El reverso desesperado del 15M: la protesta por Hasél ensaya en las calles una alianza antisistema cebada por la falta de futuro

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¿Qué tienen en común los asistentes a las protestas de apoyo a Pablo Hasél? La pregunta se dirige a Marco Fernández, de 29 años, mozo de almacén, miembro del llamado Movimiento Antirrepresivo de Madrid. ¿La juventud? Mmm. Afirma que, en efecto, en Madrid la mayoría han sido jóvenes, pero no todos. En cambio, hay algo que sí ve unánime: “La rabia y el hartazgo por la crisis, la falta de futuro y de oportunidades”. Y añade: “Además, cuando salimos a la calle a luchar por nuestros derechos, nos reprimen. Pablo Hasél es el vivo ejemplo de la falta de derechos y libertades. No quieren callar a Pablo, sino a todos. La próxima vez que alguien quiera decir una verdad no se atreverá”. Sobre la intención del Gobierno de reformar los delitos de expresión, no se cree nada: "Es una cortina de humo para que la gente no salga". 

En las respuestas de Fernández están buena parte de los rasgos sobresalientes de la espasmódica erupción movilizadora en apoyo al rapero encarcelado Pablo Hasél: juventud, izquierdismo, desesperanza, desafío... Pero falta un elemento, al que dirige la linterna Manuel Jiménez, profesor de Sociología en la Universidad Pablo de Olavide. Se trata de la llegada de “un perfil distinto, no politizado, que puede compartir con los sectores más politizados su condición de precario y el hartazgo”, pero que no da a sus acciones soporte ideológico alguno. Jiménez atisba –es pronto, coinciden todos los consultados, para afirmaciones categóricas– una “revuelta del precario”, con algún elemento que recuerda a los chalecos amarillos. ¿Un 15M sin tanto buen rollo? Algo así.

“Hasta que Pablo no esté en la calle no vamos a parar”, afirma, con la firmeza propia de sus 20 años, Adam Camón, miembro de la plataforma Llibertat Pablo Hasél, con base en Lleida, donde lleva implicado en las protestas desde que empezaron. ¿Sus motivos? En primer lugar, “Pablo”. Es amigo suyo. Lo admira, lo respeta. Cree que ha desafiado al sistema. Pero no se queda ahí. Apunta contra un “Estado español” visto como “represor” y “fascista”. “A mucha gente que protesta le indignó lo de Pablo, pero también tener un trabajo de miseria, la falta de vivienda, los recortes en sanidad...”, explica. Y el independentismo, ¿qué peso tiene en las protestas? “Esto es un tema más general, pero sí que es cierto que en Cataluña hay mucho rechazo a los cuerpos represivos del Estado español por el 1 de octubre. Muchos se han dado cuenta de que vivimos en un Estado fascista”. Camón se niega a condenar los disturbios, algo que le parece hacerle el juego a los “medios de manipulación”: “Quien tiene el monopolio de la violencia es el Estado. Violencia son los desahucios, los recortes...”.

De Barcelona a Madrid

Las protestas surgidas en Cataluña por el encarcelamiento de Hasél se han extendido, con menos continuidad y menos altercados, por buena parte de España. Han sido protestas modestas casi siempre, numerosas en algún caso, masivas en ninguno. Mediáticas, en la medida en que haya habido jaleo. ¿Quiénes son? ¿Qué quieren? La plataforma Llibertat Pablo Hasél, convocante y amplificadora de numerosos actos, tiene una cuenta de Twitter con cerca de 140.000 seguidores, una de Facebook con más de 24.000 y un canal de Telegram con 6.000 suscriptores. Desde todas esas plataformas difunde actos y mensajes de apoyo a Hasél. La plataforma ilerdense tiene relación con otras organizaciones, como Comité d' Asturies Pola Amnistía y el Movimiento Antirrepresivo de Madrid. Son organizaciones pequeñas, que combinan la defensa más o menos estandarizada de los servicios públicos y los derechos sociales con la retórica propia de quien se enfrenta no a una democracia sino a una dictadura. Se habla de fascismo, de amnistía.... Las críticas se centran más en el Estado que en el Gobierno, aunque el Ejecutivo también cobra. Sobre todo recibe la monarquía. Los medios de comunicación son a sus ojos parte del problema.

