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De Lenin a Trump
Parece una ironía que Donald Trump llegue a la presidencia de EE UU el año en el que se cumple un siglo de la Revolución rusa. Es como si la llegada a la Casa Blanca de un ultranacionalista con pulsiones autoritarias cerrara un ciclo y abriera otro hacia un mundo aún desconocido. Parece un retroceso en el tiempo a comienzos del siglo XXI, una época llena de cegueras. La Historia no se repite, lo que se repite es la torpeza supina de los que no leen Historia. Ese es el peligro: la estupidez.
Las efemérides son excusas que deberían permitirnos reflexionar y corregir errores de interpretación del pasado, aportar ideas frescas. Pero, por lo general, sólo sirven para que los periodistas llenemos páginas y consumamos minutos en las televisiones y radios y para que cientos de expertos opinen sacando de su contexto hechos inexplicables sin ese contexto. A veces tenemos suerte y se publican un par de buenos libros que sugieren nuevos puntos de vista.
Este año se cumplen 100 años de la Revolución soviética, un acontecimiento esencial en el devenir político e ideológico del siglo XX. ¿Fue un éxito o un fracaso? ¿Vivimos una crisis similar a las que generaron las dos Guerras Mundiales? ¿Son Trump, el Brexit y Marine Le Pen muestras de una degradación que podría conducir a una nueva guerra? ¿Tiene discurso la izquierda poscomunista tras la caída del muro de Berlín y el hundimiento de la URSS?
El historiador y catedrático Julián Casanova, autor del libro Europa contra Europa (1914-1945), afirma que todo arranca en la Gran Guerra, un conflicto que pone en marcha un ciclo de cambios profundos en la forma de hacer política y de conducir las relaciones internacionales. “Hay que ver la Revolución rusa como parte de un ciclo de revoluciones sucesivas que parten de 1914, incluida la Segunda Guerra Mundial. (…) 1914 fue una sacudida tan grande que parece impensable que pueda pasar de nuevo. Ahora tenemos rasgos más estables, sociedades más democráticas y líderes más responsables. La política se comportó de una manera irresponsable antes de 1914. Nadie lo vio venir. El asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en las calles de Sarajevo les sorprendió en sus yates”.
“Los tiempos que vivimos hoy tienen mucho que ver con aquellos años”, asegura Alberto Garzón, coordinador federal de Izquierda Unida y diputado de Unidos Podemos. “Es el mismo sistema capitalista. Tenemos una crisis del capitalismo que ha sumido en la pobreza y en la indignación a mucha gente. Es un sistema basado en la ganancia que ha dejado desprotegida a muchas personas. Hay un patrón común: crear antagonismos. La batalla política puede ser canalizada por la derecha o por la izquierda. En eso nos parecemos a los años treinta. En la URSS se canalizó por la izquierda y en Alemania, donde había un partido socialdemócrata muy fuerte, con más de dos millones de afiliados, se canalizó por la derecha, con Hitler”.
De la Revolución rusa quedan numerosas imágenes en la memoria colectiva. Algunas pertenecen a la época, fotos de Lenin y Trotsky, los héroes iniciales; otras nacen de películas monumentales como Rojos, de Warren Beatty; y Doctor Zhivago, de David Lean, basada en la novela de Boris Pasternak. Fueron tiempos épicos preñados de grandes utopías y emociones, no sólo en Rusia, también en México. Todo parecía posible. El horror de la Gran Guerra parecía un antídoto contra todas las guerras. Después llegaría la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto, Camboya, Ruanda…
Primer asalto al capitalismo
“Es difícil decir si la revolución bolchevique fue un éxito o un fracaso”, asegura el sociólogo y filósofo César Rendueles. “Era una sociedad muy diferente a la nuestra, casi feudal. La comparación es muy complicada. Tenemos que repensar ese periodo con más serenidad, mirar el extracto social real. Puede haber aspectos que no hemos entendido bien y que merecerían repensarse. Uno de ellos es creer que fue un fracaso y que no se puede repetir, que fue un socialismo ensayado una vez y para siempre. No sabemos cómo podría funcionar en una sociedad diferente, no sabemos cómo sería la experiencia en otro país más avanzado”.
“Más que el conflicto bélico en sí”, apunta Rendueles, “la guerra de 1914 es la gran crisis con la que culmina el XIX, un siglo largo que empieza en la Revolución francesa y termina con la Gran Guerra. Fue una crisis civilizatoria que afectó a la política, la economía y las artes, y cuya eclosión marca el siglo XX, un siglo corto que se desarrolla entre 1914 y 1989, con la caída del muro. La Revolución rusa es el primer intento por resolver los conflictos generados por el capitalismo, pero los revolucionarios se enfrentaron a limitaciones insuperables, como la guerra civil”.
Uno de los errores comunes es utilizar estereotipos para leer la realidad. Uno de ellos sería glorificar o condenar algo que sucedió hace 100 años. También lo sería explicar el mundo actual, poblado de grupos xenófobos -Trump, Marine Le Pen, Brexit y lo que venga en Alemania-, con ópticas del pasado.
