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Angelina Gatell, el ingenio de la protesta

La poeta Angelina Gatell en su casa de Madrid en noviembre de 2016.

1 Sí, es verdad, te gusta mucho la historia de Niebla. De alguna manera resume bien mi vida en dos palabras: poesía y disidencia. Yo acabé trabajando en una empresa de doblaje; eso me permitió ganarme la vida. Después te cuento. Ya en los años setenta nos llegó el encargo de preparar el ajuste y el doblaje de Heidi, la famosa serie japonesa de dibujos animados. Me responsabilicé de ajustar los diálogos y de doblar a algunos personajes. Y le cambié en nombre al perro. En el guión original se llamaba José y así pasó, por ejemplo, a la versión portuguesa. Pero yo dije que en España no era oportuno llamarle José a un perro y me dieron permiso para llamarle como quisiera. Claro, estaba pensando en el perro que Pablo Neruda encontró una noche de niebla en Madrid cuando iba a casa de Rafael Alberti. El perro siguió a Neruda, luego siguió a Neruda y Alberti, y al final se quedó en casa de María Teresa León y Rafael. Le pusieron el nombre de Niebla. Hizo la guerra con ellos, fue un resistente más en el Madrid republicano. Rafael Alberti cuenta que se perdió en la desbandada final, en Castellón, cuando ya salían hacia el exilio. A mí se me ocurrió la idea de hacerle un homenaje. Sí, cómo no, conozco el poema que le dedicó Rafael. Niebla es uno de los mejores poemas de la Guerra Civil. Después del éxito de Heidi, varias generaciones de perros en España se llamaron Niebla. Estábamos al final del franquismo y la gente no sabía que le estaban haciendo un homenaje secreto a la República. Después trabajé también en otras series como Marco o Érase una vez el hombre. Por cierto, esta última serie fue censurada. Seguro que la viste. Se trataba de un compendio de historia universal. Prohibieron los capítulos dedicados al descubrimiento de América y a la invasión de los Países Bajos. No estaba bien que los españoles se enterasen de algunas fechorías.

2 Ya has leído mis Memorias y desmemorias, claro. Nací en una familia pobre y combativa. Cuando se proclamó la República, mi padre nos llevó a mi hermano Josep y a mí a La Rambla para celebrar entre la multitud el acontecimiento. Te puedes imaginar que me llevó sobre los hombros, porque yo era muy niña y Barcelona una fiesta. Me han contado muchas veces las palabras de mi padre: “Quiero que mis hijos lo vean y no lo olviden”. Pues no lo he olvidado. Después vino el golpe de Estado y mi padre y mi hermano participaron en el asalto al cuartel de Sant Andreu, buscando armas para que el pueblo pudiera defenderse. Mi hermano era anarquista, muy amigo de Enric Casañas, sobrino de Simón Piera, uno de los fundadores de la CNT. Hizo la guerra en los batallones anarquistas de Durruti en Aragón y formó parte de un grupo guerrillero de sabotaje que se llamaba Petróleo. Preparaba incursiones en el territorio enemigo. Un día consiguieron quitarles a los franquistas 3.000 ovejas y pasarlas a la zona republicana. Mi hermano fue un ídolo para mí en la infancia. Al final de la guerra fue uno de los prisioneros de los campos de concentración de Francia, en Argelès. Consiguió después escaparse de los alemanes, saltando de un tren, y regresó a España para sumarse a la resistencia. Después salió al exilio, a Brasil. La familia, claro, estaba muy señalada y mi padre quemó después de la derrota todo lo que pudiese levantar sospechas, un Quijote, varios libros más y una bandera de Cataluña. Después prefirió dejar la casa de Santa Coloma para ir a Valencia en 1941. Puso un comercio humilde de objetos usados y ropa. Tratábamos de sobrevivir, pero seguíamos con nuestra conciencia política. Recuerdo que, de vez en cuando venía un hombre y se llevaba un saco de ropa. Yo preguntaba curiosa; mi padre no daba explicaciones. Cuando dejó de ir a la tienda, pregunté por él y me enteré de que lo habían matado los guardias civiles. Era un enlace del maquis, la ropa era para los guerrilleros.

