fue guardada como oro en paño por la familia. Durante setenta años, se encargó de custodiarla su hermana. Y tras su fallecimiento, se la legó a su hija. Al fin y al cabo, aquel era el último recuerdo que tenían sobre él. Tras la misiva, a Salvador se lo tragó la tierra. "Su madre le trató de enviar unos documentos que le había pedido para poder casarse en Berlín, pero le fueron devueltos. Entonces, fue a preguntar al Ayuntamiento de Constantina. Y allí le dijeron que había habido un bombardeo por la zona donde él vivía. Desde ese momento, en la familia se pensó que lo había matado una bomba", cuenta Domínguez al otro lado del teléfono. No obstante, completa, su madre siempre vivió con la pequeña esperanza de volver a verle algún día.
Un fogonazo de luz tras décadas de oscuridad
Durante ochenta años, la historia de Salvador acababa ahí, en una especie de fundido a negro. Pero el pasado viernes todo cambió con aquel mensaje privado que apareció en la bandeja de Twitter de Domínguez. Quien le escribía era el historiador Antonio Muñoz, investigador del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa. Y lo que traía bajo el brazo era más información sobre el pasado de su tío abuelo en suelo germano. "Tras tantas décadas de oscuridad, aquello fue como un gran fogonazo de luz", cuenta el sevillano afincado en Córdoba. "Se me pusieron los pelos de punta, fue algo muy emocionante", completa con una voz que permite imaginar una sonrisa al otro lado del teléfono.
La documentación rescatada por Muñoz en el Archivo Arolsen, un centro de investigación sobre la persecución nazi durante el Tercer Reich, ha permitido ahora a la familia saber un poco más sobre la etapa de Salvador en territorio germano. Por ejemplo, que trabajó para Argus, una empresa de motores para aviones con sede en Berlín. Y que en un momento dado, y sin que aún sepan por qué motivo, fue detenido y enviado a un campo de concentración. En concreto, al de Neuengamme, ubicado a pocos kilómetros de Hamburgo y por el que habrían pasado varios cientos de españoles más. Allí, se le asignó el número de prisionero 58.705. "De todo esto no teníamos ni idea", señala hoy su sobrino nieto.
El historiador lleva cinco años colaborando con Arolsen. El objetivo, tratar de localizar a los descendientes de unos setenta prisioneros españoles que pasaron por aquel campo y devolverles los objetos que los nazis les arrebataron cuando fueron encerrados. En el caso de Salvador, se trata de una alianza dorada que en estos momentos se conserva, tras un acuerdo alcanzado con el archivo alemán, en el Centro de Memoria Histórica de Salamanca. Un anillo sobre el que reflexiona Domínguez: "¿Quiere decir que finalmente se casó con Luisa, o Luise, la mujer que mencionaba en su carta?". Y a partir de ahí, surgen más y más preguntas que todavía no tienen respuesta. "Me gustaría saber, por ejemplo, qué fue de esta mujer", señala el sevillano.
Ha sido necesaria mucha investigación y una pizca de suerte para que los caminos de Domínguez y Muñoz se cruzaran. El historiador y su compañera Alicia comenzaron sus pesquisas con únicamente dos elementos: un nombre y una fecha de nacimiento. Pero sin un lugar de origen, el trabajo era similar al de buscar una aguja en un pajar. Sin embargo, tuvieron la suerte de que el hijo del sevillano fuera un gran aficionado a la genealogía y dejara en una gran base de datos que puede consultarse online el árbol familiar de los Meléndez. El mismo al que llegaron los historiadores en su investigación y que les dio la pista definitiva para localizar a los descendientes de Salvador. De no ser por el muchacho, la búsqueda se hubiese complicado.
Dignificar la memoria
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Ahora, el anillo volverá a casa. Y Domínguez no piensa en otra cosa que en continuar tirando de los hilos para intentar seguir escribiendo la historia de su tío abuelo. "Queremos saber más sobre lo que sucedió", señala. El sevillano se pregunta, por ejemplo, si él pudo estar entre los miles de prisioneros que murieron en el hundimiento del transatlántico alemán Cap Arcona, al que fueron trasladados desde el campo de concentración de Neuengamme ante el avance aliado. "Y si no murió allí, ¿dónde está enterrado?", continúa Domínguez. Y completa: "Lo único que quiero ahora es recuperar su historia y poder dignificar su memoria".
Esto es algo que ya han podido hacer en los últimos años, según explica Muñoz, alrededor de una treintena de familias en el marco de la campaña #StolenMemory del Archivo Arolsen. Es el caso de la pluma estilográfica y el reloj de pulsera del andaluz Antonio Amigo, que su familia pudo recuperar en los últimos compases de 2018. O el anillo y el reloj recibidos por la familia de Blas Antón, un hombre que luchó con las tropas franquistas y que, por cosas del destino, terminó encerrado en el campo de concentración alemán. Los mismos objetos que le fueron devueltos hace no mucho también a la hija de la murciana Braulia Cánovas, que luchó en la resistencia francesa y terminó siendo deportada a Ravensbrück.
Pero muchos de estos objetos perdidos, que forman parte de una exposición que se va desplazando por diferentes ciudades españolas –la próxima está prevista en septiembre Plasencia–, aún no han encontrado a sus familias. Ahora mismo, según señala Muñoz, se siguen buscando a los descendientes de, al menos, las siguientes personas: Vicente Díaz (Sevilla), Manuel García (Almería), Antonio Jiménez (Córdoba), Fidel Ramos Varela (Huelva), Vicente Villena Chacón (Málaga), Francisco Castells Encontra (Huesca), Luciano de la Vega (Ávila), Luis Gracia Miguel, Ginés Linares Ruiz, Miguel López Peña, Andrés Melgar o Jesús Milla Serrano.
Cuando el sevillano Juan Antonio Domínguez abrió aquel mensaje privado que le acababa de llegar por redes sociales se quedó helado. De hecho, una semana después, aún continúa asimilándolo. La nota no era demasiado extensa. Apenas contenía unas pocas palabras: "¿Es usted descendiente de Salvador Meléndez Meléndez?". Las suficientes, sin embargo, como para que su vida, y la historia de su familia, hayan dado un vuelco. Aquel hombre al que se refería el mensaje era su tío abuelo. Le perdieron la pista a comienzos de los cuarenta. Siempre pensaron que murió en un bombardeo en Alemania. Pero no tenían ni idea de que estuvo encerrado en un campo de concentración. Ni de que los nazis le arrebataron una alianza que ahora, ochenta años después, volverá de nuevo a casa.