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Humor biodegradable y democracia, en TintaLibre de mayo

¿Qué está pasando con el humor?, ¿está enfermo de censura, autocensura, cancelación?, ¿cómo viven los humoristas estos tiempos convulsos?, ¿se puede todavía dar rienda suelta a la incorrección?

 No perdamos la sonrisa y abramos el melón (miren la portada de Riki Blanco); en mayo TintaLibre se adentra en las aguas revueltas de un género, y una virtud humana, que se muestra acribillado, o a veces cohibido, por un moralismo que ataca como las termitas su propios cimientos.

Para entrar en el debate, y seguir elogiando y defendiendo nuestro derecho a la risa, hemos reunido un reparto muy teatral en el que cada personaje invitado recita su papel y ataca a los fantasmas que quieren boicotear de algún modo la función. Abrimos el telón con un Conversatorio de esos que el lector recordará por su honestidad y viveza. Andreu Buenafuente, humorista de sobra conocido y combatiente en muchos programas desde hace años, y la ilustradora Flavita Banana, que ha construido un universo ácido e irreverente a través de sus viñetas cotidianas, se conjuran para examinar al paciente. Dice Andreu que “en nuestras cabezas está esa alambrada que nos da rabia y que queremos quitar para poner el foco en otro sitio” y, añade Flavita, con saludable radicalismo, “algunas cosas podemos decidir entre todos que las vamos a romper. Podríamos ponernos todos de acuerdo y decir a partir de ahora podemos reñirnos del rey”.

Alertas sin alarmismo, en TintaLibre de abril

En la misma historieta que Andreu y Flavita, pero en otra viñeta, van los testimonios de Elvira Lindo (que no se olvida de su Manolito Gafotas como de un superviviente a la estupidez), de Darío Adanti, que cuenta la dura travesía de la revista Mongolia contra el incesante acoso judicial de Abogados Criristianos, de Isa Calderón y Lucía Lijtamer, que han logrado hacer de  su Deforme Semanal todo un espectáculo, o las reflexiones de Edu Galán sobre la cancelación o la de Paco Cerdà acerca de cuando la risa se convierte en una cuestión de vida o muerte, algo que les pasó a los republicanos de la revista La Traca, el dibujante Bluff y el director Vicent Carceller, fusilados recién terminada la guerra por un franquismo que no soportaba la sátira.

La filosofía del humor, y los inconvenientes de la risa para la política, nos los detalla en su siempre ameno análisis el profesor Bernat Castany que nos regala una idea muy socrática: “La perspectiva cómica puede servirnos para aligerar nuestro narcisismo ontológico, que nos cree centrales y necesarios en un cosmos que nos ignora”. Menos lobos, pues. Precioso por su ocurrencia y por su homenaje resulta la pieza Aristófanes tenía razón, que el guionista Miguel Sánchez-Romero tributa a los bufones, fauna inseparable de nuestro Siglo de Oro y padres del invento irreverente en el que seguimos empeñados como Velázquez, Quevedo o Rabelais.

Pero, a veces, la risa se le atraganta a los poderosos y a las empresas que gobiernan nuestro entretenimiento, pregúntenselo si no a El Gran Wyoming, que cuenta cómo en 1994 (con Felipe González en el Gobierno y Ramón Colom al frente del ente RTVE) le cancelaron de un plumazo El peor programa de la semana ¿Las razones? Que un escritor catalán, Quim Monzó, honorable hombre de letras, había sido invitado y se acababa de meter con la infanta Elena y era independentista (la palabra todavía estaba en pañales). Otro marrón importante en la carrera de un cómico es el caso de Woody Allen, ya saben. Nos lo cuenta David Trueba.

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