3 Cuando ya estábamos asentados en Valencia, viví siendo una jovencita esa historia de amor que aparece en la primera parte de Ceniza en los labios. Sí, creo que tienes razón, puede ser uno de mis mejores libros de poemas, gracias. Era un chico granadino, de Las Alpujarras, que había conocido a García Lorca y que había hecho la guerra con Franco. Al acabar de teniente quiso dejar el Ejército, pero le ofrecieron un puesto en la Brigada Criminal como inspector. Yo hacía el bachillerato en una academia nocturna. Las relaciones entre jóvenes eran entonces muy distantes. Se había hecho amigo de mi padre. Como el barrio era conflictivo, él me esperaba en la plaza del Caudillo. Cuando me veía salir de la academia, me seguía sin hablar y a distancia para defenderme de cualquier agresor. Se despedía con un saludo a lo lejos cuando llegaba a casa.

Además de estudiar, yo había empezado a colaborar con el Socorro Rojo Internacional. Me metió en la organización la hermana de la portera de casa. Había pasado años en la cárcel de Ventas en Madrid y había conocido a las Trece Rosas. Por ella me enteré de su ejecución, que me dio más razones para comprometerme. Mi misión era recolectar dinero para ayudar a los presos y pasárselo a otra chica que hacía de enlace. Quedábamos en una plaza, me sentaba junto a ella y le daba el sobre. Una tarde llegaron dos policías cuando ella se acababa de esconder en el escote el sobre que yo le había dado. La chica salió corriendo con tan mala fortuna que la mató un camión mientras cruzaba la calle. Fue terrible. Los policías me retuvieron. ¿Qué le has dado a la chica? Nada. Hemos visto un sobre blanco. Es un sobre vacío que llevo en el bolso para abanicarme; es este. ¿Y qué hacías aquí? Esperando a mi novio. En ese momento apareció mi pretendiente policía. Aunque los policías eran de la Brigada Político Social, lo reconocieron, porque sus oficinas estaban en el mismo edificio, en un palacio de la calle Samaniego. ¿La conoces? Sí, soy su novio. ¿Respondes de ella? Claro. Así que ya ves, la vida castiga mucho, pero también da sorpresas. Me dejaron libre, pero mi amigo pidió que le contara toda la verdad. Llevo mucho tiempo siguiéndote y he visto cosas muy extrañas. Yo le conté la verdad, sin dar nombres. Y él dijo que me quería ayudar. Tenía una mala conciencia muy íntima; su padre había hecho muchas barbaridades en su pueblo y quería compensar su historia de alguna manera. Le pedí que me ayudara en una red de legalización de documentos. Y lo hizo. Entonces no había DNI; eran cédulas de identidad. Aprovechaba descuidos para entrar en las oficinas de la Brigada Político Social, sacaba documentos vacíos; yo los rellenaba en una academia de mecanografía, y él volvía a la Brigada para aprovechar otro descuido y sellarlos. Eran documentos legales que utilizó mucha gente para entrar y salir de España; entre otros, mi hermano cuando consiguió volver. Mi amigo policía me comentaba: niña, por ti me van a matar. ¿Quieres que te lea ese poema? “Atravesados por el miedo, / indefensos, perdidos / en la ciudad que se llamó posguerra…”.

4 En Valencia empecé a dedicarme a hacer teatro de manera semiprofesional. En ese mundo conocí a mi marido, Eduardo Sánchez, que era director y actor. Formamos con algunos amigos una Agrupación de Teatro y Ensayo y después otro grupo llamado El Paraíso, no por la cuestión religiosa, sino porque era el lugar de los teatros dedicado a los más pobres. Allí estrené una obra de Buero Vallejo, Palabras en la arena, y él me animó a que me viniese a Madrid. Yo había empezado también a escribir poesía. En 1954 me dieron el Premio Valencia de Poesía, un premio importante que promovía el Instituto Alfonso el Magnánimo. Al año siguiente se publicó el libro Poema del soldado. Hubo un poco de jaleo. No era normal que entonces ganaran premios las mujeres. Si no recuerdo mal Carmen Conde y Concha Zardoya habían ganado un accésit en el Premio Adonais. Pues resulta que el Premio Valencia lo ganamos mujeres tres años seguidos. En 1952 lo ganó una poeta gallega, no recuerdo su nombre; en 1953, María Beneyto, una gran amiga, con el libro Criatura múltiple, y yo al año siguiente. Al abrirse la plica, una parte del jurado dijo que no se podía dar otra vez el premio a una mujer. Menos mal que formaba parte de ese jurado Josefina Salvador, la violinista y pedagoga, una mujer firme que amenazó con denunciar el cambio del resultado una vez que se había abierto la plica. Al publicarse el libro, hubo también quien se incomodó. El fondo del Poema del soldado es una carta que se encuentra en el bolsillo de la guerrera de un soldado muerto, carta dirigida a los padres de otro soldado que había matado él mismo en una lucha cuerpo a cuerpo. El libro tiene un tono imprecatorio ante los designios de Dios con una perspectiva de agnosticismo absoluto. Recuerdo que me hizo una entrevista Vicent Andrés Estellés, el gran poeta valenciano, que era también periodista.