En Cataluña las protestas han estado teñidas por el movimiento independentista. Los CDR han estado entre los convocantes destacados. El Sindicat d'Estudiants dels Països Catalans ha actuado como agitador. En Valencia ha convocado la organización juvenil independentista Arran, al igual que en Palma. En Madrid, este elemento se disipa. Allí ha sobresalido el Movimiento Antirrepresivo, coordinadora de colectivos con tres años de antigüedad y ámbito autonómico. Marco Fernández explica que este movimiento tiene contacto con otro “antirrepresivos” y “antifascistas” de toda España, pero que no hay una articulación organizativa. ¿Hasta dónde van a llevar su protesta? “Queremos seguir. Teniendo en cuenta que el estado de sitio al que se ha sometido a Madrid, viendo la respuesta que se ha dado, con cien lecheras, cuatro drones, una cantidad enorme de agentes, creemos que tenemos que pensar bien y con calma el siguiente paso”, asegura.

Protestas por toda España

Veamos otras estampas de protestas, ya apeados del eje Madrid-Barcelona. En Sevilla convocó un recital Acción Antifascista. “La gente está muy harta, hay mucha pobreza y este chaval rapea por nosotros, por la gente de los barrios”, dijo Fran Sánchez, uno de los organizadores. En Zaragoza, una marcha empezó corta de asistencia, pero al finalizar en la plaza de La Magdalena había 400 personas, según la Policía Nacional. Se oía: "No puede ser, raperos a la cárcel y fascistas al poder", "Los Borbones son unos ladrones", "Amnistía para todos los presos y presas políticos". En Málaga, en el momento de mayor afluencia, hubo 300 personas. El comunicado leído era a favor de Hasél y contra el rey. ¿Otras consignas? En Cuenca: “Juan Carlos fugado, obreros encarcelados”, “Vosotros, fascistas, sois los terroristas”. Salamanca: “A más represión, más desobediencia”, “Frente al régimen y su represión, organización y poder popular”. A Coruña: "Pablo Hasél liberdade, amnistía total". Santander: “Cantabria obrera, fascistas fuera”.

Lo más frecuente es que las convocatorias corran por las redes sin una organización sólida detrás. Otras veces, sí hay siglas. En Valladolid, CGT. En Jerez de la Frontera (Cádiz), CNT. En Tenerife, Coordinadora Antifascista. En Guadalajara, Plataforma Antirrepresiva. En Cáceres, Antirrepresión Extremadura. En Logroño, Bloque Antifascista. En Córdoba, Colectivo Solidarios... La mayoría de las crónicas dan cuenta de manifestaciones tranquilas y pacíficas, que en ocasiones acaban con algún altercado. Otras veces la cosa llega a mayores. No sólo en Cataluña, donde los disturbios han sido llamativos y han derivado en saqueos de tiendas, con más de 100 detenidos, o en Madrid. También en Granada, Gijón o Pamplona.

“Paja seca” en la callePaja seca” en la calle

Rafa Ibáñez es uno de esos cuadros del PCE que rara vez faltan a una movilización. Tiene muchas horas de calle a sus espaldas. ¿Qué ve en estas protestas? “Hay un punto de espontaneidad, vinculado a las redes sociales, que hacen mucho más fácil la agregación de gente en un momento concreto. Los grupos que se organizan para montar disturbios son muy minoritarios... Hay que distinguir. No es lo mismo lo que pasa en Barcelona, que en Linares contra la actuación policial que en otros puntos”. “Lo que está claro –reflexiona– es que en todas partes hay mucha paja seca en el suelo”.

