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Delphine de Vigan: “Siempre hemos necesitado contarnos a nosotros mismos”

La autora en la ceremonia de apertura del Festival de Cine de Deauville en septiembre de 2021.

Tener que publicar su primer libro con seudónimo por miedo a su padre ya es un comienzo problemático.

Sí, fue problemático. Pero era por no inquietarle. Días sin hambre hablaba de una joven anoréxica, una novela en gran parte autobiográfica, y me pareció menos violento para mi padre, porque llevo su apellido y contaba parte de mi historia, parte de mi infancia. Aunque se quedaba muy por debajo de la realidad, podía cuestionarle. Y yo no quería hacerlo. Era una situación familiar de la que él formaba parte.

Crítica a las redes sociales, al mundo de Internet y del Gran Hermano, a la utilización de niños para satisfacer a unos padres, especialmente la madre, alejados de la realidad. ¿Las redes tienen cara y cruz o solo tienen cruz?

Lo interesante de la novela, del género de la novela, es poder explorar la complejidad de un fenómeno que, en este caso, no es nada forzado, tiene una gran libertad y una gran apertura al mundo. Las redes sociales son una herramienta estupenda de empoderamiento, pero también de enajenación. Y es más bien esta fase la que exploro en esta novela.

En Los reyes de la casa hay dos visiones del fenómeno Internet: Mélanie, la madre, trastornada y llevada al límite por las redes sociales, y Clara Roussel, la policía, investigadora que aporta un poco de cordura intelectual a los avatares de la primera. ¿Se puede poner coto a Internet, a Twitter, a Facebook?

Yo creo que, ante todo, es una cuestión de educación, y ese es el trasfondo de la novela. Estas dos mujeres que he creado están cada una en un extremo, en extremos radicalmente opuestos en su forma de reaccionar ante su época. Lo que las diferencia es que no han recibido la misma educación. A una, Clara, la han educado con cierto espíritu crítico y le han dado herramientas para cuestionar las cosas, mientras que Mélanie no ha recibido armas para reflexionar sobre sus actos de forma ética y psicológica.

En cualquier caso, en la sociedad actual no parece fácil frenar el uso ilimitado de las redes.

No lo sé. Yo soy escritora.

¿Le preocupa que Elon Musk haya comprado Twitter?

Sí. Me parece que no se preocupa mucho de cómo podemos limitar las consecuencias de Twitter. Por supuesto que me preocupa. Pero creo que nuestra mejor arma es educar a los jóvenes y a las jóvenes generaciones en la utilización de esta herramienta, y advertirles de los peligros que tiene para ellos y para los demás.

¿Usted tiene redes sociales?

No. Yo solo estoy como observadora, como voyeur.

No puedo preguntarle entonces si es más Mélanie o más Clara. Por supuesto, soy más Clara.

Su mirada hacia el mundo actual tiene algo que ver con mi propia mirada.

¿Por qué cree que tenemos la necesidad de estar exponiendo nuestra propia vida en las redes sociales, en el escaparate para los demás?

Hay dos cosas: creo que siempre hemos necesitado contarnos (a nosotros mismos), tener como un autorrelato, y siempre lo hemos embellecido. Y ahora es verdad que Facebook o Instagram nos dan la posibilidad de crear nuestra propia telerrealidad de alguna forma, proyectar una imagen que hemos fabricado nosotros, pero también dar lo mejor de nosotros mismos. Es una realidad aumentada, transformada, pero hay algo profundamente humano en este deseo de exposición. Pero la tecnología nos ha permitido también convertirnos en nuestra propia marca, fabricar nuestra propia marca.

Un padre enfermo y violento; una madre suicida tras pasar por un psiquiátrico; usted, anoréxica en su juventud. ¿Cuánto ha remado para salir de ese pantano?

Bueno, un poco como todos. Todos remamos. Todos tenemos que hacer un trabajo sobre nuestra propia historia, y me doy cuenta de que, a pesar de todo, recibí mucho amor por parte de mis padres. Un amor que a veces era complicado. La base es ser amado, querido, y conozco a gente que no ha recibido amor de sus padres. En ese caso es mucho más complicado construirse como adulto. Mis padres estaban ocupados por sus sufrimientos psíquicos, pero ambos nos querían. Y eso es mucho.