Hay dos tipos de pesimistas: los que creen que la crisis de 2008 y el resurgimiento de los populismos tienen que ver con la crisis de los años treinta y los que apuntan a que se parece más a la de los años diez del siglo pasado. Ambas acabaron mal, en dos guerras mundiales, millones de muertos y una gran destrucción, sobre todo en Europa.
“Antes de la Primera Guerra Mundial se vivió un periodo de paz, una belle époque, una larga prosperidad. Ese podría ser un punto de conexión con la década de los noventa o en 2000, que fueron años optimistas en los que se daban por superados los grandes conflictos. España vivía ese optimismo con su entrada en la Comunidad Económica Europea. Las analogías no se repiten”, dice Casanova. “La revolución bolchevique no hubiera ocurrido sin la Primera Guerra Mundial o habría sucedido de otra manera debido a la incompetencia del zar, su lejanía con la sociedad. Ya no era un imperio fiable. Había perdido Crimea en la guerra con Japón. Los bolcheviques se aprovechan del vacío de poder”. “Hay una corriente revisionista que sostiene que todo empezó en 1917 y que los fascismos fueron una consecuencia de la Revolución rusa. Pero eso tiene una intencionalidad ideológica. Sin la Primera Guerra Mundial no se puede explicar nada de lo que pasó después”, asegura Casanova.
De Lenin a Stalin
George Orwell publicó dos de sus libros clave en 1938 y 1945, Homenaje a Cataluña y Rebelión en la granja. Ambos tienen en común su crítica al estalinismo. Entre las muchas corrientes revisionistas las hay que tratan de salvar a Lenin de lo que vino después, de las purgas y los gulags, de los millones de represaliados.
Para el escritor Jorge Martínez Reverte, autor entre otros muchos libros de El arte de matar: cómo se hizo la Guerra Civil española, el estalinismo no fue una traición al sueño de Lenin. “No había tal sueño en el leninismo. Stalin era un continuador natural de Lenin”. Para Reverte, visto con perspectiva histórica, la Revolución soviética “fue un éxito: Lenin y Trotsky pretendían tomar el poder con un partido que quería ser único en una dictadura, y lo consiguieron”.
“Con el estalinismo hubo una deformación clara del espíritu y de las ideas de Lenin, Marx y Engels. Pero hay que comprender el periodo histórico. La industrialización forzada de la URSS provocó contracciones”, dice Alberto Garzón. “El balance de la Revolución rusa es positivo, aunque las cosas no son blanco o negro, ni el leninismo es un catecismo ni una verdad revelada”, dice. “Es un acontecimiento histórico que ha marcado el siglo XX: impulsó las conquistas sociales y el Estado del bienestar. Fue una referencia para los movimientos obreros. Creó un polo opuesto que generaba miedo en Occidente”.
“La Revolución rusa procedía de la socialdemocracia, es decir, de un socialismo democrático. Las formas de la URSS no fueron consistentes con esa tradición, que es heredera política de la Ilustración. Ya hubo críticas de Rosa Luxemburgo a las formas que estaba tomando la URSS, aún en tiempo de Lenin. Todo esto es más fácil verlo ahora, desde nuestra realidad actual, que en el momento, en medio de guerras civiles y una guerra mundial”, añade el coordinador federal de IU.
“Stalin tiene una responsabilidad moral evidente al convertirse en dictador, pero tendemos a personalizar cuestiones que son más sistémicas. La condiciones del cambio de régimen hacían difícil que fructificara una democracia. No se daban las condiciones institucionales. Esto es algo poco pensado en la tradición marxista”, apunta Rendueles.
“Con la caída del muro y la descomposición del régimen soviético termina el XX, que fue un siglo corto, y que finaliza en falso”, dice Rendueles. “No nos hemos atrevido a extraer lecciones sobre las alternativas al capitalismo. Sucedió con el franquismo; se terminó y ya no hay nada que pensar sobre él. Hay que pensar hasta dónde puede llegar el Estado en una economía compleja. Las experiencias son muy variadas. Es necesario huir de las caricaturas”.
Hubo una pérdida de inocencia en la izquierda europea tras el aplastamiento de la Primavera de Praga en el verano de 1968, como sucedió antes en Hungría, en la represión de su levantamiento en 1956. Surgen los eurocomunismos. Cuando cae el muro de Berlín queda expuesto un mundo gris que se alejaba del paraíso soñado; eran dictaduras como la franquista en las que el sistema premiaba la obediencia. Otra obra fundamental para entender la cara oscura de algunos regímenes comunistas es Una tumba para Boris Davidovich de Danilo Kis. La caída del muro y la exposición de una realidad largamente esquivada, como en la película Good bye Lenin, dejó desorientadas a las izquierdas comunistas que perdieron de repente parte de su discurso. ¿Cuáles eran sus raíces? ¿Las banderas y los himnos?
“Se producen dos fenómenos; la caída del bloque soviético y la desaparición de los partidos comunistas de masas en Europa occidental, dos hechos que están unidos. Hablo de Italia, Francia y Portugal. En España, el PCE llegó a tener 24 diputados. La mayoría de esos partidos ya había roto con la URSS”, dice Casanova. “Antes de la Segunda Guerra Mundial, la socialdemocracia proponía vías bastante radicales, transformadoras de sus sociedades, como en España. Eran partidos de masas”.
