El lector curioso que frecuenta los numerosos libros, folletos, prólogos y artículos que publicó Andreu Nin (1892-1937), sobre todo desde que volvió a Barcelona procedente de Moscú en 1930 para tratar de ganarse el sustento, pronto se da cuenta de que permiten configurar un perfil destacado de ensayista político que ha de completar el personaje más allá de sus representaciones habituales como revolucionario comunista y víctima del estalinismo en 1937. Mientras traducía sin descanso y asesoraba a la editorial Proa, no cesaba de redactar folletos políticos que han pasado, en general, desapercibidos. Escritos que forman una red conceptual teórica sólida en un momento de transición a la democracia de 1931.
Un ejemplo de esta capacidad analítica es el folleto Manchuria y el imperialismo, publicado en 1932, cuyo último párrafo tiene mucho de profecía: “El proletariado internacional no ha de olvidar, por otra parte, que es en el Extremo Oriente y en el Pacífico donde el peligro de guerra mundial es más inminente. Es allí, como hemos visto en el transcurso de estas páginas, que los antagonismos entre las grandes potencias capitalistas (Inglaterra, Japón, Estados Unidos, Francia) se presentan con un carácter más agudo. Una chispa puede hacer estallar el incendio en cualquier momento. Por esto el desarrollo de los acontecimientos en estas lejanas regiones está íntimamente ligado al del movimiento obrero revolucionario. De la capacidad de resistencia y de acción del proletariado internacional, del acierto de su máxima organización política, la Internacional Comunista, depende que en un próximo porvenir la lucha entablada conduzca a la derrota de la clase obrera o a su victoria sobre el capitalismo por la transformación de la guerra imperialista en guerra civil”.
De este fragmento niniano podemos inferir muy diversas conclusiones: en primer lugar, podríamos afirmar que la guerra empezó antes en Europa, cuando Hitler invadió Polonia en 1939, pero solo si no tenemos en cuenta que Japón llevaba en guerra con China desde 1937. El análisis de Nin parece describir mucho mejor el escenario de la Guerra Fría y los tiempos del Kominform, es decir, diez años después de que muriera. La Guerra del Pacífico y lo que ocurrió en China, Corea y Vietnam apoyan sus anticipaciones. En segundo lugar, Andreu Nin, que en 1932 era el principal hombre de la oposición trotskista en España, continúa considerando a la Tercera Internacional como a la principal fuerza revolucionaria obrera del mundo, de algún modo desligada de los excesos y errores de Stalin. El paso de dejar de querer corregir las direcciones comunistas oficiales para crear una posibilidad revolucionaria al margen de la experiencia rusa no lo realizaría hasta 1935. De hecho, Nin analiza la próxima guerra en términos puramente leninistas: lo que pasó en 1917 es que una guerra imperialista se convirtió en guerra civil destinada a implantar la dictadura del proletariado.
¿Quién hablaba de estos temas con esta soltura y este caudal de información en la España de 1932? Quizá algunos colaboradores de Revista de Occidente, como Marcela de Juan; los colaboradores de la revista Leviatán, con Luis Araquistáin al frente, o comentaristas veteranos como Antoni Rovira i Virgili, o quienes habían colaborado en el periódico orteguiano El Sol durante la década anterior, como Ramiro de Maeztu, Ricardo Baeza o Julio Álvarez del Vayo. Y algunos socios políticos y amigos de Nin, como Juan Andrade o Joaquín Maurín. O algún viajero audaz, pero llama la atención la cantidad de materiales internacionales que exhibía el políglota Nin en otros libros suyos de la época, como Los movimientos de emancipación nacional (1935), quizás su tratado político mayor, donde se citan fuentes rusas, alemanas, austríacas y españolas con una erudición notable. Pero nadie presentaba estos cuadros de estadísticas comerciales, monetarias y sociales como los que manejaba Nin.
Y, sobre todo, nadie se concede una tarima o tribuna tan solitaria y superior como la que construye Nin con su prosa pedagógica. Hay mucho orgullo, por no hablar de arrogancia, en alguien que afirma, ni corto ni perezoso, que ninguna de las organizaciones obreras del momento español tiene ni un ápice de validez histórica o asomo de eficacia. No se han relacionado estas palabras altivas con sus posibles consecuencias en 1935 y 1936, cuando a Nin le costó sudor y lágrimas llegar a un pacto satisfactorio con Maurín y el Bloque Obrero y Campesino, cuando le resultó imposible seguir colaborando con un Trotski cada vez más celoso y receloso, y cuando resultó totalmente imposible trazar alianzas con los sectores revolucionarios de la CNT o entenderse mínimamente en los primeros compases de la guerra con las formaciones afines a la Komintern soviética, el PCE y el PSUC. Esta necesidad de destacarse como teórico indiscutido (por otra parte tan contraria al talante afable y abierto del Nin en su trato personal) concuerda con el desconcertante y creciente aislamiento político que experimentó el vendrellense entre 1936 y 1937.
