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Vox se aferra a un popurrí de ideas recicladas para capear la mayor crisis desde su irrupción

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Si Vox fuera una persona, ¿sería más el economista Javier Milei, tan ultraliberal que defiende la venta de órganos como un negocio más, o algún aguerrido militante del sindicato Solidaridad, que presume de una vena obrerista?

Pues parece que ni en Vox lo saben.

Porque si alguien esperaba clarificación ideológica del festival Viva 22 o de su estrategia España Decide, deberá seguir esperando. Ante la mayor crisis desde su irrupción en las andaluzas de 2018, el partido ha recurrido a un popurrí de propuestas recicladas que, especialmente en el terreno económico, oscilan entre la falta detalle y la incompatibilidad entre sus distintos planteamientos. Ni se resuelven –ni siquiera se afrontan– los debates de fondo, sobre todo económicos, ni se replantean posiciones superadas por otros partidos de ultraderecha, como el negacionismo sobre la violencia de género.

A juicio del ensayista Daniel V. Guisado, autor de Salvini & Meloni. Hijos de la misma rabia y atento observador de la extrema derecha en España, Vox ha sido siempre un "mejunje", pero ha sabido suplir su falta de elaboración estratégica con el combustible que le daba el procés. A eso se sumaba la fascinación que causaba un fenómeno nuevo y pujante que presumía de no tener techo. Ese embrujo se ha disipado. Guisado resume así la situación actual de un partido en el que "todo, desde ese 'obrerismo' mal impostado hasta la crítica al globalismo, Soros, etcétera, tiene aires de puzle de derecha radical mal encajado". "Vox –afirma– lleva siendo un mejunje ideológico muchísimo tiempo. Saben que algo funciona en otras latitudes y, en lugar de hacer un análisis reposado y serio de la coyuntura internacional y nacional, copian todo lo que ven y (creen) que les funciona a otros".

A juicio de Guisado, Vox es víctima del relativo enfriamiento del "conflicto nacional", que fue lo que les "permitió nacer". Sin Cataluña al rojo vivo, saben que "necesitan algo más", pero no aciertan a adaptarlo a las "coordenadas españolas". "En las autonómicas de Madrid fueron con la inmigración. En Andalucía, con el folclore más edulcorado. Lo mismo un día en el Congreso hablan en términos feminacionalistas copiando a [Giorgia] Meloni que al día siguiente apoyan escraches en clínicas abortivas o dicen que el sitio de las mujeres es la casa. Otro día te dicen que los trabajadores 'pobrecitos' y al siguiente son incapaces de votar a favor de las medidas más o menos proteccionistas, como el ingreso mínimo vital o el salario mínimo".

Ahora, con el conflicto catalán –comparativamente– más calmado, las encuestas augurando una bajada, las expectativas de competir de tú a tú con el PP bajo mínimos, la herida por el fiasco de expectativas en Andalucía aún fresca y una crisis interna por la salida de Macarena Olona y el cese de Javier Ortega Smith, las contradicciones se han hecho aún más patentes. Y así lo ha puesto de relieve Viva 22, su fiesta política del fin de semana, y el producto presentado en la misma, España Decide.

Del "momentum" a la crisis

Hace dos años Santiago Abascal se veía con la fuerza como para encabezar una moción de censura contra Pedro Sánchez, en plena pandemia, con el objetivo de presentarse como alternativa de gobierno y desgastar al PP, entonces de Pablo Casado. La moción no salió, pero Abascal tuvo todo el foco para él. Hoy ha pasado lo que los politólogos llaman el "momentum" de Vox, es decir, una fase en la que el partido era percibido como una fuerza en auge, que lograba marcar la agenda y presentarse de forma verosímil como un actor importante en la política española. Lejos de la hipótesis de una desaparición, tipo de UPyD o quizás Cs, Vox sí vive un momento delicado y a la baja.

Viva 22 debía ser el acontecimiento que empezara a invertir la tendencia. ¿Lo ha conseguido? Habrá que esperar a las encuestas. Si el termómetro es el tratamiento mediático, se percibe frío. Abascal no ha logrado titulares de relumbrón que eclipsen la polémica por una actuación musical con la letra "vamos a volver al 36". El tema central del evento, la exaltación de las glorias de España, sobre todo las militares, se abordó con hombres y mujeres disfrazados de personajes históricos que han movido a no poca mofa. De asistencia, anduvo flojo. Vox dice que fueron 15.000 personas, cifra más que dudosa. En cualquier caso, lejísimos de los 80.000 que permite el Mad Cool. No fue un fiasco, pero tampoco daba impresión de lleno, ni de vibrante. Además, fue inevitable que planease la sombra de Olona y la crisis interna. El propio Ortega Smith, tras su cese como secretario general, dio protagonismo a la candidata en Andalucía al afirmar que en Vox prima lo colectivo y que, "quien no lo entienda, que se vaya al Camino de Santiago".

El sociólogo Iago Moreno, atento a los movimientos en la derecha radical, cree que en conjunto "Viva 22 da una foto fija pesimista del momento que atraviesa Vox". "Las cotas de cringe [vergüenza ajena, grima], la repetitividad, el número de zombis políticos en sus 'saludos internacionales' (Jeanine Áñez, Donald Trump, José Antonio Kast...), el perfil bajo de Jorge Buxadé, el boca a boca a Javier Milei" son a juicio de Moreno ingredientes que componen un cuadro final de fracaso del evento de Vox.

A juicio de Daniel V. Guisado, "el festival friki de Vox, en un momento difícil con la disidencia interna aumentando y las expectativas electorales menguando, demuestra que detrás de sus logros estos últimos años ha habido más suerte que inteligencia". Según Guisado, Vox puede enfrentarse al mismo problema que sufrió Podemos, que empezó a declinar cuando "interiorizaron que serían pata auxiliar y no principal".