Recibió una educación, dice, “más bien de izquierdas”. ¿Cómo ve la evolución de Europa? ¿Le entusiasma Macron? ¿Qué opina de Meloni?

No suelo hablar de mis opiniones políticas. Soy una intelectual, y pienso que mis opiniones políticas son cosa mía. Pero a través de mi trabajo y su color social se pueden imaginar cuáles son mis preocupaciones también en ese ámbito. No suelo comentar la política en Francia y no tengo pensado hacerlo en el extranjero.

¿Pero le gusta la Europa que ve?

Sí, por supuesto. Por lo menos me gusta el ideal europeo. Ahora, como a mucha gente, me preocupa el auge de los extremismos que podemos ver en Europa en este momento. Y me parece que las redes sociales tienen un papel en este auge, porque sabemos que el algoritmo de Facebook, Twitter o Instagram te reafirma siempre en tus opiniones. Eso me preocupa mucho, porque podemos estar siempre en círculo cerrado con nuestras opiniones sin tener que enfrentarnos nunca a la contradicción.

Ha criticado que, durante décadas, las mujeres, empezando por usted misma, guardaran silencio ante diversos tipos de agresiones. ¿Ha cambiado mucho esto en Francia?

Sí, sí. Hay un movimiento muy importante de liberación de la palabra, como dijimos. Desde hace unos años –empezó con el movimiento Me Too– se han hecho muchas investigaciones sobre agresiones sexuales por parte de periodistas, y buen número de escritoras han revelado muchas cosas, han contado que habían sufrido agresiones. Ahora hay más facilidad para contar las cosas. Pero queda mucho trabajo por hacer en términos de educación y formación de las personas que reciben estas denuncias, como policías o agentes judiciales, para que puedan atender lo mejor posible a estas mujeres que cuentan cosas a veces con mucho sufrimiento y mucha vergüenza.

¿Qué heridas cierra la literatura?

Suelo decir que la escritura no es terapéutica. La lectura, el hecho de leer sí puede ayudarnos muchas veces a entender y a sanar cosas. Pero como escritora, no creo que la escritura sea terapéutica. Hay autores que solo escriben sobre sí mismos, que ahondan mucho en esta faceta autobiográfica. En Francia hay muchos. Pero creo que puede haber algo peligroso en eso, incluso alimentar neurosis.

Se ha dicho que podría verse una línea genealógica de Marguerite Duras a usted, pasando por Annie Ernaux, por utilizar la autobiografía, aun con cierto escepticismo. ¿Se ve en esa ascendencia?

Yo voy más hacia la ficción que Annie Ernaux, pero donde coincido con ella es en que bebes del material personal –lo que he hecho tanto en obras autobiográficas como en obras de ficción– para hablar del mundo y de la sociedad. Lo que me gusta mucho del trabajo de ambas, Duras y Ernaux, es que sus escritos son muy íntimos, pero hablan de la sociedad, de la evolución del mundo y de nuestra relación con el mundo y con los demás.

¿Se considera menos autobiográfica que Ernaux?

Sí, mucho menos. Me encanta Annie Ernaux, pero su obra se basa en ese principio de utilizar su vida para contar la sociedad. Yo considero que tengo dos novelas autobiográficas, Días sin hambre y Nada se opone a la noche, y en ambos casos me basé en mi propia experiencia, o en la experiencia de mi madre para intentar contar algo. El resto de mis novelas son obras de ficción, y son muy diferentes unas de otras. Algunas flirtean con el thriller psicológico y, por supuesto, se alimentan de experiencias personales y de cosas que he sentido, experimentado, vivido.

La escritura no es terapéutica. La lectura, el hecho de leer sí puede ayudarnos muchas veces a entender y a sanar cosas

Se supone que esto les sucede a todos los escritores.

Exactamente.

¿Qué le parece la concesión del Nobel a Annie Ernaux?