Estilo sintético y austero
Andreu Nin continuaba siendo maestro en los años treinta, tras su experiencia soviética. Pero había cambiado las aulas por los folletos políticos, que son sus lecciones. Solo si los consideramos desde este punto de vista comprenderemos su estilo sintético y totalmente austero. En Las organizaciones obreras internacionales (Madrid, Dédalo, 1933), leemos: “En la etapa actual de evolución del capitalismo, la economía sobrepasa las fronteras nacionales y forma un todo único mundial. La existencia de una economía nacional aislada, sin ninguna relación de dependencia con las demás, bastándose a sí misma, es hoy absolutamente inconcebible, tanto si se trata de un país capitalista como de un país en que la clase obrera haya tomado el Poder y construya los cimientos de una sociedad socialista, como es el caso de la URSS” (p.17). Imposible ser más pedagógico. Y es en estos párrafos rotundos donde se forja la prosa educativa niniana: “El capitalismo es internacional, pero la burguesía no es internacionalista, pues el régimen económico en que se basa no es la solidaridad, sino el antagonismo de los intereses”.
Estos folletos y prólogos de la etapa republicana no son tanto programas políticos como textos destinados a la creación de un público obrero español informado y exigente. Responden a una necesidad más enciclopédica que preceptiva. Buscaban suplir la evidente pobreza teórica de los productos impulsados por el PCE, y obviamente se tienen que relacionar con la fundación del Partido Obrero de Unificación Marxista en 1935, puesto que ese proyecto político se basaba en una concepción ilustrada y dinámica del marxismo-leninismo, limado de dogmatismos burocráticos estalinistas. En 1933, Andreu Nin había publicado un violento folleto titulado La huelga general de enero y sus enseñanzas, furibundo contra la totalidad de las fuerzas de izquierda que operaban en el país. Además de atacar al Gobierno republicano (calificando de “inefable” a Casares Quiroga) también acusaba al PCE de ser una fuerza muerta, a la CNT de carecer de madurez e incluso al BOC de Joaquín Maurín de apropiarse de las consignas comunistas de manera oportunista.
La solución propuesta por Nin era la creación de un arma o herramienta política capaz de liderar soviets y conducirlos a una victoria unitaria. Precisamente una obra divulgativa sobre los soviets, Los soviets: su origen, desarrollo y funciones, la había publicado en Valencia un año antes para ilustrar al público español sobre esta formación obrera espontánea que había triunfado en 1917. Evidentemente, esa herramienta colectiva de combate fue el POUM unos pocos años después. Lo cual nos conduce a la siguiente conclusión: todos estos escritos se tejieron como una red informativa básica para la formación de un auténtico comunista más allá de las consignas fosilizadas por la Tercera Internacional.
Ver másEl lápiz de la historia
En resumen, podemos presentar a Andreu Nin como un gran divulgador político, periodista, educador público e incluso historiador del pasado ruso, para no obsesionarnos tanto con su asesinato y con las circunstancia de la Guerra Civil. Hasta ahora se había ahondado en dos facetas: la de traductor y la de revolucionario profesional. Pero su figura ofrece más posibilidades. También es interesante saber qué escribió durante la Segunda República, qué misiones internacionales realizó en Países Bajos, Alemania e Italia al servicio de la Internacional Sindicalista, o incluso nos podemos interesar por su actividad pedagógica y su formación periodística antes de que se marchara a Moscú en 1921. Andreu Nin es una figura poliédrica clave para comprender el comunismo español, pero su comunismo monolítico no puede eclipsar a un personaje lleno de contradicciones y enigmas. El político y sindicalista convive con el pedagogo, el joven novecentista, el tertuliano, el lector voraz de novelas modernistas, el viajero incansable, el analista internacional, el bohemio anarquizante y el amante de las redacciones de periódico tronadas.
*Andreu Navarra (Barcelona, 1981) es escritor, profesor e historiador. Acaba de publicar ‘La revolución imposible. Vida y muerte de Andreu Nin’ (Tusquets).
*Este artículo está publicado en el número de octubre de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquíaquí
El lector curioso que frecuenta los numerosos libros, folletos, prólogos y artículos que publicó Andreu Nin (1892-1937), sobre todo desde que volvió a Barcelona procedente de Moscú en 1930 para tratar de ganarse el sustento, pronto se da cuenta de que permiten configurar un perfil destacado de ensayista político que ha de completar el personaje más allá de sus representaciones habituales como revolucionario comunista y víctima del estalinismo en 1937. Mientras traducía sin descanso y asesoraba a la editorial Proa, no cesaba de redactar folletos políticos que han pasado, en general, desapercibidos. Escritos que forman una red conceptual teórica sólida en un momento de transición a la democracia de 1931.