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Siempre nos quedará Camus (o el periodismo)

Portada del diario 'Combat' del 1 de septiembre de 1944, donde se da cuenta de la entrada de las tropas británicas en Amiens. En la parte inferior derecha, artículo de Albert Camus sobre la reforma de la prensa.

Cuando hablamos o escribimos sobre periodismo, solemos citar siempre a Kapuscinski, a García Márquez, a Ben Bradley o a Gay Talese. Imprescindibles. Pero discúlpenme: todo o casi todo lo que más nos debería importar está en Albert Camus. Intentaré explicarlo, pero déjenme que empiece por contar una simple anécdota que tiene mucho que ver con el nacimiento de infoLibre y con este Especial número 100 de tintaLibre.

Primavera de 2012. Un grupo de apasionados periodistas, heridos y casi derrotados tras el cierre del diario Público en papel (Manuel Rico, Juan Carlos Ortiz, Yolanda González, Fernando Varela...) nos lanzamos a imaginar un medio capaz de esquivar cualquier tipo de presión política o financiera, un intento sincero de rescatar la credibilidad perdida, de rechazar los sectarismos o la falsa equidistancia, de reivindicar con transparencia un periodismo fiable más allá de si el vehículo era digital o de papel, de defender la ¿obviedad? de que el derecho a la información es de la ciudadanía, no de los intermediarios, y precisamente por eso había que compartir el proyecto con lectores y lectoras comprometidas, tanto en el objetivo como en la propiedad misma del medio.

Procuramos hacer autocrítica y mirar con humildad alrededor. ¿Qué hacían en otros lugares del mundo los y las periodistas para defender el buen periodismo en la era digital? Ahí estaba Mediapart, y su fundador, Edwy Plenel. Nos citamos en París y conversamos unas cuantas horas sobre la salud del periodismo, la revolución digital, el panorama mediático galo y el español, la globalización y la solidez/debilidad de la democracia. Ellos hablaban francés y nosotros español, pero compartíamos no sólo una buena amiga e intérprete (Mariola Moreno) sino el lenguaje del periodismo. Y apareció Camus. Hay referentes éticos, ideológicos, políticos o morales que unen más que cualquier secreto incómodo o el más eficaz pegamento. Sobre todo cuando esos referentes transmiten raíces comunes y objetivos tan justos como plurales. Si el periodismo es “el oficio más hermoso del mundo”, es sólo en el sentido que lo ejerció Albert Camus. “Hace casi un siglo de eso”, reprochan los adalides de estos tiempos de aceleración, modernidad, improvisación, de esa espectacularización que ellos siguen considerando periodismo y que tan a menudo se confunde con lo que resulta ser puro negocio especulativo.

Anotemos bien las fechas. Años treinta y cuarenta del siglo pasado. Informando y opinando desde la clandestinidad contra el fascismo, y después contra todo tipo de equidistancias, sectarismos e intereses acomodaticios. En los artículos y editoriales sin firma de Combat, de Le Soir Républicain..., en su Manifiesto del periodista (inédito hasta 2012) figuran los ingredientes de la única (o al menos más honesta) receta sobre el periodismo necesario y obligado en términos cívicos y democráticos

Cuando me hablan de los valores de la Ilustración para reivindicar el buen periodismo, yo saco la pistola del pensamiento de Camus. Y hasta me atrevo a concretar diez mandamientos (con perdón desde el laicismo) que nunca deberíamos olvidar al ejercerlo (en papel, en formato digital, en tres dimensiones o en las que nos vayan avasallando desde la globalización robótica):

1.- Respeto máximo a los lectores. Vale para lo que otros llaman usuarios, espectadores u oyentes. También para el ejercicio de la política. Lo cual no equivale, ni mucho menos, a ese populismo crematístico que nos invade. “Darle a la gente lo que quiere... aunque no sepa lo que quiere” era el lema de Roger Ailes, el fundador de Fox News, el inspirador de Steve Bannon o de Miguel Ángel Rodríguez (el asesor áulico de Isabel Díaz Ayuso). En la ética camusiana se trata precisamente de lo contrario: “Un periodista es alguien al que, como mínimo, se le exige tener ideas”. No somos robots. Hace sol o llueve. Sorber y soplar a la vez, no puede ser. 

2.- Autocrítica permanente del oficio. Sí, el periodismo es (también) un oficio, “el más hermoso del mundo”, que exige todas las reivindicaciones de dignidad de cualquier otro oficio esencial para la convivencia. Si practicamos un corporativismo opaco que disimula todo tipo de errores, lagunas e intereses, nos cargamos la materia prima del (mal) llamado “cuarto poder”: la credibilidad. Es obligatorio rectificar (sin disimulos) cuando nos equivocamos. ¿Quién te va a creer si presumes de no equivocarte nunca?

