Cumplir años como ciudadano significa comprender que el contrato social también tiene mucho de contrato temporal. Y no se trata sólo de asumir que las constituciones no son libros sagrados, intocables, que se cierran para siempre en un propio ser, sino obras en marcha obligadas a responder ante los cambios y las necesidades de su sociedad. Hablamos de algo más íntimo que afecta a las experiencias de la vida, una toma de conciencia sentimental ante el paso del tiempo y de la historia. Lo que nos ha hecho se deshace y a veces resulta difícil sostenerse en una tierra quebradiza.
La dificultad de los diálogos generacionales tiene mucho que ver con las inquietudes acentuadas en cada monólogo interior.
El Prometeo viejo se pregunta si hizo bien en entregarle el fuego a los seres mortales y el Prometeo joven, además de sus propias incertidumbres, puede justificar sus dudas con el espectáculo de perversión y fracaso sufrido por sus antepasados. Los contratos sociales no son indefinidos ni por lo que se refiere a las obligaciones públicas, ni por todo lo que llueve y luego se seca o se hace barro en la intimidad.
Por eso conviene elaborar un manual de instrucciones para la supervivencia, un equipaje que le sirva al Prometeo anciano de herramienta a la hora de mantener su compromiso con la sociedad y de participar en los cambios que necesita el mundo joven sin traicionar su razón y los sentimientos de su ser. Esas instrucciones esconden el deseo de seguir participando de un contrato social, un marco de convivencia, cuando el suyo parece superado por los acontecimientos.
Y los acontecimientos han acelerado en las últimas décadas sus transformaciones hasta el punto de convertir la prisa y la caducidad en una realidad normalizada. Son muchas las realidades normalizadas, aunque sometidas también a los procesos de caducidad, que afectan a las crisis de valores y a nuestros contratos con la política y con la vida. Si antes era muy oportuno estudiar los intereses de los grandes grupos mediáticos a la hora de controlar el mundo en favor de sus intereses, las redes sociales crean ahora dinámicas en las que dos o tres conspiradores pueden generar tendencias en favor de sus propias obsesiones. Hay que darle la razón a quien piensa que esos conspiradores de bolsillo acaban siendo controlados por los grandes grupos, pero en el camino dejan puesto en el espacio público de las redes lo que antes se escondía en los márgenes o bajo el pudor de la convivencia.
En vez de democratización en el diálogo, abriendo puertas de opinión a las minorías, se ha provocado un proceso de descrédito de cualquier opinión y un uso cotidiano de impactos para normalizar el furor de las identidades cerradas, el racismo, los discursos de odio, la violencia encarnada en palabras. No es que la voz de los silenciados se integre en el contrato social, es que el contrato social se desarticula, se fragmenta en sectores irreconciliables. Después de escuchar muchos discursos políticos en el parlamento, lo normal es sentir que no es normal lo que se dice. Pero, por desgracia, se ha normalizado la anormalidad, y no como democratización de la diversidad, sino como extorsión, como exceso que dinamita la convivencia entre personas diferentes. El individualismo pone en duda el sentido del contrato social, algo que se facilita por la generalización de situaciones de desamparo, es decir, de contratos sociales que han perdido autoridad para defender el derecho de las mayorías. Sus renuncias envenenan sus cimientos. Demasiada carne de cañón en nuestras sociedades. Los desencantos del Prometeo anciano se sientan a dialogar con la experiencia de individualidad del Prometeo joven que se siente solo y sin el amparo de un bien común ante las furias de Zeus.
Este diálogo generacional resulta complicado porque el poder convertido en costumbre, o la costumbre del poder, lleva muchos años invirtiendo grandes sumas de dinero en analfabetismo entre jóvenes y ancianos. El peligro no es que el contrato social esté viejo y haya que retocarlo, sino que deje de tener función la idea de contrato social en un mundo en el que la libertad se ha identificado con la ley del más fuerte. El sentido de pertenencia deja así de responder al bien común de un contrato, depende únicamente de las obsesiones cultivadas, de las nuevas formas de superstición, eso que Donald Trump llamaba “realidades alternativas” para legitimar su tendencia al bulo. El costumbrismo de no pensar el mundo, de no enterarse de las amplitudes de la realidad, facilita la consideración del otro como un enemigo y sustituye los diálogos por el griterío.
El amor no es eterno, pero mientras dura se vive con la verdad honesta de la eternidad. Y cuando hacen falta cambios o rupturas, el buen amor ayuda a comprender las cosas
Ver másSiempre nos quedará Camus (o el periodismo)
Prometeo necesita un manual de instrucciones porque quiere seguir manteniendo su conversación con el mundo. Para eso es imprescindible escuchar a los jóvenes, comprender los cambios, las ilusiones y las pérdidas de ilusión. ¿Qué puede decir? Eso depende de lo que sepa escuchar. El Prometeo democrático y anciano sabe que el compromiso con un orden justo depende de que el derecho a la libertad no se separe del derecho a la igualdad. De ahí que reconozca los peligros de no distinguir entre deseos y derechos, pasiones de consumidor y demandas cívicas, mostradores en los que el cliente siempre tiene razón y libros que ayuden a conocer un mundo ancho y ajeno. El manual de instrucciones de un Prometeo empeñado en mantener el fuego de los seres mortales no supone un conjunto de mandamientos y certezas, sino un equipaje que necesita ser facturado para navegar de manera honesta por un tiempo de incertidumbres.
Dudas precisas para encontrar el modo de seguir firmando el contrato de la libertad y la igualdad. ¿Y la fraternidad? Son tiempos tan difíciles que Prometeo necesita superar la fraternidad para hablar de amor. Un contrato social es una apuesta por los cuidados y no hay mejor manera de reconocer los cuidados que en la experiencia del amor. El deseo es aquí inseparable de la necesidad de cuidar y de ser cuidado. Buena perspectiva para abordar un sentido de pertenencia que articule lo privado y lo público. El amor no es eterno, pero mientras dura se vive con la verdad honesta de la eternidad. Y cuando hacen falta cambios o rupturas, el buen amor ayuda a comprender las cosas.
Lo importante es seguir manteniendo el fuego de las conversaciones sobre Zeus y su poder, pensar el paso del tiempo, la fuerza del coro y de la conciencia propia, el amor, la hostilidad, las navegaciones…
Cumplir años como ciudadano significa comprender que el contrato social también tiene mucho de contrato temporal. Y no se trata sólo de asumir que las constituciones no son libros sagrados, intocables, que se cierran para siempre en un propio ser, sino obras en marcha obligadas a responder ante los cambios y las necesidades de su sociedad. Hablamos de algo más íntimo que afecta a las experiencias de la vida, una toma de conciencia sentimental ante el paso del tiempo y de la historia. Lo que nos ha hecho se deshace y a veces resulta difícil sostenerse en una tierra quebradiza.