“Paja seca”, dice Ibáñez. Riesgo de incendio, por lo tanto. La segunda crisis económica (casi) seguida se está cebando con la juventud, protagonista de las protestas, que aún paga la primera. Hay elementos para hablar de una brecha generacional. El paro juvenil supera el 40%. Según el último decil de salarios del INE, el sueldo medio de los jóvenes de 16 a 24 años se situó en 2018 en 1.091,7 euros, menos de la mitad de lo que cobraron los de 55 y más años (2.205,6 euros). Y eso, antes de la pandemia. El Injuve cifra en el 41% el porcentaje de jóvenes protegidos por los ERTE que corren “grave riesgo” de ir al paro. Un tercio de la población joven ocupada se dedica al comercio y a la hostelería, dos de los sectores de mayor riesgo, según el Banco de España. La precariedad dificulta la emancipación. Expertos en demografía coinciden en que la pandemia "tendrá un efecto negativo en la fecundidad". Es un círculo vicioso.

Y ahora, encima, hay que estar encasa, donde a todas horas te asaltan noticias inquietantes.

Diversos estudios han acreditado a lo largo de la pandemia que la magnitud del golpe sobre la juventud es mayor que sobre el resto de capas. Económica y anímicamente. La Enquesta sobre l'impacte de la COVID-19: principals resultats referents a la població joven, del Centre d'Estudis d'Opinió, concluye que la población entre 18 y 35 años es el segmento que "más padece por su futuro". Otro estudio, Las consecuencias psicológicas de la COVID-19 y el confinamiento, elaborado por seis universidades, indica que el 49% de las personas de entre 18 y 34 ha experimentado sentimientos depresivos, pesimistas o de desesperanza, con “tendencia a cronificarse”. Más “paja seca”.

El pesimismo cunde. Según una investigación de Fundación Pfizer y la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, casi un 60% de jóvenes hasta 29 años cree que van a empeorar las oportunidades. Según una del CSIC de la semana pasada, el estado anímico de los jóvenes está más deteriorado que el del resto. Atención a esta conclusión: “Este grupo ha perdido confianza en colectivos claves para la superación de la crisis como son los expertos/as y científicos/as”. Para Luis Navarro, responsable del área académica de Sociología de la Olavide, el aspecto emotivo es clave en lo que estamos viendo en las calles. “Las emociones son las que están movilizando el conflicto”.

Ira y desafección

La politóloga Cristina Monge, profesora de Sociología en la Universidad de Zaragoza, tiene una “hipótesis”: nada tiene que ver la protesta vista en Barcelona con la vista en Jaén. En la capital catalana hay tradición anarquista y ecos de la sentencia del procés. Se trata de una protesta con epicentro en Barcelona que ha irradiado, con menor fuerza, a otras ciudades. En cualquier caso, sin desbordar. “No ha habido una movilización transversal, apoyada por toda la gente susceptible de apoyar una causa como la libertad de expresión”, analiza. En Jaén, en cambio, las protestas han clamado contra la desigualdad territorial. Eso es harina de otro costal, según Monge. Y sí han sido transversales. “Mucho ojo a esto, porque si cunde una mezcla de descontento por la desigualdad social que existe y enfado por la desigualdad territorial...”.

La “gran pregunta” para Monge es si puede haber, diez años después del 15M, algún tipo de réplica: “Las condiciones objetivas están ahí y es muy posible que se incrementen”. Pero no lo tiene claro. Ahora ve más desafección que conversación política. Más ira y frustración que propuesta. La abstención en las citas electorales autonómicas le parece un indicador de hartazgo, aunque la pandemia haya tenido importancia en la misma. “Cuando la parte sanitaria deje de ocuparlo todo, y emerja la crisis social. ¿Qué va a pasar? Veo mucho miedo, incertidumbre y desafección... Esto es peligroso, porque el miedo es caldo de cultivo el fascismo. Hay que estar atento. Las expresiones de malestar van a ir mutando”.

