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Manuel Vicent: "En el Mediterráneo se unieron dictadura, codicia y mal gusto"

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Caricatura del escritor valenciano. / LEANDRO BAREA

​​​​Diríase que Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) lleva el Mediterráneo encima. Lo lleva ya en el rostro, de piel tostada y salpicada por manchas de sol y edad, ojos líquidos, entre grises y azulados, y barbilla de chivo tan nívea como la espuma de las olas en un mar limpio. El escritor valenciano conversa con tintaLibre sobre su última novela, La regata (Alfaguara, 2017), donde regresa a su territorio literario: el Mare Nostrum. Pronto viajará allí físicamente para pasar el verano. Pero, de momento, la conversación tiene lugar en un Madrid abrasado por la ola de calor de mediados del mes de junio, uno de esos días en los que hay que ser un cuñado bobo de solemnidad para negar la existencia del calentamiento global.

Pregutna. Me he despertado hoy tatareando el estribillo de aquella canción de la Movida: “Vaya, vaya, aquí no hay playa”. ¿No te parece que Felipe II tuvo una mala ocurrencia al instalar en Madrid la capital de los reinos ibéricos?

Respuesta. Yo hubiera puesto la capital en Lisboa. La capital para el Atlántico, para el nuevo mundo. Y hubiera puesto otra en Barcelona. Para el Mediterráneo. Ahora, ponerla cerca de El Escorial, que es un panteón, y tan lejos del mar… [Risa]. Me gusta mucho Madrid, como supongo que a ti, pero cada vez que vengo aquí desde Valencia lo que veo en el camino es un erial que culmina en una protuberancia de ladrillos y de cemento, y no doy crédito. ¿Te has fijado en que nadie quiere que lo entierren en Madrid? Todo el mundo dice: a mí que me lleven a Galicia, a Andalucía, al Mediterráneo, al Cantábrico, pero nadie quiere quedarse para siempre en el cementerio de La Almudena. Madrid es una ciudad para vivir, para gente joven, con ganas de comerse el mundo, pero no para morir y ser enterrado. Esto es un campamento, estás siempre de paso, aunque vivas aquí. Por eso es una ciudad tan receptiva. Todo el mundo es bienvenido.

P. En alguna de tus entrevistas a propósito de La regata has contado que naciste en un sitio donde se veía al fondo una línea azul, la del mar, que suponía para ti una línea de pensamiento. ¿Qué asocias con esa línea azul?La regata

R. Bueno, eso es una metáfora literaria. Pero sí, el pueblo de mi infancia está recostado en una ladera de la sierra de Espadán, a seis kilómetros del mar. En mis correrías de niño, allí donde fuera, siempre estaba al fondo esa línea azul. Esa línea azul envolvía entonces mis cinco sentidos, y cuando llegué a la edad del raciocinio, también significó para mí la inteligencia.

P. También has dicho que aquel Mediterráneo de tu infancia era un paraíso, pero que en las últimas décadas nos lo hemos cargado.

R. Todos los paraísos son paraísos perdidos; el paraíso tú lo recuerdas cuando lo pierdes. Un escritor, imagino, no hace sino tratar de volver al paraíso. Lo mismo puede formularse de otro modo, con ese viaje a Ítaca donde hay una mujer que teje y desteje la manga de un jersey que es el tiempo. No vas a llegar nunca a Ítaca, pero lo importante es el camino de regreso al paraíso, un camino en el que se escribe una novela.

P. De acuerdo. Pero yo me refería a la destrucción real, física, objetiva del Mediterráneo. Se ha convertido en un basurero de plástico cercado por una muralla de urbanizaciones feísimas.

