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Silencio, se mata: historias de muerte y soledad eclipsadas por la Transición

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"Desde que me di cuenta de que mi hermano y sus dos amigos no habían vuelto a casa, sabía que pasaba algo. Se montó un dispositivo de búsqueda con mis padres, amigos, gente del pueblo, en el hospital, policía, guardia civil, que nos trató fatal. Hice la comunión aquel mismo día. Sin mis padres. Cuando yo me enteré de lo que había pasado, mi hermano ya estaba enterrado. Fue muy duro. En ese momento se me hizo un nudo grandísimo, no supe cómo aceptarlo".

El libro Yo también soy víctima. Estampas de la impunidad en la Transición(Atrapasueños, 2018), de la periodista Olivia Carballar, está plagado de testimonios así. Suenan gélidos, tantos años después. Pero esconden no sólo el relato de la tragedia, sino también el dolor de la impunidad y el silencio. En este caso habla Francisco Javier Mañas, hermano de Juan Mañas, uno de los tres jóvenes asesinados tras ser confundidos por la Guardia Civil con miembros de ETA, en 1981. Bajaban desde Santander hasta Pechina (Almería), precisamente a la comunión de Francisco Javier. Acabaron quemados, desmembrados y tiroteados dentro del Ford Fiesta que habían alquilado para recorrer España camino de la celebración. Así son las historias de Yo también soy víctima, tan brutales como escasamente conocidas. Un muestrario de vergüenzas de la Transición.

La periodista Olivia Carballar se ha fijado en esos crímenes sin resolver, o mal resueltos, o a medio resolver, en cualquier caso no del todo esclarecidos y siempre eclipsados por la propaganda que ha presentado el periodo entre la dictadura y la democracia como un crescendo de concordia que culminó con la Constitución y sólo sufrió el sobresalto postrero del 23-F. La construcción de ese lugar compartido, que se repitió recientemente desde múltiples altavoces con motivo del 40º aniversario de la Constitución, aparejó el barrido bajo la alfombra del incómodo testimonio de barbaridades como la cometida con los chicos del conocido como caso Almería. Como explica la autora: "La impunidad, de una forma u otra, es el denominador común de todos estos casos. Los familiares consideran que no se ha hecho justicia. Y arrastran en muchas ocasiones ellos mismos el peso no sólo de la pérdida, sino también del silencio de tantos años".

La periodista ha cogido una grabadora y una libreta y se ha ido a hablar con los que más sufrieron las puñaladas de la violencia en la Transición: los familiares, los amigos, los compañeros... Ha escogido un puñado de casos: María José Bravo, una adolescente de 16 años violada y asesinada por el el grupo terrorista de ultraderecha Batallón Vasco Español a las afueras de San Sebastián, en 1980; Germán Rodríguez, militante de la Liga Comunista Revolucionaria, muerto de un disparo por la Policía Armada en los Sanfermines de 1978; Manuel José García Caparrós, trabajador de Cervezas Victoria y militante de Comisiones Obreras de 19 años muerto, todo apunta a que por un disparo policial, en la manifestación autonomista del 4 de diciembre de 1977 en Málaga; Javier Fernández Quesada, estudiante de Biología de 22 años muerto de un disparo a las puertas de la Universidad de La Laguna, en Tenerife, pocos días después de caer García Caparrós; Francisco Rodríguez Ledesma, trabajador de la construcción de 56 años, sindicalista de CCOO, muerto por el famoso "disparo al aire" con que tantas veces camuflaba los hechos la versión oficial, en este caso en Sevilla, también en 1977...

Guardar un trozo de cráneo

El periodista Antonio Avendaño pone en el prólogo de Yo también soy víctima el dedo en la llaga: "La impunidad de los crímenes de la Transición no es menos impunidad que la de los crímenes de la Dictadura, pero los sentimientos de empatía con las familias que despierta en la población en general son mucho menos intensos y sostenidos en el tiempo [...]. Lo que verdaderamente impugna este y otros libros como este no es el ayer sino el hoy, no la Transición a la democracia sino la democracia misma, no el año 1980 sino el año 2018. El problema no es tanto la justicia que entonces debió hacerse y no se hizo como la justicia que hoy sí podría hacerse y no se hace: justicia no necesariamente literal en forma de juicio o de sentencia, sino al menos en forma de honores, de memoria, de reparación, de difusión institucional de la verdad". La sangre de estos crímenes, en efecto, era difícil de embotellar en el mismo recipiente en que se sirvió el relato idílico de la Transición.

Carballar ha captado en el relato de sus entrevistados la amargura de la soledad. Y ha comprobado que casi les ha escocido tanto el silencio social como la impunidad penal. En el oído de la periodista han encontrado una válvula de escape. Así que estamos ante un libro que, más que sobre las víctimas, es para las víctimas. De las víctimas. Suya es la palabra, que llega a veces en forma de desahogo minucioso. Como en el caso de Mari Carmen Mañas relatando el reguero de penalidades que dejó el asesinato de su hermano y los compañeros de este camino de Almería: "Cuando al principio fuimos al monolito que se levantó en honor a mi hermano y los amigos en Gérgal –le cuenta a Olivia Carballar–, mi madre se encontró un trozo de cráneo y decía que era de él, de Juan. Lo cogió y se lo metió en el bolsillo y se tiró con el cráneo guardado años y años. Tú dime a mí, para una niña con 15 años y para un niño como Francisco Javier, lo que aquello puede ir creando dentro. Y no tuvimos ayuda psicológica ninguna. Yo veía a mi madre todos los días, todos los días, con el trozo de cráneo, con los recortes de periódicos y con varias pertenencias de él, un trozo de jersey que le trajeron en un sobre. Me acuerdo cuando él llegó aquel último día a Almería. Me acuerdo que me había comprado un jersey de hilo, era por este tiempo, como ahora, y me dijo ‘ay, déjame el jersey que me lo ponga’. Lo mataron con ese jersey. Y le trajeron a mi madre el trozo de jersey con trozos de carne pegada". Y encima de todo eso, esta familia sufría los escupitajos callejeros de la extrema derecha, pese a que no fueron en realidad terroristas de ETA...