Fetiches reciclados en referéndum

El partido ha tratado de recuperar pulso reciclando temas fetichizados por Abascal y los suyos: nostalgia revisionista en clave nacionalista, autoritarismo antiindependentista, antipolítica, antielitismo sin concreción, mano dura contra la inmigración, rechazo a la "ideología de género"... Nada es nuevo, pero cambia el envoltorio, que ahora se llama España Decide y lleva dentro hasta ocho referendos.

España Decide debía ser una guía para la clarificación política y estratégica. Pero, ¿qué es en realidad? Pues un reciclado de ideas, precedido por una presentación de Vox como el único partido ajeno a un supuesto consenso progre y parasitario que ha secuestrado la democracia. Para poner fin a esa situación, Vox propone ocho consultas basadas en el artículo 92 de la Constitución, que establece que "las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo". Esa es la gran novedad. Desde el punto de vista político, parece una vía más bien inverosímil: una catarata de referendos sobre "soberanía energética", "inmigración", "educación", "igualdad", "ilegalización de partidos separatistas", "agua", "subvenciones" y "soberanía de datos".

El primer referéndum sería para decidir sobre el "futuro del modelo energético". El segundo, para frenar la "llegada masiva de trabajadores no cualificados procedentes del exterior", fenómeno que Vox vincula con la devaluación salarial. El tercero, para centralizar la educación. El cuarto, en defensa de la presunción de inocencia del hombre ante las leyes "de género". El quinto, para ilegalizar partidos independendistas, aunque defiendan sus ideas pacíficamente, algo de más que dudoso encaje constitucional que Vox ya intentó en 2020 con una ley. El Constitucional

El sexto, para garantizar agua en todos los territorios. El séptimo, para eliminar subvenciones a partidos, sindicatos y patronales, idea presentada como una especie de bálsamo de Fierabrás que lograría cuadrar las cuentas públicas, orillando así la cuestión fiscal. El octavo, para saber si los españoles aceptan que sus datos sean almacenados fuera del país. España Decide no habla de pensiones y apenas roza la fiscalidad para decir que ha habido un "aumento desproporcionado" de impuestos sobre "familias y empresas. No hay memoria económica ni cosa parecida.

Adrián Juste, de Al Descubierto, un centro de investigación sobre extrema derecha, afirma que España Decide, el supuesto gran proyecto de Viva 22, es una iniciativa extraña en Vox y sin tradición en su familia política. Juste lo atribuye a un deseo de retirarse el "aire de autoritarismo" que acompaña al partido, más aún desde la salida de Olona. A juicio de Juste, el resultado del evento ha sido deslucido, por la escasa asistencia y el "esperpéntico" desfile histórico, pero sobre todo por la pobreza de la propuesta política, que retrocede en contenido con respecto a la Agenda España presentada en el Viva 21.

Contradicciones a la vista

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Las contradicciones en el contenido a la vista. Por un lado, el encuentro ha dado visibilidad al sindicato Solidaridad, encarnación del ala obrerista Vox, que repite una y otra vez la palabra "soberanismo" y la vincula a una mayor capacidad para dar respuesta desde el Estado a las necesidades de los más desfavorecidos. Al mismo tiempo, el economista ultraliberal argentino Javier Milei soltaba desde el estrado que la "justicia social" es una "violenta" porque supone "quitarle a uno para darle a otro". La mera presencia de Milei es llamativa. Su discurso minarquista –partidario de un Estado mínimo, casi inexistente– y sus "¡viva la libertad, carajo!" le valieron una ovación de los asistentes, que en teoría deberían tener reparos ante un señor que defiende la venta de órganos como "un mercado más" y que responde "depende" cuando le preguntan si vería aceptable la compraventa de bebés. No parece lo más propio en un partido que coquetea con el integrismo ultracatólico. A juicio de Iago Moreno, su invitación ha sido más un "boca a boca" de Vox a Milei, "ahogado en Argentina por su defensa libertaria de la venta de órganos", que un favor de Milei a Vox.

De modo que el partido quiere ser a la vez soberanista económicamente y ultraliberal; y quiere encarnar una radicalidad plebiscitaria que niega a los demás, a los que incluso quiere ilegalizar. Además, persisten problemas políticos de fondo. Vox, a diferencia de Reagrupación Nacional en Francia o Hermanos de Italia, sigue sin adaptar su mensaje para intentar reducir la brecha de voto femenino; tampoco ha introducido ningún cambio estructural en su organización a raíz de la crisis interna por la salida/expulsión de Olona.

Uno de los puntos fuertes de Viva 22 ha sido el respaldo de líderes internacionales a Abascal, entre ellos Donald Trump (Estados Unidos), Viktor Orbán (Hungría) y Giorgia Meloni (Italia), los tres por vídeo, a los que se ha sumado in situ el primer ministro de Polonia, Mateusz Morawiecki, y el líder de la portuguesa Chega, André Ventura. Pertenecer a una familia política en ascenso brinda a Vox este tipo de réditos. También han enviado saludos otros miembros de la misma familia política como el chileno José Antonio Kast, nostálgico de Pinochet y derrotado en 202, y la expresidenta boliviana Jeanine Áñez, condenada a diez años de prisión por actuar contra la Constitución.

Si Vox fuera una persona, ¿sería más el economista Javier Milei, tan ultraliberal que defiende la venta de órganos como un negocio más, o algún aguerrido militante del sindicato Solidaridad, que presume de una vena obrerista?

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