3.- Calidad en lo que hacemos. Sostenía Camus que “un país vale a menudo lo que vale su prensa. Y si es cierto que los periódicos son la voz de una nación, estábamos decididos, desde nuestro puesto y en nuestra humilde medida, a elevar este país elevando su lenguaje”. El dogma neoliberal de los menores costes y el máximo beneficio ha contaminado también a la empresa periodística. No es un negocio cualquiera. De hecho, no debería ser siquiera prioritariamente un negocio lo que es en esencia un servicio público. Sin rodeos: si se exigieran escrupulosamente las condiciones que debe cumplir en España una televisión en abierto para emitir, estarían prácticamente todas cerradas.

4.- Verificación, comprobación, contraste de los datos. Es decir, rigor en el oficio de informar. Lo reclamaba Camus y lo exige cualquier ciudadano o ciudadana demócrata que contribuye al bien común. Informar no consiste en hacer ruido, en provocar pulsiones emotivas de cualquier signo, en incitar al amor o al odio... Informar consiste en distinguir los hechos y las opiniones, y en garantizar que los hechos están respaldados por datos contrastables, fiables, no interesados ni sectarios.

5.- Humildad, por encima de todos los egos. Valoremos el dato de que la fama en los años treinta significaba algo muy diferente a lo que hoy significa. Pero Albert Camus ya observó su daño. Que te reconozcan por la calle o te regalen portadas de revistas no significa que tengas razón. Más bien es probable todo lo contrario: cuanto más te adulen, más equivocado puedes estar. El mejor periodismo es el que está dispuesto a rectificar de inmediato sus errores. Sin vanidades ni papanatismos.

6.- No se trata de informar el primero, sino de informar mejor. Sí, lo habrán leído y escuchado mil veces, pero el primero (o uno de los primeros en reivindicarlo), fue Camus. Vivimos tiempos acelerados, convulsos, entregados al negocio del espectáculo antes de la comprobación de la veracidad. Y cada peldaño que escalamos en la demagogia, caemos más bajo en la calidad de la convivencia. Frente al ruido, el pensamiento, una pensada, la calma, la prueba del algodón de cualquier tipo de exageración rentable para intereses privados.

7.- Independencia económica de la prensa. Da igual que se trate de una cabecera digital, en papel o mixta. Lo que Camus define como “periodismo crítico” sólo es posible (hace un siglo y ahora mismo) si la plataforma en la que se escribe o habla depende fundamentalmente de sus lectores, oyentes, espectadores o (disculpen el término) usuarios. Digámoslo de otra forma: o usted paga por la información que recibe, o habrá otros intereses que sostendrán el invento. Créanme, no es chantaje: quienes sostienen esa entelequia de que hay quien patrocina medios de modo filantrópico, deberían simplemente hacer pública su cuenta real de resultados.

8.- Refractarios a todo sectarismo o dogmatismo. ¿Alguien conoce a alguien que en un debate parlamentario o televisivo haya dicho que se ha equivocado? ¿Que da la razón al otro porque le ha convencido con argumentos solventes? Albert Camus lo hizo ante su íntimo adversario François Mauriac: “Usted tenía razón. Ajusticiar el colaboracionismo es injustificable”. Traigámoslo al día de hoy: ¿acaso el traidor es Casado cuando Ayuso se niega a explicar su documentado nepotismo? Necesitamos perspectiva frente a la aceleración: no perdamos de vista el retrovisor. La almendra del cataclismo en el PP es la fundamentada sospecha de nepotismo en la Comunidad de Madrid. Y lo grave es la rendición evidente de los denunciantes: si usted pregunta por las presuntas irregularidades, puede costarle el cargo, cuando debería comportar una medalla. (Pregúntenle a Pablo Casado, sin ignorar todos sus muchos errores).

9.- Periodismo de ideas. Pongámonos en la piel de Camus y sus contemporáneos. Internet no estaba en el horizonte ni siquiera de la distopía. Pero estaban los principios: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación en el ejercicio del periodismo independiente y honesto frente a la intolerancia, el autoritarismo y el negocio especulativo. ¿Quién daba/da más?

10.- Guerra contra la banalidad. Imagínense: no sólo no existía Internet, tampoco la televisión privada, las plataformas digitales, el streaming, YouTube... Pero Camus ya vaticinaba hace poco menos de un siglo que el gran peligro que corría el periodismo honesto era sobre todo su batalla contra el negocio del entretenimiento, de la banalidad, de ese “opio del pueblo” que no tenía por qué reducirse a la religión o el fútbol. 

Cien números, casi una década después, aquí seguimos. Sin acritud y sin aspavientos: nadie daba un euro por esto. ¿Apostar por el periodismo en papel cuando está muerto y es absurdo “poner puertas al campo digital”? Craso error. No queríamos poner puertas al campo, sino abrir ventanas al periodismo honesto. A echar una pensada y un par de vueltas al permanente ruido. Continuemos... juntos. 

Lecturas sugeridas: 

- Albert Camus, periodistaDe reportero en Argel a editorialista en París (Editado por libros.com). Por María Santos Sáinz .

La noche de la verdad. Los artículos de Combat (1944-1947), por Albert Camus. (Debate).

Combate por una prensa libre (Editado por Edhasa). Por Edwy Plenel, presidente y fundador de Mediapart, socio editorial de infoLibre.

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