Las mujeres sufríamos cosas increíbles en el machismo de aquella época. Poco después de casarme fui con mi marido a hacer unas cosas a Melilla y nos recibió un señor, un árabe, en su casa, en una reunión al parecer importante. Yo pregunté que dónde estaban las mujeres y me dijo que no eran como yo, que estaban en el corral, porque las mujeres allí eran como las bestias. A mí me resultó intolerable, dije que me iba al corral con ellas, que también era yo una bestia. Mi marido se enfadó, pero yo no he querido, no he podido, callarme nunca. Eso lo pagué en Valencia y en Madrid. No guardar silencio era un riesgo. Me contrataron una serie de artículos para un periódico de Valencia: hablé sobre la vida de las mujeres en Marruecos y, además, se me ocurrió decir que Ceuta y Melilla no eran españolas, sino ciudades marroquíes. Se cortó la colaboración, desde luego.

5 Decidimos venirnos a Madrid. ¿Te acuerdas de Francisco Ribes, el de la Antología consultada? Muy amigo nuestro; él y su mujer, María de Gracia Ifach, la primera biógrafa de Miguel Hernández. El negocio de Paco en Valencia se había arruinado, vino a trabajar a Madrid y escribió a mi marido diciéndole que había encontrado para él un trabajo en la Editorial Cid. Para acá nos vinimos. Yo quería abrirme paso como actriz en el teatro y en Televisión Española, pero enseguida me di cuenta que no me iban a poner las cosas fáciles. Estaba significada políticamente. Por eso me fui distanciando del teatro, aunque hacía algunas cosas, y me refugié en la poesía y en el mundo del doblaje. Algunas amigas como Carmen Conde me buscaban colaboraciones en editoriales. Y escribía poesía: tú conoces los poemas de Esa oscura palabra y Las claudicaciones, mis libros de los años sesenta. Iba al Gijón, hablaba con Gerardo Diego, García Nieto, Manrique de Lara, Leopoldo de Luis. Con algunos poetas tenía sólo amistad; con otros había también complicidades políticas, como con Ángel González. Una vez fuimos juntos a la Complutense, a participar en cualquier jaleo. Tuve que saltar por la ventana para huir de la policía, salimos pitando en un coche amarillo que tenía Ángel.

6 Las cosas se pusieron serias cuando firmé el manifiesto de los intelectuales en protesta por la represión bestial de los mineros de Asturias. Una carta dirigida a Fraga Iribarne y firmada por 103 intelectuales. Era octubre de 1963. Fue una conmoción. A mí me llamó Robles Piquer, que era cuñado de Fraga y director general de Información. Recuerdo que llegué a Nuevos Ministerios y crucé un salón de visitas y una sala llena de secretarias y mecanógrafas. En vez de en su despacho, me recibió en el de Fraga y me pidió que me retractase. Si quitaba mi firma, trabajo asegurado en televisión y dinero para una casa en la sierra; si no me retractaba, tendría que hacerme cargo de las consecuencias. Yo me negué y la situación se puso tensa. Él me dijo que si contaba fuera del Ministerio esa conversación diría que no había existido. Contesté que quizá algunas personas de su familia se retractarían, pero que yo no era como los de su casta. Y añadí que si él decía que yo había hecho esa afirmación, también diría que era mentira. No hizo falta que yo contase nada. El Partido Comunista debía tener dentro del ministerio algún espía, porque esa misma noche se contó la escena en Radio España Independiente. Al poco tiempo, se publicó también la historia en la revista Ibérica, la que dirigía Victoria Kent desde el exilio en Nueva York. Me enteré que hicieron presiones para que me echaran de la empresa de doblaje, SAGO. Pero Francisco Sánchez se portó muy bien, dijo que yo cumplía con mi trabajo y que no iba a prescindir de mí. Era de izquierdas. Resistí y con él estaba trabajando todavía, cuando llegó la serie Heidi con su perro Niebla.