R. Exactamente. ¿Qué era el Mediterráneo cuando era un paraíso? Era un mar limpio, ofuscado por un sol del que Albert Camus decía que el haberlo disfrutado en su infancia le había librado de cualquier clase de resentimiento. El sonido de la resaca de las olas, el olor de la brisa salada y el olor de las algas, todo eso era puro y limpio. Aquel Mediterráneo ahora está sucio, lleno de plásticos, petróleo y sangre. Pero si nosotros crecemos limpios, aquel Mediterráneo seguirá limpio dentro de nosotros. ¿Qué es el Mediterráneo? Es esa naturalidad de mirar al otro a la altura de los ojos, ¿no? Yo tengo la sensación de que en el Mediterráneo el de abajo mira a la altura de los ojos al de arriba, y el de arriba mira a la altura de los ojos al de abajo. No hay esa genuflexión del de abajo que existe, por ejemplo, en Castilla. Ni esa mirada de desprecio del poderoso desde la altura del caballo en que está subido. Pero sí, el Mediterráneo ha tenido mala suerte desde los años sesenta del siglo pasado. Se unieron tres variables diabólicas: la dictadura, la codicia especulativa y el mal gusto. Podía haberse hecho del Mediterráneo una empresa turística, para el disfrute de todos, pero se prefirió una empresa constructora. Aquí han mandado los constructores, han bombardeado el Mediterráneo con cemento y ladrillo.

P. Me estoy acordando de un personaje de La regata, ese constructor que cuando ve alguno de los pocos sitios que siguen vírgenes se pone a imaginarlo lleno de grúas.La regata

R. Sí, y yo me acuerdo de los labradores de mi tierra que no podían dormir porque les ofrecían una millonada por su huerto, por algo que ellos pensaban que no valía nada. Eso es lo que empezó en los años sesenta.

P. Me hace gracia el arranque de tu novela, con ese empresario llamado Pepe California que muere de una sobredosis de viagra cuando intenta acostarse con una aspirante a actriz, Dora Mayo. Conocemos algunos casos de multimillonarios que han muerto así.

R. ¡Sí, sí, qué te voy a contar! Pero esto también es metafórico en el sentido de que a Dora Mayo le cae la corrupción encima. Ella está atada de pies y manos en la cama y se le muere encima el millonario. ¡Se le va a pudrir encima! ¿Cómo escapar de eso? Pero escapa.

P. El vector central de La regata es la corrupción y me parece de lo más oportuno. Aportas pinceladas muy interesantes. Dices, por ejemplo, que los corruptos suelen ser gente muy simpática.La regata

R. ¡Claro! Un estafador no puede ser torvo o mal encarado, nadie se acercaría a él. Conozco bastante bien mi tierra y los mafiosos de allí son falleros, simpáticos, extrovertidos. Te invitan a todo. No ocultan que están disfrutando de la vida. Y la gente les ríe las gracias.

P. En la singladura por la islas Baleares y Cerdeña de tu novela participa un exministro que no para de aparecer en los medios de comunicación porque podría estar implicado en una trama de corrupción…

R. Es el fenómeno de ahora: es difícil que los corruptos vayan a la cárcel, así que su verdadera condena es que aparezcan como sospechosos en los medios. Creo que cuando alguno de ellos entra por fin en la cárcel, se siente liberado porque también va a dejar de salir en la tele. Respira a gusto: qué bien se está en esta galería. Voy a misa, juego al parchís, hago gimnasia en el patio, recibo visitas, ya no protagonizo las noticias…

P. La prueba es que salen de la cárcel muy contentos, diciendo que allí han hecho grandes amigos. El último ha sido Francisco Granados.

R. Sí. No hay ninguno que salga de la cárcel sin decir que allí ha conocido a la mejor gente del mundo.

P. La mayoría de la ciudadanía no acaba de entender que los ricos siempre quieran tener más dinero. Debe ser que el dinero es una droga, como ha confesado el valenciano Marcos Benavent, más conocido como El Yonqui del Dinero.El Yonqui del Dinero.