Algunos datos para seguir las pistas que deja Monge. En cuanto a desafección: los nacidos entre 1981 y 1996 son ya la generación más descontenta con la democracia, según un estudio del Instituto Bennett de Políticas Públicas de la Universidad de Cambridge. En cuanto al riesgo de una crisis social dura: España está por debajo del conjunto de la UE en gastos en sanidad, discapacidad, tercera edad, familia, infancia, vivienda e inclusión, según los datos de Eurostat. Es decir, no hay una base social fuerte para aguantar lo que venga. En cuanto a brecha territorial: las diez comunidades en el pelotón de cola del PIB per cápita antes de la Gran Recesión siguen rezagadas y siete han empeorado su posición relativa. “Paja seca”.

15M, procés, Hasél, chalecosprocés

“Las tres movilizaciones, 15M, sentencia del procés y Hasél, son animales diferentes. En el ciclo 15M hubo resistencia pasiva, ocupaciones simbólicas (y empleo de la fuerza por parte de la policía), pero no el recurso intencionado a la violencia (los daños al mobiliario urbano, por ejemplo) que hemos visto ahora”, expone Manuel Jiménez, profesor de Sociología en la Universidad Pablo de Olavide. No obstante, sí hay algunos elementos comunes: “Lo que tal vez reflejan es una radicalización del repertorio de protesta. Este cambio se expresa siempre mejor en las protestas protagonizadas por los jóvenes. Es un proceso vinculado al cambio cultural en las sociedades democráticas, donde el respeto a la autoridad se va haciendo más débil”.

A juicio de Jiménez, hay otra novedad: los saqueos. “Me hace pensar en los disturbios de Londres y otras ciudades del Reino Unido en 2011, más que en los de Francia o Estados Unidos (Baltimore, también con un componente de discriminación racial y protesta por la intervención policial). Apuntan hacia la presencia en la calle de un perfil distinto, no politizado, que puede compartir con los sectores más politizados su condición de precario y el hartazgo, pero sin un marco de ideología”. Aparecen reflejos de movilización de “sectores precarios, no ideologizados”, en Linares, en las protestas en barrios populares en Sevilla en las primeras semanas del toque de queda y ahora, advierte Jiménez.

¿Una revolución tras la pandemia? Hay ira y desigualdad, pero falta organización

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Ni siquiera cuando el campo español explotó en protestas en febrero, llegó a tomar la movilización española el rumbo de los chalecos amarillos. Las protestas del agro, que compartían con las francesas la tensión campo-ciudad, estaban más organizadas y tenían una agenda más definida. Ahora, ¿hay parecido con los giles juanes? “Si dejamos a un lado el componente más ideológico de las movilizaciones en el caso Hasél, quizás sí que podemos ver esos elementos de revuelta del precario, el sector de los que más están perdiendo con la crisis, con la pandemia, o al menos así lo estén percibiendo...”.

La politóloga Carol Galais, atenta seguidora del pulso de la movilización social, completa la panorámica: “Entre los que tienen objetivos legales y los que tienen el sentimiento vago pero cierto de que no viven en una democracia ideal –y que en realidad se sienten más motivados por otros temas y derechos que no sean la libertad de expresión, como agravios sociales o territoriales– junto a los que están hartos, desencantados, faltos de esperanza y rabiosos contra un sistema que no les ofrece alternativas ni esperanza… ya tenemos una masa crítica sin demasiado que perder y dispuesta a sostener una protestas de intensidad alta bastante tiempo”.

En cuanto al “descarrilamiento nocturno” de algunas protestas, pone el foco tácticas de provocación policial y en individuos que se toman las manifestaciones como “un deporte de riesgo adrenalínico”. “Las acciones 'duras' de la policía en realidad retroalimentan el discurso que lleva a los activistas a la calle en primer lugar: falta libertad, sobra represión, y las actuaciones de la policía lo corroboran”. Galais hace un apunte más, que no hay que desdeñar a la hora de entender la beligerancia en algunos focos: el contexto covid podría estar “seleccionando” a los manifestantes más “motivados” y dispuestos a correr riesgos sanitarios y transgredir toques de queda.

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