tintaLibre
Hijos de la metrópoli, en 'tintaLibre' mayo
Algunos todavía recordamos aquellos pequeños tenderos que, antes de que todo se convirtiera en gourmet, anunciaban en grandes letras Coloniales y Ultramarinos aludiendo al exotismo de una mercancía en su mayor parte llegada de América, pero que ya era tan corriente como el café, el chocolate, los aguacates o las bananas. Ese denso perfume de la guayaba colonial, esas historias de ultramar que todavía encienden la imaginación cuando hay galeones enterrados en el mar de las Antillas, no es precisamente una novela de aventuras, sino el devenir de un imperialismo que todavía puede rastrearse en Bruselas, en Lisboa, en Bolivia, en Madrid, en cualquier lugar del planeta donde todavía subsiste una metrópolis y cuajaron sueños de navegantes y codicias de gobernantes animados por el deslumbrante tesoro de los Potosí de este mundo.
Se escriben estas líneas mientras Ida Vitale, poeta uruguaya, recoge en Alcalá de Henares el premio Cervantes, demostrando la pujanza indiscutible del español de ambas orillas y todavía no se han apagado los ecos de la petición de Andrés Manuel López Obrador a la corona de un gesto de perdón por la conquista. Quién más quién menos ha mostrado su desacuerdo –Vargas Llosa, el primero- como si estuviéramos ante un delito que ha prescrito con el tiempo y que la propia historia ha silenciado muchas veces. Vamos acostumbrándonos al cuadro; quién esculca en la memoria es un hereje. Más allá de que AMLO quiera inyectar nacionalismo a sus compatriotas en momentos difíciles buscando la madre de la afrenta, España sigue ejerciendo de dama metropolitana con su anacrónica monarquía y su relación paternal con las que fueron sus colonias: a la mente acuden aquellas imágenes del rey emérito presidiendo el cónclave latinoamericano en tiempos de Fidel y Chávez o la filantropía de los nuevos monarcas buscando el selfie humanitario con las tribus incas supervivientes.
Coloniales y ultramarinos
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En este número visitamos al paciente colonial con algunas historias como el racismo que subsiste en la Bolivia indigenista de Evo Morales o cómo Bruselas capea los fantasmas de uno de los episodios coloniales más repulsivos y recientes, el del Congo belga. Una autora que deslumbra en Portugal con su narrativa, Dulce Maria Cardoso, nos cuenta cómo fue el regreso a la metrópoli cuando Angola declaró la independencia en 1975 y los ocupantes tuvieron que emprender la retirada en un puente aéreo multitudinario. La propia revolución del 25 de abril despertó del letargo el movimiento independentista; la francesa de 1789 disparó también las ansias de libertad de las repúblicas bajo dominio español en América.
El relato colonial no tendría sustancia sin algunos piratas que adornan sus batallas y ahí nos toparemos con un Magallanes descrito por Stefan Zweig, que conspira en Sevilla para cumplir su plan y abrir una nueva ruta mercante a través del estrecho que lleva su nombre; ahí situamos, cinco siglos más tarde, a un pirata moderno y controvertido, Julian Assange, Barbarroja contemporáneo al que el imperio americano ha puesto precio a su cabeza.
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