7 Fue también duro el enfrentamiento con Adolfo Suárez. ¿Te lo he contado? A veces me llegaba algún encargo de TVE o yo les colocaba algún proyecto. Hice una serie de cinco capítulos sobre Marie Curie en 1964. Se rodó, se anunció el lunes en el que se iba a proyectar el primer capítulo; me bajé a casa de una vecina, porque no tenía televisión. Pero no se proyectó. Pregunté, me dijeron que cosas de censura. ¿Qué pasa? ¿Las mujeres no pueden sobresalir tampoco en la ciencia? No, es que tú firmaste un manifiesto y algún amigo te ha delatado, ha recordado que la guionista era la firmante. En fin… Lo peor de todo fue que a los dos años una amiga me avisó: oye, que se ha puesto el primer capítulo de tu serie en televisión, pero firmada por un tal Texeira. Llamé a Carmen Conde, me dijo que corriera a entregar los guiones en el despacho de un notario y que hablase con un abogado. Yo pensé en Tierno Galván porque ya nos habíamos conocido en alguna reunión. Tenía el despacho en la calle Marqués de Cubas, en el número 6. Allí vivía también Aurora de Albornoz. Claro, sí, cuando tú conociste a Aurora vivía ya en la calle México. Pero entonces vivía en Marqués de Cubas, junto al despacho de Tierno. Es verdad, Francisco Ayala vivía también en el mismo edificio. Yo le expliqué a Tierno que me había inventado unos personajes no reales para dramatizar la biografía de Curie y que tenía una carta de su hija Irene dándome permiso para utilizar esos personajes ficticios. Siempre he sido muy escrupulosa con los derechos de autor y con las variaciones. Al enterarse de esa carta, Tierno me dijo que lo teníamos ganado.

Llamó al director de Televisión Española, me recibió y me presentó a Adolfo Suárez que era entonces responsable de programación. Después de exponerle el caso, me pidió excusas, pero comentó que cualquiera puede hacer una biografía de Madame Curie. Insistí en que esos guiones eran míos y que tenía una carta de Irene Curie dándome permiso para utilizar personajes inventados. Entonces Suárez me amenazó: mire, si usted tiene un abogado como Tierno Galván, yo tengo televisores en todos los hogares de España y puedo desacreditarla para siempre. Tampoco me callé, le dije que yo no era nadie, pero que él no tenía crédito ninguno para desacreditarme a mí. Al final me pagaron los derechos y pusieron una rectificación con mi nombre. El tal Texeira me contó después que Suárez le había mandado firmar mis guiones. Esa no se va a atrever a rechistar, le dijo, porque es comunista. Mucho tiempo después, ya en la democracia, coincidí con Adolfo Suárez en una recepción. Se me quedó mirando y me preguntó si nos conocíamos. Respondí que nos había presentado Marie Curie. Al principio se desconcertó bastante, pero debió hacer memoria, porque cuando se marchaba vino a despedirse, me acarició la mejilla y me preguntó: bueno, ¿pelillos a la mar? Le dije que sí, que pelillos a la mar, pero que gente como él se había cargado mi vida.

8 El doblaje es una tarea muy dura. Por eso derivé poco a poco hacia el ajuste de guiones y la traducción. Desde luego estoy muy agradecida al gran Paco Sánchez, uno de los pioneros del doblaje en España. Yo tenía que trabajar y en ORO FILMS y SAGO encontré el apoyo necesario. Lo que pasa es que el trabajo de doblador te exige la despersonalización. Para meterte en un papel tienes que renunciar a ti misma, te automatizas, pierdes sin darte cuenta tu propia identidad. Es una buena metáfora de las consecuencias que imponen la falta de libertad, la discriminación y el olvido. Por eso le dije a Suárez que se había cargado mi vida. El franquismo fue duro; yo no separo la condición de los hombres y de las mujeres, pero es indudable que las mujeres hemos cargado, además, con una discriminación especial. Eso legitima una expresión propia frente a temas comunes. ¿Tú que piensas? La antología que publiqué en la editorial Bartleby, Mujer que soy. La voz femenina en la poesía social, quiso reivindicar nuestro testimonio en los años cincuenta. Ha habido un doble silencio. Yo ahora no puedo quejarme, Bartleby ha publicado antologías de mis poemas y libros nuevos como Cenizas en los labios. Incluso se ha recuperado la antología de poetas españoles que preparé para protestar contra la guerra de Vietnam. La ha publicado Visor.

