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Virginia González, la zapatera olvidada que abrió a la mujer las puertas de la política y el sindicalismo

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Virginia González nunca se conformó ni se acomodó. Siempre ansió la libertad absoluta. Y la persiguió desde que era una cría. "Las injusticias sobre todo me sublevaban, y le decía siempre a mi madre: 'Quiero ser mayor para ser libre", le contaba a Margarita Nelken en otoño de 1917. Pero cuando creció se dio cuenta de que no todo era tan sencillo. Y de que la libertad había que lucharla. Ella siempre estuvo en primera fila. Peleando por los derechos de la clase obrera y de las mujeres. Fue una de las primeras grandes líderes políticas y sindicales. Estuvo en lo más alto del PSOE o de UGT en una época en la que ellas siempre quedaban relegadas a un segundo plano. Y a pesar de ello, sigue siendo una de las grandes olvidadas un siglo después de su muerte.

González nació en Valladolid en plena Primera República, en el seno de una familia humilde. Su madre Feliciana era tejedora. Su padre, Santos, mecánico tornero. Ni ella ni ninguno de sus veintiún hermanos tuvieron acceso a instrucción alguna. Por eso, desde bien pequeña seguiría la tradición familiar y se dedicaría a guarnecer calzado. A los dieciocho, se casó con otro chiquillo, también zapatero. Juntos, se fueron a vivir a A Coruña. Y allí, a orillas del Atlántico, entró en contacto con la política a través de los movimientos anarquistas. Con apenas veinte años, participó en la constitución de la Sociedad de Zapateros y Guarnecedores de la ciudad.

"[Su figura] encierra la gran paradoja de ser una de las primeras grandes líderes femeninas de la historia contemporánea de España y, sin embargo, a la vez es una de las olvidadas de la historia", apunta el profesor jubilado Jerónimo Martín de Bernardo Rodríguez en Virginia González Polo: el olvido de la primera dirigente obrera (Editorial SoldeSol). La obra, que bebe de multitud de fuentes documentales y hemerográficas, es una biografía completa de aquella vallisoletana que durante años se ganó el cariño y el respeto de la clase obrera española. Una gran oradora que conseguiría alcanzar las cúpulas políticas y sindicales con un discurso marcadamente feminista.

Tras sus años en A Coruña, González se muda a Bilbao. Y es allí, en ese enclave industrial, donde empieza a hacerse un nombre. Se afilia al PSOE. Y se convierte en presidenta del Grupo Femenino Socialista de Bilbao (GFSB). El objetivo de este colectivo, cuenta Martín de Bernardo en la obra, era "multiplicar" la "presencia y visibilidad" de las mujeres en las filas socialistas. En una noche, relataban las crónicas de la época, se afiliaron más de un centenar. "Virginia, con la creación de este grupo, cuestionó abiertamente uno de los elementos definitorios del obrerismo socialista, que era la masculinidad imperante", completa la biografía elaborada por el profesor jubilado.

Muchos medios conservadores no tardaron en ponerla en la diana. Un periodista del semanario La Libertad, por ejemplo, no dudó en calificarla de "canalla, mujercilla incivil, mujerzuela". Pero la vallisoletana siempre plantó cara al machismo. Al plumilla, cuenta la obra, le soltó una bofetada y un escupitajo en cuanto lo tuvo delante, al tiempo que le llamaba "deslenguado" y "sapo". "Tan lamentables procedimientos para contrarrestar los efectos de la propagación de nuestros ideales no hacen otra cosa que poner al descubierto el alma de esos padres de la santa iglesia católica", respondía a aquellos curas que la llamaban "licenciada de presidio".