Me sorprendí y me alegré muchísimo, porque creo que ni ella se lo creía ya. Me parece estupendo. Primero, me alegro de que sea una mujer, porque no les han dado el Premio Nobel a tantas mujeres, y además es una escritora que me gusta muchísimo, a la que admiro muchísimo y ha marcado mucho la literatura contemporánea francesa.

Usted ha conocido el éxito. Nada se opone a la noche vendió casi un millón de ejemplares; Basado en una historia real fue llevada al cine por Polanski. ¿Su desparpajo es un deseo de alejarse de este mundo de desasosiego y desazón o una muestra de superioridad intelectual?

Bueno, al menos hago lo que puedo para no alejarme del mundo del que vengo y en el que he vivido. Es verdad que el éxito podría alejarme de este mundo. La facilidad con la que vivo ahora podría alejarme del ambiente en el que he vivido tanto tiempo. Pero a mí me importa mucho no perder el contacto con este mundo en la forma en que vivo y en la que hago que vivan mis hijos.

¿Se entiende con sus hijos veinteañeros?

Sí, son adultos ya [27 y 24 años]. Me llevo muy bien con ellos, me maravillan las personas que son y de hecho muchas veces lo digo: Lo que me importa es lo buenas personas que son más que su éxito escolar o laboral. Tienen valores muy claros, y eso me da mucha felicidad y mucho orgullo.

Ya no están en la edad de que les diga: Apaga el ordenador, deja Internet, cierra un rato el teléfono.

Tengo la suerte de que sean algo mayores para eso. He evitado estas preocupaciones, Con mi hijo sí que tuve que pelear contra los videojuegos, porque, como muchos chicos, tendía a pasar demasiado tiempo con ellos. Hubo prohibiciones y negociaciones algo tensas cuando era adolescente. Pero creo que tienen la distancia correcta con las redes sociales. Las usan, pero hacen un uso bastante prudente. Y tampoco rechazan la época en la que viven. Es importante que pertenezcan a su época.

No la veo como la Mélanie de su novela, poniendo a los niños a exhibirse y hacer en payaso en Gran Hermano.

No, no creo, no creo.

¿Se imagina un mundo sin redes sociales, a estas alturas?

No sé cómo evolucionará el mundo, pero no me extrañaría que hubiera como un momento o un movimiento de boomerang, de vuelta atrás, de equilibrio. Estamos mucho rato conectados, pero en algún momento la gente necesitará secretos, misterios. No me sorprendería que hubiera una vuelta atrás. A la gente que tiene un teléfono Nokia, de estos antiguos, que no sea un smartphone, muchas veces les digo que los guarden, porque seguramente serán un bien muy preciado en el futuro.

No espera un centro de flores de Elon Musk en Navidad.

No creo, no [ríe]. Twitter es la red social que más me espanta.

Dijo que la escritura nos permite llevar al límite lo que somos. ¿Dónde acaba el límite?

Solo caminaba hacia delante

Solo caminaba hacia delante

Tiene que ver con la pregunta anterior sobre el lado terapéutico de la escritura. Cundo uno escribe, sea de tema autobiográfico o no, siempre bebemos de un material muy personal, muy íntimo, casi orgánico, visceral. Bebemos de algún inconsciente. Muchas veces al escribir tengo la sensación de estar abriendo mi caja negra. Entonces sí que hay una parte de ponerse en peligro y hay que relativizar las cosas. Ser escritor no es bajar a la mina. Pero sí que a veces he tenido la sensación de estar explorando mis límites y de sentir que podía caer. Por eso digo que la escritura no siempre es terapéutica. Una al escribir también se pone en peligro. Tras la publicación de alguno de mis libros tenía la sensación de estar corriendo desnuda por la calle.

Si un día encontráramos su caja negra, ¿qué veríamos dentro?

No lo sé y no lo quiero saber [ríe]. Nunca he hecho psicoanálisis, aunque me habría interesado a nivel intelectual en un momento de mi vida. Pero tenía miedo de que, al abrir la caja negra y analizar lo que había dentro, perdiera algo de magia. Alguna vez he hablado con escritores franceses que me han dicho que al contrario, que es muy interesante saber lo que hay en la caja. Pero yo creo que es mejor no mirarlo. Inspirarse en ella, pero no mirar lo que hay dentro.

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