Pérdida y perdón

Yo también soy víctima se aproxima a dos casos que sí son emblemáticos de la violencia policial o de extrema derecha durante la Transición: los sucesos de Vitoria (1976) y la matanza de Atocha (1977). Precisamente el recuerdo del asesinato de los cinco abogados laboralistas en el despacho de la calle Atocha ha rebrotado con la detención a finales de 2018 en Brasil de Carlos García Juliá, uno de los pistoleros. La noticia no desmonta el balance de impunidad del caso, como recuerda, en conversación con infoLibre, la propia Carballar. "Claro que es importante la detención de García Juliá, que huyó. Pero, al fin y al cabo, fue condenado. Lo injusto de este caso, la impunidad que subyace a este caso, es que el juez instructor, como denuncia en el libro el abogado Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell, el único de los supervivientes que hoy vive, impidió y cortó los hilos de una investigación que iba más allá de los autores materiales", señala la autora de Yo también soy víctima, periodista en La Marea.

El título del libro extiende la condición de víctima a los que quedaron aquí, de los compañeros de los abogados asesinados a las hermanas de García Caparrós, pasando por Fermín Rodríguez, hermano de Germán Rodríguez, muerto en 1978 en Pamplona. Aquellos hechos no fueron juzgados. Y el Congreso, con el voto PP, PSOE y Ciudadanos, ha rechazado la desclasificación de la documentación. Así es difícil limpiar la memoria: la ajena y la propia. "Yo llevo 40 años siendo el hermano de Germán. A veces los demás olvidan mi propio nombre", cuenta Fermín en el libro.

Puri García Caparrós, hermana de Manuel José, también le pone palabras al vacío de estas pérdidas, que tienen mucho de cruel y de absurdo: "Imagina que salga un hijo a la calle que está lleno de vida y que en tres horas te digan que está muerto. Pues a mis padres se les cayó el mundo encima. En seis años nos quedamos solas, sin mi padre y sin mi madre. Y a mi casa no ha venido nadie a preguntarnos si nos hacía falta algo, a mi padre no le han pedido perdón, no le han preguntado si le hacía falta algo, un psicólogo, algo... Jamás en la vida me ha pedido perdón nadie. Escucharme sí. A nuestro lado siempre ha estado IU, desde el minuto uno. Aparte de ellos, nadie. Bueno, ahora el PSOE también ha estado a nuestro lado. Pero vamos, que de 30 años hacia atrás nadie nos hizo caso".

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Leer y pasar la página

García Caparrós es hoy Hijo Predilecto de Andalucía y un símbolo de la lucha andaluza por la autonomía. Otros muertos son víctimas mucho menos conocidas. Sus herederos, subraya Olivia Carballar, "tienen que recordar constantemente que a sus familiares los mataron". "Para pasar página en la historia, la historia tiene que dejar clara la verdad, sea de donde sea, me tiene sin cuidado", señala Carlos Fernández Quesada, hermano del joven asesinado en Tenerife. Y añade ante la grabadora de Carballar: "Yo no estoy por el reconocimiento de ninguna parte, estoy por el reconocimiento de los hechos, sea como sea, le duela a quien le duela. Y la única manera es desenterrando a los muertos y reconociendo la historia. No hay otra manera. Si no sabemos admitir nuestros errores, nuestro pasado... Mientras la historia sólo la cuente una de las partes y, de hecho, algunos de los que la han contado han sido incluso reconocidos y recompensados, con beneficios, no se podrá pasar página, sería inmoral".

Yo también soy víctima rescata una frase de Hannah Arendt en Sobre la violencia que parece cincelada para hablar de esa venenosa relación de España con su pasado reciente: "Donde todos son culpables, nadie lo es; las confesiones de una culpa colectiva son la mejor salvaguardia contra el descubrimiento de los culpables, y la magnitud del delito es la mejor excusa para no hacer nada". Ensayos como El resurgir del pasado en España. Fosas de víctimas y confesiones de verdugos (Taurus), de Paloma Aguilar y Leigh A. Payne, ya han situado a España ante el espejo deformante de su memoria y sus silencios, poniendo de relieve cómo la Transición se construyó sobre la equidistancia y el olvido. Aunque el libro de Carballar se podría insertar en ese esquema, su propósito es otro: mostrar las heridas de los que se quedaron viviendo en los márgenes de esa narración, añorando a los muertos tanto como esperando reparación.Yo también soy víctima no es un cuestionamiento directo de la Transición, o no lo pretende, pero sí de su relato idílico. "Yo no viví la Transición. No es fácil saber lo que cada uno habría hecho entonces. Salíamos de una dictadura, eso nunca es fácil. Lo que no puedo admitir es que para llegar a una democracia se tengan que tapar crímenes como estos", concluye Carballar.  

"Desde que me di cuenta de que mi hermano y sus dos amigos no habían vuelto a casa, sabía que pasaba algo. Se montó un dispositivo de búsqueda con mis padres, amigos, gente del pueblo, en el hospital, policía, guardia civil, que nos trató fatal. Hice la comunión aquel mismo día. Sin mis padres. Cuando yo me enteré de lo que había pasado, mi hermano ya estaba enterrado. Fue muy duro. En ese momento se me hizo un nudo grandísimo, no supe cómo aceptarlo".

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