“Uno de los cambios es que las derechas se vuelven más democráticas después de 1945. Antes de la guerra eran muy antidemocráticas. La derecha asume principios democráticos y sociales. La creación del Estado social moderno. La conversión roba terreno a la socialdemocracia, que se queda definitivamente sin espacio tras la revolución conservadora de los años ochenta. La socialdemocracia queda tocada”, añade Casanova.
“Tras la caída del muro y el hundimiento de la URSS , la izquierda ha vivido un momento de repliegue”, reconoce Garzón. “Pero ese repliegue ha terminado; ahora hay un periodo de alza. La caída del socialismo real acabó con la política de bloques. Hay quienes como Francis Fukuyama vieron el final de las ideologías. Se equivocan, las ideologías no pueden ser sistemas cerrados. Existe una tradición política del marxismo que es válida porque nos inspira para entender nuestra realidad. Con el hundimiento de la URSS desapareció el sistema de contrapesos. Por eso están en peligro las conquistas sociales. Es una vuelta al siglo XIX en las prácticas políticas . Está en riesgo el sistema del bienestar”.
Del comunismo al frente nacional
Hoy tenemos una socialdemocracia en crisis y un capitalismo rampante, que parece moverse sin el miedo al otro lado del Telón de Acero. Los obreros franceses que, en el pasado votaban al Partido Comunista francés, ahora lo hacen al Frente Nacional de Marine Le Pen. La derecha xenófoba se ha lavado la cara para resultar respetable. Ofrece un discurso diferente a los de la socialdemocracia y a la derecha tradicional, que manejan las mismas recetas de ajuste escudándose en entes supranacionales como la UE o los mercados, una entelequia que ha sustituido a las soberanías nacionales. Lo que ofrecen esas extremas derechas es una narrativa, la posibilidad de volar el castillo y empezar de nuevo. España es el único país en que la indignación no se ha canalizado hacia la derecha. El surgimiento de Podemos es una excepción en el continente. Rendueles llega a decir que España representa el laboratorio de que es posible una respuesta no xenófoba e insolidaria.
“El peor enemigo del capitalismo es el propio capitalismo. No hay que temer tanto sus fracasos como sus éxitos”, dice el sociólogo. “Es un peligro para sí mismo, que se piensa ilimitado. (…) La caída del muro es la culminación de algo que estaba en marcha: la descomposición de las bases sociales de la izquierda y la gran victoria del neoliberalismo. Tenemos una crisis parecida a la de los años veinte: sociedades en descomposición, con reacciones autoritarias y proteccionistas. Esperemos que no acabe en una Tercera Guerra Mundial. En los tiempos de crisis, las élites tratan de mantener su privilegios”.
Jorge Martínez Reverte apunta: “Lo que ha dejado al capitalismo sin límites es la debilidad del discurso de la socialdemocracia, no la caída del muro. Pero pensemos en todo caso que ese discurso se ha asumido ya en gran manera por la sociedad: desde los derechos de las mujeres a la protección al trabajo, las pensiones”. ¿Cuáles serían las lecciones de la Revolución rusa?, pregunto: “Sólo una, que la democracia hay que defenderla en primer lugar, antes que cualquier otra reivindicación”.
“No se puede decir que la sociedad civil esté domesticada. La gente no es víctima, sino que participa en su tragedia. Eso explica a Trump y al PP”, dice Casanova. “Una sociedad educada, crítica y culta, culpa al poder. En la sociedad analfabeta no existía esa capacidad crítica. Lo que ha fallado es la educación. El dinero, la publicidad, el consumismo han hecho milagros. Europa está abierta en canal”.
“Ya no es una extrema derecha antidemocrática. No está contra la democracia, sino que participa en las elecciones y aspira a gobernar y aprobar leyes”, dice Julián Casanova. “Ahora no es contra la democracia, sino contra el otro. La clave es la raza, la pureza [el British first o el America first]. La xenofobia es muy diferente a la que había en Francia en los años treinta contra los judíos. Hubo limpiezas étnicas en los años cuarenta en Hungría y en Polonia. Quedaron como países blancos, y en el caso de Polonia, católicos. Jean Marie Le Pen es el hilo conductor con aquella derecha, la de Vichy. Su hija no, Marine es moderna. En España no hay este tipo de ultra derecha porque la ultraderecha española sigue siendo nostálgica. España tuvo una historia común a Europa antes de 1945. De ese año hasta 1975 vivimos una historia distanciada que se nota en nuestras escuelas, en la calidad de la política y en la sociedad civil”.
El comunismo, un siglo después, en 'tintaLibre'
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Las efemérides, los intentos de repensar un pasado, aprender de él, de los errores y de los silencios es una forma de inteligencia colectiva. Lo decía Eric Hobsbawm del trabajo del historiador: “Recordamos lo que otros quieren olvidar”.
*Este artículo está publicado en el número de febrero de la revista tintaLibre, a la venta en quioscos desde el viernes día 3. Puedes consultar el número completo haciendo clic aquí.aquí