R. Este personaje es muy valenciano: se fue a la India y volvió disfrazado de gurú budista a ver si colaba. [Risa]. Llega un momento en que tener más dinero no te puede dar más placeres, así que lo que ocurre es que entonces el dinero se transforma en un arma de poder, un arma en una lucha de tiburones. Los placeres que pueda obtener un señor que tenga 20.000 millones ya los puede obtener uno que tenga 100 millones. Nuestro cuerpo tiene unos agujeros a través de los cuales puede obtenerse un placer. Pero el rico no tiene más agujeros que el pobre y no tiene más tiempo que el pobre para obtener infinitos placeres a través de esos orificios. Azcona decía: “Si me enterara de que un banquero disfruta del orgasmo más que yo por ser banquero, me suicidaba”. Lo que impulsa la codicia a partir de determinado nivel es el poder.

P. Citas a Azcona y vuelvo a pensar que las películas que dirigía Berlanga con guiones suyos son fotografías realistas de la España actual.

R. La escopeta nacional ya contaba lo que ha estado ocurriendo en los últimos años. Las pasiones humanas son sota, caballo y rey, siempre vuelven. La gente no aprende en cabeza ajena. La gente que está dentro de burbujas como la inmobiliaria se siente impune porque piensa que lo que está haciendo es lo normal, lo que hacen todos.

P. Uno de los grandes daños de la corrupción es el moral. ¿Cómo vas a predicarles a tus hijos que deben ser honrados, que deben vivir de su trabajo y pagar sus impuestos hasta el último céntimo, si ven este espectáculo de ministros, empresarios y banqueros golfos?

R. Esto es lo peor de la corrupción, sobre todo de la política, de gente que ha sido elegida. Es como una niebla que va bajando de arriba abajo, infectándolo todo. Si un ministro de Economía ha robado, tú puedes tener dudas sobre si pagar o no el IVA de la chapuza del fontanero. Pero si ves que una ministra de Escandinavia ha tenido que dimitir por usar una tarjeta de crédito oficial para comprar una chocolatina, tú tienes claro que debes pagar el IVA.

P. Ian Gibson me decía en mayo que la diferencia en este tema entre España y el Reino Unido, Alemania o los países escandinavos es que nosotros nos perdimos la reforma protestante. El catolicismo es más tolerante con la corrupción.Ian Gibson me decía en mayo

R. Sí, los protestantes se quedaron la nuez de la fe y nos dejaron a los católicos la cáscara: la liturgia, el boato, lo barroco, lo exterior… En el catolicismo todo puede arreglarse con la confesión. La culpa no existe: te perdona el cura y sales limpio del templo.

P. Tu novela tiene también una lectura moral positiva. Dices que el Mediterráneo puede enseñar a la gente pobre y honrada a navegar en la vida usando bien los vientos.

R. Es lo que pienso. En primer lugar, el mar tiene sus reglas. Navegar a vela significa que puedes y debes usar la fuerza del viento en contra para avanzar hacia tu objetivo. Avanzar contra el viento sirviéndote del viento, ganar barlovento al destino. Es algo que también sirve en tierra: la adversidad puede hacerte más fuerte. En segundo lugar, el mar no quiere fatuos, intrépidos o desafiantes, puede empujarles al abismo en un segundo. Lo más estético en el mar es la precaución, tenerlo todo a punto para cuando llegue la tempestad. Pero al humilde y al sencillo lo puede elevar a la categoría de héroe si, llegado el momento, se comporta como un héroe. Un pescador que respeta la mar puede convertirse en un héroe. Y en tercer lugar, la palabra temporal hace honor a su significado: siempre termina pasando.

P. Entre todas las opciones vitales o filosóficas del Mediterráneo, tú pareces haber escogido la epicúrea, la de los placeres sencillos: un baño en la playa, una paella con amigos, la belleza de un atardecer… ¿Me equivoco?

