Cuando un barrio lleva a su equipo a la élite del fútbol: "Si el Rayo cumple cien años más, será por Vallecas"

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Sábado, 25 de mayo. El reloj apenas marca las 16.30 horas de la tarde y el calor empieza a apretar en el madrileño barrio de Vallecas. La calle Payaso Fofó, junto al estadio del Rayo Vallecano, empieza a llenarse de gente. Los niños y niñas empiezan a correr detrás de algún coche y junto a ellos cada vez se arremolinan más personas. Entonces empiezan a oírse los gritos. "¡Es Isi! ¡Por ahí viene Unai!", se escucha. Son los jugadores que en poco menos de dos horas se enfrentan al último partido de la temporada. Juegan en Primera División, pero su llegada al terreno de juego dista mucho de la que hacen los futbolistas de su misma categoría. Se abren paso entre los móviles que les fotografían, los aficionados que les dan ánimos de cara al partido y los pequeños que, rotulador en mano, señalan su camiseta para que sus héroes se la firmen. La escena no se repite en más estadios españoles. Al menos, no en los que están en la élite de La Liga. Pero es que este caso es especial. "Quien no ha venido nunca no lo va a entender", comentan dos aficionados.

El barrio entero ya lleva varias horas de fiesta. Fundamentalmente por dos motivos: porque la permanencia en Primera División está asegurada y porque su Rayo cumple, este 29 de mayo, 100 años de vida. Y quién lo diría. El club ha estado al borde de la quiebra y de desaparecer en hasta dos ocasiones. Y la gestión de su directiva siempre ha estado en entredicho. "¿Que cómo hemos llegado hasta aquí? Ni puta idea", dice Kikín, de la peña Planeta Rayista. Se echa a reír. Y entonces da una respuesta: "Por la gente". Por la de Vallecas.

Kikín habla con conocimiento de causa. Pertenece a la Plataforma ADRV, que agrupa a todas las peñas de aficionados que, sin ayuda oficial, han organizado todos los actos para conmemorar el cumpleaños de su club. "Todo lo mueve la afición, la gente del barrio", comentan a infoLibre Elena, Paula, Judith y Alfonso, que pasean por los aledaños del estadio. Se giran y señalan a su alrededor. "Sólo hay que mirar esto", dicen. Horas antes se ha celebrado un torneo de fútbol sala y otro de pádel, en breves momentos comenzará a repartirse una paella popular y al caer la noche hay organizados varios conciertos. Durante toda la semana previa ya se organizaron charlas sobre el club. E incluso visitas a los enclaves que han marcado su historia. Y que explican, a su vez, que la simbiosis con su barrio y con su afición hayan perdurado hasta el día de hoy. Porque el Rayo no se entiende sin Vallecas, y Vallecas no se entiende sin su Rayo.

"El equipo de una calle, el orgullo de un barrio"

Esa conexión estuvo ahí desde el principio. "El equipo nace totalmente ligado a Puente de Vallecas", explica Juan Jiménez Mancha, archivero bibliotecario del Ayuntamiento de Madrid y autor de Los orígenes del Rayo Vallecano: de equipo sin federar a Segunda División (1924-1956).

Fue en una pequeña calle de lo que entonces, en lugar de un barrio, era un pueblo. Concretamente, en el número 28 de la Calle Nuestra Señora del Carmen, en la vivienda de Prudencia Priego, madre de los hermanos Huerta que sembraron la semilla de lo que hoy es el único equipo de barrio "en la élite del fútbol español", como celebra el periodista Ignacio Pato, autor de Grada popular (Panenka, 2022) y No es fiera para domar (Altamarea, 2024).

Era 1924. "Se conocía todo el mundo. Lo que hoy es el bulevar de Peña Gorbea, entonces era un descampado donde la gente que vivía en esas calles jugaba al fútbol", apunta Jiménez Mancha. Así empezó a gestarse todo. Y a forjarse una relación tan fuerte que hizo que los vallecanos, sólo dos años después, en 1926, salvaran al equipo de la que estuvo a punto de ser su temprana quiebra. No sería esta la última vez.

Hoy ya no es la calle de Nuestra Señora del Carmen. Ni el número 28. Es Puerto del Monasterio, 8. Sobre el portal, una placa recuerda el pasado. Y en su lateral, la inscripción de su bautizo: "La nueva Sociedad Agrupación Deportiva El Rayo saluda a todas las Sociedades y desea jugar con las que lo deseen en el campo y hora que ellas crean conveniente, a partir del próximo domingo".