9 Sí, es otra historia increíble. Estuve más de un año preparando la antología Con Vietnam; la terminé en 1968. Fue un encargo del partido Comunista. Yo no he militado en el PCE, pero he colaborado muchas veces. Fui muy amiga de Armando López Salinas. Sólo he militado en el PSOE, soy militante del PSOE porque ya en la Transición me convenció Enrique Tierno Galván. Pero la antología fue un encargo del Partido Comunista. Colaboraron muchos poetas, hasta Gerardo Diego, que era amigo mío. También, claro, Vicente Aleixandre, Alberti, Ángela Figueras, Celaya, Blas de Otero, Aurora de Albornoz, Ángel González… Pero la censura la prohibió. Se ha podido publicar ahora porque el profesor Julio Neira la encontró en el archivo de la censura. De la manera más inesperada, también han aparecido en mi casa las cartas y los borradores que guardaba en una carpeta que daba por perdida. Estaba ahí, en el bajo de ese mueble, debajo de papeles de mi marido. La policía no debió verla cuando nos detuvo y nos requisó algunas cosas. Mira, es el mueble que compré con parte de los derechos de la serie sobre Marie Curie.

Yo no he estado en la cárcel, no me pongo medallas. Sólo me han detenido dos veces. Por seis horas, cuando la detención masiva de mujeres, y después 24 horas en un asunto disparatado en relación con la bomba de la calle del Correo en 1974. Sobre ese tema prefiero no hablar, porque hubo gente que nos la jugó. Sólo me dieron dos bofetadas y me rompieron las gafas. Pero no me echo plumas; eso no es haber estado en la cárcel. Fui muchas veces a las puertas de la cárcel para llevar ayuda a los presos, eso sí. En la segunda detención, la policía sacó a relucir el asunto de la antología sobre Vietnam, ya ves.

10 Se han derrumbado muchas cosas y se siguen derrumbando. Soy muy mayor, pero todavía no me acostumbro. Me gusta poco lo que ocurre, pero sigo cuidando mis ilusiones. He escrito un libro de poesía en catalán. Se llama La veu perduda. Un sobrino mío es profesor de catalán y me ha ayudado a evitar errores. ¿Sabes? Yo salí de Barcelona a los 14 años, después de la guerra. Es lógico que tenga dudas. Otro recuerdo: era yo una niña, hablaba catalán en el fondo de un autobús y un policía vino a pegarme dos tortazos. Muchas de las cosas que han pasado tienen su explicación. Otras cosas tienen menos explicación, como mi fibrosis pulmonar. Yo no he fumado nunca o sólo por exigencia del papel en algunas funciones del teatro. He sido poco menos que una monja. Ahora me gustaría cerrar mi mundo poético con un libro en catalán. Estoy yo misma haciendo las traducciones para que se publique bilingüe. El título se lo debo a Salvador Espriu: La veu perduda. Cuando leyó mis poemas en castellano, dijo “lástima que nuestra lengua se haya perdido una voz”.

  LA POESÍA

Entró en mi casa y sigilosamente

se instaló entre mis cosas.

Nadie la vio llegar ni advirtió su presencia.

Ya tan sólo recuerdo una inquietud vivísima

una violencia indescifrable

lastimando un sosiego desde siempre inseguro.

No hubo por mi parte objeción, resistencia,

ni nada que impugnara su aparición fortuita.

Y de este modo,

clandestina, se hizo dueña del aire,

del pan, del agua, de mis ojos,

de mi respiración…

Impune, implacable fue llenando

mi corazón con su desorden.

En tan mínimo espacio puso tristeza y gozo,

fundió la claridad con la tiniebla,

valor y miedo

vertió con gesto sibilino

en una misma copa;

abrió puertas, ventanas, descorrió visillos,

plantó en mi huerto su árbol,

esquivó, solidario, amoroso, rebelde,

y me colmó las manos de dones y vacíos.

Y me dejó viviendo

Angelina Gatell y los límites del silencio

Angelina Gatell y los límites del silencio

en soledad, con ella. Angelina Gatell

*Angelina Gatell (1926-2017) dejó el testimonio de sus recuerdos en 'Memorias y desmemorias' (Fundación AISGE, 2012). Militante antifranquista, actriz y poeta, publicó una antología de su obra con el título 'En soledad, con ella' (Bartleby Editores, 2015). Acaba de publicarse 'Con Vietnam' (Visor, 2016), un libro que la censura prohibió en 1968 y en el que recogió la voz de los poetas españoles contra aquella intervención imperialista. Su calidad poética resulta hoy imprescindible para conocer la voz discriminada de las mujeres en ese país que se llamó posguerra.*Luis García Montero (Granada, 1958). Profesor y escritor, ha cultivado varios géneros, sobre todo la poesía. Autor de una amplia obra, la memoria histórica ha ocupado buena parte de su literatura. Su último libro publicado es 'Un lector llamado Federico García Lorca' (Taurus).Angelina Gatell

Luis García Montero'Un lector llamado Federico García Lorca'

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