R. No. Para mí la primera condición de un placer es que sea asequible y barato. Además, ideológicamente soy progresista porque quiero que todo el mundo esté bien para que yo pueda estar bien. Yo no puedo estar bien viendo a mi alrededor gente que sufre.

P. Te entiendo. Pero ahora el Mediterráneo es ese lugar donde tú puedes estar navegando en tu modesto velero y encontrarte con una patera con inmigrantes o refugiados, cuando no con cadáveres de sirios o subsaharianos.

R. Y lo peor es que ya casi no indigna o escandaliza esta tragedia que estamos viviendo ahora en el Mediterráneo. La violencia o la injusticia son aún peores cuando se codifican, cuando se consideran lo normal. Y hemos codificado que cada año se ahoguen 3.000 o 4.000 personas. Es horrible.

P. Lo es. Y como tantos otros males del presente, no se le ve remedio rápido. Permíteme que te pregunte ahora por otro asunto sobre el que has escrito mucho: la tauromaquia. El toro está presente en la cultura mediterránea desde el Minotauro cretense, pero hoy resulta bastante insoportable el espectáculo de las corridas.

R. El toro podía representar la fuerza genésica en las mitologías originales mediterráneas, pero hoy me extraña la actitud de esa gente que pone un toro en el centro de la bandera nacional. ¿No se dan cuenta de que es un herbívoro perdedor? El toro no es una fiera, es un herbívoro con un gran sentido territorial, que se asusta si entras en su espacio e intenta expulsarte con sus cuernos. Como los carneros, los gansos o las ocas. Poner como símbolo patrio a un animal asustadizo al que humillas, hieres, conviertes en una piltrafa, matas… Pero, bueno, el negocio de las corridas es decadente, la gente ya no va a las plazas. Lo que ahora me parece casi peor es el uso de los toros en esas fiestas de tantos y tantoslos pueblos mediterráneos como los correbous o los toros de fuego. Que los niños vean como jolgorio un espectáculo degradante y violento…

P. Quizá la buena noticia es que una parte creciente de la juventud española es animalista.

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R. Sí. En los años ochenta hubo una regresión, se puso de moda entre ciertos progres lo de ir a las corridas de toros. Incluso algunos dirigentes socialistas se olvidaron de que su manifiesto del año 1917 ya proponía la supresión de “la nefasta fiesta nacional”. Ahora ya no está de moda. Ahora se prefiere ver una final de baloncesto o de tenis, con un Pau Gasol o un Rafa Nadal, que es otra estética, algo de mejor gusto. Los jóvenes ya se han cargado el Toro de la Vega y están muy comprometidos en la lucha contra estas crueldades. Creo que la fiesta nacional morirá por asfixia económica, quizá antes de lo que podíamos pensar hace 20 años. Yo no soy partidario de prohibir nada, pero tampoco soy partidario de subvencionar con dinero público esa tortura diciendo que es cultura. El otro día el rey fue a Las Ventas. No sé qué hacía allí, en un acto tan casposo. Si hubiera sido el otro, el rey emérito, aun podría entenderse. La presencia del emérito en un mundo periclitado no llama tanto la atención, pero ¿qué hacía el actual monarca en una sarao que, además, iba bajo la bandera de la Beneficencia? ¡Qué cosa más antigua, más tóxica, más repulsiva, esto de la Beneficencia! Rafael Azcona contaba que en Logroño hacían una vez al año una corrida para los pobres y que las hermanitas los llevaban a todos allí, al tendido, para que los toreros les brindaran los toros. Nos reíamos los dos intentando imaginar qué pondrían los pobres en la montera. Porque los ricos la devolvían con una pitillera de plata o de oro, pero qué ponían los pobres. ¿Un mendrugo de pan? [Risa].

*Javier Valenzuelaes escritor y periodista.Javier Valenzuela Este artículo está publicado en el número de verano de tintaLibre, a la venta en quioscos y a través de la App. Puedes consultar toda la revista haciendo clic aquí. aquí

  

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