A su lado, otra pintura inscrita en un párking recuerda la historia. "El equipo de una calle, el orgullo de un barrio". No miente. Como desarrolla Jiménez Mancha, a partir de ese casi trágico 1926 el equipo empezó a conocerse por otros barrios de Vallecas que, a su vez, tenían otros clubes de fútbol. Para 1939, ya se había extendido hasta lo que hoy se conoce como Villa de Vallecas. "Entonces, después de la guerra, empezó la lucha vecinal. Y eso unió mucho más a Vallecas con su Rayo", señala el escritor.

"El orgullo de un barrio obrero"

Pisar el estadio de Vallecas no es únicamente ir a ver un partido de fútbol. Y ser rayista no es simplemente ser aficionado a este deporte. En su fondo ha habido pancartas por la salud mental, contra el racismo, contra el fascismo, contra la violencia machista... Sus paredes, por fuera, están engalanadas con pancartas que llaman a manifestaciones por la sanidad pública, a huelgas en lucha por la educación. Y hasta el equipo al completo ayudó económicamente a su vecina Carmen, de 85 años, tras ser desahuciada de su casa. "Todos los movimientos sociales pasan por Vallecas. Aquí siempre nos ponemos del lado del más débil. Y el Rayo a su vez es el más débil", sonríe Kikín.

No es ya que no se entienda una cosa sin la otra, es que son prácticamente lo mismo. "El carácter del barrio y del equipo es igual: ambos son humildes, trabajadores", señala Pato. Maite Martín, periodista y autora de 100 historias de un Rayo centenario (Lectio ediciones, 2024), también lo destaca así. "Los vallecanos y vallecanas se levantan todos los días para trabajar y sobrevivir. El Rayo hace lo mismo a nivel deportivo", indica. De 38 partidos jugados esta temporada, tan sólo ha ganado ocho. Su permanencia en Primera División —en la que tan sólo ha jugado durante 19 temporadas tras ocho ascensos— no estuvo asegurada hasta la penúltima jornada. Se la jugó partido a partido.

"Tanto los jugadores como los vallecanos saben perfectamente que nada se regala, que todo lleva su esfuerzo y su sacrificio. Pero también por eso se saborean todas las victorias, por pequeñas que sean. Todo el Rayo lo conforma gente humilde y esforzada que sabe y quiere disfrutar tras su duro día a día", señala Pato. Así lo cantan los aficionados —"eres el orgullo de un barrio obrero"— y así lo sienten —"el Rayo ha marcado mi vida", dice Israel—.

La "orfandad" histórica de una dirección alejada

La conexión no es sólo única, sino que también ha resultado vital. "Que el Rayo esté donde está, y además compitiendo en Primera División, en una Liga en la que se mueve tantísimo dinero, es porque la afición ha estado siempre detrás", celebra Alejandro Castellón, autor de Rayo Vallecano. Un equipo de barrio (Fuera de ruta, 2024). "Es la gente de Vallecas la que ha hecho grande a este club", añade.

La dirección no ha remado nunca con ellos. César Giménez, abonado número 6 y socio desde 1954, lo cuenta desde su experiencia. A sus 92 años no falta a ningún partido. Y recuerda en conversación con infoLibre que, como fundador de la ya la extinta peña El Changarro (creada en 1961), nadie que haya estado a los mandos del equipo ha cuidado especialmente bien a la afición. "Somos un número. Si pagamos, entramos. Nada más, no se nos tiene en cuenta", lamenta.

Las polémicas en torno al actual presidente, Raúl Martín Presa, marcan su mandato. No hay, de hecho, ni un sólo encuentro en el que el estadio, al unísono, no le cante su ya mítico "Presa, vete ya". "Hay mucha falta de cuidado al club. Es el único por ejemplo que no permite todavía la compra de entradas online", denuncia Pato. Las colas en sus aledaños son ya una imagen frecuente. Para cualquier cita.

Pero hay cosas peores. La Inspección Técnica de Edificios (ITE) mostró el año pasado su preocupación por el estadio, en el que advirtió "deficiencias de conservación, algunas de las cuales podrían afectar a la seguridad estructural del edificio". Según desveló El Confidencial, el informe mencionaba grietas, fisuras y desprendimiento del material en los elementos de hormigón, oxidación y corrosión de la cerrajería y perfiles metálicos del estadio, humedades por filtración, cableado suelto y hasta "mobiliario bloqueando la salida de emergencia de la zona de federaciones e indicaciones incompletas o confusas sobre dichas salidas".