El dominio del "espíritu retrógrado"

Algunos de sus discursos, recuperados en la obra, han quedado para la posteridad. Es el caso del que pronunció en una conferencia organizada por la Agrupación Femenina Socialista de Madrid (AFSM) con el título "Educación política de la mujer española". "En España domina todavía un espíritu retrógado que pone trabas y límites a las aspiraciones femeninas, dándose este ejemplo hasta por hombres que, llamándose liberales, procuran alejar a las mujeres de la vida activa y de las luchas políticas, prefiriendo tenerlas en la indiferencia. [...] Las clases altas en España hacen de la mujer una figura decorativa. Los aristócratas, los políticos burgueses, los literatos, los poetas ensalzan a la mujer cuando va espléndidamente ataviada", resaltó González.

La dirigente obrera, que siempre defendió que las mujeres tenían que tener la suficiente formación si querían lograr una emancipación real, jamás se apartó de la primera línea. Por iniciativa suya se aprobó, en el VIII Congreso de la UGT, la propuesta para que los vocales obreros del Instituto de Reformas Sociales pidieran que se prohibiera por ley que las mujeres obreras embarazadas hicieran tareas en las cuatro últimas semanas del embarazo y en las cuatro posteriores al parto. Y su nombre estuvo ligado a la organización de las diferentes huelgas organizadas en los convulsos primeros compases del siglo XX. Por ejemplo, contra la guerra de Marruecos.

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El belicismo siempre estuvo entre sus grandes preocupaciones. Y así lo plasmó en su artículo "Antimilitarismo", recogido en la obra de Martín de Bernardo: "La Patria, esa madre fantasma, reclama a los muchachos que no tienen las pesetas necesarias para burlarse de los llamados deberes de la Patria. (...) También para mí llegará la horrible fecha. Pero yo la espero tranquila; mi hijo, para entonces, llevará en su cerebro la hermosa idea socialista y tendrá tan grande el corazón como para amar a todos los seres sin distinción de razas, tendrá una patria que será el universo".

Del PSOE al PCE

Su compromiso político y sindical le generó serios problemas judiciales. En 1916, fue condenada a un año y ocho meses de destierro, además de una multa de 750 pesetas. Y unos meses después tuvo que enfrentarse a un Consejo de Guerra por su participación en el Comité de Huelga de la general de 1917, si bien en aquella ocasión logró salir absuelta tras pasar un tiempo entre rejas. Por aquel entonces, González ostentaba el mérito de ser la primera mujer que había entrado a formar parte del Comité Nacional del PSOE y del Comité Nacional de la UGT. Unos años después, tras el alejamiento de los socialistas de la III Internacional, la zapatera impulsaría el Partido Comunista Obrero Español, que luego se convertiría en el Partido Comunista Español.

González sería, de nuevo, la única mujer del primer Comité Central del PCE. Sin embargo, esta nueva etapa no duraría mucho tiempo. Unos meses después, la zapatera enfermó, falleciendo el 15 de agosto de 1923 en su casa de Madrid. "Se dice por algunos que Virginia ha cambiado, y no es cierto. Yo no he cambiado. Los que han cambiado han sido los que creen que con leyes sociales, que luego no se cumplen, está resuelto el problema de la actuación de los sindicatos", diría en uno de sus últimos discursos públicos. Su pérdida fue muy llorada, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Se había ido una mujer brava. Un referente cuya historia, poco a poco, fue cayendo en el olvido.

Virginia González nunca se conformó ni se acomodó. Siempre ansió la libertad absoluta. Y la persiguió desde que era una cría. "Las injusticias sobre todo me sublevaban, y le decía siempre a mi madre: 'Quiero ser mayor para ser libre", le contaba a Margarita Nelken en otoño de 1917. Pero cuando creció se dio cuenta de que no todo era tan sencillo. Y de que la libertad había que lucharla. Ella siempre estuvo en primera fila. Peleando por los derechos de la clase obrera y de las mujeres. Fue una de las primeras grandes líderes políticas y sindicales. Estuvo en lo más alto del PSOE o de UGT en una época en la que ellas siempre quedaban relegadas a un segundo plano. Y a pesar de ello, sigue siendo una de las grandes olvidadas un siglo después de su muerte.

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