El pasado mes de febrero, además, volvió a saltar una noticia que amenaza, cada cierto tiempo, a los vallecanos. "Estamos hablando con el club para buscar una nueva ubicación, porque cada vez es más insostenible que sigan en Vallecas". Lo dijo la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en una entrevista en el diario AS. Y no pronunció esas palabras sólo como dirigente, sino como dueña del edificio, en el que el club está alquilado.

"Esta verdad que este debate ha surgido más veces, pero aun así es verdad que preocupa, y mucho, a la afición", recuerda Martín. Se vio en la respuesta. "Este nuestro estadio, no nos moverán", cantan las gradas desde que Ayuso lanzó su advertencia. "Es muy importante que se quede donde está. A 600 metros de donde nació, en pleno corazón de Vallecas", señala Martín. Porque además es un "motor económico" para el barrio. No hay partido, por ejemplo, que los bares no estén atestados de camisetas franjoirrojas antes y después de cada partido. "No se puede mover de aquí", dice Kikín. "Cómo vamos a estar de acuerdo con eso. Es injusto", añade César. "Sacar el estadio de Vallecas es quitarle al barrio sus entrañas", señala por su parte Castellón.

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Según Pato, esto ejemplifica a la perfección que la relación entre la afición y la dirección se define con una sola palabra: "Orfandad". Pero ya no sólo por esa falta de cuidados. O por ese aparente desinterés en mantenerlo en ese "corazón" de Vallecas. Los mensajes que visten el estadio, dentro y fuera de las gradas, tienen un componente ideológico indiscutible. Y radicalmente opuesto al que visita su palco. Porque no han sido pocas las veces que se ha podido ver a dirigentes de Vox como Rocío Monasterio junto a Martín Presa. "Todo esto también afecta y revuelve a la afición, claro", apunta Castellón.

Pero estas distancias también han sido históricas. Antes de que Martín Presa cogiera las riendas del Rayo Vallecano en 2011, el club estuvo dirigido por la familia Ruiz Mateos. El estadio, de hecho, se llamaba por aquel entonces Teresa Rivero. Fueron 20 años de éxitos deportivos pero que terminaron con la que sí que estuvo a punto de ser la caída definitiva del club. Jugadores y trabajadores dejaron de cobrar. "Prácticamente estuvieron así un año", recuerda Castellón. ¿Y quién lo salvó? De nuevo, la afición. "La gente sabía que había matrimonios cuyos ingresos dependían del Rayo, así que se creó una fila 0 para que pudieran cobrar", dice Martín. "Siempre que ha habido problemas ha sido el barrio el que ha estado ahí. Si el Rayo cumple 100 años más, será por Vallecas", sentencia.

Sábado, 25 de mayo. El reloj ya marca las 20.30 horas. El encuentro ha terminado con un 0-1 a favor del Athletic. Pero los rayistas celebran igual. Cantan La vida pirata con más ganas que nunca. Y se despiden hasta otra temporada de lucha. De "a las armas" dentro y fuera del césped.

Sábado, 25 de mayo. El reloj apenas marca las 16.30 horas de la tarde y el calor empieza a apretar en el madrileño barrio de Vallecas. La calle Payaso Fofó, junto al estadio del Rayo Vallecano, empieza a llenarse de gente. Los niños y niñas empiezan a correr detrás de algún coche y junto a ellos cada vez se arremolinan más personas. Entonces empiezan a oírse los gritos. "¡Es Isi! ¡Por ahí viene Unai!", se escucha. Son los jugadores que en poco menos de dos horas se enfrentan al último partido de la temporada. Juegan en Primera División, pero su llegada al terreno de juego dista mucho de la que hacen los futbolistas de su misma categoría. Se abren paso entre los móviles que les fotografían, los aficionados que les dan ánimos de cara al partido y los pequeños que, rotulador en mano, señalan su camiseta para que sus héroes se la firmen. La escena no se repite en más estadios españoles. Al menos, no en los que están en la élite de La Liga. Pero es que este caso es especial. "Quien no ha venido nunca no lo va a entender", comentan dos aficionados.

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